El tema de las celebraciones dominicales a cargo de diáconos, religiosos de uno y otro sexo y de laicos, se reitera periódicamente. La ausencia de sacerdotes es muy grave en Europa, pero tampoco sobreabundan en América del Sur, porque en Argentina fueron convocados los diáconos para presidir dichos encuentros religiosos y en Brasil las religiosas. Lo grave es que los obispos no terminan de asumir esta realidad y ante la pregunta periodística sobre el futuro suelen convocar a la Providencia para que les solucione el problema.

Ahora el obispo de Girona opta por encontrar una salida a este vacío sacerdotal.
La diócesis de Girona –en territorio catalán- tiene una extensión territorial de 4.705 km2  con unos 850.000 habitantes. Pastoralmente incluye 13 arciprestazgos, 383 parroquias y 12 anexos (más de 250 parroquias no llegan a los mil habitantes), que son atendidas por unos dos centenares de presbíteros y religiosos con cargos pastorales. La media de edad de los presbíteros es alta, supera los sesenta años.
Ante estas cifras y ante el número limitado de ordenaciones, una al año aproximadamente, hace poco más de un año que la diócesis incorporó a los seis primeros diáconos permanentes, mientras se está formando una segunda promoción en número similar.

Celebraciones en ausencia de presbítero
Pese al esfuerzo que llevan a cabo los presbíteros diocesanos, no sólo en las celebraciones dominicales y festivas, no hay que olvidar las atenciones parroquiales —celebración de los sacramentos y de los acontecimientos tradicionales, como romerías, fiestas mayores, encuentros, etc.—, esta dispersión geográfica aconseja avanzarse con el fin de prever estas atenciones pastorales a mediano plazo.
En este sentido, el obispo de Girona, Francesc Pardo, ha firmado un decreto que instituye en la diócesis las celebraciones dominicales en ausencia de presbítero.
Según el texto están pensadas «para las comunidades cristianas que no pueden ser asistidas habitualmente por un presbítero en la celebración de la Eucaristía dominical».
Con todo, sigue el decreto, «se debe asegurar que en las parroquias y comunidades donde sea necesario introducir este tipo de actos se celebre también periódicamente la Eucaristía» y «se pueda recibir también el sacramento del perdón ». Del mismo modo, se indica que hay que mantener la celebración de la Eucaristía en las grandes jornadas y fiestas parroquiales y locales. El obispo encarga a los arciprestes y párrocos de las iglesias que estudien «en qué comunidades se debe introducir celebraciones dominicales en ausencia de presbítero. Será el arcipreste quien tendrá que pedir autorización al obispo y proponer a «las personas idóneas para este servicio y las comunidades donde se debe ejercer».

Cómo serán las celebraciones
El decreto también prevé quién tendrá que presidir estas celebraciones, que, siempre que sea posible, estarían a cargo de un diácono. «De otro modo —dice el decreto—, las dirigirá un religioso no presbítero, una religiosa, un laico o una laica suficientemente preparados y con la debida autorización.» También será necesario que las comunidades afectadas estén «debidamente informadas y recibir una catequesis adecuada».
En el momento en que se aplique el decreto, se revisarán los horarios de las misas, «valorando reducir alguna», dice el decreto, recomendando no suprimir la celebración de la Eucaristía dominical en los pueblos pequeños «aunque para dicho fin haga falta reducir el número de celebraciones en los lugares donde haya más de una».
Para la aplicación del decreto, se encarga a la Delegación episcopal de Pastoral Litúrgica la labor de velar por «la esmerada aplicación de la normativa» y también por «la formación adecuada» de quienes deberán dirigir las celebraciones.

