El proyecto Aparecida
por José Comblin*
El proyecto de la Conferencia de Aparecida es ambicioso. Se trata nada menos, que de una inversión radical del sistema eclesiástico. Hace siglos que la pastoral de la Iglesia está concentrada en la conservación de la herencia del pasado.
Todas las instituciones fueron adaptadas a esa finalidad. El sistema fue instalado en el siglo XII y, desde entonces, no cambió de manera sensible. De acuerdo con el proyecto de Aparecida, todo va a estar orientado para la misión. La realización práctica de este proyecto va a ocupar todo el
siglo XXI. Pues bien, los obispos lanzaron este proyecto, pero ahora el primer problema consiste en convencer al clero. La actual generación no está preparada para esta “inversión” de sus tareas. Va a ser necesario cambiar radicalmente la formación y preparar nuevas generaciones sacerdotales bien diferentes de la actual.
Hacer que toda la Iglesia sea misionera es una tarea gigantesca. Durante el primer milenio, la misión fue asumida por los monjes. Muchos de ellos llegaron a obispos y dejaron una fama de fundadores de Iglesias. La Iglesias era predominantemente rural. En los siglos XI y XII se creó el
sistema de parroquias. Pero el clero parroquial era ignorante ya que no había recibido ninguna formación.
Ya en el siglo XIII, s. Tomás de Aquino se quejaba de que el clero no evangelizaba, no era misionero. En compensación él mostraba que eran los Mendicantes los que sí evangelizaban.
La misma queja fue repetida durante todos los siglos hasta hoy. La misión fue asumida por los Mendicantes a partir del siglo XIII, y después por las Sociedades de sacerdotes misioneros, tales como la Congregación de la misión de s. Vicente de Paul, la Congregación del Sismo. Redentor de s. Alfonso de Ligorio y otras.
En América Latina, la misión fue asumida, en primer lugar por los Franciscanos, que proporcionaron más de la mitad de los misioneros. Los Dominicos tuvieron su actuación más
fuerte en el siglo XVI. Los Carmelitas y los Agustinos llegaron con menos misioneros, así como los Benedictinos. Después vinieron varias congregaciones.
En el siglo XX, esas órdenes y congregaciones asumieron parroquias y con eso sólo una pequeña minoría se dedicó a la Misión. Asimismo usaron métodos adaptados al siglo XVII y XVIII, pero totalmente inadecuados para el siglo XX. Se dedicaron al mundo rural en momentos en que el 80% de la población latinoamericana migraba hacia las ciudades.
Ahora viene el proyecto episcopal que va a exigir un cambio de mentalidad y un cambio de comportamiento. La misión será la prioridad y dejará en un segundo plano la administración
de la pequeña minoría que frecuenta las parroquias. Será necesario cambiar la formación sacerdotal de modo radical.
Los religiosos van a tener que volver a su vocación inicial y dejar de ser administradores de parroquias o de obras.
Hace algunos años atrás, escribí que don Helder era el modelo de obispo del siglo XXI. Don Helder era misionero y tenía un excelente colaborador para todas las tareas de administración.
Sobre todo después de su conversión en 1955 y su nueva conversión a su llegada a Recife, don Helder fue el hombre del contacto personal, el hombre que era capaz de atraer, capaz de transformar a las personas con las que entraba en comunicación de modo que ellas sentían la necesidad de cambiar de vida. Él tenía el don de despertar vocaciones de cristianos misioneros.
1. Los temas más significativos del Documento Conclusivo de Aparecida
En primer lugar, necesitamos destacar la elección del tema general de toda la Conferencia. Hace unos 30 años atrás en América Latina no se hablaba de misión. En la mentalidad popular, los misioneros eran los padres y los religiosos y religiosas que venían de Europa o Norteamérica para reforzar los cuadros de las Iglesias locales. O eran los predicadores de las “Santas Misiones”.
Era una herencia colonial. La misionología ni siquiera estaba en los programas de formación sacerdotal. Era la especialidad de algunos que iban a dedicarse a las regiones
más despobladas o retiradas como la Amazonia. Misioneros eran los evangelizadores de los indios y la mayoría de ellos eran extranjeros.
Esto no quiere decir que no había católicos, sacerdotes, religiosos, religiosas y sobre todo, laicos misioneros. No sabían que eran misioneros porque los misioneros no tenían visibilidad y no tenían un status definido. Eran misioneros anónimos.
