El cardenal Carlo María Martini, de 82 años, ya retirado del ejercicio episcopal, es autor de numerosos libros que son éxitos editoriales. Uno de los últimos es Coloquios nocturnos en Jerusalén, que tiene ya varias ediciones en distintos idiomas.
Es considerado por muchos intelectuales como un referente del pensamiento en la Iglesia, por su apertura y la libertad ejercida desde su actual cargo de cardenal jubilado, sin responsabilidades territoriales y que promueve desde su sitial una sabia actitud crítica, que además es medida y por eso mismo respetada.
Todo los domingos responde en el diario Corriere della Sera, a miles de cartas que le envían desde todo el país y del exterior, y que el periódico anuncia ya desde la portada. Esta es una de las respuestas que tuvo hacia las cartas que le preguntaba si la Iglesia no estaba en decadencia.
Son muchas las cartas que denuncian una decadencia de la Iglesia, descripta en términos dramáticos. Se proponen causas y remedios para este fenómeno. Aquí consideramos el hecho de la decadencia (¿existe o no existe?), algunas razones para esto y algunas de las soluciones propuestas. Pero primero quiero exponer algunas de mis convicciones.
Primero: advierto que la historia nos muestra cómo la Iglesia en su conjunto nunca ha sido tan próspera como lo es ahora. Por primera vez una difusión verdaderamente global, con los fieles de todas las lenguas y culturas; puede exhibir una serie de Papas del más alto nivel, un gran número de teólogos de gran valor y nivel cultural. A pesar de algunas inevitables tensiones internas, la Iglesia está hoy unida y compacta, como tal vez no estaba nunca en su historia.
Segundo: la Iglesia no debe ser vista sólo en su aspecto institucional, e identificándola la negociación con la jerarquía, es decir, sacerdotes, obispos y el Papa. Se compone de todos los que creen en Jesucristo, Hijo de Dios, esperan su venida definitiva, lo aman y se comportan con el prójimo como con Jesús mismo. Son parte o son llamados a ser parte de la Iglesia y todos los otros hombres, que, como señala el Concilio Vaticano II, tienen " un fin último, que es Dios, cuya providencia, manifestación de bondad y designios de salvación se extienden a todos " (Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, n º 1).
Tercero: Una sociedad así existe en la historia y por lo tanto también necesita una estructura visible. Así que la Iglesia existe también en el aspecto institucional, cuya configuración es primitiva, pero sólo en unos pocos puntos. El resto está sujeto a la ley de adaptación y cambio, con resultados más o menos felices, como se desprende de la historia de la Iglesia. Pero de todas las instituciones de este mundo, es una de las que han durado más tiempo y mostró durante los siglos una gran capacidad de renovación y cambio. Basta pensar en los días del Concilio Vaticano II y de la alegría que se vivió en esos días.
Cuarto: muchas de las cartas contienen observaciones objetivas, pero que surgen de la consideración de nuestro mundo occidental, sin tener en cuenta la vivacidad y la alegría que se encuentra en las iglesias de África, Asia y América Latina.
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Políticos que se declaran católicos, destacados teólogos y una gran masa de fieles ignoran doctrinas clave de la iglesia o polemizan sobre ellas - El debate por la ley del aborto evidencia este cisma
JUAN G. BEDOYA 24/12/2009
Publicado en el diario El País, de España
¿Quién hace caso hoy a la doctrina de los obispos en materia de familia, sexo, anticonceptivos, investigación con embriones, incluso ante dogmas antes llamados fuertes, como la resurrección y divinidad de Jesús, la inmaculada concepción y la ascensión de María, la infalibilidad del Papa o la real existencia del cielo, el infierno o el purgatorio? ¿Significan estas discrepancias -ese no hacer caso a lo que predica la jerarquía del cristianismo-, que existe un cisma en la Iglesia católica actual? Cisma es, quizás, una palabra fuerte porque, además de división, discordia o desavenencia entre personas de una misma comunidad -éste es su significado académico-, la palabra, en mayúscula, alude a los cismas por antonomasia: la ruptura del cristianismo oriental y occidental en 1054, y las brutales escisiones del largo periodo comprendido entre 1378 y 1532, con Lutero como personaje principal y años de terribles guerras por el camino.
Los cismas de ahora son soterrados, porque Roma, escarmentada o insegura, no quiere romper con nadie, y los protestantes contemporáneos también prefieren una convivencia en discordia a una salida del santuario. Su estado de ánimo lo define el teólogo Hans Küng, colega y amigo del papa Ratzinger en tiempos del Concilio Vaticano II, más tarde censurado y castigado por éste. "Nunca he sentido la tentación de abandonar la Iglesia. Es la comunidad de los creyentes en cuyo seno me encuentro y en la que encuentro mucho apoyo y alegría. El hecho de que tenga problemas con sus administradores me causa molestias con frecuencia, pero nada puede expulsarme de mi patria espiritual natal".
