Por RD
Sábado, 27 de junio 2009


Pensamos que somos buenos cristianos porque alguna vez vamos a misa, pero el cristianismo no es solamente eso. Los sacramentos son importantes cuando son la culminacóin de una vida cristiana

El periodista, político y escritor italiano Eugenio Scalfari ha entrevistado en La Repubblica al cardenal jesuita Carlo María Martini, quien propone un concilio para abordar “la relación de la Iglesia con los divorciados” y reconoce problemas de la Iglesia en temas como “la elección de los obispos, el celibato de los religiosos, el papel de los laicos y las relaciones entre la jerarquía eclesiástica y la política”. 

En la entrevista, el cardenal emérito de Milán enumera una serie de problemas, que dificultan la relación entre Iglesia católica y sociedad. “El primero –afirma Martini en la conversación-, la actitud de la Iglesia frente a los divorciados, después la elección de los obispos, el celibato de los religiosos, el papel de los laicos y las relaciones entre la jerarquía eclesiástica y la política. ¿Le parecen problemas de fácil solución?”. 

Una voz de esperanza en mitad de una sociedad cada vez menos cristiana y cada vez más indiferente. ¿Indiferente respecto a qué?, pregunta su interlocutor. Contesta Martini: “Ya no hay una visión única del bien. La tendencia dominante consiste en defender el interés particular y el del propio grupo. Quizá pensamos que somos buenos cristianos porque alguna vez vamos a misa o dejamos que nuestros hijos se acerquen a los sacramentos. Pero el cristianismo no es eso, no es solamente eso. Los sacramentos son importantes cuando son la culminación de una vida cristiana. La fe es importante si avanza junto a la caridad. Sin la caridad la fe se vuelve ciega. Sin la caridad no hay esperanza y no hay justicia”. 

A pocos días de que el Papa publique su nueva encíclica, dedicada a la caridad y a la globalización, el cardenal Martini define su significado. “Hacer el bien, ayudar al prójimo es desde luego un aspecto importante, pero no es la esencia de la caridad. Hace falta escuchar a los otros, comprenderlos, incorporarlos a nuestro afecto, reconocerlos, quebrar su soledad y ser su compañero. Amarlos, en definitiva. La caridad no es limosna. La caridad que predicó Jesús consiste en ser plenamente partícipes de la suerte de los otros. Comunión de espíritus y lucha contra la injusticia”. 

En su libro Conversaciones nocturnas en Jerusalén, Martini afirma que los pecados son numerosos y la Iglesia ha hecho una lista bien larga de ellos, pero, en su opinión, el verdadero pecado del mundo es la injusticia y la desigualdad. “Jesús dice que el reino de Dios será de los pobres, de los débiles, de los excluidos. Y dice que la Iglesia debería haber tenido por misión estar cerca de ellos. Esta es la caridad del pueblo de Dios que predicaba su Hijo, que se hizo hombre para nuestra salvación”, constata el purpurado. 

¿Y qué es el Pueblo de Dios? “Toda la Iglesia es pueblo de Dios: la jerarquía, el clero, los fieles…” ¿Y los fieles? “Desempeñan ciertamente una función, pero deberían ejercitarla con mucha mayor plenitud. Con demasiada frecuencia se trata sólo de un papel pasivo. Ha habido épocas en la historia de la Iglesia en las que la participación activa de las comunidades cristianas fue mucho más intensa. Cuando antes me he referido a esa creciente indiferencia, pensaba precisamente en este aspecto de la vida cristiana. Aquí tenemos una laguna, una deserción silenciosa, especialmente en la sociedad europea y en la italiana”. 

Sobre un futuro Concilio: “No pienso en un Vaticano III. Es cierto que el Vaticano II ha perdido una parte de su empuje. Pretendía que la Iglesia afrontase la sociedad moderna y la ciencia, pero este afrontamiento ha sido sólo marginal. Estamos todavía lejos de haber abordado este problema y hasta parece que hemos vuelto la mirada hacia atrás más que hacia delante. Hay que retomar el impulso y para hacer esto ni siquiera haría falta un Vaticano III. Aclarado esto, sí soy partidario de otro concilio, e incluso lo estimo necesario, pero sólo sobre temas específicos y muy concretos. Me parece también que sería necesario poner en práctica lo que se sugirió e incluso lo que fue decretado ya en el Concilio de Constanza: convocar un concilio cada veinte o treinta años sobre un solo tema, o dos a lo sumo”. 

