Vuelve la tiara papal. Por ahora, sólo al escudo de armas de Benedicto XVI. Y esperemos que se quede sólo ahí, en el escudo. Me dolería volver a ver a un Papa con la triple corona, repleta de diamantes y piedras preciosas. Por mucho que encarne y simbolice los tres poderes papales, no deja de ser una flagrante ostentación de poder, riqueza y lujo. Un evidente contrasigno en la época actual y en medio de una crisis que golpea sin piedad a los más pobres.
No me gusta la vuelta de la tiara. Ni por ella misma ni por lo que simboliza, por lo que implica de vuelta atrás, de recuperación de lo que, a mi juicio, más aleja a la Iglesia del Cristo de la corona de espinas. ¿Resucitará también el Papa Ratzinger la silla gestatoria?
Lo que está claro es que, en Roma, no se da puntada sin hilo. ¿Qué significa esta puntada tan inesperada? En la más benigna de las interpretaciones, la recuperación de la tiara podría inscribirse en la hermenéutica de la continuidad, tan querida para este Papa. Eso significa, para entendernos, que habría que redimensionar el Concilio Vaticano II a la luz de Trento, del Vaticano I y de los demás concilios de la Iglesia. Es decir, cortarle las alas., domesticarlo y reconducirlo.
Redimensionar el Concilio, causa de todos los males para los que mandan desde hace 30 años, sin conseguir fruto alguno, a pesar de su evidente marcha atrás en casi todo lo que proponía aquella gran primavera eclesial. Y, agraviar, en cierto sentido al Papa que culminó el Concilio, al Pablo VI que decidió prescindir de la tiara y regaló la suya personal a la Basílica of the Nacional Shrine of the Immaculate Conception en la Ciudad de Washington. Como regalo papal a los católicos de los Estados Unidos.
Pero en Roma hay más tiaras. Existen más de veinte tiaras en el Vaticano para un posible uso futuro. Todas ellas obras de arte y de un valor incalculable en piedras preciosas. La Tiara Milán (1922) de Pío XI tenía dos mil piedras preciosas incrustadas, mientras la de Juan XXIII (1959) tenía veinte diamantes, dieciséis esmeraldas, sesenta y ocho rubíes y setenta perlas. La cantidad programada originalmente era el doble, pero Juan XXIII insistió que la mitad fuera devuelta y el ahorro fuese donado a los pobres.
Distintos Papas, distintos signos. No me gustan los antisignos de la tiara ni de la silla gestatoria, aunque respete a los Papas que las promueven y recuperan. Y mucho menos si encubren o insinúan la descalificación del Vaticano II. Quizás por eso, me sigo quedando con Juan XXIII y con Pablo VI. Son mis Papas preferidos. Pero entiendo que otros prefieran a Juan Pablo II o a Benedicto XVI.
José Manuel Vidal
Director de Religión digital
El papa como símbolo
He leído con atención los comentarios que se han hecho a lo que escribí, el pasado día 7, sobre los viajes del papa. Ante todo, quiero agradecer sinceramente, a quienes han expresado sus puntos de vista sobre este asunto, las aportaciones que han hecho para que todos sepamos situarnos lo mejor posible ante lo que implican los viajes papales, que siempre tienen una importante repercusión mediática. Comprendo las críticas que han hecho algunos comentarios. Es más, no sólo las comprendo, sino que además quiero destacar que las agradezco especialmente. Porque me hacen caer en la cuenta de puntos de vista que, sin duda yo no he sabido expresar debidamente. Si este blog quiere presentar una teología “sin censura”, el peor enemigo de este blog sería quien pretendiera asumir competencias de censor. Con tal que las propias ideas se expongan con el debido respeto, para quienes piensan de manera diferente, nunca deberíamos perder la compostura. Aceptar a los demás, tal como son y como piensan, es lo mejor que podemos hacer cuando entramos en este blog.
Pero esto no se debe entender como dejación de las propias convicciones. No es posible estar de acuerdo con todo el mundo. Porque no se puede aceptar, a la vez, una idea y su contraria. El respeto al otro no impide el disenso. Todo lo contrario, puesto que nadie posee la verdad plena y el conocimiento total, las diversas aportaciones, aun cuando sea opuestas, nos enriquecen a todos. Por eso, a la vista de las diversas reacciones, me parece que puede se de utilidad presentar un aspecto nuevo, que llevan consigo los viajes del papa, y que hasta ahora no se ha mencionado.
