Una anciana llamada iglesia

Víctor Codina sj.

A todos nosotros nos gustaría que la Iglesia fuese joven, fuerte, vigorosa, audaz, imaginativa, primaveral, atractiva… pero la encontramos cansada, agobiada, silenciosa, como temerosa, casi muda. Nos parece vieja, anciana, a veces casi tememos que tenga Alzeheimer: recuerda el pasado, lo repite, pero parece que el presente se le escapa, es casi miope para comprender las nuevas luces que brillan y que exigen respuesta. Otras veces nos parece sorda, no escucha los gritos y el vocerío de un mundo agitado y turbulento.

Los jóvenes la abandonan hastiados de ver su estado deplorable, tan callada, tan pasiva, tan torpe, tan poco acogedora. Otros la atacan violentamente, la hieren, incluso anuncian su muerte próxima: “es cuestión de tiempo, es del pasado, es una reliquia anacrónica, es un objeto de anticuario”. Otros la quieren rejuvenecer con técnicas artificiales, antioxidantes, antiarrugas. Pero ella no se deja. Otros la ven sucia, manchada, descuidada, abandonada, desatendida, como si nadie la cuidara e intentan auxiliarla con cariño, es tan vieja la pobre…
Pero ella calla, medita en su interior, recuerda años pasados, cuando era joven y pobre, cuando la persiguieron, cuando la coronaron como reina y maestra, cuando la unieron a príncipes y reyes, cuando todos se proclamaban hijos suyos. Y ella sonríe, pues ella siempre quiso ser como al comienzo, fiel al Espíritu, sencilla, pobre, nazarena, transparente, abierta a todos, fecunda, libre, evangélica, como su Esposo el Señor. Agradece siempre a sus hijos que la quisieron volver a sus orígenes, a sus hijos fieles, que no buscaban su propio provecho sino el del Señor.

Ella es sabia, llena de experiencia, experta en humanidad, sabe que en la vida hay primaveras y también inviernos, ahora es invierno. Muchos se alejan de ella escandalizados, pero ella sabe que luego del invierno viene la primavera, tiene buena memoria. No tiene miedo, vendrán tiempos mejores, habrá hijos proféticos y audaces que le devolverán el brillo evangélico de sus comienzos, la harán pobre, evangélica y pascual. Ella tiene paciencia, espera, no se desanima, el Señor, su Esposo está ausente, pero volverá y mientras tanto posee la presencia vivificante de su Espíritu.

Ella es muy antigua, tiene siglos de historia, viene desde Adán, desde Abel, como los viejos Santos Padres lo intuyeron y por eso la llamaron “anciana”. Pasan los imperios, caen reyes y dictadores, pero ella sigue firme, callada, con paso lento, caminando hacia un fin sin ocaso. Espera siempre, sabe que el Señor habló de semillas pequeñas pero que crecen, de un poco levadura pero que fermenta la masa, sabe también que hay cizaña con el trigo, por eso no quiere arrancarlo, pues todas las veces que su hijos lo intentaron hacer inquisitorialmente, fue un fracaso. Prefiere usar misericordia, paciencia, comprensión, perdón e indulgencia, más que excomulgar y lanzar anatemas…

No quiere presionar, no quiere forzar nada como algunos desearían, no pretende ser cada vez más numerosa y fuerte, no desea ser poderosa y rica, pues los que lo intentaron la arruinaron. No pretende saberlo todo, no quiere dar normas a todos, como algunos hicieron en otros tiempos y desean que siga haciendo ahora. Ella prefiere dialogar, pero muchos de sus hijos tienen miedo al diálogo. Los tiempos han cambiado, ella prefiere callar, ofrecer el agua pura de su verdad como las fuentes de los pueblos que ofrecen agua al sediento, sin obligar a nadie a beber. Quiere abrir ventanas, sacudir polvo de emperadores y reinos pasado, quiere respirar aires nuevos y oxigenantes aunque sea anciana, pero muchos le cierran presurosos las ventanas, “no sea que la anciana se resfríe”…

Aunque nos parece callada, muda, sorda en el fondo está escuchando una voz interior que le susurra palabras de vida eterna. Cuando nos parece ciega, en realidad tiene los ojos entornados hacia dentro, hacia el Señor, su Esposo que le da fuerza, le da su Espíritu para que no se desanime, no decaiga, no pierda la esperanza, para que aprenda a vivir nuevos tiempos. Todavía le queda un camino largo por recorrer, como sucedió al viejo y cansado Elías en el desierto.

