Martini pide la reforma de la Iglesia


Por JUAN G. BEDOYA
EL PAÍS, 25-05-2008

“La Iglesia debe tener el valor de reformarse”. Ésta es la idea fuerza del cardenal Carlo Maria Martini (Turín, 1927), uno de los grandes eclesiásticos contemporáneos. Con elogios al reformador protestante Martín Lutero, el cardenal le pide a la Iglesia católica “ideas” para discutir hasta la posibilidad de ordenar a viri probati (hombres casados, pero de probada fe), y a mujeres. También reclama una encíclica que termine con las prohibiciones de la Humanae Vitae, emitida por Pablo VI en 1968 con severas censuras en materia de sexo. El cardenal Martini ha sido rector de la Universidad Gregoriana de Roma, arzobispo de la mayor diócesis del mundo (Milán) y papable. Es jesuita, publica libros, escribe en los periódicos y debate con intelectuales. En 1999 pidió ante el Sínodo de Obispos Europeos la convocatoria de un nuevo concilio para concluir las reformas aparcadas por el Vaticano II, celebrado en Roma entre 1962 y 1965. Ahora vuelve a la actualidad porque se publica en Alemania (por la editorial Herder) el libro Coloquios nocturnos en Jerusalén, a modo de testamento espiritual del gran pensador. Lo firma Georg Sporschill, también jesuita.
Sin tapujos, lo que reclama Martini a las autoridades del Vaticano es coraje para reformarse y cambios concretos, por ejemplo, en las políticas del sexo, un asunto que siempre desata los nervios y las iras en los papas desde que son solteros.
El celibato, sostiene Martini, debe ser una vocación porque “quizás no todos tienen el carisma”. Espera, además, la autorización del preservativo. Y ni siquiera le asusta un debate sobre el sacerdocio negado a las mujeres porque “encomendar cada vez más parroquias a un párroco o importar sacerdotes del extranjero no es una solución”. Le recuerda al Vaticano que en el Nuevo Testamento había diaconisas.
Son varios los periódicos europeos que ya se han hecho eco de la publicación de Coloquios nocturnos en Jerusalén, subrayando la exhortación del cardenal a no alejarse del Concilio Vaticano II y a no tener miedo de “confrontarse con los jóvenes”.
Precisamente, sobre el sexo entre jóvenes, Martini pide no derrochar relaciones y emociones, aprendiendo a conservar lo mejor para la unión matrimonial. Y rompe los tabúes de Pablo VI, Juan Pablo II y el papa actual, Joseph Ratzinger. Dice: “Por desgracia, la encíclica Humanae Vitae ha tenido consecuencias negativas. Pablo VI evitó de forma consciente el problema a los padres conciliares. Quiso asumir la responsabilidad de decidir a propósito de los anticonceptivos. Esta soledad en la decisión no ha sido, a largo plazo, una premisa positiva para tratar los temas de la sexualidad y de la familia”.
El cardenal pide una “nueva mirada” al asunto, cuarenta años después del concilio. Quien dirige la Iglesia hoy puede “indicar una vía mejor que la propuesta por la Humanae Vitae“, sostiene.
Sobre la homosexualidad, el cardenal dice con sutileza: “Entre mis conocidos hay parejas homosexuales, hombres muy estimados y sociales. Nunca se me ha pedido, ni se me habría ocurrido, condenarlos”.
Martini aparece en el libro con toda su personalidad a cuestas, de una curiosidad intelectual sin límites. Hasta el punto de reconocer que cuando era obispo le preguntaba a Dios: “¿Por qué no nos ofreces mejores ideas? ¿Por qué no nos haces más fuertes en el amor y más valientes para afrontar los problemas actuales? ¿Por qué tenemos tan pocos curas?”
Hoy, retirado y enfermo -acaba de dejar Jerusalén, donde vivía dedicado a estudiar los textos sagrados, para ser atendido por médicos en Italia-, se limita a “pedir a Dios” que no le abandone.
Además del elogio a Lutero, el cardenal Martini desvela sus dudas de fe, recordando las que tuvo Teresa de Calcuta. También habla de los riesgos que un obispo tiene que asumir, en referencia a su viaje a una cárcel para hablar con militantes del grupo terrorista Brigadas Rojas. “Los escuché y rogué por ellos e incluso bauticé a dos gemelos hijos de padres terroristas, nacidos durante un juicio”, relata.