Pero esto sería una revolución en el modo de gobernar la Iglesia, apunta el entrevistador. “A mí no me lo parece. La Iglesia de Roma se llama apostólica y no por casualidad. Su estructura es vertical, pero, al mismo tiempo, también horizontal. La comunión de los obispos con el Papa es un órgano fundamental de la Iglesia”. ¿Y cuál sería el tema del concilio que propone? “La relación de la Iglesia con los divorciados. Afecta a muchísimas personas y familias y, desgraciadamente, el número de familias implicadas será cada vez mayor. Habrá que afrontarlo con inteligencia y con previsión. Y hay también otro tema que un próximo concilio debería abordar: el de la trayectoria penitencial que es la propia vida. Mire, la confesión es un sacramento extraordinariamente importante, aunque hoy esté exangüe. Cada vez son menos las personas que lo practican, pero, sobre todo, se ha convertido en algo casi mecánico: se confiesa un pecado, se recibe el perdón, se recita alguna plegaria y ahí termina todo, en la nada o poco más. Hay que devolver a la confesión una esencia que sea verdaderamente sacramental, un recorrido por el arrepentimiento y un nuevo programa de vida, una relación constante con el confesor, en definitiva, una dirección espiritual”.

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El silencio de los obispos

25.06.09 | 08:17. Archivado en Italia

Cuenta María Paz López en La Vanguardia que existe una voz en Italia que suele presentarse puntual a todo debate político y social sobre cuestiones éticas y morales: la Iglesia católica. Estos días sin embargo, los obispos italianos y el Vaticano están siendo poco locuaces. En pleno escándalo por la agitada vida privada del primer ministro del centroderecha, Silvio Berlusconi, y por su supuesto trato sexual con prostitutas de lujo, muchos católicos italianos echan de menos una declaración contundente de las jerarquías eclesiales sobre la conducta privada de un cargo público que se proclama además defensor de la familia tradicional.

"Todo tiene un límite. Y el límite de la decencia ha sido superado. Que cada cual extraiga las debidas consecuencias", escribe del primer ministro en un editorial el sacerdote Antonio Sciortino, director de Famiglia Cristiana,semanario católico paulino que tira 800.000 ejemplares. Pero en su crítica a Berlusconi, Sciortino toca de rebote a los prelados por su silencio mayoritario al respecto.

El semanario ha recibido un alud de cartas de lectores decepcionados por esa actitud eclesial. "Sobre el primer ministro dan que pensar ciertos pesados silencios en el seno de su partido -escribe el director de Famiglia Cristiana-. Pero la Iglesia no puede abdicar de su misión e ignorar la emergencia moral en la vida pública del país". Y añade que el gobernante "no puede mercadear con la moral a cambio de prometer leyes favorables a la Iglesia".

A decir verdad, eso parece, pues no puede afirmarse que haya habido un coro de críticas de la Iglesia católica ante las últimas revelaciones sobre la vida privada de Berlusconi. Sólo han hablado dos prelados, ambos de diócesis poco prominentes: Carlo Ghidelli, arzobispo de Lanciano-Ortona (Abruzos), y Domenico Mogavero, obispo de Mazara del Vallo (Sicilia). Ghidelli dijo que "el primer ministro no debe esperar que la Iglesia calle"; y Mogavero afirmó que "ciertos comportamientos pueden minar la confianza hasta la deslegitimación".

A primeros de mayo, cuando trascendió la amistad de il Cavaliere con una chica llamada Noemi Letizia, Avvenire, el diario de los obispos, pidió sobriedad al primer ministro. Y la semana pasada Avvenire -que tira 150.000 ejemplares- le sugirió que aclarara el asunto de las invitadas de pago a sus fiestas, pero este martes dio un giro a sus reflexiones.

"No debe olvidarse que la primera regla de la democracia es que el voto popular sea respetado, y no trastocado por grupos que no tienen legitimidad para ello", escribió el editorialista. El diario episcopal suscribe así veladamente la tesis berlusconiana del "complot" de grupos políticos y periodísticos para quitarle las riendas del país. El Vaticano, experto en prudencias y cautelas, se mantiene al margen.

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¿Por qué estoy en la Iglesia Católica Romana?

Muchos amigos y conocidos me han preguntado últimamente -en especial a raíz de algunas intervenciones mías críticas a la institución- por qué permanezco en la Iglesia. Algunos lo preguntan porque entienden que la Iglesia no tiene sentido, otros porque creen que lo ha perdido, otros porque no están de acuerdo con mis opiniones...


Quisiera señalarlo brevemente:
Para empezar, algunos temas teológicos:

+ Los cristianos no creemos "en la Iglesia", o -para decirlo con precisión- la Iglesia no es objeto de fe. Es ámbito de fe. Creemos "en" la Iglesia en cuanto creemos "dentro" de la Iglesia, pero no "en" en cuanto "hacia" la Iglesia. El objeto único de nuestra fe es Dios, creemos en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, pero no "en" la Iglesia. Pero como tenemos la fe "de" la Iglesia, creemos "en=dentro" de la Iglesia.