La percepción del historiador Jaume Botey, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, es distinta. "Los protestantes de ahora se marchan de la Iglesia por la puerta de atrás, sin dar ningún golpe. ¿Cisma? Si por cisma entendemos ruptura, sí lo hay. Pero no se puede hablar de cisma en el sentido de los del Renacimiento. En un mundo en el que el hecho religioso no pesa como entonces, no ha lugar a cismas como aquéllos. La sociedad ya no está vertebrada en torno a la religión. Pero la ruptura existe, eso es evidente. Hay un silencio clamoroso de la Iglesia oficial ante los problemas de hoy, que contrasta con el compromiso de la mayoría de los fieles".
En todo caso, la crisis interna es clamorosa. José Catalán Deus, que acaba de hacer un balance de los cuatro años de pontificado de Benedicto XVI con el título Después de Ratzinger, ¿qué?, define así la situación: "Nunca antes el mundo había visto al Vaticano y a su Papa sumidos en una crisis parecida. Las ha habido, numerosas y terribles, a lo largo de los dos mil años de historia del cristianismo, pero el mundo no era consciente de forma plena, y mucho menos inmediata".
Cisma, crisis, deserciones o desobediencia interior, todo ocurre a la luz del día. Un ejemplo acaba de producirse en torno a la ampliación de la llamada ley del aborto de 1984. Los obispos han insistido en que viven en pecado y fuera de la comunión cristiana quienes votaron esa reforma, pero no han dado orden a sus sacerdotes de negar el sacramento a los políticos concernidos. La orden no va a llegar nunca.
El caso paradigmático tiene nombre propio. Se llama José Bono, presidente del Congreso de los Diputados, la tercera autoridad del Estado español. Bono suele declararse católico confeso a poco que se le pregunte sobre creencias, pero ha polemizado en los medios de comunicación con sus prelados a propósito del aborto y de su hipotética exclusión del banquete eucarístico. Su queja terminó en bofetada, cuando recordó a los prelados que nunca negaron la comunión a notorios criminales, como el dictador chileno, general Augusto Pinochet.
Naturalmente, Bono acudirá a comulgar a una iglesia cuando le plazca, y ningún obispo le dejará sin hostia consagrada en la lengua. Por si hubiera dudas, destacados eclesiásticos dejaron clara su postura en favor del presidente del Congreso. Uno de ellos ha sido el fundador de Mensajeros de la Paz, padre Ángel García, premio Príncipe de Asturias por su ingente tarea caritativa y social. "En el siglo XXI no se debería hablar de excomunión", manifestó sobre los anatemas episcopales. Él le daría la comunión a Bono. Lo ha proclamado en público. Pese a todo, confiesa: "No tengo problemas con la Iglesia ni con los obispos. Nunca me han dado un baculazo".
Más radical se ha expresado el prestigioso teólogo José Ignacio González Faus. Jesuita y profesor de la Facultad de Teología en Barcelona, su tesis es que "buena parte del episcopado mundial y de la curia romana está en pecado mortal y en sacrilegio público" si se toma como buena la doctrina del portavoz del episcopado español, el también jesuita Juan Antonio Martínez Camino. "Quitar la vida a un ser humano es contradictorio a la fe católica y quien contribuya a ello está en la herejía, está en pecado mortal público, y no puede ser admitido a la sagrada comunión", dijo Camino.
González Faus titula su respuesta La cochina lógica (Unamuno), en el número de diciembre de Revista 21, de la Congregación de los Sagrados Corazones. "Sin salirnos de esa lógica [episcopal] nos encontramos con que el catecismo de la Iglesia católica no rechaza quitar la vida a un ser humano, en el caso de la pena de muerte (en ediciones posteriores, ante protestas de muchos fieles, avanzó hasta considerarla poco recomendable, pero no hasta condenarla como pecado mortal y contradictoria a la fe). Ese catecismo se publicó con la aprobación del cardenal Ratzinger, quien por tanto, y según la lógica del portavoz, está en la herejía y en pecado mortal público".
El teólogo González Faus se pone en el lugar de un fiel cristiano del común, sin conocimientos para discernir sobre doctrinas. Desde esa hipotética posición, añade: "El portavoz ha sido valiente, sin duda. Al pobre fiel le queda no obstante un dilema no resuelto. O el portavoz no ha previsto todas las consecuencias de su lógica fustigadora, y válida para todos los católicos, o ha echado mano del clásico recurso de muchos predicadores antiguos cuando tenían que decir cosas serias a los poderosos: a ti te lo digo Pedro para que me entiendas, Juan. O sea: a ti te lo digo parlamentario, para que me entiendas tú, obispo. O, a lo mejor es que, eso de la lógica es una absoluta cochinada, como ya dijera don Miguel de Unamuno. Si alguien puede sacarme de este incómodo dilema, le quedaré agradecido".