Aunque nos parezca que tiene Alzheimer, en realidad lo que busca es que la cuidemos, como un esposo que cuida con cariño a su esposa enferma, que la queramos, que la atendamos, que reflexionemos sobre lo que hemos hecho con ella, por qué la hemos dejado en esta situación, por qué la hemos abandonado buscando otras ideologías, otras religiones, otras cosmovisiones, otras espiritualidades, más atrayentes y seductoras, que nos llenen más o que quizás no nos cuestionen tanto. ¿Quién es el causante de que la Iglesia esté así hoy? ¿Quién es el culpable de que la Iglesia de hoy aparezca tan sucia y cochambrosa? ¿Quién le ha arrebatado sus joyas para lucir con ellas? ¿Quiénes han querido adueñarse de ella, utilizarla, manipularla, decir que ellos “son” la Iglesia, que la representan y hablan en su nombre? El que esté limpio de culpa que lance la primera piedra, comenzando por los más viejos…

Esta anciana Iglesia atraviesa fases como la luna, como ya lo dijeron también algunos Santos Padres. Hay momentos menguantes, de oscuridad, de eclipse: ahora estamos en uno de ellos. Pero llegarán momentos de claridad y de luz creciente. Ella brilla con la luz del Sol que es el Señor, no con luz propia. Hay que esperar, tener paciencia.
A esta anciana la visitan los pobres, los niños, mujeres fieles, gente insignificante, que no le temen, que la quieren, le llevan flores, que saben que su corazón está vivo y alegre, que aunque sea anciana es fecunda. Se sienten bien con ella, aunque hable poco o calle, escuchan su silencio como una música blanca, saben que su corazón es tierno y joven, misericordioso, que les comprende, que les quiere. Ella se lo agradece, sonríe y les acaricia con cariño maternal sus manos.

No la visitan muchos ilustrados, no recibe visitas de personas importantes y poderosas, que ya no pueden sacar provecho de ella, ya la han exprimido todo lo posible, ya han abusado de ella, ahora ya no sirve, es basura, un vejestorio. Son todos aquellos que con la excusa de servirla se han servido de ella para sus intereses, “en su nombre”. Y así la han dejado, desprestigiada, con pésima fama. Han utilizado su nombre, han invocado la civilización cristiana para enriquecerse ellos, ahora ya no les sirve esta vieja anciana achacosa.

Otros afirman que aceptan a Jesús, su Esposo pero no a la vieja y caduca Iglesia, como si el Espíritu de Jesús no animase el cuerpo de la Iglesia…La anciana Iglesia lo sabe, le duele en el alma esta preterición, pues a la larga nadie podrá ir a Jesús si no pasa por ella, nadie la podrá separar de su Esposo. Es tentación, es orgullo. Pero ella calla y espera, un día tal vez se den cuenta y vuelvan a ella, la anciana y vieja Iglesia. Ella tiene un gran tesoro para comunicar a la humanidad: se llama Jesús de Nazaret, muerto y resucitado por nuestro bien, para que tengamos vida en abundancia. Ella lo entrega generosa a los que acuden a ella con simplicidad de corazón, aunque sea anciana o precisamente porque lo es.

Un día el Señor regresará y enjoyará a su Esposa fiel con luz resplandeciente y vestidos nuevos, la Iglesia volverá a ser joven y hermosa y Él le agradecerá el haber tenido tanta paciencia y tanta fortaleza durante tantos años, por haber sido la anciana Iglesia callada y medio sorda, con un Alzheimer que parecía incurable pero que en realidad era sólo un momento de debilidad, una fase pasajera de la anciana Iglesia, siempre joven por la fuerza del Espíritu. Pero hasta que llegue este día ¿hay alguien que quiera cuidar a esta anciana llamada Iglesia?

