«Yo puedo decir, como párroco, que los gigleses se merecen la medalla de oro al valor civil que propuso el primer ministro Monti. Agradezco al Presidente del Consejo y los gigleses han sido honrados.
El de los isleños fue un ejemplo de gran solidaridad justamente porque había una enorme desproporción entre esta masa de gente que llegaba mojada, congelada y desorientada, y nuestras posibilidades para recibirles».
Don Lorenzo Pasquotti, párroco de Giglio Porto, revive ante los micrófonos de la Radio Vaticana los momentos que sucedieron al naufragio de la nave Costa Concordia. «El viernes por la noche entendimos inmediatamente que algo no iba bien porque la nave estaba demasiado cerca de la costa y estaba detenida. Después supimos del naufragio y pusimos manos a la obra para acoger a los pasajeros evacuados, pero el problema era la desproporción entre los miles de náufragos y los lugares disponibles en la isla.
Mi iglesia está justo enfrente del embarcadero y yo, como párroco, abrí las puertas e hice que entrara la gente. Se acomodaron en los bancos, en el suelo, en los escalones del altar, en la sacristía. Saqué mis mantas y se las dí a los niños inmediatamente».
«Después, el domingo –cuenta don Lorenzo–, durante la procesión antes de la Santa Misa, los monaguillos pusieron frente al altar un chaleco salvavidas, un casco, un cabo, una tela antiviento y una bandeja con las migajas del pan que ofrecimos a los supervivientes.
Un gesto para subrayar que aquella noche debe permanecer y permanecerá en nuestra memoria. La isla del Giglio seguirá siendo, esperamos, isla de vacaciones, pero también (a partir de hoy) isla de la solidariedad. Dejar esas señales en la iglesia significa dejar, incluso para los turistas que vendrán, una memoria que nadie podrá borrar jamás».