Convocatoria del Movimiento de laicos autoconvocados
Crisis, malestar, perplejidad, desorientación, son algunos de los términos a los que se recurre constante y casi unánimemente para definir el presente de la Iglesia Católica. Somos muchos los creyentes que experimentamos vitalmente una situación insatisfactoria, que nos angustia y nos hace sufrir. Muchos también los que buscamos de diversas formas las causas y las soluciones sin llegar a definir claramente todavía ni unas ni otras. El Concilio Vaticano II al definir a la Iglesia como el Pueblo de Dios nos da un punto de partida claro y común. A partir de él podemos afirmar sin dudas que todos los cristianos tenemos idéntica dignidad, que el Espíritu Santo otorga sus dones y carismas por igual a todos los miembros del pueblo de Dios y que la Iglesia es esencialmente laica aunque algunas funciones estén delegadas en la jerarquía. A pesar de esto las actitudes de los laicos frente a la crisis eclesial son variadas. Por un lado hay laicos que aun participando de las estructuras oficiales de apostolado tanto a nivel parroquial como diocesano, lo hacen desde diversas perspectivas críticas. Esto los somete a frecuentes tensiones. Es el precio, a veces alto, que, consciente o inconscientemente, aceptan pagar para no romper con las formas de la institución dentro de las cuales creen que se encuentra su lugar. Junto a ellos hay otros laicos que sin abandonar la fe ni el compromiso ni tampoco, con frecuencia, la asistencia al culto y la práctica de los sacramentos, han adoptado posiciones que varían desde una muy fuerte crítica a la institución y sus jerarquías hasta una prescindencia generalmente forzada y dolorosa. Están también los laicos que viven su compromiso con una gran dependencia de la jerarquía, manteniendo una actitud subordinada y clericalista. Finalmente están los que, no encontrando las respuestas que buscaban, han optado por migrar a otros cultos o se han instalado en el desencanto y la indiferencia Quienes esto firmamos, provenientes de los dos primeros grupos descriptos pero sin excluir a nadie, desde la ya explicitada convicción de nuestra dignidad como miembros del Pueblo de Dios y ejerciendo la libertad de conciencia inherente a esa dignidad, nos proponemos generar espacios de apertura, reflexión y diálogo que nos permitan descubrir y ejercer nuestros roles como miembros de la Iglesia y como ciudadanos. Porque intentamos recuperar la eclesiología del Concilio Vaticano II queremos contribuir a crear en la Iglesia un estado de asamblea, con el diálogo como instrumento y la comunión como camino. Para ello proponemos ensayar una lectura de los signos de los tiempos, aprender a expresar los disensos, superar el clericalismo de laicos y curas, superar el centralismo y el machismo tanto dentro como fuera de la Iglesia, insertarnos en la cultura democrática, respetar las diferencias, contribuir a desarrollar la opinión pública independiente dentro de la Iglesia y fortalecer la identidad y la espiritualidad laical. Venimos de una manera de ser Iglesia que no nos conforma y a tientas entrevemos lo nuevo que queremos construir. Asumimos la voluntad de contribuir a consolidar un laicado maduro, adulto y por lo tanto libre, abierto a la diversidad, capaz de superar la confusión entre unidad y uniformidad y de ejercer su libertad de conciencia también dentro de la institución, al servicio de los más débiles, constructor de la justicia, la solidaridad y la paz, en cuya coherencia los argentinos puedan reconocer los valores evangélicos. La tarea supone tomar conciencia del imprescindible protagonismo de los laicos en la tarea de compartir con los hombres y mujeres de buena voluntad la construcción de una sociedad fundada en valores; en la que seamos signos de esperanza, unidad y respeto por la diversidad. Supone también reconocer y tomar contacto con los grupos de Iglesia que en la Argentina y en muchas otras partes del mundo transitan ya caminos propios pero finalmente convergentes con los objetivos que venimos proponiendo. Entre todos deberemos ser capaces de multiplicar espacios y dinamismos de escucha, apertura, reflexión, diálogo, asamblea y descentralización, dejando de ver el mundo como el lugar de los males, para reconocerlo como un escenario complejo, pero privilegiado por la presencia y acción del Espíritu. Por ello es que, pidiendo el auxilio del Espíritu Santo y en ejercicio de nuestra libertad de miembros de la Iglesia nos hemos autoconvocado y convocamos a todos los bautizados que quieran acompañarnos a forjar el camino de igualdad, fraternidad, libertad y respeto que hemos planteado.
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