La Iglesia del futuro

¿Qué podemos decir y hacer, como laicos, ante el momento actual? Podemos ser ciudadanos plenos del pueblo de Dios y cambiar la prudencia mal entendida por la fortaleza que se requiere en tiempos de crisis.

Sergio Micco


La Iglesia católica está viviendo una innegable crisis. Las acusaciones de abusos de poder no son más que la parte visible de un fenómeno mucho más extendido y profundo. No podemos creer simplemente que los problemas se reducen sólo o principalmente a la moral sexual de parte del clero y a una institucionalidad envejecida, centralizada en Roma y jerarquizada en torno al papado.

El presente artículo busca abordar las causas intelectuales de la crisis del cristianismo europeo, que llega también a América Latina. Luego presentaremos el debate acerca del Concilio Vaticano II como causa o resolución de la crisis. En tercera instancia, analizaremos una respuesta a la crisis institucional, adaptando la forma y énfasis de la misión de la Iglesia a los nuevos tiempos. Finalmente, cerraremos mirando nuestra Iglesia, la latinoamericana.

LA CRISIS DEL CRISTIANISMO EUROPEO
Jean Delumeau, profesor del Colegio de Francia, se preguntaba en 1977 si el cristianismo iba a desaparecer de Europa. Hoy vuelve a la carga, no ahorrándose adjetivos ni datos. Recuerda que en Europa se vive un clima de “agnosticismo intelectual, amnesia cultural, afasia religiosa” (1). Aumentan los que declaran no tener religión. Un laicismo beligerante se expresa en medios intelectuales y de comunicación. Se hunden las prácticas religiosas expresadas en la asistencia al culto dominical, bautizos y matrimonios. Las encuestas de opinión muestran un cristiano medio que toma enorme distancia de la moral predicada desde el púlpito. La caída sistemática de las vocaciones sacerdotales es otro doloroso síntoma de esta crisis.

La crisis viene del mundo moderno y posmoderno que cuestiona a la Iglesia católica, apostólica y romana. El propio Benedicto XVI escribe que “al comienzo del tercer milenio, y precisamente en el ámbito de su expansión original, Europa, el cristianismo se encuentra inmerso en una profunda crisis…” (2). Para quien fuera prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe, la crisis surge porque una parte no despreciable de la ciencia, la filosofía y la exégesis crítica contemporáneas ponen en duda las pretensiones de verdad de la religión cristiana. Muchos científicos buscan en el azar y en la necesidad el origen del universo y del ser humano, desechando por innecesaria la “hipótesis Dios”. La filosofía occidental sostiene que ninguna prueba de la existencia de Dios ha logrado superar la crítica ilustrada. Ningún filósofo ha explicado aceptablemente la presencia del mal en este mundo, creado por un ser infinitamente bueno y todopoderoso, y que guarda silencio ante la matanza y dolor injusto de los inocentes; particularmente de “los niños, los niños”, como exclamaba Dostoievski. La exégesis crítica conmueve las creencias ingenuas del pasado respecto de Jesús, no de su existencia, pero sí de su infancia, milagros, resurrección y de su relación con la Iglesia primitiva. Es la razón del hombre la que cuestiona el silencio de Dios y las creencias de la Iglesia.



CAUSAS INTERNAS Y PAPEL DEL CONCILIO VATICANO II
La crisis también viene desde dentro de la propia Iglesia católica. Para algunos, el período posterior al Concilio Vaticano II ha creado confusión, desmoralización y deserciones. ¿La causa? Una suerte de rendición del catolicismo perenne ante el mundo y la modernidad. Abandonos masivos de religiosos que no supieron distinguir entre ser monjas y sacerdotes consagrados, radicales servidores de la paz y la justicia, o laicos comprometidos con este mundo; confusión doctrinaria y teológica en aspectos centrales de la interpretación del dogma católico y de las sagradas escrituras; aceptación resignada de una movilización contradictoria y rebelde de los laicos, más preocupados de su libertad que de la verdad; desaparición de las fronteras con las iglesias protestantes y las religiones no cristianas, desembocando en un sincretismo religioso posmoderno y, finalmente, aceptación resignada de la secularización del mundo contemporáneo emancipado de su Creador.