“He tenido problemas con Dios”, confiesa en un determinado momento. Fue porque no lograba entender “por qué hizo sufrir a su Hijo en la cruz”. Añade: “Incluso cuando era obispo algunas veces no lograba mirar un crucifijo porque la duda me atormentaba”. Tampoco lograba aceptar la muerte. “¿No habría podido Dios ahorrársela a los hombres después de la de Cristo?” Después entendió. “Sin la muerte no podríamos entregarnos a Dios. Mantendríamos abiertas salidas de seguridad. Pero no. Hay que entregar la propia esperanza a Dios y creer en él”.
Desde Jerusalén la vida se ve de otra manera, sobre todo las parafernalias de Roma. Martini lo cuenta así: “Ha habido una época en la que he soñado con una Iglesia en la pobreza y en la humildad, que no depende de las potencias de este mundo. Una Iglesia que da espacio a las personas que piensan más allá. Una Iglesia que transmite valor, en especial a quien se siente pequeño o pecador. Una Iglesia joven. Hoy ya no tengo esos sueños. Después de los 75 años he decidido rogar por la Iglesia“.
• Nunca más el ‘error Galileo’
El cardenal Martini se empeñó siempre en establecer un terreno de discusión común entre laicos y católicos, afrontando también aquellos puntos en los que no hay consenso posible. Con esa intención abrió uno de los debates más sabrosos entre intelectuales contemporáneos, publicado en 1995 en Italia con el título In cosa crede qui non crede? (¿En qué creen los que no creen?). Se trataba de una serie de cartas cruzadas entre el cardenal y Umberto Eco, sobre temas como cuándo comienza la vida humana, el sacerdocio negado a la mujer, la ética, o cómo encontrar, el laico, la luz del bien. Un sector de la jerarquía católica asistió a la controversia con indisimulada incomodidad, pero una década después, el mismísimo cardenal Joseph Ratzinger, hoy papa Benedicto XVI, afrontó un debate semejante con el filósofo alemán Jürgen Habermas sobre la relación entre fe y razón.
Lamentó en 1995 el cardenal Martini que su iglesia viviera sumida en “desolada resignación respecto al presente”. También se sinceró ante Eco sobre el miedo a la ciencia y al futuro. Entonces lo hizo “con tesoros de sutileza”, reconoció él mismo. Ponía por testigo la prudencia de Tomás de Aquino en semejantes compromisos, por miedo a Roma, que a punto estuvo de castigar a quien ahora es uno de sus guías más ilustres
El cardenal, ya jubilado -es decir, más libre que cuando ejercía responsabilidades jerárquicas-, se expresa en el nuevo libro con la sutileza que usó en el debate con Umberto Eco, pero pone sobre la mesa puntos de vista sorprendentes para sus pares, como el contror de la natalidad y los preservativos. Suenan también como trallazos sus elogios a Martín Lutero y el desafío a Roma para que emprenda con coraje algunas de las reformas que en su tiempo reclamó el fraile alemán.
En el trasfondo de sus manifestaciones de ahora, donde el cardenal aparece a veces angustiado - con un sentimiento más trágico de su fe-, surge el debate interminable del enfrentamiento de la Iglesia de Roma con la ciencia y el pensamiento modernos. Nuevamente, es un jesuita quien vuelve a plantear la discusión, con disgusto del Vaticano. La ventaja de Martini es que no está ya al alcance de ninguna pedrada. El también jesuita George Tyrrell, el erudito tomista irlandés, fue castigado sin contemplaciones y suspendidido de sus sacramentos. Incluso se le negó sepultura en un cementerio católico cuando falleció en 1909. Su pecado: reivindicar, como Martini, el derecho de cada época a “adaptar la expresión del cristianismo a las certidumbres contemporáneas, para apaciguar el conflicto absolutamente innecesario entre la fe y la ciencia, que es un mero espantajo teológico”.
Lo que buscan todos estos pensadores católicos es espantar cualquier riesgo de cometer otra vez el error Galileo. Es otra de las exigencias del cardenal.

