Políticos que se declaran católicos, destacados teólogos y una gran masa de fieles ignoran doctrinas clave de la iglesia o polemizan sobre ellas - El debate por la ley del aborto evidencia este cisma
JUAN G. BEDOYA 24/12/2009
Publicado en el diario El País, de España
¿Quién hace caso hoy a la doctrina de los obispos en materia de familia, sexo, anticonceptivos, investigación con embriones, incluso ante dogmas antes llamados fuertes, como la resurrección y divinidad de Jesús, la inmaculada concepción y la ascensión de María, la infalibilidad del Papa o la real existencia del cielo, el infierno o el purgatorio? ¿Significan estas discrepancias -ese no hacer caso a lo que predica la jerarquía del cristianismo-, que existe un cisma en la Iglesia católica actual? Cisma es, quizás, una palabra fuerte porque, además de división, discordia o desavenencia entre personas de una misma comunidad -éste es su significado académico-, la palabra, en mayúscula, alude a los cismas por antonomasia: la ruptura del cristianismo oriental y occidental en 1054, y las brutales escisiones del largo periodo comprendido entre 1378 y 1532, con Lutero como personaje principal y años de terribles guerras por el camino.
Los cismas de ahora son soterrados, porque Roma, escarmentada o insegura, no quiere romper con nadie, y los protestantes contemporáneos también prefieren una convivencia en discordia a una salida del santuario. Su estado de ánimo lo define el teólogo Hans Küng, colega y amigo del papa Ratzinger en tiempos del Concilio Vaticano II, más tarde censurado y castigado por éste. "Nunca he sentido la tentación de abandonar la Iglesia. Es la comunidad de los creyentes en cuyo seno me encuentro y en la que encuentro mucho apoyo y alegría. El hecho de que tenga problemas con sus administradores me causa molestias con frecuencia, pero nada puede expulsarme de mi patria espiritual natal".
La percepción del historiador Jaume Botey, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, es distinta. "Los protestantes de ahora se marchan de la Iglesia por la puerta de atrás, sin dar ningún golpe. ¿Cisma? Si por cisma entendemos ruptura, sí lo hay. Pero no se puede hablar de cisma en el sentido de los del Renacimiento. En un mundo en el que el hecho religioso no pesa como entonces, no ha lugar a cismas como aquéllos. La sociedad ya no está vertebrada en torno a la religión. Pero la ruptura existe, eso es evidente. Hay un silencio clamoroso de la Iglesia oficial ante los problemas de hoy, que contrasta con el compromiso de la mayoría de los fieles".
En todo caso, la crisis interna es clamorosa. José Catalán Deus, que acaba de hacer un balance de los cuatro años de pontificado de Benedicto XVI con el título Después de Ratzinger, ¿qué?, define así la situación: "Nunca antes el mundo había visto al Vaticano y a su Papa sumidos en una crisis parecida. Las ha habido, numerosas y terribles, a lo largo de los dos mil años de historia del cristianismo, pero el mundo no era consciente de forma plena, y mucho menos inmediata".
Cisma, crisis, deserciones o desobediencia interior, todo ocurre a la luz del día. Un ejemplo acaba de producirse en torno a la ampliación de la llamada ley del aborto de 1984. Los obispos han insistido en que viven en pecado y fuera de la comunión cristiana quienes votaron esa reforma, pero no han dado orden a sus sacerdotes de negar el sacramento a los políticos concernidos. La orden no va a llegar nunca.
El caso paradigmático tiene nombre propio. Se llama José Bono, presidente del Congreso de los Diputados, la tercera autoridad del Estado español. Bono suele declararse católico confeso a poco que se le pregunte sobre creencias, pero ha polemizado en los medios de comunicación con sus prelados a propósito del aborto y de su hipotética exclusión del banquete eucarístico. Su queja terminó en bofetada, cuando recordó a los prelados que nunca negaron la comunión a notorios criminales, como el dictador chileno, general Augusto Pinochet.
Naturalmente, Bono acudirá a comulgar a una iglesia cuando le plazca, y ningún obispo le dejará sin hostia consagrada en la lengua. Por si hubiera dudas, destacados eclesiásticos dejaron clara su postura en favor del presidente del Congreso. Uno de ellos ha sido el fundador de Mensajeros de la Paz, padre Ángel García, premio Príncipe de Asturias por su ingente tarea caritativa y social. "En el siglo XXI no se debería hablar de excomunión", manifestó sobre los anatemas episcopales. Él le daría la comunión a Bono. Lo ha proclamado en público. Pese a todo, confiesa: "No tengo problemas con la Iglesia ni con los obispos. Nunca me han dado un baculazo".
Más radical se ha expresado el prestigioso teólogo José Ignacio González Faus. Jesuita y profesor de la Facultad de Teología en Barcelona, su tesis es que "buena parte del episcopado mundial y de la curia romana está en pecado mortal y en sacrilegio público" si se toma como buena la doctrina del portavoz del episcopado español, el también jesuita Juan Antonio Martínez Camino. "Quitar la vida a un ser humano es contradictorio a la fe católica y quien contribuya a ello está en la herejía, está en pecado mortal público, y no puede ser admitido a la sagrada comunión", dijo Camino.
González Faus titula su respuesta La cochina lógica (Unamuno), en el número de diciembre de Revista 21, de la Congregación de los Sagrados Corazones. "Sin salirnos de esa lógica [episcopal] nos encontramos con que el catecismo de la Iglesia católica no rechaza quitar la vida a un ser humano, en el caso de la pena de muerte (en ediciones posteriores, ante protestas de muchos fieles, avanzó hasta considerarla poco recomendable, pero no hasta condenarla como pecado mortal y contradictoria a la fe). Ese catecismo se publicó con la aprobación del cardenal Ratzinger, quien por tanto, y según la lógica del portavoz, está en la herejía y en pecado mortal público".
