El cura Rodolfo Ricciardelli, uno de los fundadores del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, falleció el domingo 13 de julio como consecuencia de un cáncer de médula que venía tratándose desde hace unos años.
"Su fe, su fuerza, lo hizo durar mucho más y hasta último momento estuvo con nosotros, los curas villeros. Nos deja su cristianismo popular, el amor al pueblo, y además un rayo de santidad", expresó su amigo el cura José Di Paola de la Villa de Barracas, en a ciudad de Buenos Aires.
Ricciardelli tenía 69 años. Conocido con el apodo de “Richard” vivía en la Villa del Bajo Flores. Hasta último momento ofició misa en la Parroquia María Madre del Pueblo creada por otro cura villero, el padre Jorge Vernazza.
Incorporado a la lucha popular pasó por innumerables situaciones de peligro en las que siempre privilegió el acompañamiento a las personas. Durante la Dictadura del 76 estuvo entre los que resistieron las topadoras que destruían los barrios de precarias viviendas, a los que se los conocía como “Villas de Emergencia”
A su sepelio concurrió mucha gente, de distintos sectores sociales, comprometidos con los más necesitados, en lo que en la Iglesia Católica Romana se denomina “la opción por los pobres”
Entre las innumerables anécdotas se encuentran aquellas referidas a que “Richard iba a las casas de los chorros y le hacia devolver las cosas"; sus enfrentamientos con “los poderosos”; su militancia sin declinaciones con el Movimiento de los Sacerdotes del Tercer Mundo.
Fotos de los curas asesinados en la convulsionada década argentina del 70, estaban en el velatorio como ofrendas de vida en la lucha por la dignidad humana. Junto a ellas, banderas de países hermanos, colocadas por los inmigrantes que viven en las Villas, al lado de réplicas de vírgenes y “Jesuses” negros.
En esta Villa, que al igual que tantas otras son “zonas de no derecho”, desconocidas para la mayoría de la ciudadanía –excepto por acontecimientos negativos-, las crónicas de los medios barriales repitieron la expresión “Se nos fue el cura”, en un significativo reflejo de la emoción que sobrevolaba en esa humilde capilla donde se despidió al cura Rodolfo Ricciardelli.+ (PE).
08/07/17 - PreNot 7505
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Llegó en 1971 a La Quiaca, donde lo único que sobra es intemperie. Sabe que el peor enemigo de los pobres es el silencio.
DEL DIARIO CRITICA DE LA ARGENTINA
Por Reynaldo Sietecase.
Es andaluz, nació en Granada no en Belén. Es bajito, no tiene barba. No parece un rock star. Todo lo contrario: su cabello está perdiendo la batalla con el tiempo. Usa anteojos con vidrios gruesos. Igual se parece mucho al nazareno. Incluso, cuando siente que sus pedidos no son atendidos, se crucifica. Como si todo su cuerpo fuese una señal desesperada con destino al cielo y a la tierra, se crucifica.
El padre Jesús Olmedo es el párroco de la Iglesia Nuestra Señora del Socorro de la Quiaca. Llegó al país en 1971, tenía 25 años y su imagen de la Argentina se resumía a una postal con vacas, pampa, abundancia, cultura y desarrollo. El flamante sacerdote no tardó mucho en comprobar que había llegado a uno de los lugares más pobres de Latinoamérica, dónde lo único que sobra es la intemperie.
Años después tuvo que volver a España y, a comienzos de los 90, regresó a La Quiaca para quedarse definitivamente. Como el otro Jesús, el tipo es un peleador y los niños del norte argentino le habían ganado el corazón. “Había venido a evangelizar y ellos me habían evangelizado a mí”, repite. Comprendió además que los integrantes de los pueblos originarios están en el último escalón de la pobreza. ¿En qué otro lugar debería estar Jesús?
En dos décadas de trabajo intenso, el padre Olmedo ayudó a establecer una decena de comedores. Es que el hambre es la necesidad más urgente. Según su propio diagnóstico, la mitad de los niños de esa zona de Jujuy están desnutridos. Por esa razón, la imagen de la leche derramada en la ruta, en mitad del conflicto entre el gobierno y el campo, lo indignó de manera especial y salió a decirlo: “mientras se pelean por las retenciones los pobres siguen pasando hambre”. Unos días antes, a comienzos de Junio, una movilización de pobres y desocupados fue reprimida de manera brutal por la policía provincial. Hubo varios heridos de bala, entre ellos, el propio Olmedo.
Jesús sabe que el peor enemigo de los pobres es el silencio. Escribió un libro sobre ese tema: La cultura del silencio. “Cuando un pueblo calla durante tanto tiempo es porque ha sido silenciado” y sugiere: “desde la cultura del silencio hay que pasar al grito de los excluidos”. Con esa idea, en la semana de los dos actos, bajó a Buenos Aires. En medio de la peor disputa de poder de los últimos años, Jesús bajó a la Capital. Aquí, como dicen en el interior, atiende Dios. Aunque él cree que si lo dejan, “si no lo encadenan, Dios está en todos lados”.
El padre logró algunas cosas, en medio de la disputa por la soja, la ministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner, le prometió hacer un relevamiento de la zona y ayuda oficial inmediata. El líder chacarero Alfredo De Angeli, que lo cruzó en un canal de televisión, le garantizó el envío de alimentos. También recibió apoyo de distintas parroquias y organizaciones sociales de todo el país.
Jesús agradece pero sabe que nada será suficiente sino se remueven las causas profundas de la iniquidad. Por eso sigue exigiendo a las autoridades políticas la generación de puestos de trabajo, más escuelas, cloacas, agua potable, obra pública, subsidios para los desempleados. También pide que se controle el contrabando de artículos de primera necesidad desde La Quiaca hacia Villazón en Bolivia, que mezcla corrupción y carencias. Y que la legislatura jujeña declare a La Quiaca zona de emergencia.
Uno de los mayores desafíos asumidos por Olmedo es que la sociedad tome conciencia. Quiere que se asuma que en “La Quiaca comienza la Argentina” y para eso debe enfrentar los muros de silencio que imponen los prejuicios y la indiferencia hacia los coyas, hacia los antiguos dueños de la tierra, hacia los habitantes del norte profundo que están entre los argentinos más olvidados. Esos compatriotas que deben mendigar por lo que les pertenece por derecho propio.
Es por eso que a Jesús le cuesta entender algunas cosas de este país, al que considera suyo: “En el 2001 veíamos por televisión como se hablaba de la crisis argentina por la plata que se había quedado dentro de los bancos y no se hablaba de la crisis argentina por el hambre y la miseria”. Un periodista porteño le pidió una definición: “¿Usted está con el campo o con el gobierno?” y el padre respondió: “Con ninguno de los dos. Yo estoy con los pobres”.
Jesús estuvo en Buenos Aires. No organizó ningún acto.