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El sueño de Galilea

José Cristo Rey García-Paredes

Entre Galilea -periferia carismática- y Jerusalén -centro oficial-, anda la Iglesia. Hay épocas históricas en que ella vive el "sueño de Galilea". Es el tiempo extraordinario, el tiempo del estado naciente (F. Alberoni). Hay otras épocas, más prolongadas, en que la Iglesia se encierra en las murallas de Jerusalén, vive segura en sus palacios, e incluso alberga la tentación de establecerse como centro de poder en el templo y asumir el rostro de su pasado judaico. Es ciertamente en Jerusalén donde el caos llega a su culminación. Pero es fuera de sus murallas donde la nueva creación estalla. Jerusalén es el estado normal, el tiempo del gobierno, de la consolidación institucional. ¿Dónde nos encontramos hoy? ¿En Galilea, o en Jerusalén? Hace ya tiempo que se han ido frenando en la Iglesia las ansias de soñar, de esperar lo nuevo, de enamorarse de ideales y utopías. Estamos en la Iglesia de los realistas, de los burócratas y buenos gestores. La palabra "profecía" se pronuncia en tono menor. Ante la palabra "carisma" se suscitan recelos o sonrisas irónicas. ¡Ay, qué lejos queda ya Pentecostés! Aquel Pentecostés que se soñó acontecimiento permanente.

La Iglesia está sujeta, bien sujeta. No es el tiempo de las iniciativas, de la creatividad, de la espera gozosa de lo nuevo. Por doquier surgen "prohibido el paso", "no al...". El arte, la teología, la liturgia, el pensamiento se han vuelto cansinos, repetitivos, acostumbrados. Es como si el "revival" del gregoriano o de las liturgias imperiales, o de los discursos grandilocuentes, fuera ya nuestra única salida.

Se cree en exceso en el poder transformador de la tradición. ¿Nueva evangelización o revival? ¡Qué bien se sienten en esta atmósfera los tradicionalistas de siempre! Pero hay una generación que fue muy soñadora y se siente hoy demasiado castigada y relegada. Es como si le estuvieran demostrando por activa y por pasiva que todo fue una equivocación. "¿Socialistas? Ahí tenéis el socialismo" "¿apertura, diálogo? Ahí tenéis las defecciones, las salidas", "¿liturgias creativas? ahí tenéis a las masas buscando respuesta a sus ansias religiosas en las sectas", "¿teología de la liberación, teología moderna, ahí tenéis a los Boff, Küng, Schillebeckx, en los márgenes o fuera casi de la Iglesia".

La generación que soñaba con la teología de la liberación, o con una teología más dialogante con nuestra cultura, quienes se entusiasmaban ante la lectura histórica del Evangelio, los que veían en la inserción con los más pobres, en las luchas solidarias por los últimos de la tierra, la gran aplicación del Evangelio para hoy, se ven destinados a envejecer sin contemplar la tierra de sus sueños.

Mujeres y hombres de Iglesia que hoy hablan más bajo. No quieren causar conflictos. Saben que no será convocados para nada importante a nivel oficial, que no se confía en ellos y ellas. En este tiempo de desierto, en esta noche oscura, están descubriendo con más pureza a su Dios. Oran, sufren, callan, esperan. También gozan, porque han descubierto la alegría de lo pequeño, el gozo de la humildad, la fecundidad del olvido oficial. Y son muchas, muchos más de los que cabría esperar. Desean un cambio profundo en la Iglesia. Dudan de que vaya a llegar pronto. Se contentan con la política de los pequeños pasos. Su fe es hoy más sólida. Creen a pesar de todo.

Y ¿ porqué recordar hoy a esta generación? Porque a pesar del poco reconocimiento que obtiene, ha sido el instrumento del que se ha servido el Espíritu para introducir lo extraordinario en su iglesia; porque a través de ella la Iglesia entró en estado naciente; porque el Espíritu ha hecho de ella una generación apasionada, enamorada, entusiasta, rebelde, revolucionaria. Le quedan ya pocos años. Irá poco a poco muriendo, cuando algunos ya la han hecho morir en sus decisiones unilaterales. Cuando uno piensa en Jesús de Nazaret, en Jesús de Galilea, con su historia, sus gestos, su mensaje, su apasionado amor al pueblo, no puede dejar de evocar esta generación. Aquel Jesús era un marginal, un personaje liminal.