El teólogo González Faus se pone en el lugar de un fiel cristiano del común, sin conocimientos para discernir sobre doctrinas. Desde esa hipotética posición, añade: "El portavoz ha sido valiente, sin duda. Al pobre fiel le queda no obstante un dilema no resuelto. O el portavoz no ha previsto todas las consecuencias de su lógica fustigadora, y válida para todos los católicos, o ha echado mano del clásico recurso de muchos predicadores antiguos cuando tenían que decir cosas serias a los poderosos: a ti te lo digo Pedro para que me entiendas, Juan. O sea: a ti te lo digo parlamentario, para que me entiendas tú, obispo. O, a lo mejor es que, eso de la lógica es una absoluta cochinada, como ya dijera don Miguel de Unamuno. Si alguien puede sacarme de este incómodo dilema, le quedaré agradecido".
No hay dilema, sino resignación. Es la actitud con que los prelados asumen la realidad. Apenas se han alzado voces frente a la rebeldía de los parlamentarios católicos. Quienes han criticado, lo han hecho desde la sorpresa, como si no pudieran creer una desobediencia semejante. Es el caso del arzobispo de Mérida-Badajoz, Santiago García Aracil, presidente además de la Comisión de Pastoral Social en la Conferencia Episcopal. Así ha reaccionado frente "a los políticos que han manifestado en los medios de comunicación su voluntad de seguir participando de la eucaristía, a pesar de las manifestaciones de la Iglesia sobre la responsabilidad en que incurren quienes defienden el aborto".
El arzobispo Aracil observa "tres errores en un mismo comportamiento". "El más importante es la actitud interior de desobediencia a la Iglesia, presentándose, simultáneamente, como cristianos practicantes. El segundo error es el hecho de proclamar públicamente y, en tono desafiante, su propósito de incumplir las normas morales que debieron aprender desde niños en el catecismo. Suponiendo que sea cierto que viven el catolicismo del que alardean, deberían haber cultivado, profundizado y asumido firmemente a lo largo de la vida el sentido y la fuerza de la moral cristiana. Han tenido tiempo. Por este motivo, o su autosuficiencia es mayor, o su incoherencia es total. El tercer error es adoptar en público la postura manifestada en los medios de comunicación, sabiendo que las gentes les reconocen como políticos cuya misión, entre otras, es procurar las leyes de obligado cumplimiento para lograr el bien común. Sorprende que estas mismas personas, exhibiendo su desobediencia interior y exterior a la Iglesia, de la que se manifiestan hijos salvo que hayan inventado una secta y se hayan apropiado sin derecho alguno del nombre que no les pertenece, sean defensores y protagonistas de una inflexible fidelidad de voto, y cerrados enemigos de la objeción de conciencia en casos verdaderamente graves", sostiene este prelado.
Lo que el arzobispo de Mérida-Badajoz llama "exhibición de autarquía" -"se consideran legítimos promotores de leyes y conductas más justas que las del evangelio", se queja el prelado-, se produce también en el discurso sobre la familia. Los obispos han convocado en Madrid, por cuarto año consecutivo, una manifestación-concentración de fieles en defensa de la familia porque sostienen que hay una ofensiva para destruirla. Y, nuevamente, personalidades del interior como el padre Ángel García, rechazan esa pesimista percepción. La familia ni corre peligro, ni está amenazada por nadie, sino bien atendida por los poderes públicos, sostiene el carismático fundador de Mensajeros de la Paz.
Más profundo es el foso que separa a la jerarquía de la inmensa mayoría de los teólogos y de los movimientos de curas y cristianos de base, en materias como la moral sexual, los métodos anticonceptivos, el divorcio, el celibato opcional de los sacerdotes y, sobre todo, sobre el papel de la mujer en la Iglesia. El liderazgo de esas discrepancias tiene muchos nombres: Somos Iglesia, Redes Cristianas, Foro de Curas de Madrid, Curas Obreros, el movimiento por el celibato opcional (Moceop)...
"Nuestra Iglesia tiene muchos miedos: a la ciencia, a la mujer, a los medios de comunicación, a la sexualidad, al pluralismo, etcétera. Dominada por esos miedos no se atreve a dar pasos de revisión que debería haber dado hace tiempo, por ejemplo, la revisión de la moral sexual desfasada, la manera de elegir a los obispos, el celibato opcional del clero diocesano, la supresión de los concordatos anacrónicos entre Iglesia y Estado, la autofinanciación de las iglesias, la ordenación para el ministerio pastoral como sacerdotes de fieles maduros de ambos sexos capaces de animar a las comunidades, el respeto a la laicidad del Estado y de las instituciones sociales, la opción por la justicia, en vez de la búsqueda de apoyos y privilegios y un largo etcétera. Esta larga retahíla se podría resumir en dos palabras: una Iglesia que olvida el evangelio de Jesús y opta por el poder que Jesús rechazó, es una Iglesia que no sirve a Dios ni a la humanidad, que no sirve para nada", dice el teólogo Juan Masiá, ex director de la cátedra de Bioética de la Universidad Pontifica de Comillas.
Las críticas alcanzan al nombramiento de obispos por el Papa romano, que las iglesias de base reclaman para sí -el último incidente se acaba de producir en la diócesis de San Sebastián-, pero también hay discordias sobre la infalibilidad del Pontífice y otros dogmas de los llamados fuertes, entre otros la deidad de Jesús, decidida o impuesta por el emperador Constantino en el concilio de Nicea, en el año 325. Son ya legión los teólogos condenados por volver a aquel apasionado debate.
Etiquetas: Temas en debate
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