El cardenal Carlo María Martini, de 82 años, ya retirado del ejercicio episcopal, es autor de numerosos libros que son éxitos editoriales. Uno de los últimos es Coloquios nocturnos en Jerusalén, que tiene ya varias ediciones en distintos idiomas.
Es considerado por muchos intelectuales como un referente del pensamiento en la Iglesia, por su apertura y la libertad ejercida desde su actual cargo de cardenal jubilado, sin responsabilidades territoriales y que promueve desde su sitial una sabia actitud crítica, que además es medida y por eso mismo respetada.
Todo los domingos responde en el diario Corriere della Sera, a miles de cartas que le envían desde todo el país y del exterior, y que el periódico anuncia ya desde la portada. Esta es una de las respuestas que tuvo hacia las cartas que le preguntaba si la Iglesia no estaba en decadencia.
Son muchas las cartas que denuncian una decadencia de la Iglesia, descripta en términos dramáticos. Se proponen causas y remedios para este fenómeno. Aquí consideramos el hecho de la decadencia (¿existe o no existe?), algunas razones para esto y algunas de las soluciones propuestas. Pero primero quiero exponer algunas de mis convicciones.
Primero: advierto que la historia nos muestra cómo la Iglesia en su conjunto nunca ha sido tan próspera como lo es ahora. Por primera vez una difusión verdaderamente global, con los fieles de todas las lenguas y culturas; puede exhibir una serie de Papas del más alto nivel, un gran número de teólogos de gran valor y nivel cultural. A pesar de algunas inevitables tensiones internas, la Iglesia está hoy unida y compacta, como tal vez no estaba nunca en su historia.
Segundo: la Iglesia no debe ser vista sólo en su aspecto institucional, e identificándola la negociación con la jerarquía, es decir, sacerdotes, obispos y el Papa. Se compone de todos los que creen en Jesucristo, Hijo de Dios, esperan su venida definitiva, lo aman y se comportan con el prójimo como con Jesús mismo. Son parte o son llamados a ser parte de la Iglesia y todos los otros hombres, que, como señala el Concilio Vaticano II, tienen " un fin último, que es Dios, cuya providencia, manifestación de bondad y designios de salvación se extienden a todos " (Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, n º 1).
Tercero: Una sociedad así existe en la historia y por lo tanto también necesita una estructura visible. Así que la Iglesia existe también en el aspecto institucional, cuya configuración es primitiva, pero sólo en unos pocos puntos. El resto está sujeto a la ley de adaptación y cambio, con resultados más o menos felices, como se desprende de la historia de la Iglesia. Pero de todas las instituciones de este mundo, es una de las que han durado más tiempo y mostró durante los siglos una gran capacidad de renovación y cambio. Basta pensar en los días del Concilio Vaticano II y de la alegría que se vivió en esos días.
Cuarto: muchas de las cartas contienen observaciones objetivas, pero que surgen de la consideración de nuestro mundo occidental, sin tener en cuenta la vivacidad y la alegría que se encuentra en las iglesias de África, Asia y América Latina.
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