Jesús no era un hombre de centro, sino del margen, de la frontera. Cuando llegó a su madurez vital abandonó con total radicalidad su status profesional, su oficio, su casa, y se convirtió en un rabino o profeta itinerante. Sin ningún tipo de mandato oficial, sin ningún aval de autoridad, proclamó la llegada inminente del Reino de Dios y pidió a todos una urgente conversión, es decir, un cambio radical en la forma de vivir y de pensar. Hablaba de Dios de tal manera que los teólogos oficiales lo acusaban de blasfemo. A las prohibiciones del Antiguo Testamento respondió con aserciones alternativas "pero yo os digo". Su madre María expresó muy bien hasta dónde llegaba la alternativa: "Dios... derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humillados, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos". Jesús no supervaloraba las autoridades de este mundo, ni se prosternaba indignamente ante ellas. Como laico profeta tomó posesión del templo y reivindicó otro tipo de templo, de culto y de teología.

Galilea era la marginalidad del imperio y también del Israel de Dios. Predicó desde la marginalidad. No tuvo a su disposición ningún tipo de estructura que avalase su magisterio o su profecía. Cuando le preguntaba la autoridad judía ¿con qué autoridad haces esto? Él respondía identificándose con otro marginal, Juan Bautista, a quien la oficialidad judía no había acogido, pero a quien el pueblo había consagrado. Pero en su marginalidad Jesús fue la creatividad en acción. Era llevado por el Espíritu. No fundó en torno a sí un grupo de burócratas u oficiales. No se parapetó tras el cerco de instituciones que asegurasen el futuro. No hizo de las estructuras económicas su fuerza. Ni con ellas protegió a su grupo. Dejaba que las mujeres lo alimentaran con sus bienes, que formaran parte de su grupo, que entraran a formar parte del discipulado teológico.

Cuanto hoy en la Iglesia nos preguntamos por la voluntad de Jesús hemos de ser humildes y modestos para no confundirla con la nuestra. Hay toda una línea de conducta y de actuación que está ciertamente en línea con la voluntad del Señor. Todo lo que acelera la llegada del Reino del Abbá, todo lo que crea entre nosotros la gran fraternidad y sonoridad, todo aquello que evita que se establezcan entre nosotros relaciones de poder "mundano". Está bien preguntarse una y otra vez qué es voluntad de Jesús para -en consecuencia- cambiar en la Iglesia todo lo que haya que cambiar. Pero probablemente nunca lleguemos a conocer esa voluntad en total discernimiento. Porque en el fondo, Jesús estaba sometido a la voluntad del Padre que se revela históricamente en la inspiración del Espíritu.

Voluntad de Jesús es que no dejemos de soñar, ni de ver visiones, ni de esperar milagros, ni de caminar, de luchar contra el mundo viejo. Hemos sido convocados a la "nueva evangelización". Volvamos a Galilea. Volvamos a soñar y a acoger con ilusión tantos sueños que el Espíritu ha ido sembrando por el mundo.

Que venga de nuevo la profecía, el carisma. Que la Iglesia de Jesús pueda sonreír a través de nuevos momentos de reconciliación, abrazos y besos de paz. Que una gran ola de ecumenismo nos invada a todos y acabe de una vez con tanto unilateralismo. Necesitamos voces proféticas que nos llamen de nuevo a la comunión pero no en fórmulas, no en personajes autoritarios, sino en Jesucristo, en su Evangelio, en la fe de su comunidad, de su pueblo, en la práctica evangélica.

 

José Cristo Rey García-Paredes 
Dr. en Teología Profesor de Teología en Colmenar Viejo (Madrid), en el Studium Theologicum de Curitiba (Brasil), en la Universidad de Salamanca, en el Instituto de Vida Religiosa de Madrid, Institute for Consecrated Life in Asia (ICLA), en Manila (Filipinas) y en el Formation Center de Taiyuan (Shanxi – China).

Director de la revista “Vida Religiosa” en Madrid, miembro de la Comisión Teológica de la Unión de Superiores Generales en Roma, Miembro de la Comisión Teológica del CELAM, Director de la Escuela “Regina Apostolorum”, Director del Instituto Teológico de Vida Religiosa en Madrid.