No hay dilema, sino resignación. Es la actitud con que los prelados asumen la realidad. Apenas se han alzado voces frente a la rebeldía de los parlamentarios católicos. Quienes han criticado, lo han hecho desde la sorpresa, como si no pudieran creer una desobediencia semejante. Es el caso del arzobispo de Mérida-Badajoz, Santiago García Aracil, presidente además de la Comisión de Pastoral Social en la Conferencia Episcopal. Así ha reaccionado frente "a los políticos que han manifestado en los medios de comunicación su voluntad de seguir participando de la eucaristía, a pesar de las manifestaciones de la Iglesia sobre la responsabilidad en que incurren quienes defienden el aborto".
El arzobispo Aracil observa "tres errores en un mismo comportamiento". "El más importante es la actitud interior de desobediencia a la Iglesia, presentándose, simultáneamente, como cristianos practicantes. El segundo error es el hecho de proclamar públicamente y, en tono desafiante, su propósito de incumplir las normas morales que debieron aprender desde niños en el catecismo. Suponiendo que sea cierto que viven el catolicismo del que alardean, deberían haber cultivado, profundizado y asumido firmemente a lo largo de la vida el sentido y la fuerza de la moral cristiana. Han tenido tiempo. Por este motivo, o su autosuficiencia es mayor, o su incoherencia es total. El tercer error es adoptar en público la postura manifestada en los medios de comunicación, sabiendo que las gentes les reconocen como políticos cuya misión, entre otras, es procurar las leyes de obligado cumplimiento para lograr el bien común. Sorprende que estas mismas personas, exhibiendo su desobediencia interior y exterior a la Iglesia, de la que se manifiestan hijos salvo que hayan inventado una secta y se hayan apropiado sin derecho alguno del nombre que no les pertenece, sean defensores y protagonistas de una inflexible fidelidad de voto, y cerrados enemigos de la objeción de conciencia en casos verdaderamente graves", sostiene este prelado.
Lo que el arzobispo de Mérida-Badajoz llama "exhibición de autarquía" -"se consideran legítimos promotores de leyes y conductas más justas que las del evangelio", se queja el prelado-, se produce también en el discurso sobre la familia. Los obispos han convocado en Madrid, por cuarto año consecutivo, una manifestación-concentración de fieles en defensa de la familia porque sostienen que hay una ofensiva para destruirla. Y, nuevamente, personalidades del interior como el padre Ángel García, rechazan esa pesimista percepción. La familia ni corre peligro, ni está amenazada por nadie, sino bien atendida por los poderes públicos, sostiene el carismático fundador de Mensajeros de la Paz.
Más profundo es el foso que separa a la jerarquía de la inmensa mayoría de los teólogos y de los movimientos de curas y cristianos de base, en materias como la moral sexual, los métodos anticonceptivos, el divorcio, el celibato opcional de los sacerdotes y, sobre todo, sobre el papel de la mujer en la Iglesia. El liderazgo de esas discrepancias tiene muchos nombres: Somos Iglesia, Redes Cristianas, Foro de Curas de Madrid, Curas Obreros, el movimiento por el celibato opcional (Moceop)...
"Nuestra Iglesia tiene muchos miedos: a la ciencia, a la mujer, a los medios de comunicación, a la sexualidad, al pluralismo, etcétera. Dominada por esos miedos no se atreve a dar pasos de revisión que debería haber dado hace tiempo, por ejemplo, la revisión de la moral sexual desfasada, la manera de elegir a los obispos, el celibato opcional del clero diocesano, la supresión de los concordatos anacrónicos entre Iglesia y Estado, la autofinanciación de las iglesias, la ordenación para el ministerio pastoral como sacerdotes de fieles maduros de ambos sexos capaces de animar a las comunidades, el respeto a la laicidad del Estado y de las instituciones sociales, la opción por la justicia, en vez de la búsqueda de apoyos y privilegios y un largo etcétera. Esta larga retahíla se podría resumir en dos palabras: una Iglesia que olvida el evangelio de Jesús y opta por el poder que Jesús rechazó, es una Iglesia que no sirve a Dios ni a la humanidad, que no sirve para nada", dice el teólogo Juan Masiá, ex director de la cátedra de Bioética de la Universidad Pontifica de Comillas.