+ Por otro lado, creo que la Iglesia es "santa y pecadora" (casta meretriz), y por lo tanto "necesitada de conversión". "El reino es el único absoluto, todo lo demás es relativo" (Pablo VI). La Iglesia es servidora del reino de Dios, es decir, de la búsqueda y recepción de la realización de la voluntad de Dios. Por eso debe "convertirse al reino de Dios", y ese proceso -como toda conversión- es permanente. Nunca la Iglesia encarnará plenamente el reino de Dios, y siempre buscará estar a su servicio. La Iglesia debe ser "testiga" de ese reino, debe mostrar con su vida aquello en lo que cree, ya que -caso contrario- no estaría anunciando el Evangelio, sino siendo anti-testimonio. Y no se trata de preocuparse del "qué dirán", sino del testimonio, de lo que revelan nuestras actitudes y fidelidades.

Me permito citar dos textos de J. Ratzinger:

La Iglesia es el signo de Dios en el mundo, y su misión, representar visible y públicamente la voluntad salvífica de Dios ante los ojos de la historia. Si bien la Iglesia sirve a la difusión de la gracia, no por esto debe ser confundida con ella; pues una cosa es la representación simbólica ante la historia del nuevo orden de la gracia, y otra el estado de gracia, o la privación de ella, en los individuos, cosas que afectan a la interioridad del corazón humano y que nadie conoce sino sólo Dios.

Para la Iglesia, la verdadera renovación consiste sólo en eliminar la carga de elementos extra os que se acumularon en ella en determinados tiempos (y que siempre, sin que ella lo advierta, tenderán a adherírsele), para devolver su pureza a la imagen original. (...) aunque la renovación de la Iglesia sólo puede venir del retorno a su origen, tal renovación es algo completamente distinto de restauración, glorificación romántica del pasado (que, a fin de cuentas, sería tan poco cristiana como la simple modernización). Y esto se debe, en última instancia, a que el Jesús histórico, en el que se apoya la Iglesia, es a la vez el Cristo que ha de venir, el que la Iglesia espera; a que Cristo no es simplemente un Cristo ayer, sino a la vez el Cristo hoy y siempre ...

Con cierta frecuencia se escucha hablar de "persecución a la Iglesia". No me voy a detener en la realidad de algunos personajes o medios que no aman la Iglesia, y verían bien que esta no existiera; me refiero a los que afirman que se persigue a la Iglesia cuando se ataca a uno de sus miembros. Se dijo de Olga Wornat a raíz de su libro La Santa Madre, y se dijo a raíz de los que pretendieron justicia en los casos von Wernich o Grassi. Pero nos podríamos preguntar ¿quién "persigue" a la Iglesia? Pienso en los libros de la Biblia, que no temen mostrar las debilidades, miserias y pecados de sus grandes personajes: Abraham afirmando que su mejer es su hermana para que a él no le pase nada, David matando un compañero para quedarse con su mujer, Pedro dudando, apareciendo como de "poca fe" y finalmente negando a Jesús... Nadie diría que el Evangelio de san Mateo persigue a la Iglesia; lo mismo puede decirse de grandes padres de la Iglesia. No me parece que "persiga" a la Iglesia quien revela públicamente sus miserias y pecados. En todo caso, lo hace quien los comete. Atenta más contra la Iglesia un cura pederasta que un medio que denuncia el hecho; no tengo dudas. El que denuncia la ayuda a ser mejor, el que tapa le impide crecer o cambiar.

No creo que la Iglesia deba ser una "secta de puros"; no existe el "cristiano asépticamente puro; por eso en la Eucaristía todos pedimos perdón, y nos reconciliamos sacramentalmente -soy bien consciente que tengo pecados, debilidades y miserias-; pero otra cosa muy diferente es barrer bajo la alfombra. Si tapamos un delito, somos cómplices, no cristianos. Una de las cosas que muchos le cuestionan a la Iglesia ante los casos de abusos y pedofilia no es la cantidad (que es ciertamente mucho menor que los casos intra-familiares, por ejemplo), sino que se tape, que al abusador se lo traslade a otro lado donde pueda repetir el crimen. Casi pareciera, en algunos casos, que el único cuidado es el económico: que el delito no tenga repercusiones económicas.

En muchos casos, la Iglesia parece preocupada por el escándalo y no por los abusos. El escándalo, bíblicamente, se entiende como lo que hace tropezar en la fe, lo que nos atrapa, lo que impide el camino. Sinceramente creo que escandaliza más el silencio, que se tape un delito, casi como si no importara, escandaliza más que la denuncia. Creo que escandaliza más que parezca que se protege a un cura abusador antes que la defensa indeclinable de las víctimas: los abusados. Una Iglesia pecadora, pero que no quiere transar con los delincuentes se vuelve creíble, se vuelve testiga del reino, vale para von Wernick trasladado a Chile o para los abusadores cambiados de parroquia.