Lleva publicados alrededor de 30 libros de teología y pastoral.

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Mediación en el conflicto austríaco: "Deshacer los nudos, para rehacer los lazos"

"Este conflicto no puede ser resuelto sin la colaboración de las partes y sin una implicación positiva de Roma" 

Emilia Robles Bohórquez, presidenta de Proconcil(1) 

La llamada a la desobediencia por parte de un 10 % de los sacerdotes austríacos no tendría por qué sorprender ni escandalizar, aunque se pueda estar más o menos de acuerdo. No es más que un síntoma de dinámicas que se vienen produciendo desde hace décadas en una sociedad como la austríaca (la primera que lanzó el Manifiesto Somos Iglesia en 1995). Era -por tanto- algo anunciado; tal vez no de esta manera, o no en esta fecha precisa, pero- en nuestro análisis- sabíamos que podía suceder. Son los países con un catolicismo más acendrado y tradicional, como ocurre también en Irlanda, donde estos conflictos pueden surgir con amplitud y más virulencia; y se pueden orientar como en el caso de Austria, hacia una situación precismática. Esta deriva es funcional a producir una alerta máxima en la Iglesia, pero también puede desorientar si nos quedamos atrapados en esa expresión del conflicto. 

Quedarse en el síntoma de la revuelta austríaca, no propiciaría un acierto en los cambios. No es menos grave el cisma silencioso que se viene produciendo en sociedades más secularizadas, ante una Iglesia cuyas relaciones, lenguajes y ética no convencen y le restan credibilidad y eficiencia en su Misión evangelizadora. Es una ruptura fáctica que no sólo afecta a los ciudadanos de a pie- que dejan de identificarse masivamente con una institución y a criticarla- sino que afecta a sacerdotes y religiosos, disminuidos en número y, a veces en sentido, cuyos miembros críticos más comprometidos se centran en cuestiones sociales y de compromiso con pobres y excluidos; los más acomodaticios en vivir su vida (o su doble vida); y unos y otros tratan de olvidarse de la Iglesia y de su pertenencia a ella en todo lo que resulte prescindible. 

Es muy comprensible la preocupación del Cardenal Shörborn y de otros obispos, que se han pronunciado en Austria intentando buscar soluciones. Cómo pastores inteligentes y formados saben que es una situación con salidas complejas. Castigar o intentar excluir a los líderes de la Iniciativa no haría más que agravar el problema y colocaría al Cardenal Arzobispo de Viena en un lugar que no le corresponde, con graves perjuicios para la Iglesia en su conjunto. Pasarlo por alto daría alas a los inmovilistas que le criticarían por su debilidad. Sobre todo hay que poder entender que se necesita tomar distancia de la situación y trabajar desde un punto exterior al conflicto para poder ser eficaces en las alternativas. Pasa por Austria y por sus autoridades eclesiásticas, pero las transciende, porque afecta a toda la Iglesia. 

Quienes lideran la Iniciativa deben comprender también que si quieren una transformación profunda, esto lleva tiempo y reflexiones que deben plantearse en profundidad, por etapas, en círculos diversos y con sentido de proceso. Porque no sólo importa la consecución de una reforma, por otro lado imposible de realizarse en semanas o meses, sino con qué enfoques eclesiológicos se haga y cómo se realice, desde el punto de vista de las lógicas, de la participación y de los consensos. Máxime cuando, no sólo se ha de abordar y dirimir en Austria, aunque allí tenga un tratamiento específico; y cuando hay que ampliar el enfoque de las reformas concretas, para conciliar lo local y lo universal, anticipándose, si es posible, a explosiones de conflicto. Se necesitarán también signos convincentes de que esto va a ser abordado ya en un clima sereno de diálogo, colaboración amplia y búsqueda de consensos. 

Queda claro que es éste un conflicto que no puede ser resuelto sin la colaboración de las partes y sin una implicación positiva de Roma. Sentarse juntos, escucharse y hacerse cargo de las legítimas preocupaciones una parte de la otra es lo único que parece conducente. Si las demandas de la Iglesia austriaca no conectaran con un interés de la Iglesia Universal tendrían difícil solución. Pero nada de eso parece suceder. Y a priori no hay ningún tema para el que no se puedan encontrar salidas aceptables teológica y eclesiológicamente hablando. 