Cochabamba, Bolivia, 2010 Publicado en critianismejusticia.net


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La tarea urgen te de la Iglesia actual es volver a Jesús

Entrevista al sacerdote español José Luis Pagola que publicó la revista 21. Pagola es un teólogo vasco que editó recientemente el libro “Jesús. Aproximación histórica”, que tiene la aprobación de José María Uriarte, obispo emérito de San Sebastián. En sólo seis meses la obra conoció ocho ediciones y vendió más de 35.000 ejemplares, pero una sanción establecida por el episcopado español a raíz de denuncias formuladas por otros obispos de ese país, decidieron a la editorial PPC retirarlo de la venta. El mes pasado ya llevaba vendido 60.000 ejemplares.

P, Desde hace algún tiempo viene insistiendo mucho en la importancia de volver a Jesús.
Están creciendo entre nosotros algunos hechos que, a mi juicio, no nos van a conducir a la renovación que la Iglesia necesita. Pienso en el desencanto y la pasividad de muchos cristianos sencillos que viven este momento con desconcierto y pena; el clima de enfrentamientos y descalificaciones entre colectivos de sensibilidades opuestas; la ausencia de diálogo entre obispos y teólogos; las lamentaciones estériles; el miedo a la creatividad y el diálogo con el mundo actual; el restauracionismo hacia el que parece tender cada vez más la jerarquía…

P, ¿Cómo debemos reaccionar ante esto?

Necesitamos urgentemente movilizarnos y aunar fuerzas para centrar a la Iglesia con más verdad y fidelidad en la persona de Jesús y en su proyecto del reino de Dios. Muchas cosas habrá que hacer, pero ninguna más decisiva que esta conversión.

P. ¿En qué consistiría?

No estoy pensando en un aggiornamento pastoral, unas reformas religiosas o unas mejoras en el funcionamiento eclesial, algo, por otra parte, necesario. Pero, cuando el cristianismo no está centrado en el seguimiento a Jesús, cuando la compasión no ocupa un lugar central en el ejercicio de la autoridad ni en el quehacer teológico, cuando los pobres y los últimos no son los primeros en nuestras comunidades…, creo que lo más urgente es impulsar la conversión al Espíritu que animó la vida entera de Jesús. Volver a las raíces, a lo esencial, a lo que Jesús vivió y contagió.

P. ¿Cómo sería esa Iglesia convertida?

Una Iglesia preocupada por la felicidad de las personas, que acoge, escucha y acompaña a cuantos sufren; a la que la gente reconoce como “amiga de pecadores”. Una Iglesia donde la mujer ocupe el lugar querido realmente por Jesús. Una Iglesia más sencilla, fraterna y buena, humilde y vulnerable, que comparte las preguntas, conflictos, alegrías y desgracias de la gente.

P. Pero ¿no hay una necesidad grande de reformas concretas en el funcionamiento y organización de la Iglesia?
Sí, y no pocas. Es probable que en los próximos años se intensifiquen los debates sobre la reforma de la Curia romana, el ejercicio del ministerio de Pedro, el nombramiento de obispos, el lugar de la mujer en la Iglesia, la inculturación, la creatividad litúrgica, los caminos reales hacia el ecumenismo…
Pero pienso que, si no existe, al mismo tiempo, un clima de conversión apasionada a Jesús, los debates y discusiones nos llevarán una y otra vez a enfrentamientos, divisiones y pérdida de energía.

P. ¿Cree que ese proceso de conversión aún es posible?
Creo que hemos de abandonar ya una lectura del momento actual en términos de crisis, secularización, desaparición de la fe… Necesitamos hacer una lectura más profética, introduciendo en nuestro horizonte otras preguntas: ¿Qué caminos está tratando de abrir hoy Dios para encontrarse con sus hijos e hijas de esta cultura moderna? ¿Qué relación quiere instaurar con tantos hombres y mujeres que han abandonado la Iglesia? ¿Qué llamadas está haciendo Dios a la Iglesia de hoy para transformar nuestra manera tradicional de pensar, vivir, celebrar y comunicar la fe, de modo que propiciemos su acción en la sociedad moderna?