Acá radica la clave: creo que la crítica debe entenderse como búsqueda de que la Iglesia sea mejor. Creo que frases como "los trapitos se lavan en casa" o cosas semejantes, parecen olvidar que la Iglesia es comunidad pública, y sus pecados aparecen en público. Otra cosa es el pecado privado de los miembros de la comunidad, que ciertamente debe quedar en la intimidad. Pero creo firmemente que amar a la Iglesia implica buscar que sea mejor, que sea creíble, que sea testiga de la verdad y la justicia.

Me llama la atención que en muchos casos el episcopado calle, como si temiera hablar. No obran así otros muchos episcopados, y no se trata de progresismo o conservadurismo. Un abusador, de izquierda o de derecha, es ¡un abusador! No es "nuestro abusador" cuando tenemos simpatía por sus opiniones. Benito 16 en algunos de sus viajes, recibió a las víctimas de los curas abusadores, y pidió perdón; ¿atenta contra la Iglesia?, ¿es un papa progresista?

Es como miembro de la Iglesia que quiero hablar, porque quiero a la Iglesia, y porque quisiera que sea un ámbito creíble del reino de Dios. No hablo desde otra vereda, hablo "en" la Iglesia, comunidad de Jesús, de Aquel que nos dijo "sean mis testigos", y quien quiere presentarse la Iglesia a sí mismo "como novia sin mancha ni arruga" (Ef 5,27). Eso quisiera, poner un "granito de arena" en la edificación de una Iglesia más parecida a la que Jesús quería. No que yo sea "creíble", no que sea "sin mancha", sino que quisiera que la Iglesia lo sea y nos ayude desde su fidelidad al reino de Dios a sembrar vida, a mostrar la luz de Jesús y a dar testimonio de la verdad al mundo y a la historia.

Eduardo de la Serna

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Por Patricio Downes
Para Religión Digital


“Retorné a Dios de la mano de un angel; nací en la fe católica, me alejé de la Iglesia y volví de la mano de mi madre”, contó a Religión Digital la médica cubana Hilda Molina, quien llegó el sábado a Buenos Aires, para reunirse con su familia, tras 15 años de infructuosos pedidos de permiso para salir del país, presentados al gobierno de la isla.



Habla desde su casa en El Palomar, un suburbio del oeste de Buenos Aires, con Hilda Morejón, su mamá de 90 años, descansando a su lado: su "angel". 

A los 66 años, esta médica especializada en neurocirugía, destacada militante de la Revolución Cubana que la premió y eligió diputada, pudo por fin reunirse en Buenos Aires con su único hijo Roberto Quiñones, médico como ella. Aquí la esperaban también su madre, su nuera argentina Verónica Scarpati, y sus dos nietos Roberto Carlos (13) Y Juan Pablo (8). Su salida de Cuba fue apoyada por el Vaticano. 

Detrás de la utilería del escenario político, late el corazón de una mujer que volvió a su fe y lo relata de una manera encantadora y a la vez emocionante. 

“Nací en cuna católica, en especial de una madre católica, pero de esos católicos que pasan por la vida prodigando el bien solamente”, relató a RD la médica que llegó a ser amiga de Fidel Castro, “no su mujer” aclara, y a fundar y presidir el Centro de Restauración Neurológica (CIREN), desde 1989 a 1994. Ese año renunció al CIREN, al Partido Comunista y a su banca en la Asamblea Nacional. 

- Contó que su madre sufrió mucho 

Me gradué de bachiller con las monjas del Colegio Teresiano y en esa misma institución obtuve una beca para estudiar medicina en EEUU y España, pero coincide que triunfa el proceso político que aun gobierna Cuba. Y bueno, yo confié en su prédica y a medida que me adentraba, me iba alejando de la fe. Mi madre sufrió muchísimo, ¡cómo no!, pero ella es de esas personas muy tolerantes, fiel al Evangelio. Y mi madre se propuso que yo retornara a la práctica religiosa. Porque en el fondo de mi alma, nunca dejé de creer en Dios e incluso cuando nació mi único hijo, Roberto, le pedí “hazme el favor de bautizarlo y de enseñarla nuestra religión”. Así se lo dije y hoy mi hijo es un hombre de fe. 

- Y cómo fue esa época de juventud 

Bueno, mi madre sufrió, pero el vacío que siente un ser humano que ha conocido a Dios y se aleja de El por cualquier razón, es un vacío tan negro, que uno no encuentra qué es lo que le pasa. Y siente que nunca llega a tener la paz que todo ser humano necesita. Y es sencillamente que -para quien ha conocido a Dios, e inclusive creo que hasta para el que nunca lo ha conocido- la falta de Dios es una experiencia que no puedo describir con palabras. Es como vivir en una noche oscura, aunque uno tenga una labor tan humanitaria como era la mía en medicina. 