Las críticas alcanzan al nombramiento de obispos por el Papa romano, que las iglesias de base reclaman para sí -el último incidente se acaba de producir en la diócesis de San Sebastián-, pero también hay discordias sobre la infalibilidad del Pontífice y otros dogmas de los llamados fuertes, entre otros la deidad de Jesús, decidida o impuesta por el emperador Constantino en el concilio de Nicea, en el año 325. Son ya legión los teólogos condenados por volver a aquel apasionado debate.
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La mayoría del clero de la provincia vive "con dolor e inquietud" la llegada del nuevo obispo.- Ven en el relevo de Uriarte un intento de "cambiar el rumbo" de la Iglesia vasca
EL PAÍS - San Sebastián - 15/12/2009
En un gesto sin precedentes y a pocos días de su nombramiento al frente de la Diócesis de San Sebastián en sustitución de Juan Maria Uriarte, la mayoría de los párrocos de la provincia han manifestado hoy su disconformidad con el nombramiento del hasta ahora obispo de Palencia, José Ignacio Munilla al frente de la Iglesia Guipuzcoana. El 77% de los párrocos, -entre los que se encuentran 11 de los 14 Arciprestes- considera "que el nuevo obispo no es en modo alguno la persona idónea para desempeñar el cargo asignado", según han informado en un comunicado.
De los 110 párrocos de la provincia, 85 han transmitido su "dolor y profunda inquietud" con la intencionalidad y el procedimiento seguido en el nombramiento. Los firmantes perciben la elección de Munilla, distanciado del nacionalismo y cercano a las líneas más conservadoras defendidas por la Conferencia Episcopal Española, como "una clara desautorización de la vida eclesial de nuestra Diócesis" y "como una iniciativa destinada a variar su rumbo". En total, han sido 131 las personas que han suscrito el texto.
"Conocemos de cerca la trayectoria pastoral de D. José Ignacio Munilla como presbitero, profundamente marcada por la desafección y falta de comunión con las líneas diocesanas", añade el comunicado. Los curas insisten en manifestar su "apoyo y adhesión" a la línea pastoral y estilo eclesial forjado hasta ahora en la diócesis con Uriarte al frente. También refuerzan su voluntad y compromiso de "seguir caminando en coherencia con las opciones pastorales" mantenidas a lo largo de los últimos años. Añaden que tienen el convencimiento de que seguirán recibiendo la "colaboración de tantos y tantos creyentes" que mantienen su fidelidad a la fe cristiana.
Aunque nacido en San Sebastián y vascoparlante, su formación la realizó en el integrista seminario de Toledo, hasta su ordenación en 1986 por el entonces obispo de San Sebastián, José María Setién. Después de varios años en la parroquia de Zumarraga (Guipúzcoa), Munilla se convirtió en junio de 2006 en el obispo más joven de España al ser situado con 44 años al frente de la diócesis de Palencia.
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Por J.M. Castillo
Benedicto XVI anunció que tiene la firme intención de estudiar las reformas necesarias para que el papado "pueda realizar su servicio de amor reconocido por todos".
José María Castillo, español nacido en Granada, ha sido religioso jesuita, profesor de teología en la Facultad de Teología de Granada, en la Universidad Gregoriana de Roma, en la Universidad Pontificia Comillas de Madrid y en la Universidad Centroamericana de El Salvador. Su libro "Teología para comunidades" ha tenido amplia repercussion en las comunidades y grupos eclesiales. En su blogspot josemariacastillo.blogspot.com/ dio a conocer un artículo que ha tenido amplia repersución en los medios ecclesiasticos.
Benedicto XVI anunció que tiene la firme intención de estudiar las reformas necesarias para que el papado "pueda realizar su servicio de amor reconocido por todos". Así lo ha dicho el papa al Patriarca de Contantinopla (Estambul), Bartolomé I, en un documento que el Vaticano ha enviado al Patriarca el 30 de noviembre, fiesta de San Andrés, patrono del patriarcado ortodoxo.
Esta noticia es de una importancia excepcional. Porque, si es que efectivamente el Vaticano está dispuesto a llevar adelante lo que dice, eso supondrá afrontar en serio una auténtica reforma del papado, tal como actualmente está organizado y tal como funciona.
Para hacerse una idea de la importancia de esta decisión, es necesario tener en cuenta dos cosas:
1) El mayor obstáculo que hay ahora mismo, para lograr la unión de los cristianos, no es la teología de los ortodoxos o de los protestantes, sino la actual organización del papado.
2) Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI se han dado cuenta de la gravedad de este problema. Por eso han pedido ayuda a obispos y teólogos para encontrar nuevas formas de ejercer el ministerio del Obispo de Roma.