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EL PAPEL HISTÓRICO DE APARECIDA


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José Comblin


El Espíritu Santo actúa en todos los miembros del pueblo de Dios.. Por eso los documentos publicados por la jerarquía valen en la medida de su recepción por el pueblo de Dios. Este expresa su acuerdo o su desacuerdo al adoptar o marginalizar el documento.
En la Iglesia Católica no hay diálogo entre la jerarquía y el pueblo. El derecho canónico no prevé nada de eso. Sin embargo, hay un diálogo mudo: el pueblo acepta o no acepta. Si no acepta, el documento cae de hecho, aunque pueda permanecer en la última edición de Denzinger. Por ejemplo, los documentos de Medellín y Puebla fueron acogidos con entusiasmo y son citados constantemente. El pueblo hace referencia a ellos sin cesar. Al revés, nadie se refiere al documento de Santo Domingo: simplemente no fue recibido y cayó en el olvido.
¿Qué va a acontecer con el documento de Aparecida? Dentro del pueblo de Dios habrá un intercambio de impresiones y de reflexiones. Claro que pocas personas van a leer todo el documento. Pero este será citado o no, las citaciones van a interesar o no. ¿Cuáles serán los textos que irán de hecho a orientar a la acción? Todavía es temprano para saber lo que va a acontecer.
Estoy escribiendo a mediados de agosto. Recibí comunicación de una señal muy positiva que está ligada a la Conferencia de Aparecida, y que parece ser un primer efecto. En Chile, el presidente de la Conferencia Episcopal, don Alejandro Goic, obispo de Rancagua había sido cuasi mediador en la huelga de 36 días de los subcontratistas de Codelco. Codelco es la gran empresa estatal que explota dos grandes minas de cobre, una en Chuquicamata en el Norte, y otra la Mina El Teniente cerca de Rancagua. Los obreros no recibieron todo lo que pedían, pero cambió su condición de vida. Esto le valió al obispo una fuerte gratitud de parte de la clase obrera.
Ahora bien, después de Aparecida, don Alejandro hizo una larga declaración que suscitó polémica. Dijo que era la hora para la Iglesia de hacer “una autocrítica muy sincera”, y “una reflexión sobre la formación dada a los católicos, especialmente a los que están en la vida pública que deberían ser la vanguardia de la justicia social”. Declaró también que era válida y legítima la presencia de la Teología de la Liberación y se refirió a la colaboración muy eficiente de los teólogos de Amerindia en la Conferencia de Aparecida porque colaboraron con varios obispos. Recibió la aprobación del cardenal de Santiago. Promovió un diálogo permanente con la teología de la liberación.
Las declaraciones de don Alejandro fueron aprobadas por toda la Conferencia, lo que provocó la atención del pueblo. Hacía años que la Conferencia episcopal mantenía un silencio prudente en materia social. Parece que Aparecida fue para ellos una conmoción. De repente abrieron los ojos. El público quedó interesado: ¿qué fue esa conferencia del CELAM que provocó la conversión de los obispos chilenos? Más tarde don Alejandro escribió una circular que circuló bastante en Chile y en América Latina en que defiende las mismas posiciones.
Las expresiones del presidente de la Conferencia episcopal encontraron el silencio de los medios de comunicación social. Cuando los obispos hablan de cuestiones sexuales, siempre son destacados en los medios. Ahora nada. Otra buena señal fue que don Alejandro fue atacado por la senadora Matthei del partido más derechista del Senado. Declaró que el obispo era un ignorante que no sabía nada de economía. Si no hay oposición de parte de los ricos, un documento no debe tener mucho valor.
El texto que salió finalmente aprobado por el Papa no es el mismo el texto redactado por los obispos. En Roma el Papa hizo pocas correcciones. Pero los Obispos hicieron una primera redacción y una segunda. Entonces intervino una mano anónima (presidencia del CELAM, CAL ? ) que modificó bastante el texto. Fue hecha una tercera redacción que fue entregada a la comisión de redacción sin ser discutida de nuevo por las comisiones episcopales. Allí estuvo el golpe. ¿Por qué será que una instancia anónima se atribuye la misión de corregir a los hermanos obispos sin dialogar con ellos? ¿Por qué tratar a los obispos como malos alumnos que no saben redactar un texto e ignoran la teología? ¿Por qué tanto desprecio, y, finalmente, tanta humillación? ¿El episcopado latinoamericano merece eso? ¿No perciben que si hay un poder oculto superior a los obispos que desconfía de ellos, cómo nosotros podríamos confiar en ellos? Asimismo, como aconteció en Puebla, las correcciones no destruyeron el sentido fundamental que los obispos quisieron dar al documento. Vamos a tragarnos las humillaciones y aprovechar lo que permaneció del mensaje de los obispos.