- Y ccuándo retornó a su fe? 

Fue por mi madre. Ella fue de las primeras personas que oyó en Cuba la Radio Católica Mundial (EWTN), que sólo se captaba por onda corta. Fue fundada por la hermana Angélica en Alabama y a ella le dediqué un artículo en mi blog. Mi madre me decía mirá qué interesante, qué bonito, y poquito a poquito fuí oyendo todas las cosas nuevas después del Vaticano II, con todos los cambios que se produjeron inclusive en la liturgia. Ella me iba informando, me iba hablando de la Iglesia, lo que iba pasando en los momentos difíciles en Cuba. Hasta que un día me dice: “vamos a la iglesia, quiero que veas qué lindas están las iglesias cubanas”. Y así comencé, mucho antes de renunciar (a sus cargos y al PC) a asistir a algunas misas. Hasta que por fin dí el paso de confesarme. Entonces yo sentí como que de nuevo mi vida cambiaba. 

- Cómo fue ese sentimiento? 

No soy una persona demagoga, le estoy diciendo absolutamente la verdad. Tengo la alegría que el hospital que yo dirigía, en ese sistema que es ateo, fue –creo- el único del país donde se ha celebrado la eucaristía. Mi madre llevaba un sacerdote amigo que daba misa, bendecía a los enfermos cuando iban a operarse, y ella rezaba el Rosario. Por eso a mi madre le agradezco lo que soy, lo que ha hecho con mi hijo Roberto, y que me hizo regresar a la fe. 

- Cómo está la fe en Cuba? 

La religión en Cuba ha ganado muchísimo espacio, con una política muy inteligente. La Iglesia Católica está haciendo lo que debe hacer, respetuosa con el gobierno y dedicada a su función evangélica. A ganar almas. Y cada vez se llenan más los templos de una manera más conciente y fervorosa. Es una labor respetuosa y como yo creo que debe ser. Yo admiro a la Iglesia Católica de Cuba, a su dirección, a sus obispos, a sus religiosos y a sus laicos, sobre todo a los laicos comprometidos que nunca abandonaron la Iglesia, como es el caso de mi madre.

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por Ernst-Wolfgang Böckenförde

Para el próximo 29 de junio se anuncia la aparición de la encíclica Caritatis in veritas, que abordará entre otras cuestiones, la crisis económica que deparó una serie de calamidades en el mundo. Sobre este tema en la revista italiana Il Regno, de los padres dehonianos, se publicó este artículo del jurista alemás Ernst-Wolfganb Böckenförde, un hombre muy respetado por Benedicto XVI y cuyas ideas tendrán alguna influencia en el documento próximo a aparecer.


La crisis bancaria y consecuentemente económica que nos ha embestido y que está aún muy lejos de terminar, suscita muchas preguntas. ¿Ha sido causada por la irresponsabilidad y por la ambición de muchos y diferentes bancos, especialmente bancos de inversión? ¿O por falta de reglas rígidas para los mercados financieros internacionales, por la falta de funcionamiento de la supervigilancia sobre los bancos y finanzas, por la separación e independencia de una economía financiera virtual (y acrobática), por la economía real de la producción y de los bienes? Probablemente contribuyeron a ella varios factores como esos, unidos a una ingenua confianza en un mercado "libre" y sin reglas.

Pero buscando las causas únicamente en esta dirección no llegamos muy lejos. De hecho el sistema que se ha venido constituyendo en este campo por décadas con éxito y con amplios ganancias materiales pero que también con una creciente distancia entre pobres y ricos, ese "turbo-capitalismo" (llamado así por Helmut Schmidt) que con la globalización mundial ha alcanzado una nueva calidad, antes de provocar un derrumbe, no puede ser definido y explicado sólo haciendo referencia a comportamientos equivocados de personas individuales o incluso de grupos.

Esto ciertamente puede haber contribuido, pero más globalmente se trata de frutos de un sistema de interacción consolidado y muy difundido que sigue una propia lógica funcional, y a ella subordina todo el resto. Este sistema de integración se ha transformado en un sistema de acción: el capitalismo moderno. Este forja el comportamiento económico (y en parte también no económico) de los individuos y lo integra en el sistema. Estos son ciertamente los actores, pero en su comportamiento no siguen tanto un propio impulso, sino más bien los estímulos derivados del sistema y de su lógica funcional.


EL CARÁCTER INHUMANO DEL CAPITALISMO


¿Pero cómo se presenta más precisamente el capitalismo moderno como sistema de acción? En esto nos puede ayudar un gran sociólogo humanista del siglo pasado, Hans Freyer. En su libro "Theorie des gegenwärtigen Zeitalters [Teoría de la época actual]" nos habla de los "sistemas secundarios" como productos específicos del mundo industrializado moderno y analiza con precisión la estructura de los mismos (1).