Desde entonces aparecieron muchas experiencias que se presentaron como misioneras. La misma palabra misionero entró en el uso común del pueblo que identifica ya a ciertas personas como misioneros y misioneras. Muchos grupos adoptaron el nombre de misioneros. Hoy en día crece mucho la conciencia de una necesidad misionera en medio de una sociedad cada vez más secularizada. La V Conferencia del CELAM recogió lo que se preparó durante 30 años.
En segundo lugar, hay que destacar que la Conferencia decidió volver al método de Medellín y Puebla, o sea, al esquema ver-juzgar-actuar de la Acción Católica (DA 19).
Hay una insistencia muy fuerte en esa continuidad (DA 391-398). Es difícil no descubrir en esa insistencia una discreta expresión de arrepentimiento y de confesión. Es innegable que disminuyó la influencia de Medellín y de Puebla en los últimos años. No faltaban sacerdotes que simplemente decían que Medellín ya estaba superado y ya no servía más para la Iglesia actual. Por eso, conviene destacar la fuerte insistencia de la Conferencia de Aparecida.
Esa continuidad con Medellín y Puebla se manifiesta sobre todo en dos temas fundamentales: la opción por los pobres y las comunidades eclesiales de base. Son justamente dos temas que
fueron muy atacados o tratados con indiferencia como si fueran cosas del pasado. Habían desaparecido en el Sínodo romano de 1997 Ecclesia in América. Si bien en los textos oficiales aún
se mencionaban en ciertos países la opción por los pobres y las comunidades de base (sobre todo en Brasil), la situación general era bien diferente. Basta recordar el documento que un día
publicó el p. José Marins, que había sido el apóstol incansable de las CEBs en toda América Latina. Era de una triste amargura.
Desde Brasil es difícil imaginar hasta qué punto desaparecieron la opción por los pobres y las comunidades de base en varios (¡muchos!) países de América Latina.
La Conferencia de Aparecida renueva la opción por los pobres (DA 397, 398, 399). No se trata de una fórmula convencional.
El texto es insistente: “Asumiendo con nueva fuerza esta opción por los pobres” (DA 399). Aquí también hay un cierto acento de arrepentimiento y como una conciencia de que esa opción había perdido su urgencia en la pastoral de la Iglesia: ya no era vivida como prioridad. Además de eso, el texto reconoce que los pobres son sujetos de la evangelización y de la promoción humana (DA 398). Ver todo el capítulo (DA 391-398).
El texto llega hasta el punto de usar dos veces la palabra “liberación” que era una palabra prohibida. Es verdad que la liberación está matizada por el adjetivo “auténtica” (DA 399)
o “integral”. Pero ella está ahí, lo que significa que de ahora en adelante se puede usar de nuevo (DA 385).
El Documento de Aparecida habla explícitamente de las Comunidades Eclesiales de Base (DA 178-179). Esta es la parte del Documento que sufrió más correcciones en Roma, pues
el texto de los obispos era mucho más incisivo. Asimismo, el texto enuncia todos los frutos positivos de las Comunidades Eclesiales de Base, reconociendo que ellas fueron la señal de
la opción por los pobres.
Los obispos habían escrito: “Queremos decididamente reafirmar y dar nuevo impulso a la vida y a la misión profética y santificadora de las CEBs” en el seguimiento misionero de Jesús. Ellas fueron una de las grandes manifestaciones del Espíritu en la Iglesia de América Latina y del Caribe después de Vaticano II” (DA 194). Estas frases fueron censuradas y el texto quedó más débil. Otras correcciones van en el mismo sentido. Pero el texto de los obispos existe y puede
ser consultado. Para la conciencia latinoamericana él es más significativo que las censuras.
En el texto de los obispos hay un reconocimiento de que las CEBS no pudieron desarrollarse, a pesar de su valor y a que varios obispos pusieron restricciones. Ahora los obispos quieren levantar esas restricciones y dar vida nueva a esas comunidades pobres.
Incluso con las restricciones del texto final, vale la pena leer atentamente los números 178 y 179.
Los mejores capítulos del Documento son los capítulos 7 y 8 sobre la misión. Ahí se encuentran las afirmaciones más fuertes.
“La Iglesia necesita de una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, en el estancamiento y en la tibieza, marginalizando a los pobres del Continente” (DA 362).
“La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera” (DA 370).