La Iglesia habría renunciando a proclamar su verdad, aceptando ser una más de las ofertas de sentido que se venden en la hamburguesería posmoderna del misterio religioso (3).

Para otros, el problema es exactamente el contrario. Es la lentitud en el cumplimiento del Concilio Vaticano II o su inobservancia, lo que agudiza la crisis descrita. Estos otros preguntan: ¿alguien cree que serían cartas de triunfo para la iglesia europea sacerdotes de negro, de espaldas a la asamblea de laicos, hablando en latín, condenando la modernidad y usando el poder secular para impedir los avances de la secularización? “Ni posible ni deseable”, responden. Por el contrario, es la aplicación de verdad del giro iniciado por el papa Juan XXIII, el que revivirá el cristianismo central. Hay que dejar atrás el anterior “giro”, el del año 312, cuando el emperador romano Constantino comenzó a cambiar la Iglesia de Jesús en pro de estado pontificio, teología gobernante y religión triunfante. Fue pilar fundamental de Occidente, pero hay que superarlo pues en sus peores momentos significó que la gracia pareció anular a la naturaleza, la fe se sintió superior a la razón y el papado se quiso más grande que el imperio. El Concilio Vaticano II nos invita a dar el paso liberador de la Jerarquía al pueblo de Dios; de la Iglesia como institución vertical a la Iglesia como comunión (koinonia, communio); de la dominación desde el Estado al servicio desde la comunidad (diakonia, servitium); de la división escandalosa de los cristianos al ecumenismo con los hermanos separados; de las misiones colonialistas al fecundo diálogo interreligioso a favor de la paz y la justicia en el mundo, y de la Iglesia eurocéntrica a una Iglesia verdaderamente católica en cuanto universal, es decir, a la del tercer milenio, mayoritariamente latinoamericana, africana y asiática.

DIEZ NUEVOS MANDAMIENTOS EN RESPUESTA A LA CRISIS
¿Qué decir, como laicos, sin incurrir en la imprudencia de contrariar a la teología y a sus bellas hijas: la cristología y la eclesiología? Pues siendo ciudadanos plenos del pueblo de Dios, podemos usar nuestro real saber y entender, ilustrado y crítico, por precario que sea. Trocar entonces la prudencia mal entendida por la fortaleza que se requiere en tiempos de crisis. Sabemos desde Dante Alighieri que quienes se declaran imparciales en tiempos de crisis moral tienen reservado un lugar en el infierno. Y vivimos una crisis de sentido y de razón de existir de esta institución dos veces milenaria que es nuestra comunidad católica. Debemos abrir puertas y ventanas de la iglesia, dejando que entre viento fresco del mundo, que aporta conocimientos que iluminen un ambiente a ratos oscurecido y enrarecido.

No es raro que pocos crean sinceramente en nuestras verdades. Los primeros cristianos nos legaron una fe que era escándalo para judíos y locura par griegos: un único Dios que entra en la historia liberando a su pueblo; Dios que tuvo un hijo llamado Jesús que se hizo Mesías; Cristo que murió crucificado por amor al mundo y resucitó al tercer día; un resucitado que formó una comunidad de servicio llamada a liberar presos, emancipar pobres, traer vida en abundancia y anunciar la buena nueva de la llegada de un Reino de los Cielos que se iniciará con el retorno del Mesías; Reino sin fin donde los muertos resucitarán en carne y hueso, en el que no habrá dolor, mal, enfermedad ni muerte. Cuando se vuelven a traer a la razón escrita las verdades cristianas, muy duras de oír para hombres y mujeres de la Antigüedad y la Edad Media, no nos puede extrañar que sean pocos los creyentes sinceros (4). Por ello Jean Delumeau sostiene que antes, en los tiempos de la cristiandad, Dios no estuvo tan cerca de nosotros como creen los nostálgicos; ni ahora, en la modernidad nacida de las revoluciones del siglo XVIII, está tan lejos como creen los pesimistas. Pero ahora se trata nada menos que de hacer presente estas verdades en un contexto secularizado, pluralista, científico y tecnológico.