Se trata, pues, de que el papado no siga siendo un impedimento para que los cristianos vivamos unidos. La unión de los cristianos fue la aspiración suprema de Jesús (Jn 17, 11-26). El problema está en saber qué decisiones tendría que tomar el papado para que ortodoxos y protestantes se unan con los católicos. No es posible, en el reducido espacio de esta reflexión, decir todo lo que habría que explicar sobre un asunto tan complejo como éste.
En todo caso, hay una decisión, enteramente indispensable, que tendría que ser la primera medida que el Vaticano tendría que tomar. El Obispo de Roma tendría que renunciar al título de "papa universal" y a todo lo que ese título lleva consigo. Para explicar este asunto capital, me limito a recoger los datos más importantes que ofrece el excelente estudio del profesor M. Sotomayor (Miscellanea Historiae Pontificiae, vol. 50, 1983, p. 57-77).
Seguramente, el hombre que mejor comprendió la dificultad y el peligro que supone que el Obispo de Roma sea designado y actúe como "papa universal", fue el papa Gregorio I (San Gregorio Magno). La resistencia de este gran obispo de Roma fue tan tajante a ser reconocido como "papa universal", que no dudó en afirmar que el título "universal" es para el papa una palabra altanera, supersticiosa, pomposa, singular, soberbia, vanidosa, nefanda, profana, supersticiosa, criminal o sacrílega, blasfema, propia del Anticristo, pestífera.
Todos estos calificaticos están rigurosamente documentados en el abudante epistolario de Gregorio Magno. Sin duda, este gran hombre y este gran papa vio, en esa atribución de poder universal, el peor peligro que amenazaba a la Iglesia, a través del papado. ¿Cuál era la "razón clave" que tuvo aquel papa para oponerse con tal firmeza a atribuirse el poder universal? Para Gregorio Magno, si cualquier obispo, sea simple obispo, metropolitano, patriarca o papa, se llama "universal", todos los demás obispos dejan de ser tales; el episcopado entero, de derecho divino, queda aniquilado (cf. S. Vailhé). ¿Significa esto que el obispo de Roma dejaría de ser el responsable último (cabeza) de toda la Iglesia? No. No se trata de eso. Se trata, más bien, de que el papado se entienda a sí mismo como una instancia última, dentro de una "eclesiología de comunión", para resolver los problemas que a nivel local no se pueden resolver. Así, por tanto, la unidad y la gestión de la Iglesia no estaría basada y gestionada desde un enorme montaje jurídico, centralizado en la Curia Vaticana, sino que todo estaría basado en la misma fe en el Evangelio de Jesucristo y en la comunión que genera el Espíritu de Dios. Sólo cuando las cosas se vean así en la Iglesia, será posible empezar a hablar en serio de la unión de todos los cristianos.
Meditación de Adviento de Jairo del Agua
"Os percibimos atrincherados e inmovilizados bajo el incienso de vuestros turiferarios"
‘No toleráis los distintos, críticos, disconformes, heridos, perdidos o buscadores
Jairo del Agua es español, escritor, católico, laico y padre de familia que tiene un blog en el sitio Religión digital.
(Blog de Jairo del Agua).-¿Qué os ha ocurrido queridos hermanos Obispos? ¿Quién os ha cerrado los ojos? ¿Cómo no oís el clamor de este Pueblo que busca guías fieles y ejemplos evangélicos? ¿Habéis olvidado vuestros días de fervor? Os imagino orando con fe reventona, con el clamor del Evangelio en las entrañas, con el amor al Pueblo de Dios apretado a la cintura hasta confundirse con vuestra propia carne.
¿Qué pasa cuando os nombran Obispos? ¿Qué cambia en vuestro interior? ¿Por qué os dejáis uncir como silentes bueyes a la uniformidad, al paso lento, al pensamiento único, a los arcaicos signos y estructuras? Eso no es unidad, hermanos míos, eso es claudicación ante la permanente llamada del Espíritu renovador. ¿No sois vosotros los adalides del Evangelio? Pues deberíais ser los primeros en reflejar el permanente dinamismo de la vida: "He venido para que tengan vida y la tengan abundante" (Jn 10,10).
Sin embargo, os percibimos atrincherados e inmovilizados bajo el incienso de vuestros turiferarios. ¿Os habéis fijado -por ejemplo- en quiénes conforman vuestros Consejos? Con los laicos contáis poco, pero los que escogéis son siempre los bailadores del incensario. No toleráis los distintos, críticos, disconformes, heridos, perdidos o buscadores. Habéis borrado de vuestro particular evangelio a los "zaqueos", "magdalenas", "mateos", "leprosos", "paralíticos", "cananeas", "adúlteras", "bartimeos", "samaritanos" y demás gente sospechosa. Os encanta rodearos de doctores, escribas y fariseos. Por supuesto, la oveja perdida ya falleció de cansancio, desorientación y hambre hace mucho tiempo.