“La pastoral de la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico” (DA 367). Ver, sobre todo los números 362-370.
El cambio debe afectar a todas las instituciones de la Iglesia. Comienza con la reforma de la parroquia. Esta tendrá que ser subdividida en unidades menores (DA 372), de pequeños
grupos con mejor relación. Tendremos cuidado para que esas pequeñas comunidades no reproduzcan la estructura y la actividad de la parroquia. Mas es muy bueno que la Conferencia haga alusión al mal funcionamiento de la parroquia como institución inadecuada para nuestros tiempos de urbanización creciente y de secularización.
El capítulo 8 elabora una pastoral social que va a ser reafirmada y reforzada (DA 401-404). El Documento enumera las nuevas categorías de pobres que surgieron o se desarrollaron en los
últimos tiempos.
En fin, el Documento asume desafíos contemporáneos: la ecología y los problemas del medio ambiente, y la pastoral urbana. El programa de pastoral urbana es muy completo y define tareas que van a exigir la colaboración de millones de personas formadas. El desafío de la pastoral urbana ya fue definido por sociólogos católicos a fines del siglo XIX.
Después de 100 años la jerarquía asume el desafío. La Iglesia católica tiene aún estructuras rurales y mentalidad rural. En la sociedad rural la parroquia se identifica con la sociedad.
Ahora, las cosas cambiaron tanto que la inmensa mayoría de los ciudadanos vive al margen de la Iglesia y solamente recurre a ella en el nacimiento y en la muerte, o recurre a los Santos en las enfermedades.
En el segundo capítulo hay una extensa presentación de la realidad de América Latina. Esa exposición recurrió a la ayuda de especialistas y científicos, ya que ofrece informaciones
bastante completas y pormenorizadas. Es un ejemplo de colaboración entre la jerarquía y los laicos. Sin embargo, el Documento no llega a condenar al capitalismo y el sistema actual de globalización aunque haya mostrado todos sus vicios. No podía ir más allá de la llamada Doctrina Social de la Iglesia, tan silenciosa en los últimos tiempos.
Claro está que en los otros capítulos hay también muchas cosas importantes que ofrecen orientaciones para la aplicación del proyecto global. Pero un artículo no ofrece espacio
suficiente para comentar todas esas doctrinas. Ciertamente van a ser publicados extensos comentarios del Documento de Aparecida para analizar el texto entero.
2. Algunas dudas
El proyecto de Aparecida es tan radical que surge una duda: ¿quién va a poner ese programa en práctica? La historia muestra que todos los cambios profundos en la Iglesia fueron realizados por personas nuevas, formando grupos nuevos y creando un nuevo estilo de vida, siempre a partir
de una opción de vida en la pobreza. Nunca fueron los liderazgos establecidos ni las estructuras instaladas. Estas no consiguen salir de su papel tradicional. Es lo que hace pensar que el clero actual no tiene condiciones para aplicar ese programa.
Nunca me olvidaré de aquello que aconteció en el cambio del siglo XII al siglo XIII. Hubo una avalancha de fenómenos religiosos semejantes a la expansión pentecostal de hoy en día. Aparecieron nuevos animadores religiosos que consiguieron atraer y convertir a multitudes de católicos.
Nació en muy poco tiempo un mundo de comunidades que recibieron varios nombres, siendo el nombre de Albigenses el más usado. Nadie conseguía frenar el movimiento. El Papa
Inocencio III pidió a la Órden Cisterciense, que era la más poderosa en aquel momento, que asumiese esa misión de convertir a los herejes o, por lo menos, frenar el movimiento
de expansión. Fue un fracaso total. Los Cistercienses venían de monasterios muy ricos y no sabían hablar a los pobres.
Eran misioneros ricos, sin capacidad misionera.
Entonces aparecieron casi simultáneamente Francisco de Asís en Italia y Domingo de Guzmán en España. Escogieron el camino de la pobreza, viviendo una vida realmente evangélica. Evangelizaron a las masas populares del mundo rural y de las ciudades. Y consiguieron lo que las órdenes poderosas no habían conseguido. De ellos nacieron, en pocos años, los llamados franciscanos (hermanos menores) y dominicos (hermanos predicadores) que fueron miles en
poco tiempo. Ellos se instalaron en medio del pueblo y fueron misioneros itinerantes, siempre en la búsqueda del pueblo de los pobres. Dieron a la Iglesia una fisonomía diferente. Eran una estructura diferente en la cual el pueblo de los pobres se reconoció ya que no se reconocía en las órdenes monásticas.
