por Sandro Magister



El ambicioso caudillo es el Secretario de Estado, con el auxilio de "L'Osservatore Romano". El objetivo es subordinar, en el terreno político, a las Iglesias nacionales. Pero los obispos resisten y reaccionan. La lección del caso italiano


ROMA, 11 de febrero de 2010 – Luego de más de dos semanas de silencio desde el nuevo estallido de las polémicas, la Secretaría de Estado vaticana, con un comunicado emitido hace dos días, ha cortado de raíz las acusaciones que, lanzadas el verano pasado contra Dino Boffo, en el interín habían cambiado el blanco, elevando la puntería sobre el director de "L'Osservatore Romano", Giovanni Maria Vian, y sobre el mismo cardenal Tarcisio Bertone.
En el comunicado, no sólo se niega que uno y otro hayan trasmitido o avalado los documentos - que posteriormente mostraron ser falsos- que habían difamado a Boffo y lo habían obligado a renunciar a la dirección de "Avvenire", el diario de los obispos italianos. No sólo se rechaza "una campaña difamatoria que involucra al mismo romano pontífice", sino que se atestigua que Benedicto XVI "renueva toda su confianza en sus colaboradores".
Roma ha hablado, ¿la cuestión está cerrada? Más bien no que sí. El caso Boffo ha abierto la mirada hacia una realidad de conflictos intraeclesiales que van más allá de la dinámica de la experiencia. Conflictos y desórdenes no rozados ni concluidos por la desmentida de hace pocos días, y de los que el caso Boffo es solamente un capítulo, muy italiano pero en definitiva de alcance mundial, cuya clave explicativa ya estaba íntegramente en el episodio inicial.
Ese día, el 28 de agosto, fue publicada en "il Giornale", dirigido por Vittorio Feltri, la primera puntada mortífera contra el entonces director de "Avvenire", acusado, sobre la base de documentos judiciales presentados como inimpugnables, de acosar varias veces "a la mujer del hombre con quien tenía una relación".
Pero esa misma mañana aconteció también otra cosa: en "la Repubblica", el diario líder de la Italia laica y progresista, el "teólogo" Vito Mancuso acusó al cardenal Bertone de sentarse a la mesa con Herodes, es decir, con el premier Silvio Berlusconi, con quien efectivamente el Secretario de Estado había programado un encuentro.
En la tarde de ese mismo día "L'Osservatore Romano" mostró rápidamente por quien tomaba partido.
El diario de la Santa Sede defendió a espada batiente al cardenal Bertone, en primera página, con un editorial de su comentarista de avanzada, Lucetta Scaraffia. Y, por el contrario, liquidó en sólo tres líneas de agencia, en una página interna, la defensa de Boffo hecha por los obispos.
A quien le preguntaba el por qué de ese tratamiento dispar, Vian respondía que el verdadero enemigo de la Iglesia es el que ataca a Bertone "y en consecuencia al Papa", no quien la emprende contra Boffo, sobre quien también "il Giornale" dio pruebas de "medida ejemplar" y de "estilo anglosajón".
Tres días después, mientras el ataque a Boffo llegaba a su culminación, Vian se desequilibró todavía más. No sólo no defendió a Boffo y a "Avvenire", sino que les reprochó por contribuir también ellos a hacer daño a las supremas autoridades vaticanas. Lo dijo al "Corriere della Sera" en una entrevista que, así lo hizo saber posteriormente, tenía "la aprobación" del cardenal Bertone.
¿Y qué representaban Boffo e "Avvenire" sino el proyecto del cardenal Camillo Ruini, presidente de la Conferencia Episcopal italiana desde 1991 al 2007, ese "proyecto cultural orientado cristianamente", al que Vian ridiculizó luego equiparándolo a "un ave fénix"?