Los sistemas secundarios están caracterizados por el hecho de desarrollar procesos de acción que no se relacionan a ordenamientos preexistentes, sino que se basan en pocos principios funcionales, de los que están construidos y de los que extraen su racionalidad. Estos procesos de acción integran al hombre no como persona en su integridad, sino sólo como las fuerzas motoras y las funciones que se requieren por los principios y por su actuación. Lo que las personas son o deben ser queda fuera.

Los procesos de acción de este tipo se desarrollan y se consolidan en un sistema difundido caracterizado por su específica racionalidad funcional, que se sobrepone – influenciándola, cambiándola y modelándola – a la realidad social existente.

Esa es la clave para el análisis del capitalismo como sistema de acción. Ella se basa en pocas premisas: libertad general del individuo y de asociaciones de individuos en materia de adquisiciones y contratos; plena libertad en materia de transferencias de mercancías, negocios y capitales fuera de los límites nacionales; garantía y libre disposición de la propiedad personal (incluido el derecho de sucesión), entendiendo como propiedad la posesión de bienes y dinero, sino también posesión de saber, tecnología y capacidad

El objetivo funcional es la general liberación de un interés lucrativo potencialmente ilimitado, además de las potencialidades de ganancia y de producción, que operan en el libre mercado y entran en competencia entre ellas. El impulso decisivo es dado por un individualismo egoísta que empuja a las personas involucradas a adquirir, innovar y ganar. Tal empuje constituye el motor, el principio activo; no persigue un objetivo con contenidos preexistente, que fija las medidas y límites, sino una ilimitada dilatación de sí, el crecimiento y el enriquecimiento. Por ello es necesario eliminar o dejar de lado todos los obstáculos y todos los reglamentos que no son solicitados por las premisas citadas anteriormente. El único principio regulador debe ser el libre mercado.

El punto de partida y la base de la construcción no son la satisfacción de las necesidades de los hombres y su creciente bienestar; ellos siguen el proceso y su progreso, son – por decir así – una consecuencia del sistema funcionando. El derecho y el Estado como su tutor tienen únicamente la tarea de asegurar la posibilidad de desarrollo y el funcionamiento de este sistema de acción. Son una variable funcional, no una fuerza preexistente de ordenamiento y limitación.

El dinamismo y la influencia sobre los comportamientos de un sistema así son enormes. El mismo sistema se vuelve, y es, sujeto de comercio. Realización de ganancias, crecimiento de capital, aumento de la producción y de la productividad, autoafirmación y crecimiento en el mercado constituyen el principio motor y dominante, cuya racionalidad funcional integra y subordina todo el resto. Los trabajadores son tomados en consideración sólo en base a la función que desarrollan y a los costos que comportan, por lo cual se reducen al menor número posible. Su sustitución, donde es posible, por máquinas o tecnologías automatizadas para reducir los costos se presenta no sólo como algo racional sino económicamente necesaria.

La compensación por los problemas sociales y los despidos que de ello derivan no se considera en esta lógica funcional, sino que viene demandada al Estado y a su función de garantía, que precisamente por esto puede imponer tasas y solicitar contribuciones, que de todos modos comportan todavía costos para las empresas. El principio estructurante no es la solidaridad hacia las personas y entre ellas; sólo se le toma en consideración como reparación para bloquear, y en parte compensar, las consecuencias perjudiciales y deshumanas del sistema, que se desarrolla en base a la propia lógica interna.

No se puede poner en duda las extraordinarias realizaciones en términos económicos y de bienestar que el capitalismo estructurado de esa manera produce no sólo en los países, pero hoy también a nivel mundial, no obstante todas sus faltas y deficiencias; nosotros mismos, habitantes de Occidente, obtenemos grandes ganancias del mismo. Sin embargo, no se puede no ver que se trata de un proceso en continua progresión. En base a su misma dinámica este busca continuamente extenderse e integrar en su lógica funcional todos los ámbitos de la vida en la medida en que tienen un lado económico, con amplias repercusiones también en el campo de la cultura y del estilo de vida personal. De aquí la rápida difusión de trato economicista en todos los aspectos de la vida. Hoy lo constatamos sobre todo en el sistema sanitario.