La crisis institucional supone volver a la politología que nos enseña que las instituciones, para ser poderosas y sobrevivir al paso de los siglos, deben poseer órganos y procedimientos estables en el tiempo, regulados sabiamente por normas y legítimos para quienes son regidos por ellos, sabiendo adaptarse a los cambios. Sus integrantes son, además, acogidos con afecto y reciben beneficios a cambio de su entrega a una causa común. Causa común que es función social que es valorada positivamente por la comunidad. Esta debe considerar que la existencia de esa institución es valiosa y necesaria, no solamente para ella, sino que para todos (5).

La crisis de sentido invita a asumir el cambio de paradigma teológico inaugurado en el Vaticano II: la asunción de “los signos de los tiempos”. Esa nueva teología invita a leer, reflexionar y comprender “la historia en la cual Dios aún se revela en Cristo a través del Espíritu” (6).

Siguiendo ese predicamento, y mirando la Iglesia global y no sólo la continental, parece fecunda la propuesta de un capuchino suizo y experto en misiones: Walbert Bühlmann. Él pide que tener “ojos para ver” y acoger el llamado a saber otear “los signos de los tiempos” (7).

Se trata de tomar entre nuestras manos la tarea de poner al día —aggiornamento— los diez mandamientos de la comunidad primitiva. Bühlmann nos propone diez nuevos mandamientos. No se trata ya de prohibiciones individuales, sino que de propuestas hechas a toda la comunidad. Respecto de los problemas de la Iglesia, nos propone los tres primeros mandamientos: 1) dejaréis que prevalezca la sana razón del hombre: la autonomía de las ciencias; 2) os tomaréis en serio como pueblo de Dios: los seglares en la Iglesia; y 3) tenderéis la mano a vuestros hermanos en Cristo: ecumenismo.

Luego, cuando analiza los problemas continentales, nos llama a cada una de las distintas naciones católicas, que han renunciado a ser Estados católicos, a asumir los cuatros siguientes mandatos: 4) os pondréis del lado de los pobres: justicia (Latinoamérica); 5) admiraréis la amplitud del creador: inculturación (África); 6) reconoceréis el “¡Aquí estoy!” de todos los pueblos: diálogo con las religiones (Asia); y 7) acompañaréis a los nómadas religiosos: secularización (Euroamérica).

Finalmente, la humanidad tiene problemas que obligan a que católicos, creyentes y no creyentes trabajen juntos en torno a los tres últimos mandamientos: 8) reforzaréis las filas de los pacificadores: Justicia et pax; 9) desarrollaréis la tierra hasta hacerla un paraíso: ecología y escatología, y 10) saldréis al encuentro del Dios de la historia: mística y política (8).

OPCIÓN POR LOS POBRES Y NUEVA SOCIEDAD
Si cumpliésemos esos mandamientos, no estaríamos inventando nada nuevo, sólo volviendo a tomarnos en serio nuestra fe. Así comenzaría a surgir una Iglesia que es “signo y promesa de salvación para todos los hombres” y “constituye en la tierra el germen y el principio del reino de Dios” (Lumen gentium 5, 2). Una comunidad en que se practica la igualdad, pues “ya no hay judío ni griego; ya no hay esclavo ni libre; ya no hay varón ni mujer, pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Nación de servidores, pues “si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13, 12-14). Ecumenismo que se abre a sus hermanos separados, ya que “en esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que tenéis amor unos con otros” (Jn 13, 34). Iglesia que dialoga con las demás religiones, pues todos tienen la potestad de “llegar a ser hijos de Dios” (Jn 10, 34; 1, 2).

Bühlmann plantea los desafíos globales de la Iglesia. Pero para el cristiano latinoamericano la tarea religiosa fundamental debe seguir siendo comprender ese hecho mayor que es la irrupción de los pobres en la historia de nuestro Continente (9). ¿Cómo anunciar a Dios en medio de la pobreza de decenas y decenas de millones de personas que sufren una muerte prematura e injusta? Otro “gallo cantaría” si la Iglesia fuese la de Bartolomé de las Casas o la de Óscar Arnulfo Romero, quienes se tomaron en serio el Magníficat de María, dispersando a soberbios de corazón, derribando a poderosos de sus tronos, elevando a los humildes, colmando de bienes a los hambrientos y despidiendo a los ricos con las manos vacías (Lucas 1, vs. 39 y ss.). Esa es la forma de asumir nuestra propia y contradictoria modernidad (10).