En la interpretación de los textos, creo que el papel histórico está inscrito en las afirmaciones más fuertes del documento. Aparecida quiso hacer un retorno a Medellín y Puebla. En los textos que se refieren a las Comunidades de Base y a la opción por los pobres, los dos temas dominantes de Medellín y Puebla, hay una insistencia que me parece significativa.
En cuanto a las Comunidades Eclesiales de Base, el texto de los obispos decía: “Queremos decididamente reafirmar y dar nuevo impulso a la vida y a la misión profética de las Comunidades Eclesiales de Base (194). El texto fue suavizado después, pero la última redacción hecha por los obispos decía eso. En esta frase hay un reconocimiento implícito de que el episcopado marginalizó ese tema y ahora está arrepentido.
No creo que todos los obispos tuvieran claramente conciencia de eso. Pero no resistieron. Fueron llevados por la minoría fiel a Medellín y Puebla. El problema era decir las cosas. Una vez dichas esas opciones, ellas parecen evidentes dentro de la continuidad de la Iglesia latinoamericana. Esta vez, Roma no censuró como había hecho en 1997 en el Sínodo para América. Hay una mayor tolerancia.
Estoy hablando del papel histórico, esto es, de aquello que va a quedar en la historia. El propio documento no está centrado en los temas de Medellín. El documento habla de la misión. Sin embargo, el programa de Aparecida, programa que consiste en transformar la Iglesia de una Iglesia conservadora del pasado a una Iglesia totalmente misionera es muy ambicioso. El Documento no muestra como el programa va a ser realizado en la práctica. La principal dificultad consiste en esto: el llamado a la transformación se dirige a todas las instituciones de la Iglesia. Sin embargo, esas instituciones no tienen necesariamente por fin la misión y muchas que la tenían, la perdieron.
Jesús ya decía: “No se pone vino nuevo en odres viejos” (Mt 9,17). El actual sistema de la Iglesia católica occidental es odre viejo. Nació históricamente en circunstancias muy diferente y tuvo su eficacia en esas circunstancias. Mas aquello que tenía éxito antiguamente deja de ser relevante hoy en día. ¿Cómo imaginar que el clero preparado para administrar parroquias va ahora a dedicarse a actividades misioneras? Solamente algunos podrán hacerlo.
El Documento de Aparecida es un grito de alarma. En los últimos 20 años (o más en algunas regiones) creció la conciencia de que la Iglesia estaba perdiendo influencia y visibilidad en la nueva sociedad. La juventud se alejaba de ella. A partir de esa conciencia se levantó un movimiento de misión. Era necesario volver a una situación de misión si se quería invertir la tendencia dominante a la marginalización. Agrégase a eso la conciencia del progreso de las Iglesias pentecostales en el mundo popular.
Hubo varias experiencias misioneras: seminarios, cursos, encuentros, celebraciones, años misioneros, meses misioneros y etc. Globalmente todo eso tuvo poca repercusión, sobre todo en el mundo popular de las ciudades. Esto se explica porque el clero no estaba preparado: muchas declaraciones, y programas y otras actividades misioneras no salieron del papel. Sin embargo, la conciencia y la inquietud aumentaron. Los cursos de misionología entraron en el sistema de educación del clero, pero pasar de un curso a la práctica es muy difícil. Siempre es mejor comenzar por la práctica y después de eso hacer un curso si se siente la necesidad.
Durante una generación la Iglesia orientada por Juan Pablo II entregó la tarea misionera a los llamados “movimientos”. Son ellos los que dominan en la actualidad. La visita del Papa a Brasil fue una visita a los movimientos que de hecho ocupan una posición dominante. Son el movimiento Focolarino, el movimiento de Schoenstatt, el movimiento neo-catecumenal, Communione e Liberazione y varios otros menos importantes. Juan Pablo II los consideró como los principales protagonistas de la evangelización.