MARX HABÍA VISTO CORRECTAMENTE


Ya hace más de 150 años, Karl Marx lo había analizado claramente y lo había expresado, e impresiona la actualidad de su pronóstico: "Gracias a que usufructúa el mercado mundial, la burguesía ha hecho cosmopolita la producción y el consumo de todos los países. Ha privado la industria de su fundamento nacional. Las antiquísimas industrias nacionales han sido y son diariamente aniquiladas. Son reemplazadas por industrias nuevas, cuya introducción se vuelve una cuestión de vida o muerte para todas las naciones civiles, industrias que no trabajan más materias primas locales, sino materias primas importadas de zonas muy lejanas, y en las que los productos no son consumidos exclusivamente en el país sino en todas partes en el mundo. […] El lugar de la antigua autosuficiencia y del aislamiento local y nacional es ocupado ahora por un tráfico universal, una universal dependencia recíproca entre las naciones. Y como en la producción material, así también en la producción intelectual. Gracias al rápido mejoramiento de todos los instrumentos de producción, a las comunicaciones extremadamente más fáciles, la burguesía lleva la civilización a todas las naciones. Los bajos precios de sus mercancías son la artillería pesada con la que ella arrasa todas las murallas chinas, […] obliga a todas las naciones a adoptar, si no quieren morir, el modo de producción burgués" (2)

Para nuestro tiempo es necesario agregar que, gracias a una perfecta organización a nivel mundial del transporte de containeres por vía marítima, son mínimos los costos de transporte de mercancías y productos, por lo que las grandes distancias ya no desalientan más, sino más bien estimulan el comercio a nivel mundial.

Y no está fuera del desarrollo, sino corresponde más bien a su lógica, el hecho que, en la búsqueda de posibilidades de ganancia siempre nuevas, se difunden siempre más, en el campo de los mercados financieros, los negocios basados únicamente en el capital ficticio y en su multiplicación, con la tendencia a no tener cuenta los datos de la economía real y a causarles daño. Karl Marx ya había visto también esto (3).

El Estado y el derecho pueden ciertamente desde afuera fijar límites al sistema del capitalismo e imponerle reglas, limitar los excesos y las consecuencias inaceptables, en la medida que el ordenamiento estatal – que de parte suya está vinculado a la promoción de una economía favorable al crecimiento – tiene la fuerza para hacerlo. Y en una cierta medida también lo hace. Sin embargo también en caso de lograrlo, esta sería una corrección marginal, que debe ser una extorsión a la lógica funcional del sistema, en cuanto que esta última apunta siempre a la mayor desregulación posible.


DERRIBAR EL CAPITALISMO HASTA SUS CIMIENTOS


¿Por tanto, de qué sufre el capitalismo? No sufre solo a causa de sus excesos y de la avidez y del egoísmo de los hombres que en él operan. Sufre a causa de su punto de partida, de su principio funcional y de la fuerza que crea el sistema. Por ello es imposible curar esta enfermedad con remedios marginales; sólo se puede curar cambiando el punto de partida.

Es necesario sustituir el extendido individualismo en materia de propiedad privada, que toma como punto de partida y principio estructurante la ganancia de sus individuos potencialmente ilimitada, considerada derecho natural y no sujeto a alguna orientación de contenidos, con un ordenamiento normativo y una estrategia de acción, basados en el principio según el cual los bienes de la tierra, es decir la naturaleza y el ambiente, los productos del suelo, el agua y las materias primas no pertenecen a quienes fueron los primeros en posesionarse y usufructuar de ellos, sino que están destinados a todos los hombres, para satisfacción de sus necesidades vitales y para alcanzar el bienestar.

Es un principio radicalmente diferente; su punto de partida y de referencia es la solidaridad de los hombres en su vivir juntos y en competencia. Es desde esto que se hace necesario deducir las normas fundamentales en base a las cuales se ha de informar los procesos de acción, económicos pero también no económicos (4).

La elección de un punto de partida así no es del todo nueva. Se relaciona a una antigua tradición, que se perdió en el momento del paso al individualismo de la propiedad y al capitalismo. Tomás de Aquino, el gran teólogo y filósofo del Medioevo, afirmaba explícitamente que en base al derecho natural, es decir al ordenamiento de la naturaleza querido por Dios, los bienes terrenos están ordenados a la satisfacción de las necesidades de todos los hombres. La propiedad privada del individuo existe sólo en el cuadro de este destino universal de los bienes, y se subordina a este. Ella no pertenece al derecho natural en sí, sino que es un agregado legislativo que se justifica por motivos prácticos, porque cada uno cuida mayormente lo que le pertenece a sí mismo, más que lo que le pertenece a todos, porque es más conforme al objetivo que cada uno posea y administre las cosas por sí mismo y, en fin, porque la propiedad privada favorece la paz entre los hombres (5). Luego Tomás distingue también entre posesión, administración y uso de lo que se posee. Mientras el primero toca sólo al individuo, el uso debe tener en cuenta el hecho de que los bienes exteriores, en base a su destinación originaria, son comunes, por lo que quien está provisto de ellos debe compartirlos voluntariamente con los pobres (6). Por ello, para Tomás, en caso de extrema necesidad, el robo no es pecado (7).

Aquí aparece un modelo que es contrario al capitalismo. Un modelo que parte de otros principios fundamentales y así desenmascara también el carácter inhumano del capitalismo. La solidaridad no aparece más como una reparación, para bloquear y compensar las consecuencias dañosas de un individualismo desenfrenado en materia de propiedad, sino como un principio estructurante de la convivencia humana también en el ámbito económico.