P. Esto no es fácil...
En unos tiempos en que se está produciendo un cambio sociocultural sin precedentes, la Iglesia necesita una conversión sin precedentes. Necesitamos un “corazón nuevo” para engendrar de manera nueva la fe en Jesucristo en la conciencia moderna.

P. ¿Qué responsabilidad tenemos en esto como creyentes de a pie?
Tal vez, el rasgo más generalizado de los cristianos que todavía no han abandonado la Iglesia es seguramente la pasividad. Durante muchos siglos hemos educado a los fieles para la sumisión y la obediencia. La responsabilidad de los laicos y laicas ha quedado muy anulada. Por eso, creo que la primera tarea de todos es ir creando comunidades responsables. Todos somos necesarios a la hora de pensar, proyectar o impulsar la conversión a Jesucristo.

P. ¿Es posible poner más verdad en el cristianismo actual?
No hemos de tener miedo a poner nombre a nuestros pecados. No se trata de echarnos las culpas unos a otros. Lo que necesitamos es reconocer el pecado actual de la Iglesia, del que todos somos más o menos responsables, sobre todo con nuestra omisión, pasividad o mediocridad. Ha sido una pena que hayamos entrado en el siglo XXI celebrando solemnes jubileos y sin promover una revisión honesta de nuestro seguimiento a Jesús. A veces, me sorprende nuestra agudeza para ver el pecado en la sociedad moderna y nuestra ceguera para verlo en nuestra Iglesia.

P. ¿Qué nos exige esto?
Buscar una calidad nueva en nuestra relación con Jesús. Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal conocido, confesado sólo de manera abstracta, un Jesús mudo del que no se escucha nada de interés para el mundo de hoy, un Jesús apagado que no seduce, que no llama ni toca los corazones…, es una Iglesia que corre el riesgo de irse apagando, envejeciendo y olvidando.

P. Le da mucha importancia a poner en el centro de las comunidades cristianas el relato evangélico. ¿Por qué?
Los evangelios no son libros didácticos que exponen doctrina académica. Tampoco biografías redactadas para informar con detalle sobre su trayectoria histórica. Lo que en ellos se recoge es el impacto causado por Jesús en los primeros que se sintieron atraídos por él. Son “relatos de conversión”. En esta actitud han de ser leídos, predicados, meditados y guardados en el corazón de cada creyente y el seno de cada comunidad.

P. ¿Qué nos enseña el relato evangélico?
El estilo de vida de Jesús: su manera de ser, de amar, de preocuparse por el ser humano, de aliviar el sufrimiento, de confiar en el Padre. Este esfuerzo por aprender a pensar, sentir, amar y vivir como Jesús debería estar en el centro de las comunidades.

P. ¿Tendríamos que repensar la Iglesia al estilo de Bonhoeffer, menos institución y más disuelta en la masa?
La tentación más grave de la Iglesia actual es fortalecer la institución, endurecer la disciplina, conservar de manera rígida la tradición, levantar barreras… Se me hace difícil reconocer en todo esto el Espíritu de Jesús que nos sigue invitando a poner “el vino nuevo en odres nuevos”.
El restauracionismo puede llevarnos a hacer una religión del pasado, cada vez más anacrónica y menos significativa para el hombre y la mujer de hoy.

P. Se habla del peligro de convertirnos en un islote dentro de la sociedad moderna.
Tenemos que aprender a vivir en minoría, no de manera dominante y hegemónica, sino compartiendo con otros la condición de perdedores en esta sociedad. A muchos la Iglesia se les presenta hoy como una institución lejana que sólo parece enseñar, juzgar y condenar. El hombre moderno en crisis necesita conocer una Iglesia cercana y amiga, que sepa acoger, escuchar y acompañar.

