de José Ignacio López para VidaNueva
Pese a que la perplejidad subsiste y a interrogantes sobre lo que nos pasa en la Iglesia, también y preferentemente en América latina se suceden fundados llamados a la esperanza. La celebración de los Bicentenarios parece contribuir a alentar esa perspectiva. Es que la reflexión y el debate cultural que supone revisar la presencia cristiana en la independencia y en el presente de las naciones y, a la vez, intuir cómo debería ser en el futuro, configura una clara invitación a buscar nuevos modos de ser Iglesia. un llamado de igual raigambre y tan imperioso como la convocatoria de Aparecida a la conversión pastoral.
Cierto es que esa convocatoria a pasar de una iglesia de conservación a otra de misión es morosa en su aplicación porque se pretende que sea realizada por las mismas instituciones que no son de misión sino conservadoras, apuntó en estos días José Comblin en una conferencia pronunciada en El Salvador. “La cristiandad se está disolviendo progresivamente; pero el problema es después y de ahí la inseguridad porque no sabemos qué viene” dijo e invocó a Santa Teresa: ¡no nos perturbemos!. “Hay que aprender a resistir, a aguantar, no dejarse desanimar o perder la esperanza por lo que sucede”.
Pensar así el futuro se enhebra esencialmente con una Iglesia que concibe a la Conferencia de Aparecida como un punto de partida, un proceso de búsqueda de nuevos modos de encarnar y de expresar el Evangelio.Ese proceso que vuelve a plantear los fundamentos de la existencia cristiana , obliga a descubrir y poner en juego una y otra vez , los elementos que podrían llamarse permanentes de toda tradición que se pretenda fiel a la novedad radical del Evangedlio de Jesús.
Celebrar así los Bicentenarios , hacer memoria para construir, acuciados y urgidos por esa convocatoria a volver al Evangelio de Jesús, y por tanto a “abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe”, es una oportunidad privilegiada.
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