La historia continuó con las renuncias de Boffo; con el cardenal Bertone, que confió a un político amigo y muy charlatán: "Mi equivocación más grande ha sido la de poner al cardenal Angelo Bagnasco como presidente de la CEI, en el puesto de Ruini"; con Feltri, que verificó que los documentos que acusaban a Boffo de conducta inmoral eran falsos, y se retractó, echando la culpa al "informante autorizado, diría insospechable" que se los había dado como veraces; y también con Feltri, quien especificó que su fuente era "una personalidad de la Iglesia en la cual debemos confiar institucionalmente", describiéndola con detalles que hacían pensar en el Vaticano, en el director de "L'Osservatore Romano" y en su editor, el cardenal Bertone, identificación negada por el comunicado de la Secretaría de Estado del 9 de febrero.
El antagonismo entre la Secretaría de Estado y las conferencias episcopales es un clásico de la historia reciente de la Iglesia. Apenas Bertone fue nombrado Secretario de Estado, en setiembre de 2006, no ocultó que quería someter la CEI a su dirección. Maniobró para que el sucesor del cardenal Ruini fuese un obispo de segunda línea, dócil a los dictámenes que provienen más allá del Tiber. Luego se replegó sobre Bagnasco, y apenas éste tomó posesión del cargo, el 25 de marzo de 2007, le escribió negro sobre blanco, en una carta pública, que el verdadero presidente sería de todos modos él, Bertone, "en lo que se refiere a las relaciones con las instituciones políticas". La CEI se rebeló, comenzando por su nuevo presidente, y desde allí en adelante leyó cada acto de Bertone con la sospecha que recelaba de su pretensión de gobierno.
También en el Vaticano está aislado el actual Secretario de Estado. Los diplomáticos de larga carrera no le perdonan que no sea uno de ellos. Y de hecho Bertone no proviene de la diplomacia, sino de la Congregación para la Doctrina de la Fe, donde se le confiaban los casos más espinosos y turbulentos, desde el secreto de Fátima hasta monseñor Emmanuel Milingo. Y él se prodigaba con un ardor incansable, salvo después, como ocurrió en el segundo caso, cuando vio escapar de nuevo al bizarro arzobispo africano, con el que se había ilusionado que podía domesticarlo.
Bertone suple el aislamiento interno con una exuberante actividad externa de todo tipo: fiestas, saludos, aniversarios, presentaciones, inauguraciones y entrevistas.
De su predecesor, Agostino Casaroli, un gran diplomático, en el cargo durante doce años, desde 1979 hasta 1990, se recuerdan en total 40 discursos. Bertone, en poco más de tres años, ya pronunció 365.
Y luego están los viajes. Ha estado en Argentina, Croacia, Bielorrusia, Ucrania, Armenia, Azerbaiyán, Cuba, Polonia, México, países en los que se ha encontrado y conversado con Jefes de Estado y obispos, embajadores y profesores, con una agenda similar a la de los viajes papales.
Desde hace un año no viaja más largamente al extranjero y se dedica al gobierno de la curia, que por estatuto gira en torno a él. Pero el último año ha sido también el más horrible, por cantidad y gravedad de desastres, desde el caso Williamson al caso Boffo.
El único fortín seguro de Bertone es "L'Osservatore Romano", con Vian como director. El vínculo entre los dos es firme, reforzado por la llamada telefónica que cada día intercambian a últimas horas de la tarde. Y las tareas del segundo no se limitan a las que exige el histórico diario vaticano.
Bertone le ha confiado a Vian también el rol que en el pontificado de Juan Pablo II desempeñaba Joaquín Navarro Valls: el de orientar entre bastidores a la gran prensa italiana y mundial.
Vian lo cumple aquí y allá con éxito. En el "Corriere della Sera" él es el oráculo vaticano más consultado. La proximidad entre Vian y el "Corriere" está corroborada por su amistad con el editorialista Ernesto Galli della Loggia, esposo de Lucetta Scaraffia, quien a su vez es una de las firmas importantes de "L'Osservatore", y con Paolo Mieli, quien como director del más difundido diario italiano, en el año 2005, fue uno de los más aguerridos adversarios laicos del cardenal Ruini, en la batalla por el referendum sobre fecundación asistida.