El clero parroquial recogió las conversiones hechas por los Mendicantes, pero no había podido hacer aquel cambio necesario.
Hoy en día, ya hay en la Iglesia cristianos semejantes que conviven con el mundo de los pobres. Pero ellos son poco conocidos y poco valorizados, antes tolerados que apoyados porque no corresponden al esquema oficial: no tienen lugar en el derecho canónico. Generalmente son laicos, aunque hay también obispos o presbíteros que hicieron su conversión escapándose de la estructura en que estaban metidos.
Personalmente creo que los futuros misioneros capaces de cambiar la fisonomía de la Iglesia serán laicos, misioneros laicos.
¿Cómo va a comenzar la aplicación del programa de Aparecida? No podrá realizarse de arriba para abajo. No podrá comenzarse con un plan teórico. Comenzará con personas voluntarias dispuestas a entrar en una aventura, esta vez con el apoyo de la jerarquía. No se les dará ningún programa previo porque el Espíritu les mostrará lo que pueden hacer. Si su actuar misionero no procede de ellos mismos, no tendrá ningún efecto, porque no será un testimonio humano vivo, el
único que puede tocar en el corazón de los oyentes.
No se adelanta con planificar. Nadie planificó el nacimiento o la vida de S. Francisco. El apareció y el Papa lo confirmó.
En los últimos años en muchos lugares las diócesis realizaron años misioneros, misiones populares, sin ningún éxito. Todo quedó en el papel porque en lugar de partir de las personas
voluntarias que se sentían poco valorizadas, y más toleradas que apoyadas en su vocación misionera, entregaron la misión a los agentes de pastoral de la estructura diocesana
o parroquial. No se puede concentrar (la misión) en la Iglesia parroquial porque los pobres no frecuentan la Iglesia parroquial. Ellos perciben luego que la Iglesia parroquial no pertenece a su cultura.
No se adelanta con dar cursos para enseñar una doctrina porque el Espíritu mostrará a los misioneros lo que deben hablar y hacer. Lo que se puede hacer es acompañar la espera
de la voz del Espíritu. La jerarquía tiene un papel fundamental que consiste en hacer el discernimiento del Espíritu a partir de la tradición cristiana, y estimular una espiritualidad de espera y fidelidad a lo que el Espíritu dice.
En América Latina, el apoyo de los obispos y de los padres es fundamental. Pues, sobre todo en el mundo de los pobres, los católicos son tímidos, inseguros, no confían en sus propias cualidades. Es preciso apoyar, aceptar errores o fracasos temporales. No se puede acertar a la primera. La jerarquía tendrá que organizar la armonía entre todos los carismas.
¿Cómo será la formación? ¿Qué se entiende por formación de misioneros? La formación actual en los seminarios o en las facultades de teología es justamente lo contrario.
El sistema actual da una formación académica o con pretensiones académicas. En Brasil muchos dieron alto valor al reconocimiento de los estudios del Seminario por el Ministerio de Educación. Ahora bien, con certeza el Ministerio de Educación no tiene proyectos misioneros.
Los certificados oficiales parecen ser garantía justamente para aquellos que no se sienten con una vocación misionera muy fuerte. No tengo nada en contra de esos certificados académicos, pero eso no tiene nada que ver con la misión.
La formación académica torna vacía a la predicación, sin contacto con el pueblo. Los padres fueron preparados para ser pequeños profesores de teología. Ya esto solo explica muchas cosas en cuanto a los problemas de la Iglesia que fueron denunciados por el Documento de Aparecida.
La formación misionera incluye primero una fuerte y radical espiritualidad concentrada en la Biblia en general, pero sobre todo en los evangelios, esto es, en la vida terrestre de Jesús.
En segundo lugar, la formación consiste en multiplicar los encuentros con personas, familias, grupos. El misionero necesita aprender a estar presente en todos los lugares de la vida social, como señal de vida renovada, animada por la fe, esperanza y caridad. No se trata de mostrarse en los eventos sociales, sino de conocer y descubrir a las personas que son sensibles a los llamados del Espíritu, y saber decir las palabras que marcan.
La exposición de la doctrina jamás convirtió a nadie. Jesús se manifiesta en la vida de ciertas personas y no por la doctrina.