Es preciso "subirse al balcón" y ver las preocupaciones e intereses que existen más allá de determinadas posiciones. Porque hay varios intereses compartidos que pueden emerger con facilidad para orientar las demandas de reforma: la vida eucarística de las comunidades, la inculturación de la Iglesia en la sociedad en la que vive, el crecimiento de un compromiso comunitario con una Iglesia más creíble y más acorde con valores del Evangelio, la acogida pastoral. Y en la historia de la Iglesia desde sus orígenes hay orientaciones que, aunque en los últimos siglos no se hayan puesto en práctica en la Iglesia Católica Romana, siguen siendo válidas. 

Hay además otra cuestión crucial, que es la del avance o retroceso en el acercamiento con otras Iglesias cristianas. Si el conflicto de Austria terminara en cisma, este no se detendría en Austria. La desesperación ante el inmovilismo aparente es muy amplia en los sectores más comprometidos con la Iglesia. Y generaría simpatías de otros más alejados. Tal vez los disidentes podrían aproximarse a las Iglesias reformadas en una dispersión, que no es lo que buscan estas Iglesias. Y tal vez también, después de producirse esa grave sangría, habría un movimiento de los sectores más cerrados de algunas Iglesias, que querrían venir a formar parte de una Iglesia Católica Romana atrincherada en posiciones tradicionalistas y sectarias. 

No es eso lo que espera de la Iglesia una humanidad doliente, que precisa ver en la Iglesia el rostro de Cristo solidarizado con los dolores, los gozos y las esperanzas de la Humanidad. No es lo que anhelan la mayoría de los creyentes, ni lo que se convendría a esa juventud católica, representada- en parte- por los que vinieron a la JMJ; que por más vivas al Papa que dieran en este contexto madrileño de emoción, se verían gravemente afectados por esa deriva cismática. 

No hay que ignorar que por bien que se aborde la cuestión, no va a llover a gusto de todos. Algunos sectores de diferente signo rechazan la mediación, porque sus intereses, ocultos en gran parte debajo de la punta del iceberg que representan sus argumentos explícitos, son, en gran medida particulares o sectarios; y están íntimamente unidos a posiciones rígidas e inamovibles, (en ocasiones corruptibles, por aquello de que "el fin justifica los medios", o por intereses espurios desde el inicio). 

De conflictos como este y otros similares, sacan sus réditos. La preocupación por ellos debería quedar en un segundo lugar, frente a la de buscar salidas eficientes con una conciencia eclesial amplia e inclusiva; sugiriendo innovaciones que promuevan un cambio real, con los menores costes posibles y con la mayor coherencia evangélica deseable. Un cambio que beneficiara la consecución de esos intereses compartidos que se orientan hacia la gran Misión de la Iglesia en el mundo, ligada al mensaje de Jesús de Nazareth, algo en lo que se juega hoy la Iglesia Católica Romana su identidad y su futuro. Con ella, se lo juega también toda la Humanidad y de una forma especial, los y las más pobres. 

Y para quien no sepa, o a quien pretenda ignorar las condiciones de la mediación, tan sólo recordar que esas reglas y límites existen. La mediación, además de requerir una demanda de las partes, tiene una supervisión ética universal; y hay en contextos en los que no es posible. Las prácticas corruptas y el abuso de poder son algunos de los límites que impiden su desarrollo. 

Por eso, la mediación, aunque se ofrezca a todos no puede realizarse con todos. Salvadas y denunciadas esas objeciones cuando se den, hay que intentar que los consensos y los compromisos de colaboración y evaluación en este proceso de renovación conciliar imprescindible ya sean lo más amplios posibles. La misión profunda del mediador es "deshacer los nudos, para rehacer los lazos". En la Iglesia es el proceso que ayuda a labrar la Comunión. 

