Menéndez, el cristianismo y la revolución

Mientras que la Guerra Fría justificaba tácticas para- legales, la idea de una cruzada religiosa suspendía el juicio ético en función de la defensa del Occidente y la Nación misma. De ahí la represión contra otros modos de ser católicos.

Gustavo Morello s.j.
Autor de “Cristianismo y Revolución”

En su alegato final, Luciano Benjamín Menéndez hizo una referencia a la revista Cristianismo y Revolución en la que Montoneros explicaba su concepción de la guerra revolucionaria. Más allá del error en las fechas (Menéndez dijo que era un número de setiembre de 1977, cuando en realidad la revista dejó de salir en 1971), el reo en realidad citaba un trabajo que, supongo, le sirvió de inspiración en su alegato. Se trata del libro de su colega Díaz Bessone, Guerra revolucionaria en la Argentina (1959-1978).

Díaz Bessone y Menéndez toman a dicha revista como un vocero de Montoneros. En realidad, la revista surgió por la iniciativa de un grupo que quería debatir el rol de los cristianos en la revolución y postuló la necesidad del cristiano de comprometerse con la lucha revolucionaria para ser coherente con su fe. Cristianismo y Revolución nació como un órgano de oposición a Onganía y como un espacio de difusión de las organizaciones armadas. Su estrategia fue denunciar la pretensión de “catolicismo” del gobierno de Onganía, basándose en ideas cristianas. La revista tomó como base dos consignas: la del cura guerrillero colombiano Camilo Torres: “El deber de todo cristiano es ser revolucionario”, y la del Che Guevara: “El deber de todo revolucionario es hacer la revolución”.

En una actualización de la doctrina del tiranicidio, sostuvo que la violencia revolucionaria era un recurso frente a estructuras intolerables e injustas. La tiranía no era ya la de un gobernante sino la del sistema y sus intereses económicos. En la lectura de Cristianismo y Revolución, los documentos de la Iglesia abrían la puerta para que los cambios de sistemas injustos se hagan por la vía violenta. Establece que a la luz del Evangelio y la revelación cristiana, no se puede condenar la violencia del oprimido para liberarse de las injusticias que lo someten.

Al abrir la posibilidad de un cristianismo revolucionario, pero sobre todo al reflejar la profunda diversidad de posturas sociales al interior del catolicismo argentino, la revista fue descalificada y combatida (su director Juan García Elorrio murió en un sospechoso accidente automovilístico) por el nacionalismo católico que necesitaba estrechar filas en su cruzada contra el comunismo internacional.

Contra el comunismo, “ma non troppo”. Menéndez, siguiendo la tesis de Díaz Bessone, vinculó el surgimiento de la guerrilla a la resistencia peronista. Para ellos, la aparición de los “uturuncos” en la Navidad de 1959 marcó el comienzo de la infiltración cubana en Argentina. La guerrilla, en esta visión, era parte de una revolución mundial del marxismo-leninismo para controlar al Tercer Mundo, imponiendo un sistema de vida ajeno a nuestras tradiciones. Los países comunistas no respetan la soberanía internacional, la política exterior de la URSS se mostró realmente cuando se invadió Hungría en 1956, en Berlín en 1961 y en el intento de base misilística en Cuba en 1963. El comunismo quería destruir las ideas tradicionales de todo el mundo utilizando la violencia.

No deja de ser curioso entonces que la principal aliada exterior del proceso militar haya sido la URSS. En el marco de las crecientes protestas internacionales por la violación de derechos humanos en Argentina, todas las sanciones propuestas en las Naciones Unidas fueron vetadas por los soviéticos, que no estaban dispuestos a tolerar intervenciones en cuestiones de derechos humanos. Más aun, la URSS fue el principal socio comercial: Argentina no apoyó el embargo por la invasión a rusa a Afganistán y se aseguró así un importante superávit en las exportaciones. El proceso apoyó la expansión del comunismo internacional con trigo patrio.

La dulce Francia. La Revolución Cubana marcó sin duda a la insurgencia argentina y también a los militares. Alarmados por la expansión comunista en el marco de la Guerra Fría, las Fuerzas Armadas argentinas empezaron a ocuparse del problema de la insurgencia. Sin haber combatido desde su profesionalización, los militares argentinos estaban ávidos de encontrar una guerra en la cual participar.

El 1956, el coronel Carlos Rosas regresó al país luego de ser agregado militar en Francia, para dirigir la revista de la Escuela Superior de Guerra. Allí había tenido contacto con algunos oficiales combatientes en Argelia. El triunfo de la Revolución Cubana despertó el interés en la doctrina francesa y así, escuela y revista se ocuparon de la contrainsurgencia.

El ideólogo francés era el general André Beaufre y su obra principal el libro La guerra revolucionaria. Allí establecía que lo que caracterizaba a la guerra contrarrevolucionaria era la importancia de la ideología, el método de pequeñas emboscadas y atentados más que batallas abiertas, y sugería que el contra-terror y la represión a gran escala como el método más adecuado.

Beaufre fue invitado a dar clases en 1971 en la Escuela de Guerra, en donde insistió en la importancia de una ideología contrarrevolucionaria como parte integral de la estrategia. También vino a la escuela el coronel Patrice de Naurois, otro veterano francés de Indochina. Él afirmó que el Estado necesitaba información y que las Fuerzas Armadas debían centralizarla. Para ello propuso la división del territorio en zonas bajo la autoridad de algún militar. Éste, al estar más próximo, tendría un mejor conocimiento del territorio y los habitantes.

La guerra santa. Los militares argentinos filtraron estas doctrinas con sus prismas ideológicos propios. Más que un capítulo de la Guerra Fría, el nacional catolicismo los llevó a concebir una cruzada del Occidente cristiano contra el comunismo. Por eso insistían con que los problemas habían comenzado con la modernidad: la Reforma Luterana y la Revolución Francesa. Tanto el protestantismo como el liberalismo eran fuentes de decadencia que llevaban al marxismo. Por eso Menéndez habló de una “guerra revolucionaria total por el alma del pueblo”.

La doctrina de seguridad nacional produjo un desequilibrio en la apreciación de la realidad que llevó a una hipersensibilidad hacia lo “comunista”, a una intolerancia con lo diferente. Habiendo identificado su ideología como una “causa justa”, los militares llegaron fácilmente a una “guerra santa”. Mientras que la Guerra Fría justificaba tácticas paralegales, la idea de una cruzada religiosa suspendía el juicio ético en pos de una causa mayor: defender Occidente y la Nación misma. Por eso, la represión contra otros modos de ser católicos: todo lo que no fuera nacionalismo católico era comunista, subversivo, apátrida.

Este modo de concebir la realidad hizo que todo el pueblo se transforme en sospechoso. Y aquí hay un error en la aplicación de la doctrina francesa, gravísimo en sus consecuencias: los franceses hicieron la guerra en una población no-francesa. Aquí, militares argentinos, en nombre de la argentinidad, declararon la guerra a los argentinos.

© La Voz del Interior

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