No se forman misioneros con cursos, seminarios o discusiones abstractas. Es preciso aprender el lenguaje popular. Algunos sacerdotes u obispos saben hacer eso perfectamente: son misioneros que se transformaron así por la gracia de Dios, superando los esquemas de formación académica que recibieron. Un ejemplo, Fray Carlos Mesters.
La formación por la vía del adoctrinamiento vino después de la Revolución Francesa para asegurar la fe de los sacerdotes que debían aprender a resistir las herejías de la época. La
resistencia a las herejías dejó de ser una urgencia.
No puedo dejar de señalar un problema que no es solamente de Aparecida, sino de toda la Iglesia occidental, de los Concilios occidentales, de los documentos del magisterio, inclusive del Vaticano II. La Iglesia occidental ignora al Espíritu Santo. Claro está que el Espíritu Santo es mencionado
muchas veces, también en el de Aparecida de Aparecida, pero siempre para reforzar el planteamiento hecho por la jerarquía o por el clero en general. La jerarquía define la conducta de
la Iglesia, y, después, pide al Espíritu Santo que realice lo que fue ya decidido. O se supone que todo lo que procede de la jerarquía, procede del Espíritu Santo, lo que es la misma cosa. No se adelanta con rezar para que el Espíritu venga a iluminar mi mente, si Él está presente en el mundo y muestra con señales claras lo que Él quiere.
Los orientales son mucho más sensibles a ese aspecto que la Iglesia de Occidente. En América Latina la Iglesia oriental tiene poca presencia y casi ninguna influencia. La Iglesia latinoamericana es hija de Occidente de modo casi exclusivo.
La enseñanza del Nuevo Testamento es diferente, tanto en la teología de Pablo como en la teología de Juan. Para S. Pablo la Iglesia es dirigida por los dones del Espíritu Santo
(1 Cor 12, 4-11; 27-30). Ahora bien, el primer don es el don del “apostolado” (1 Cor 12,28). Cuando Pablo habla de los apóstoles no se refiere a los Doce, sino a aquellos discípulos
que, como él, se transformaron en misioneros porque fueron enviados por el Espíritu Santo.
El don del gobierno viene en séptimo lugar. En segundo lugar aparecen los profetas que son considerados con mucha insistencia (1 Cor 14). Esos dones están desparramados y de repente aparecen de modo imprevisto. Nadie preparó, ni formó a Pablo como misionero. Él recibió un don del Espíritu Santo y mostró un camino verdadero y seguro para el pueblo de los discípulos que consiguió reunir.
El Espíritu Santo está presente en la Iglesia actual como siempre. El muestra los caminos de seguimiento de Jesús. La teología de Juan afirma que el Espíritu enseñará el alcance de
la vida de Jesús en las circunstancias más diversas. Jesús no dejó ningún programa de apostolado, pero prometió que el Espíritu estaría presente para mostrar de qué manera podemos
actualizar la vida de Él en las más diversas circunstancias de la historia. Jesús no quiso encerrar la historia en un cuadro estable, mas prometió que el Espíritu estaría presente para, en cada situación, enseñar el sentido de las obras y de las palabras que él realizó o pronunció en un contexto determinado y limitado, en Galilea. (Jn. 14, 26; 16, 13-15).
Pero no conviene acusar a la Conferencia de Aparecida, porque toda la historia de la Iglesia de Occidente fue así. Una conversión más radical todavía sería necesaria para volver a las enseñanzas del Nuevo Testamento sobre el Espíritu.
3. Los problemas
La parte más débil del Documento, a mi modo de ver, es la cristología. Era de esperar. No fue casual que la Notificación enviada a Jon Sobrino fuera publicada en la víspera de la Conferencia de Aparecida. Pues aquí estamos exactamente en el mayor problema teológico de la actualidad. La cuestión es: ¿qué significa la humanidad de Jesús? ¿Cuál es el significado de las palabras y de los actos de Jesús tal como los Evangelios los relatan? ¿En qué consiste la humanidad de Jesús? ¿Qué es ser hombre?
El texto recuerda muchas cosas bonitas sacadas de los evangelios, que lo muestran como un maestro de sabiduría y revelador de un modo de vida a ser imitado por los discípulos.
Es una enumeración de actos y palabras bellas de la vida de Jesús. Falta la síntesis y lo que reúne todos esos dichos y actos en una vida humana (DA 129-135).