(1) Proconcil es una fundación especializada en mediación, constituida en 2006, con sede en Madrid. Su misión consiste en facilitar el contacto, el diálogo y la colaboración entre personas y entre instituciones o entidades de diverso tipo.

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El cerco a Pagola

< x-small;">Joxe Arregi, teólogo 
YA había dado por finalizadas estas reflexiones hasta después del verano, pero DEIA me pide que escriba una semana más, informando de paso a los lectores sobre la suspensión, no vayan a enredarse haciendo conjeturas (por asociación).

El motivo no es otro que la carga de tareas con que llega el verano. Interrumpiré, pues, estas reflexiones hasta el otoño, cuando las golondrinas se hayan ido, sin necesidad alguna de nihil obstat.

El nihil obstat es una pobre hechura humana, por mucho que se la quiera revestir de autoridad divina. Para poder publicar un libro, el autor o la editorial religiosa debía primero obtener de su obispo el nihil obstat -en latín: “no hay nada que oponer”-, garantizando que la obra no contenía nada contrario a la doctrina o la moral de la Iglesia. Estas cosas, como otras, habían ido cayendo en desuso después del Vaticano II, pero vuelven con fuerza, y no precisamente como vuelven las golondrinas, a vivir volando, sino como vuelven las penas, a veces hasta a asfixiarle a uno. 

Hace unos días supimos que la Comisión de la Doctrina de la Conferencia Episcopal Española había obligado -al fin y al cabo se trata de eso, lo cuenten como lo cuenten- al obispo de Getafe a negar el nihil obstat a un nuevo libro de José Antonio Pagola: El camino abierto por Jesús. Marcos (la editorial encargada de la publicación está ubicada en Getafe). Vuelven las penas y censuras y es muy triste que vengan precisamente de quienes dicen representar a la Iglesia llamada a aliviar angustias penas y abrir caminos, como hizo Jesús: “Venid a mí, todos los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. 

No han hablado así, tampoco esta vez, los obispos de la Comisión. Tampoco esta vez han representado a Jesús. En realidad, tampoco han representado a la Iglesia, pues nadie les ha elegido para hacerlo. Arrogándose un poder contrario al Evangelio, vuelven a ensañarse con Pagola, quién sabe por qué oscuros motivos. El más oscuro sería ese pernicioso afán de poseer la verdad, esa destructiva codicia de poder, esa terrible incapacidad de tolerar la diferencia, esa aversión a la libertad, esa falta de compasión, más terrible en unos hombres que se dicen religiosos, más triste y terrible si cabe en unos hombres que se dicen seguidores e incluso representantes de Jesús, lo sean o no. 

Los motivos que aducen -de acuerdo al documento filtrado a la prensa- son auténticas sinrazones, o así me lo parecen. Por ejemplo, denuncian en el teólogo guipuzcoano el “riesgo de deslizarse hacia planteamientos propios del pluralismo religioso”, como si el pluralismo religioso fuese un riesgo, no una gracia. O le imputan la “relativización de fórmulas dogmáticas en razón de la praxis”, como si las fórmulas dogmáticas no fuesen precisamente eso: relativas a la praxis, como lo fueron en su origen, y como ha enseñado siempre la mejor teología: que la fe no se refiere a la creencia o la fórmula (Santo Tomás de Aquino), que los dogmas nacen de la vida y deben llegar a la vida, y que solo en esa medida valen de algo. Si no, no valen de nada. 

Y le acusan de callar sobre “verdades de fe como la existencia del demonio”… Ya es exceso de celo dogmático o de fanatismo acusarle a alguien de callar algunos dogmas, por verdaderos que fueran. Pero acusarle de silenciar simplemente -sin afirmar ni negar- la existencia del demonio, eso ya pertenece al esperpento en unos hombres que, cuando les duele la cabeza, toman aspirinas en vez de recurrir a exorcismos o conjuros. Supongo. 