"Porque voy a poner en este país a un pastor insensato, que no se preocupará de la oveja perdida, ni buscará la que anda descarriada, ni curará a la herida, ni alimentará a las sanas; sino que comerá la carne de las más gordas y no dejará ni las pezuñas" (Zac 11,16). Podría seguir con Ezequiel 34, pero de sobra lo conocéis. La Escritura debería, al menos, cuestionaros.
Hoy sólo quiero invitaros a meditar sobre vuestros signos, vuestra apariencia, vuestra imagen ante nosotros y ante el mundo. Bajo la pesada losa de la uniformidad e inmovilismo canónicos os amancebáis con la pompa, el lujo, la púrpura, el boato y la profanidad. ¿Os sentís cómodos con vuestras coronas, cetros y tronos? Un sirviente no necesita ostentosa corona. No es propio, no es adecuado, no es digno. Su entrega, su servicio y su sudor son su auténtica diadema. Un pastor bueno escucha, conoce y camina sencillamente entre sus ovejas: "Conozco a mis ovejas y ellas me conocen" (Jn 10,14). No se ciñe picuda corona, ni se fabrica relucientes cetros, sino que apoya su cansancio en un palo, que eso es un cayado.
Si queréis ser guías, mostrad con vuestro ejemplo la luz del Evangelio. No os endioséis en tronos y sitiales que nos confunden y abochornan. No aceptéis palio, baldaquino o dosel para ensalzar vuestra dignidad, porque nada de eso necesitáis para vuestra misión. Es muy difícil percibiros como apóstoles porque no sólo habéis caído en la ambición de vuestra carrera eclesiástica: "uno a tu derecha y otro a tu izquierda" (Mt 20,21), sino que os habéis subido al mismísimo trono divino con la escusa de que sois sus representantes, sus vicarios, sus apoderados, sus mediadores, su autoridad.
Vuestros signos no son los del Señor: "El más pequeño de vosotros ése es el más importante" (Lc 9,48). "Ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón" (Mt 10,10). ¿Cómo podremos reconoceros con tanto disfraz?
¡Rechazad toda apariencia de poder! ¡No os es lícito convivir con esa concubina del encumbramiento, el fasto y oropel! Vuestra legítima esposa es la Iglesia, este Pueblo fiel que os busca y os ama a pesar de todo... Buscad los signos del Señor: "Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen con su poderío. No será así entre vosotros, sino que, si alguno de vosotros quiere ser grande, sea vuestro servidor; y el que de vosotros quiera ser el primero, que sea el servidor de todos" (Mt 20,25).
¿Cómo podéis haceros llamar Santidad o Santo Padre? ¿Por qué no os habéis conformado con el "servus servorum"? ¿No sois vosotros los especialistas en Escritura? Sus palabras son nítidas y transparentes:
- "Sólo Dios es Santo" (Mt 19,17).
- "Tú eres el único Santo" (Ap 15,4).
- "Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo darás culto" (Mt 4,10).
- "No a nosotros, Señor, no a nosotros sino a tu nombre da la gloria" (Sal 115).
- "Pero vosotros no os dejéis llamar maestro, porque uno es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. A nadie en la tierra llaméis padre, porque uno solo es vuestro Padre, el celestial. Ni os dejéis llamar preceptores, porque uno solo es vuestro preceptor: el Mesías. El más grande de vosotros que sea vuestro servidor. Pues el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado" (Mt 23,8).
Y lo cantamos a voz en cuello: "Sólo Tú eres Santo, sólo Tú Señor, solo Tú Altísimo Jesucristo" (Gloria).
¿Cómo podéis haceros llamar "monseñor", mi señor? Me aterra la lucidez que os ha sorbido esa aduladora vanagloria con la que vivís. "¡No os es lícito!" (Mt 14,4). Me duele hasta el hondón del alma la ceguera a la que os ha reducido. Camináis ciegos y sordos bajo vuestras ilustrísimas, excelentísimas, reverendísimas y eminentísimas contradicciones. Cuanto más os encumbráis más lejos estáis de este Pueblo y de su Dios. Habéis sido nombrados servidores para ayudar, no para vuestro propio medro y prestigio. "¿Cómo podéis creer, si sólo buscáis honores los unos de los otros, y no buscáis el honor que viene del Dios único?" (Jn 5,44).