Este punto de partida opera en muchos modos: atribuciones de los productos del suelo y de las materias primas naturales; relaciones con los bienes de consumo y el ambiente, naturaleza, agua y aire; rol directivo de lo que es trabajo respecto al capital; límites a la acumulación de propiedad y de capitales; reconocimiento de los otros seres humanos – también de las futuras generaciones – como sujetos y socios en el campo del uso, del comercio y de la posesión, en que como objetos de posible explotación.

De este modo se tiene un cuadro normativo, dentro del cual el sentido de la posesión y del uso personal, la garantía de la propiedad, pueden y deben tener un significado propio pragmático y su función como fuerza motora del proceso económico y de su progreso. Pero siguen ligadas al concepto prioritario de la solidaridad, que ofrece orientación de contenido y pone límites a una expansión ilimitada.


DESPUÉS DE MARX, ES LA HORA DE LA IGLESIA


Esta no es la sede para elaborar en detalle un modelo teórico y práctico así, inspirado por el principio de solidaridad. Los fundamentos para hacerlo se encuentran en la tradición de la doctrina social cristiana. Basta despertarlos del sueño de bella durmiente en el bosque y aplicarse con decisión a traducirlos en la práctica.

Esta doctrina social de la Iglesia ha asumido largamente respecto al capitalismo, impresionada por sus indiscutibles éxitos, una actitud más bien de defensa. Lo ha criticado sobre puntos específicos en vez de ponerlo en discusión en cuanto tal. El actual evidente derrumbe del capitalismo a causa de su expansión ilimitada y casi sin reglas puede, y debería, permitirle a la doctrina social de la Iglesia una crítica radical.

Para esto el magisterio social puede remitirse simplemente al Papa Juan Pablo II, el crítico más lúcido y enérgico del capitalismo después de Karl Marx. Ya en su primera encíclica emprendió la evaluación del sistema en cuanto tal, de sus estructuras y de los mecanismos que dominan la economía mundial en el campo de las finanzas y del valor del dinero, de la producción y del comercio. En su opinión, estos se han demostrado incapaces de responder a los desafíos y a las exigencias éticas de nuestro tiempo (8). El hombre "no puede volverse esclavo de sus cosas, esclavo de los sistemas económicos, esclavo de la producción, esclavo de sus propios productos" (9).

Pero la nueva orientación solidaria y la transformación de un extendido sistema de acción económico que, como hemos mostrado, no tiene en consideración la naturaleza y la vocación del hombre, y más aún las contradice, no viene por sí sólo. Requiere un poder estatal en grado de actuar y decidir, que vaya más allá de la mera función de garantía del desarrollo del sistema económico y de verificación del paralelogramo de las fuerzas, y que asuma eficazmente la responsabilidad del bien común mediante la limitación, la orientación y también el rechazo de la persecución del poder económico, buscando continuamente reducir al mismo tiempo las desigualdades sociales.

Es imposible realizar una transformación así con simples intervenciones de coordinación. ¿Pero dónde se encuentra hoy un estado así? Frente al tejido económico mundial la fuerza del Estado nacional ya no es suficiente; será siempre derrotada por las fuerzas económicas que operan a nivel mundial. Por otra parte, es imposible organizar un estado a nivel mundial, bajo forma de Estado planetario. Se puede hacer sólo para y en áreas limitadas, que están en relación entre ellas y colaboran. La llamada está dirigida por lo tanto a Europa. ¿Pero tendrá la voluntad y la fuerza para hacerlo?


NOTAS

(1) H. Freyer, "Theorie des gegenwärtigen Zeitalters", Deutsche Verlag-Amstalt, Stuttgart, 1956, p. 79ss.

(2) K. Marx, F. Engels, "Manifesto del partito comunista", Marietti, Genova, 1973, p. 60.

(3) K. Marx, "Das Kapital", vol. III, c. 25, Dietz-Verlag, Berlin, 1956, pp. 436-452.

(4) Cfr. E.-W. Böckenförde, "Ethische und politische Grundsatzfragen zur Zeit", in Id., "Kirche und christilicher Glaube in der Herausforderungen der Zeit", Münster, 2007, pp. 362-366.

(5) Tomás de Aquino, "Summa Theologiae", IIa-IIae, q. 66, art. 2 e art. 7.

(6) Ivi, q. 66, art. 2, resp.

(7) Ivi, art. 7, resp.

(8) Cfr. Juan Pablo II, "Redemptor hominis", 1979, n. 16. Cfr. además: Id., "Laborem exercens", 1981; "Centesimus annus", 1991.

(9) Juan Pablo II, "Redemptor hominis", 1979, n. 16.

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