Esta enumeración no dice el significado de la vida humana de Jesús, o sea de su ministerio misionero. La vida de los seres humanos debe interpretarse a partir del contexto histórico en
que ella se sitúa. Aquí no se habla del contexto histórico, como si Jesús estuviese fuera de la historia, como un maestro que vuela por encima de los siglos. Cada ser humano construye
su vida a partir del contexto histórico que lo provoca y lo lleva a definir sus opciones en cuanto a los fines y a los medios.
Él tiene un proyecto, atribuyendo a su vida una finalidad. Si Jesús fue hombre, Él debía ser así.
Comencemos por el anuncio de Jesús: El Reino de Dios (DA 101-128). ¿Qué fue lo que entendieron los campesinos de Galilea cuando Jesús les hablaba del Reino de Dios? Ellos
estaban sufriendo el yugo pesado del reino de Roma, del reino del emperador. De repente, Jesús viene a anunciar que ese reino va a caer. Era exactamente lo que todos esperaban, por lo menos los pobres oprimidos por el poder durísimo de los Romanos. La mayoría pensaba que eso sucedería solamente en un mundo nuevo, después de este mundo destruido de
acuerdo con las predicciones apocalípticas. Jesús viene a anunciar que aquello acontecerá en este mundo. El reino de Satanás, encarnado en el poder romano va a caer y vendrá otro reino... Jesús conocía bien todas las conversaciones, todas las quejas y las esperanzas de su pueblo. El hablaba para esas personas. Se comprende que fue acogido y aclamado con entusiasmo por el pueblo simple de Galilea.
Después de ese anuncio, Jesús tuvo que explicar cómo sería el Reino de Dios y la diferencia radical con el reino del Cesar.
Hasta los Doce tuvieron mucha dificultad para aceptar las explicaciones de Jesús.
Lo que no aparece en el Documento es que el Evangelio de Jesús fue una Buena Nueva para algunos y una Mala Nueva para otros. Jesús no trató a todos de la misma manera. La
Buena Nueva se dirige a los pobres y la Mala Nueva a los ricos (Lc 6,20-26). El evangelio de María fue el mismo: “Derribó a los poderosos de sus tronos y a los humildes exaltó. Llenó de
bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lc 1,52-53).
En la base de la psicología de Jesús estaba la compasión por los oprimidos y la indignación contra los opresores. ¿Por qué eso no aparece en un documento que pretende renovar la opción por los pobres? Hay una contradicción entre la Segunda parte y la Tercera parte del Documento.
En segundo lugar, no aparece el conflicto con los jefes de la nación que Jesús denuncia como usurpadores y opresores.
Lo que ocupa un lugar fundamental en los evangelios no aparece: el conflicto de Jesús con los sacerdotes, los doctores de la ley, los fariseos, los grandes de aquel tiempo (Mc 11-13; Mt 23; Lc 20; Jn 8). Ese conflicto es el hilo conductor de los evangelios. Todos presentan la misión de Jesús como camino hacia la muerte. Desde el principio, los jefes quieren matarlo.
Jesús denuncia la dominación de los grandes asociados a los Romanos y permanece fiel a esa misión de su vida hasta que lo matan.
La muerte de Jesús fue a consecuencia de su acción: fue como la conclusión final de su ministerio. El Documento habla de Jesús que hizo el don de su vida (DA 139). Jesús fue muerto porque quiso ser fiel a su misión de denunciar la corrupción de los jefes de su pueblo que imponían un yugo insoportable al pueblo simple. Jesús era judío y como judío estaba escandalizado por el uso que los jefes hacían de la Ley. Jesús quería liberar a su pueblo de la mentira y de la dominación de las elites. Con su interpretación de la Ley las elites oprimían al pueblo de los pobres.
Ese fue el proyecto de Jesús. Lo que Él ofrece a sus seguidores es repetir la misma trayectoria en todas las épocas de la historia.
Ahora bien, en el centro de la misión está la persecución, la muerte, la muerte de cruz, una muerte infamante.
El Documento hace apenas unas alusiones muy discretas a la muerte de Jesús sin decir por qué murió y el significado humano de esa muerte. El texto alude a los mártires de América Latina, pero sin explicar en qué consistía ese martirio (DA 140) como si el martirio fuese un valor en sí, un ejemplo de vida heroica. No coloca a los mártires en su contexto histórico y por eso la muerte de Jesús tampoco está en su contexto histórico. Es como si fuese un ejemplo de virtud sin motivo, sin ligazón con su ministerio de profeta.