Os vestís afeminadamente con llamativos colores, sedas, rasos, encajes y borlas. No me refiero a los ornamentos eucarísticos, que prestan un servicio cara al Pueblo, sino a los que usáis para vuestra pompa personal. Os encofráis la cabeza con arcaicos perifollos y os significáis bajo teatrales capas. Os ceñís fajines de generales y nobles, aceptáis reverencias ante vuestra pobre humanidad y no dais un paso sin vuestro maestro de ceremonias. ¿Es propia del reino de Dios tanta farándula? "Guardaos de los maestros de la ley, a los que les gusta pasearse con vestidos ostentosos, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes" (Mc 12,38).
Os colgáis preciosos pectorales, como insignias o condecoraciones, pretendiendo que signifiquen vuestro cristianismo. ¿Se os ha olvidado cómo era la Cruz del martirio del Señor? ¡Madera de la más basta! ¿Por qué no vemos sobre vuestro pecho -y no sobre hartas barrigas- una sencilla cruz de madera con la silueta del Crucificado grabada a fuego? Eso sí lo entenderíamos. ¿Es poco para vosotros? ¿Tan cogidos os tiene la pecadora ostentación? Qué buen ejemplo daríais a muchos católicos que pervierten la cruz en presuntuosa joya de lujo; a muchas religiosas que trocaron la cruz por inexpresivos colgantes; a muchos sacerdotes que, abandonando todo signo de su misión, se ocultan bajo mundanas corbatas o se aderezan con anillos y pendientes. De tal palo, tal astilla.
Vuestras manos han sido consagradas para bendecir, ayudar, perdonar y guiar. Pero vosotros las habéis paganizado con grandes anillos. ¿No os importa nada escandalizar? "Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le ataran al cuello una rueda de molino y lo tiraran al mar" (Mc 9,42). "Hacen todas sus obras para que los vean los demás. Ensanchan sus filacterias y alargan los flecos del manto" (Mt 23,5). "¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que cerráis el reino de Dios a los hombres! ¡No entráis vosotros ni dejáis entrar a los que quieren!" (Mt 23,13).
Por si todo eso fuera poco habitáis en palacios, usáis blasones nobiliarios, os hacéis pintar grandes retratos para memoria de los años venideros. ¿Memoria de qué? ¿De vuestro amancebamiento con el poder, el lujo, la fama, la imagen, la ostentación y la vanidad del mundo? "Por los frutos les conoceréis" (Mt 7,16). Habéis elegido, como signos de vuestra dignidad, la exhibición de vuestra indignidad cristiana porque os habéis rodeado de signos paganos. ¿No es eso lo que se aprecia, a simple vista, sólo con observar cómo os presentáis ante la Iglesia? "Vosotros sois los que os las dais de intachables ante la gente, pero Dios os conoce por dentro, y ese encumbrarse entre los hombres le repugna a Dios" (Lc 16,15).
Me duele tener que deciros todo esto. Siento una terrible vergüenza porque un pecador no es el indicado. Pero no tengo más remedio que expulsar esta profecía que me lleva corroyendo las entrañas mucho, muchísimo tiempo... ¡Daría por vosotros la vida! Pero no puedo silenciar la contaminación mundana que os rodea. Sé que en los últimos años os habéis simplificado, pero "os falta un largo camino" (1Re 19,7). Sé que sois "creyentes", algunos incluso "fervorosos creyentes", pero no resultáis "creíbles" porque os falta coherencia. "Como cristiano que soy, digo la verdad, no miento. Mi conciencia, bajo la acción del Espíritu Santo, me asegura que digo la verdad. Tengo una tristeza inmensa y un profundo y continuo dolor" (Rom 9,1).
Tengo la esperanza de que, alguna vez, cuando os arrodilléis a orar ante una talla del Crucificado, os fijéis bien en el vestido que arropa su dignidad, en los rubíes que adornan sus manos, en su corona de Rey, en la magnífica sede magisterial desde la que enseña. Espero, tengo la esperanza, de que esa visión sea el comienzo de vuestra liberación.
Hoy os ruego que meditéis sólo sobre vuestros signos externos, lo que se ve, lo que os desprestigia y os ata. No me siento con fuerza para hablar de vuestro autoritarismo o de vuestra afición a arrancar supuestas cizañas sin esperar a la siega, en contra del mandato evangélico: "¡No! No sea que al recoger la cizaña, arranquéis con ella el trigo" (Mt 13,29). Tampoco quiero extenderme con vuestro protagonismo, con vuestra creencia de que sois los garantes de la Iglesia, es más, de que sois "La Iglesia". ¿Se os olvidó que quien dirige y garantiza es el Espíritu Santo? ¿Por qué no lo veis caminando entre el Pueblo?