Crisis de la iglesia, como siempre. Por ello, nada de lamentarse y a ponerse a trabajar. Nada de andar discutiendo lo que debe ser el laico, sino que demostrar lo que es. Volver a leer a Juan XXIII cuando escribía “no perder tiempo pronosticando el futuro, nada de preocuparse por construir ese futuro. El representante de Cristo sabe lo que Cristo espera de él: que cumpla su tarea de cada día. No tengo que presentarme ante él para darle consejos o para sugerirle planes. De mí, únicamente se espera la buena disposición para las sorpresas del Señor” (11). Así partió el giro iniciado en el Concilio Vaticano II.

(1) Delumeau, Jean, El cristianismo del futuro. Mensajero, Bilbao, España, 2006, p. 15.
(2) Ratzinger, Joseph, “La pretensión de verdad puesta en duda”, en: Ratzinger, Joseph (Benedicto XVI) y Flores d´Arcais, Paolo: ¿Dios existe?. Santiago de Chile, Planeta, 2009, p. 11.
(3) Cosa que crítica también un ateo. Ver: Flores d´Arcais, Paolo, “Ateísmo y verdad”, en Ratzinger, Joseph (Benedicto XVI) y Flores d´Arcais, Paolo: ¿Dios existe?, op. cit., pp. 111-113. El teólogo Carlos Casale propone como tarea de la teología de hoy no rendirse ante un racionalismo extremo que sólo da por justificado lo que la evidencia empírica demuestra ni la irracionalidad de formas posmodernas de conocimiento: la teología de los límites. Casale, Carlos, “La teología en tiempos de fragmentación de las ciencias”, en Costadoat, Jorge, Los signos de los tiempos en la teología de la liberación. También, Berríos, Fernando, Costadoat, Jorge y García, Diego (editores): Signos de estos tiempos, Centro Teológico Manuel Larraín, Ediciones Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile, 2008, 249 pp.

(4) Un hermoso libro, escrito aplicando los conocimientos de la sociología contemporánea, ilumina lo sorprendente que es el crecimiento del cristianismo antes del “giro constantiniano”. El autor especula, sin recurrir a la razón de la fe y la acción de los milagros, sobre cómo mil seguidores de Jesús, que en el año cuarenta representaban el 0,0017% de la población, se transformaron, en el 300 en 6.299.832; 10,5% de la población. Ver: Stark, Rodney: El auge del cristianismo, Ed. Andrés Bello, Santiago de Chile. (5) Goodin, Robert y Klingemann, Hans-Dieter; “Ciencia política: la disciplina”, en Goodin, Robert y Klingemann, Hans-Dieter (editores). Nuevo manual de Ciencia Política, Ed. Istmo, Madrid, España, 2001.

(6) Costadoat, Jorge, “Los signos de los tiempos en la teología de la liberación”, en Berríos, Fernando, Costadoat, Jorge y García, Diego (editores), Signos de los tiempos; Op. cit., p. 132.
(7) Bühlmann, Walbert, Ojos para ver. Los cristianos ante el tercer milenio. Herder, Barcelona, España, 1990.
(8) Ibidem, pp. 42-43.
(9) Costadoat, Jorge, “Los signos de los tiempos en la teología de la liberación”, en Berríos, Fernando, Costadoat, Jorge y García, Diego (editores). Signos de estos tiempos, op. cit., pp. 43 y ss.
(10) Silva, Eduardo, “Catolicismo moderno y modernidad católica”, en Yáñez, Samuel y García, Diego (editores), El porvenir de los católicos latinoamericanos. Centro Teológico Manuel Larraín, Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile, 2006, p. 211.
(11) Bühlmann, Walbert, Ojos para ver, op. cit., p. 223.

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Sergio Micco. Abogado, magíster en Ciencia Política y doctor en Filosofía. Artículo publicado en revista Mensaje de Santiago de Chile.


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