Ahora bien, esos movimientos tuvieron bastante difusión en América Latina. Juntaron un número notable de miembros. Sin embargo, no consiguieron penetrar en el mundo popular, donde estaba la mayor necesidad. Ya que asumieron una posición en la Iglesia, alejaron a la Iglesia del mundo popular. No querían esto, por el contrario, pero las conductas históricas son más fuertes que las buenas intenciones. Gastaron muchas energías para defender los derechos de la Iglesia y su doctrina moral; sin conseguir influir en la sociedad. Sobre las implicaciones de la doctrina social, se quedaron mudos. Con eso la Iglesia perdió relevancia en la sociedad. La intención era lo contrario, pero, de nuevo, la realidad histórica es más fuerte que las intenciones.
Últimamente, sobre todo en Brasil aparecieron movimientos que adoptaron los métodos de los pentecostales: el show sustituyó a la liturgia, la emoción religiosa quedó confundida con la fe. El movimiento carismático facilitó el surgimiento de esos movimientos. La estrella de ese movimiento es naturalmente el padre Marcelo Rossi en Sao Paulo. Sin embargo, ese movimiento encontró cierta desconfianza en el episcopado y en gran parte del clero. No consiguió llegar a ser el movimiento dominante por lo menos hasta ahora.
Hoy en día el mayor peligro es la penetración de los movimientos ultrareaccionarios , que renuevan la ideología y la metodología de la célebre TFP (*Tradición, Familia y Propiedad). En primer lugar están los Legionarios de Cristo, que vienen de México. Que fundaron un seminario en Sao Paulo para acoger a los seminaristas de todas las diócesis de Brasil que lo desearen. La ventaja para los obispos es que todo es gratuito. Los Legionarios financian viajes, estudios, hospedaje. La tentación es grande y varias diócesis ya están enviando sus seminaristas para allá... no saben lo que están preparando para la diócesis de aquí a 20 años. Los seminaristas van a pasar por un lavado cerebral que los tornará incapaces de entender este Documento de Aparecida.
Los peores son los Arautos del evangelio, que se creen los sucesores de los cruzados. Constituyen un fenómeno patológico. Sin embargo, recibieron el reconocimiento de la jerarquía. Parece que todavía hay gente que no sabe hacer la diferencia entre la normalidad y el desequilibrio mental.
Este es el contexto en que el CELAM tomó la iniciativa de reunir una nueva Conferencia episcopal para tratar el asunto de la misión. El proyecto fue aprobado por el Papa y acaba de entrar en la historia..
Con certeza la Conferencia va a aumentar en el episcopado la conciencia de la separación creciente entre la Iglesia y la sociedad humana, de la pérdida de relevancia de la Iglesia y de la necesidad de dar una respuesta a esa situación. Ahora comienza la etapa más difícil. Convencer al clero de esa necesidad. Pues el Documento va a meterse con el modo de trabajo del clero. Los obispos deciden y los padres van a tener que cambiar. La respuesta esa situación sería un retorno a la misión. Sería pasar de una Iglesia conservadora del pasado a una Iglesia misionera, toda misionera. El proyecto es ambicioso. Consistiría en cambiar una pastoral que estuvo en vigor desde el siglo VI en occidente.. ¡Transformar una institución que tiene 1300 años de longevidad!
Sin embargo, el documento es enfático. Se trata de provocar una conmoción en la Iglesia que sea capaz de realizar ese cambio. Todas las estructuras de la Iglesia son convidadas a una transformación radical.. Las diócesis, las parroquias, el clero y los laicos, los religiosos y los movimientos. Todos van a tener que realizar una transformación más radical de la historia. No sé si los obispos estaban conscientes de la extraordinaria novedad de su proyecto.
“La Iglesia necesita de una fuerte conmoción que le impida instalarse en el comodismo, en el estancamiento y en la tibieza” (362). “Asumimos el compromiso de una gran misión en todo el Continente” (362).