P. ¿En qué dirección tendrían que cambiar nuestros lenguajes y modos de transmisión de la fe?
Sé que el lenguaje teológico y doctrinal es absolutamente indispensable para dialogar con el pensamiento moderno, pero creo que es un error tratar de iniciar a la fe o alimentarla, dando primacía a la exposición doctrinal, explicada casi siempre en categorías premodernas.
A mi juicio, hemos de recuperar y dar más relevancia a la experiencia fundante que vivieron junto a Jesús los primeros discípulos, y, sobre todo, a la enseñanza de su estilo de vida. Hemos de aprender a creer desde la sensibilidad, la inteligencia y la libertad de nuestra cultura contemporánea: poner el Evangelio en contacto con las preguntas, miedos, aspiraciones, contradicciones, sufrimientos y gozos de nuestros tiempos.

P. ¿Es posible mirar hacia el futuro de la Iglesia con esperanza?

Lo primero es construir nuevas bases que hagan posible la esperanza. Hemos de aprender a despedir lo que ya no evangeliza ni abre caminos al reino de Dios, para estar más atentos a lo que nace, lo que abre hoy con más facilidad los corazones a la Buena Noticia. Al mismo tiempo, hemos de impulsar la creatividad para experimentar nuevas formas y lenguajes de evangelización, nuevas propuestas de diálogo con gentes alejadas, espacios nuevos de responsabilidad de la mujer, celebraciones desde una sensibilidad más evangélica… Creo que hemos de dedicar más tiempo, oración, escucha del evangelio y energías a descubrir llamadas y carismas nuevos para comunicar hoy la experiencia de Jesús.

Mª Ángeles López Romero



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Conmovedor adiós al cura Nelson Dellaferrera

El periódico La Voz del Interior, de Córdoba publicó esta nota a raíz de la muerte del padre Nelson Dellaferrera, ocurrido el 29 de marzo.

"Enterramos a sus protagonistas, pero no podemos enterrar el pasado", reflexionó ayer un conocido abogado, durante el multitudinario velatorio del legendario cura Nelson Dellaferrera, en barrio Jardín.
El deceso se produjo como consecuencia del cáncer que lo aquejaba desde hace tiempo. Sus restos fueron transitoriamente depositados en el Panteón de las Esclavas, del Cementerio San Jerónimo. A pedido suyo, Dellaferrera descansará finalmente en Santa Cecilia, la parroquia donde ofició en la última década. En el Arzobispado estiman que en mayo se podrá concretar la inhumación.
Nelson Dellaferrera fue sacerdote, profesor y un referente internacional en Derecho Canónico, además de historiador, ensayista y ex Vicario Judicial. Había nacido en Sacanta el 4 de abril de 1930. Se ordenó en 1954. Su trayectoria es un testimonio de las vicisitudes del catolicismo en la segunda mitad del siglo pasado. Tanto o más que por su aporte a la casuística jurídico religiosa, sobre todo a las nulidades matrimoniales, el "cura de las Monjas Azules" será recordado por su accionar en el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo.

En los años '60, durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, fue una figura conspicua en la influyente parroquia Cristo Obrero. En parte, allí se gestó la militancia nacional y cristiana que luego tomaría caminos diversos, en la aciaga década de 1970.
Personaje. Aunque el escritor Marcos Aguinis nunca lo admitió oficialmente, el personaje de Carlos Samuel Torres, protagonista de la célebre novela La cruz invertida (1970), estaría directamente inspirado en Dellaferrera. En Córdoba, éste es un secreto a voces. También lo es que a él nunca le gustó la forma en que había sido retratado.
El padre Nelson integró los máximos tribunales de Derecho Canónica e Historia. Fue un gran estudioso de los sínodos, la legislación colonial y las vidas de los Obispos Orellana y Arancibia. Logró que el miedo y la violencia conyugal, en particular ejercido por el marido sobre la esposa, fueran una razón indeclinable de nulidad del vínculo.
Por cuestiones burocráticas, no alcanzó a ocupar su sitial en la Junta de Historia de Córdoba, en la que pensaba presentar su extenso estudio sobre "Matrimonios clandestinos".
Hombre de mucho carácter, Dellaferrera poseía una condición retórica poco común. Tenía muchos seguidores, sobre todo jóvenes, que no extrañarán su pasado beligerante ni su copiosa autoría, sino sus elocuentes sermones dominicales.


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