El Documento simplemente dice que Jesús ofreció su vida. Esto puede significar muchas cosas, pero no evoca el contexto histórico y el lugar de esa muerte en la vida humana de Jesús.
En los evangelios la cruz está en el centro de la cristología de la vida humana de Jesús. Ella no está en el centro de la cristología del Documento. Tenemos la impresión de que el texto quiso evitar cualquier referencia al conflicto con los romanos y con las autoridades de Israel. Es un evangelio sin conflicto, de pura bondad. ¿Por qué un evangelio sin conflicto? Para no tener que reconocer el sentido del martirio de tantos latinoamericanos crucificados en la segunda parte
del siglo. Las elites quieren ocultar la responsabilidad histórica que tienen en esos martirios del siglo XX. El recuerdo de esos martirios ofende a las clases dirigentes de muchas naciones.
Por eso las alusiones a los mártires son muy discretas. Los mártires son presentados como héroes pero no se dice por qué murieron. Ahora bien un evangelio sin conflicto, ¿quién quiere eso? Es exactamente el evangelio que satisface a la burguesía. Esa cristología es burguesa en su inspiración. No expresa lo que sienten los pobres y de qué manera ellos entienden la vida y la muerte de Jesús. Estamos en una situación de conflicto entre dos cristologías, una que es burguesa y otra que es la de los pobres. Este conflicto existe desde el inicio de la Iglesia.
La misma falta de historicidad se encuentra en la descripción de la realidad eclesial en la primera parte. El texto hace una enumeración de los aspectos positivos y negativos de la Iglesia latinoamericana (DA 98-100). No se colocan tanto los aspectos positivos como los negativos en el contexto histórico. Es como si todo tuviese igual significado.
No se hace ningún análisis de las estructuras. El texto atribuye la responsabilidad y la culpa a “algunos católicos que se apartaron del evangelio” (DA 100h). Los aspectos negativos se deben a “deficiencias y ambigüedades” de algunos de los miembros (de la Iglesia). Si ese fuera el problema, no habría sido necesario reunir toda una Conferencia continental. Bastaría
con enviar un buen confesor a esos pocos católicos. De modo general, los documentos de la Iglesia no cuestionan las estructuras. Ahora bien, con certeza los miembros de la Iglesia no son peores ahora de lo que eran antes. Los problemas no son las personas, sino las estructuras. Algo de eso aparece implícitamente en la Tercera parte, por ejemplo cuando se trata de la parroquia. Pero un análisis más profundo sería muy útil. Algún día tendrá que hacerse.
Sorprendente es el silencio casi total sobre los movimientos pentecostales. Hay apenas algunas breves alusiones (DA 100g). Un día Harvey Cox escribió que se trataba del fenómeno religioso más importante del siglo XX y casi tan importante como la Reforma del siglo XVI. No se hace ningún análisis de esa realidad como si fuese una cosa sin importancia que no es problema.
Sin embargo, el pentecostalismo está en plena expansión en todos los continentes y también en América Latina. Muchos católicos dejan la Iglesia para integrar una comunidad pentecostal. Los pastores son innumerables. En muchos lugares del mundo de los pobres, los pentecostales son ya más numerosos que los católicos.
Sería necesario analizar las razones de ese éxito. Sin duda el pentecostalismo responde a las aspiraciones de una gran parte del mundo popular. Vale la pena estudiar el mensaje, la metodología, las formas de organización. Cerrar los ojos, como si el fenómeno no existiese, puede ser la política del avestruz.
Cuando se hace la descripción de la sociedad actual, principalmente de la cultura contemporánea, muchos se olvidan de que hay dos sociedades muy separadas y dos culturas bien diferentes. Hay la cultura examinada por los cientistas y filósofos, que es la cultura de los que están incluidos en la nueva sociedad, y la cultura de los excluidos.
Asimismo, la Conferencia de Aparecida constituye un acontecimiento imprevisto. Nace una nueva conciencia. Los obispos recogieron las aspiraciones de la minoría más sensible a los signos de los tiempos. El Documento final constituye un motivo de renovada esperanza para los viejos y ofrece
algunas orientaciones bien definidas a los jóvenes.
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