Este documento es un despertar en una situación nueva. Recemos para que no suceda lo que pasó en la Edad Media. Desde el fin del siglo XIII hasta el estallido de la Reforma protestante con el nuevo cisma en el Occidente, durante casi 300 años el pueblo de Dios gritó: “¡Reforma! ¡Reforma!”. Y la Reforma no llegaba.
Actualmente el mundo evoluciona mucho más rápido. No se puede esperar 300 años para que la Iglesia pueda jugar su papel en el mundo. Bien rápidamente la juventud cree que la Iglesia es una institución respetable, un monumento nacional, pero totalmente irrelevante para la vida real.
El problema es que la jerarquía, sobre todo la jerarquía romana identifica a la Iglesia con el sistema institucional de la Iglesia romana tal como está definido por el Código de Derecho Canónico, como sí esa estructura fuera la definitiva de la Iglesia. La Iglesia está en la Historia humana y no puede contemplarse como estructura eterna, inmóvil, inmutable. No se hace la distinción entre el pueblo de Dios y las estructuras en que vive durante cierto tiempo.
Por eso el documento todavía piensa que se puede colocar a la Iglesia en estado de misión conservando las actuales estructuras canónicas. No tuvo poder para cambiar el código. Pero el Código cambiará si la transformación en A. Latina se realiza con éxito. Después del Vaticano II no hubo reforma del código. La reforma que hubo fue insignificante porque mantenía toda la estructura, por ejemplo, no se concedió a los laicos ningún poder de iniciativa y ninguna participación en la dirección de las instituciones de la Iglesia y apenas una leve impresión de libertad. Por eso el Concilio Vaticano II no tuvo la repercusión que podía haber tenido y que los obispos esperaban.
Mas está claro que no se puede resolver todo de una vez. El Documento de Aparecida es una gran utopía. La historia mostrará como esa utopía podrá entrar en la realidad. Las utopías son necesarias. Sin ellas no habría caminos en la sociedad humana. Sin embargo, el desafío es como introducir esa utopía en la realidad de la historia. La Iglesia llegó atrasada a la Revolución Industrial del siglo XIX y perdió a la clase obrera. La Iglesia llegó atrasada cuando se produjo la gigantesca urbanización. Mantuvo las estructuras rurales. Sin embargo en el siglo XX se produjo una urbanización casi total de la sociedad, inclusive en A. Latina. Hay muchos países en que casi toda la vida se desenvuelve en una ciudad sola, habitualmente la capital donde se concentran todas las actividades (Uruguay, Argentina, Chile, Perú, los países de América central).
En Brasil como en Méjico hay varias megalópolis porque la población es mucho mayor. Ahora el Documento enfrenta la cuestión de la urbanización y de la vida urbana. Ya hace más de 100 años que fue planteado el problema. La única respuesta fue dividir las ciudades en muchas partes, colocando en la ciudad la parroquia rural y haciendo de cada parroquia una ciudadela, con la ilusión de alcanzar la población.
El resultado fue que la Iglesia perdió el contacto con las masas urbanas. Solamente una pequeña parte de la población frecuenta el culto en las grandes ciudades. Solamente Belo Horizonte hace excepción con su 13% de práctica sacramental. Entonces acogemos con mucha gratitud y mucho interés el documento que asume esos grandes desafíos, aunque sea en la etapa de la utopía. Después vendrá la entrada en la historia.

PRIMERA PARTE: VER
De modo general podemos decir que esta parte está bien documentada. La Conferencia contó con buenos especialistas para mostrar la realidad de los diversos sectores de la sociedad actual. Parte del fenómeno global de la globalización. Enumera las consecuencias del fenómeno en la concepción de la vida, en el sector socio-cultural, en la economía, en la política, en la ecología (ns. 34-87).
Lo que no aparece claramente es que la globalización incluye también la colonización de los países débiles por los países fuertes. Se entiende que el Documento no podía usar la palabra imperialismo. Mas había otras maneras de decir la misma cosa. La expansión de la globalización es la conquista del mundo por las potencias dominantes. Por medio de las transnacionales y de diversos medios financieros, y también por la intervención directa de los Estados poderosos, política, diplomática o militar, el mundo rico subordina al resto del mundo. Las transnacionales conquistan los mercados, imponen la planificación a los Estados más débiles, se enriquecen por la explotación de los países débiles.