Habéis institucionalizado vuestros escándalos, por eso no los veis. Todo lo justificáis bajo un burdo disfraz: la sacralización. Esa capacidad que os arrogáis para convertir en sagrado lo profano o inmoral. Habéis llegado a sacralizar y santificar el oro, la plata, las joyas, las piedras preciosas, el arte profano, es decir, la riqueza mundana. Convertís el oro en "oro del templo" y todos justificados. Habéis promocionado su uso, acumulación y exhibición como signos de religiosidad. Coronáis y enjoyáis imágenes, construís riquísimas custodias, coleccionáis valiosos cálices, copas, relicarios, etc. ¿De verdad creéis que el Señor se encuentra cómodo entre tanta brillante riqueza?
Decís: "para el culto a Dios lo mejor, lo más valioso". ¿De verdad pensáis que lo más valioso es la riqueza material? ¿Qué haremos entonces los que, como vuestros predecesores Pedro y Juan, "no tenemos oro ni plata" (He 3,6)?
Habéis sustituido los "novillos cebados" por lujos y objetos preciosos. ¿Eso le agrada al Señor? "Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable" (Cant 8,7). ¿Se os olvidó que el verdadero culto a Dios está unido a la misericordia? "Cuando lo hicisteis con alguno de éstos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt 25,40). "Porque yo quiero amor, no sacrificios; conocimiento de Dios, y no holocaustos" (Os 6,6).
Incluso habéis creado museos para exhibir la historia de vuestras riquezas, algunas muy antiguas, como antigua es vuestra ceguera. El otro día me hirió de repente una visión aberrante: un famoso Nazareno con corona de espinas... ¡de oro! ¡Qué corrupción tan infame de la religión!
- "Si me ofrecéis holocaustos y ofrendas, no los aceptaré; no me digno mirar el sacrificio de vuestros novillos cebados... Quiero que el derecho fluya como el agua y la justicia como torrente perenne" (Am 5,22).
- "Escuchad mi voz, y yo seré entonces vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo; seguid cabalmente el camino que os he prescrito para vuestra felicidad" (Jr 7,22).
- "Vuestra riqueza está corrompida y vuestros vestidos están apolillados. Vuestro oro y vuestra plata están herrumbrados, y esa herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestra carne como el fuego" (Sant 5,2).
Mientras tanto, muchos hermanos nuestros suplican medicinas, pan, escuelas, iglesias, catequesis, tantas y tantas cosas muchísimo más importantes que la riqueza que atesoráis en museos y sacristías. "No atesoréis en la tierra, donde la polilla y el orín corroen y donde los ladrones socaban y roban. Atesorad, más bien, en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corroen, ni los ladrones socaban ni roban" (Mt 6,19). "Anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres... después ven y sígueme" (Mt 19,21). ¿No fue eso lo que os dijo al principio, cuando os miró y llamó con tanto amor? ¡Volved al desierto "donde os hablaré al corazón, como en los días de juventud"¡ (Os 2,16).
No es que los tiempos estén en vuestra contra, ni que haya católicos lenguaraces que os abominan. Es que vosotros mismos os habéis desprestigiado, os habéis convertido en sonrojo para los de dentro y en irrisión para los de fuera. Es que vuestro escándalo clama al cielo y el Pueblo no cesa de llorar por vosotros y por vuestra amnesia: "el dios del mundo éste les ha cegado la mente y no distinguen el resplandor de la buena noticia del Mesías glorioso, imagen de Dios. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor, y nosotros somos vuestros siervos por amor de Jesús" (2Cor 4,4).
¡Desnudaos, sumergíos en el Evangelio, volved al corazón de la Iglesia! "Procurad tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual, teniendo la naturaleza gloriosa de Dios, no consideró como codiciable tesoro el mantenerse igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la naturaleza de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2,5).
Empezad por los signos y atributos, no os dejéis engañar. ¡Volved, volved y caminaremos juntos hacia la evangelización de nuestra Iglesia! No cerremos los oídos a la dulce voz: "¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a Mí!" (Cant 2,10). ¡Volved y podréis vivir con gozo vuestra misión de santificar, enseñar y gobernar en medio del Pueblo!
Hace poco Benedicto XVI, citando a san Juan Leonardi, dijo textualmente: "La renovación de la Iglesia debe comenzar en quien manda y extenderse al resto" (1). ¿A qué estáis esperando?
¡No me lo digáis! Lo sé, lo sé... "Todo tú eres pecado desde que naciste, y ¿nos enseñas a nosotros?" (Jn 9,34). ¡Tenéis razón! Por eso necesito vuestra ayuda, vuestro ejemplo, vuestro caminar delante. ¡Ayudadme, por favor, ayudadme! ¡No me dejéis cargado con mis pecados y los vuestros!
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