El papa, precisamente por lo que representa ese cargo, tiene un enorme poder simbólico ante la opinión pública mundial. Y esto reviste una importancia extrema. Porque, en la vida, aprendemos más por lo que percibimos mediante símbolos que lo que nos llega mediante ideas o conceptos. Lo más decisivo, para nuestro bien o para nuestro mal, para nuestra felicidad o para nuestra desgracia, no llega a nosotros mediante teorías, sino mediante símbolos. Baste tener en cuenta que un símbolo - dicho de la manera más sencilla posible - es la expresión de una experiencia. No es, por tanto, la mera transmisión de una idea, de un concepto, de un programa, etc. Insisto, hablar de símbolos es hablar de experiencias. Ahora bien, lo más determinante en nuestras vidas, no son las ideas, sino las experiencias. Por ejemplo, el amor o el odio, el sentimiento de respeto o el dolor de la humillación y el desprecio, la estima de los demás o la indiferencia que otros nos muestran, todo eso nos marca de forma decisiva. Es más, un niño recién nacido no percibe ideas. Sólo puede percibir experiencias: se siente solo o se siente querido por su madre. Y eso le produce paz y alegría o le causa desamparo y llanto. Por todo esto, en la comunicación humana, la mirada es más importante que el ojo. Y la expresión del rostro es más decisiva que lo que dicen las palabras.
Jesús nació como nació, vivió como vivió y murió como murió, entre otras razones, porque el conjunto de su vida y su historia es, sobre todo, un gran símbolo para todo ser humano. Es el símbolo de lo más entrañablemente humano. Dios se humanizó en Jesús. Y eso es lo que nos lleva a Dios. Hombres importantes, revestidos de poder y dignidad ha habido, y sigue habiendo, muchos (quizá demasiados) en este mundo. Es posible que los notables, los grandes, los poderosos, nos humanicen. Pero, si nos humanizan, no es por su ostentación y su presencia impresionante. Por eso, entre otras razones, me parece tan decisivo que el papa - que nos debe recordar siempre a Jesús - vaya siempre por el mundo de la manera más parecida posible a como iba Jesús por los caminos de Galilea. Por supuesto, no soy tan ingenuo como para pedir que el papa viaje a pie o montado en una mula. Yo no pido nada más que, en cuanto le sea posible, el papa viaje y se presente en todas partes como un hombre modesto, sencillo, cercano, accesible a todo el mundo. Ya lo han dicho algunos en sus comentarios: tal como se organizan los viajes pontificios, el papa no puede oír a la gente, sobre todo oír a los que más sufren, ver cómo viven, dónde viven, qué necesitan, qué esperan de la Iglesia... El papa, cualquier papa, tiene que enseñar mucho en el mundo. Pero también tiene que aprender mucho de las gentes que viven, sufren y buscan a Dios en este mundo. Por lo demás, y como tantas veces hemos dicho, en la vida no basta ser bueno. Además de eso, hay que parecerlo. Tal como viaja el papa, a mí se me antoja que le parece más a un gran magnate que a un humilde seguidor de Jesús. Yo no pido otra cosa. Ni más ni menos que lo que acabo de decir. Por eso, aparte de otros motivos, me da pena la noticia que me acaba de comunicar un periodista: Benedicto XVI ha decidido cambiar su escudo: de él ha quitado la mitra episcopal y ha colocado la tiara medieval, la triple corona que usaron los papas hasta Pablo VI. Una de las coronas de la tiara era la corona de rey. No discuto la historia o las ideas que haya detrás de esta decisión del actual papa. Lo que me da pena es lo que mucha gente va a pensar y cómo va a reaccionar. Más que nada, por lo que este gesto simboliza, que noes tanto “regresión” a lo pasado, sino “poder” ante lo presente. Quisiera que el periodista no me haya dicho la verdad. Pero, si es cierto que el papa ha retomado la triple corona, lo siento de verdad, por lo mucho que me importa la Iglesia y su ejemplaridad evangélica.
José María Castillo
Teólogo español, dejó la Compañía de Jesús en 2007