Increíble pero cierto: el momento más áspero de desencuentro entre "L'Osservatore Romano" y "Avvenire", antes del caso Boffo, fue precisamente otra gran batalla bioética, que se libró en torno a la vida de Eluana Englaro, entre el 2008 y el 2009. Con el diario de los obispos italianos sumamente empeñados en mantener con vida a esta joven mujer en estado vegetativo, y con el diario vaticano por el contrario mucho más taciturno, más bien a veces inclusive polémico contra los argumentos "no suficientemente convincentes" y los tonos "exaltados y exteriorizados" por el diario de Boffo. Más allá de esto, el blanco último era nuevamente el proyecto ruiniano de una Iglesia muy presente y activa en el terreno cultural y político, una Iglesia "mejor impugnada que irrelevante".
La intentada y fallida conquista vaticana del diario de la CEI es entonces un capítulo de un antagonismo que muestra cómo se contraponen mucho más que dos diarios: se trata de dos visiones del gobierno de la Iglesia a escala mundial.
En efecto, más que con la Iglesia italiana, la Secretaria de Estado vaticana se ha puesto a chocar contra otras Iglesias nacionales, y entre ellas con las más activas.
Los actores y el guión son casi siempre los mismos: el cardenal Bertone, "L'Osservatore Romano", un episcopado nacional muy vital, las batallas en defensa de la vida y de la familia.
Hoy están en pie de guerra con Roma, entre otros, los dos episcopados más numerosos del globo: el de Estados Unidos y el de Brasil.
En Estados Unidos, lo que hizo levantarse al ala combativa de los obispos, presididos por el arzobispo de Chicago, el cardenal Francis George, fue ante todo un editorial de "L'Osservatore Romano", el cual, al evaluar los primeros cien días del gobierno de Barack Obama, no sólo le dio un voto positivo, sino que le reconoció al nuevo presidente un "reequilibrio en apoyo de la maternidad", que según los obispos estadounidenses precisamente no existía, porque más bien había ocurrido lo opuesto.
Un segundo elemento de conflicto fue la decisión de la Universidad de Notre Dame, la más renombrada universidad católica de Estados Unidos, de conferir a Obama una licenciatura ad honorem. Unos ochenta obispos se rebelaron contra ese reconocimiento honorífico otorgado a un líder político cuyas posiciones bioéticas eran contrarias a la doctrina de la Iglesia. Y antes y después de la licenciatura de Notre Dame manifestaron su desacuerdo por haber visto que sus críticas fueron casi ignoradas por "L'Osservatore Romano".
Otras polémicas han estallado entre Estados Unidos y Roma, a propósito de la comunión negada a los políticos católicos sostenedores del aborto. Sobre este punto muchos obispos estadounidenses no transigen y visualizan el silencio de la Secretaría de Estado y del diario vaticano como una desautorización de su enfrentamiento, más que una rendición moral.
La voluntad de entretenerse con relaciones institucionales pacíficas con los poderes constituidos, de cualquier color que sean, es típica de Bertone. En esto él aplica un canon clásico de la diplomacia vaticana, tradicionalmente "realista", inclusive a costa de chocar con los episcopados nacionales que muchas veces son críticos con los respectivos gobiernos.
Pero los efectos aparecen a veces como contradictorios. El pasado mes de marzo, un artículo de "L'Osservatore Romano" desautorizó al obispo brasileño de Recife por haber condenado a los autores de un doble aborto en una niña-madre. Pero en este sentido los obispos de Brasil se vieron traicionados por Roma, precisamente mientras estaban librando con el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva una difícil batalla contra la plena liberalización del aborto.
El autor del artículo, el arzobispo Salvatore Fisichella, lo había escrito a pedido de Bertone. Y así, a la protesta de los obispos brasileños se sumó una rebelión dentro de la Pontificia Academia para la Vida, de la que Fisichella es presidente. Un buen número de académicos reclamó su destitución, y algunos apelaron al Papa Joseph Ratzinger, quien ordenó a la Congregación para la Doctrina de la Fe que emitiera una "Aclaración", en defensa del obispo de Recife.
Pero Fisichella permanecerá en su puesto, al igual que Vian y al igual que Bertone, recientemente ratificado.
Sobre el caso Boffo, el Papa Benedicto "sabe". Y personalmente ve las cosas más acorde a como las ven los cardenales Bagnasco y Ruini y no su Secretario de Estado.
Pero el paso del Papa es el de la Iglesia de siempre: largo y paciente.

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