Censuran también a Pagola de la manera más virulenta por afirmar que la Iglesia discrimina a la mujer, y preguntan escandalizados: “¿Pretende decir que se debe admitir a las mujeres al sacerdocio ministerial oponiéndose así a una enseñanza infalible?”. Huelgan comentarios. Pero han de saber los obispos censores de la Comisión doctrinal que ningún Papa ha enseñado nunca la prohibición del sacerdocio ministerial de las mujeres como “doctrina infalible”. Juan Pablo II estuvo a punto de hacerlo, pero no lo hizo, y se dijo entonces que fue el cardenal Ratzinger, Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe y hoy papa, quien le disuadió. La praxis y la enseñanza de Jesús, el Nuevo Testamento y la historia de la Iglesia, además del sentido común, dan testimonio unánime contra esa enseñanza, y no hay que darle más vueltas. 

Pero hay más. La Comisión de la Doctrina acusa a Pagola por afirmar que “la primera tarea de la Iglesia no es celebrar culto, elaborar teología, predicar moral, sino curar, liberar el mal, sacar del abatimiento, sanear la vida, ayudar a vivir de una manera saludable”, y consideran esa afirmación como incompatible con la fe católica. ¿Piensan entonces que hay algo más importante para la fe católica que curar, liberar y sacar del abatimiento? Si fuera así, deberíamos renegar de la fe católica por fidelidad a Dios y a Jesús. Pero no: el cultivo y el cuidado de la vida es lo más sacrosanto de la fe católica, por mucho que algunos obispos nos quieran enseñar lo contrario. Estos obispos, en su afán inquisidor, podrían llegar a condenar incluso a Joseph Ratzinger que en 1969, cuando aún no era cardenal ni Papa, en su libro El nuevo pueblo de Dios escribió: “el culto divino más auténtico de la cristiandad es la caridad”. 

Señores obispos de la Comisión Doctrinal, quédense con la doctrina, pero devuélvannos el Evangelio, por amor de Dios y de todas las criaturas. ¿Les importa a ustedes el amor de Dios? ¿Les importa el Evangelio de Jesús? ¿Les importa la pobre gente? ¿Les importa el pobre Pagola, un hombre mayor y vulnerable que lo ha dado todo por la gente y por la Iglesia? 

Y usted, hermano José Ignacio Munilla, no eluda sus responsabilidades, como hizo hace poco en su evasiva respuesta al escrito de 2.700 cristianos de su diócesis en apoyo a Pagola. No basta con decir que fue Monseñor Uriarte quien llevó el caso a Roma a propósito del libro sobre Jesús. El problema no está en Roma, como usted bien sabe, sino en la Conferencia Episcopal Española, que intervino por encima del nihil obstat dado al libro por Monseñor Uriarte. Díganos por qué, pues usted lo sabe. Como sujeto activo que es en todo este asunto, asuma su responsabilidad por decoro, por justicia, por Evangelio. Y haga cuanto esté en su mano por reparar el daño, por librar a Pagola de esa lenta tortura, por sacarle de ese cerco cruel en que ustedes le han metido. 

Querido José Antonio: sé que no soy para ti el mejor abogado, pero permíteme unas palabras desde el fondo del alma. Hay tiempo de callar y tiempo de hablar. Tiempo de someterse y tiempo de rebelarse. Solo tú sabes cuál es tu tiempo, y lo que hagas estará bien y te seguiremos admirando. Pero déjame que te diga de corazón: No pierdas tu tiempo y energías en responder a tus censores. No entres en su terreno y su juego. 

No te empeñes en demostrar que tu cristología es ortodoxa, pues ellos son los señores de la ortodoxia, y siempre tendrás todas las de perder. Lo suyo es la doctrina. La doctrina es suya. No se la arrebates, no sea que se queden sin nada. Todos necesitamos algún asidero. Y diles claramente: “Vuestra ortodoxia no me interesa; quedáosla. Yo me quedo con el Evangelio, que es también vuestro Evangelio. Seréis, si tanto os va en ello, los señores de la ortodoxia, pero no sois los dueños del Evangelio, los dueños de la libertad y del consuelo”. 

Amiga, amigo: que en estos meses de verano respires en la anchura y en la paz de Dios. Algún libro de Pagola te podría ayudar. Publicado en: 

http://www.redescristianas.net

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