Otros especialistas habrían podido incluir ese aspecto de la historia. En América Latina el fenómeno de la recolonización es muy sensible y cuenta con la colaboración de las elites locales, a las cuales las naciones ricas ofrecen la garantía de continuidad de sus privilegios.
También habrían podido explicar mejor que en cada nación hay elites herederas del poder colonial que monopolizan las riquezas de tal suerte que la participación del trabajo en el PIB llega al 30% en Chile. En Brasil la situación no es mucho mejor. La situación de los trabajadores permanece peor, no por una fatalidad histórica, sino porque una pequeña elite se atribuye la mayor parte de la riqueza producida por los trabajadores. Es la consecuencia del nuevo sistema colonial.
Se entiende que el Documento no podía pronunciar la palabra capitalismo y condenar el capitalismo, que aquí existe, porque la doctrina social romana todavía no llegó a ese punto. Lo máximo que tenemos son algunas referencias de los Papas que condenan, simultáneamente el marxismo y el capitalismo. Sucede que una simple enumeración de los hechos, sin denunciar las causas, se expone a tener poca repercusión en la práctica.
Las grandes instancias económicas actuales como el FMI, el Banco Mundial, o la OMC concordarían con todo lo que fue expuesto. Pero de ahí no sacarían la conclusión de que el sistema está errado y necesita cambiar. Dirían que se podría corregir algunos errores y practicar una política de compensación para con los excluidos, como hace el actual gobierno brasileño. En la enumeración de los desastres provocados por la forma como está funcionando la globalización nada irá a perturbar a las elites dirigentes y menos todavía a los dominadores del Primer Mundo.
De cualquier manera, ya es una gran cosa que el documento ofrezca una visión global de la situación de la sociedad humana en la actualidad. Muchos católicos todavía no están conscientes de eso. Si se explica en las parroquias, muchos van a abrir los ojos y comenzar a pensar.
Después de “ver” el mundo el Documento quiere también ver a la Iglesia. Da dos retratos totalmente contrarios. En primer lugar el texto enumera todas las cosas positivas, dando la impresión de que todo es maravilloso en la Iglesia y todo funciona perfectamente (98-99). Es verdad que “algunos católicos se alejaron del evangelio” (100h). Y debemos reconocer “deficiencias y ambigüedades de algunos miembros de la Iglesia” (98).
En seguida viene una enumeración de los aspectos negativos (100). Hay defectos en todos los sectores y todas las instituciones. Aquí el espectáculo es más triste. Se puede fácilmente llegar a la conclusión de que nada es perfecto en las cosas humanas y que se puede corregir lo negativo por una conversión de las personas. ¿Cómo conciliar la visión negativa con la visión positiva?
De esa descripción de la Iglesia no se puede llegar a ninguna conclusión práctica. Lo que se pide es que cada uno haga mejor lo que está haciendo. Lo que más llama la atención es la ausencia de cualquier análisis crítico de las instituciones. Esas instituciones nacieron un día, pasaron por toda una historia y están cargadas de transformaciones debidas al contexto histórico. Esto vale para el clero, para las parroquias, para la educación cristiana, para todas las obras de la Iglesia. Todo procede del pasado y coloca ese pasado en el presente. Sería necesario analizar la historia de cada estructura y comparar ese pasado con las necesidades del presente. Los obispos podrán responder que no tenían autoridad para cambiar las estructuras de la Iglesia universal. Pero podían analizar, sugerir, proponer.
Estamos aquí delante de un fenómeno bien conocido: el clero y la jerarquía, consciente o inconscientemente, se oponen a la historicidad. No quieren aceptar en lo concreto la historicidad de todo lo que es humano en la Iglesia, todo lo que fue agregado al mensaje de Jesús. Esa actitud no es exclusiva de la Iglesia, porque es común a todas las instituciones que se niegan a cambiar sus estructuras en función de nuevas necesidades: el Estado, la medicina oficial, la escuela y la Universidad, etc. Mas en la Iglesia católica la resistencia a la historicidad alcanza a un clímax que las otras no alcanzan.
Esta exposición de la realidad de la Iglesia ya insinúa la idea de que la misión, la gran transformación de la Iglesia en función de la misión se hará dentro de las actuales estructuras. Los problemas de la Iglesia y la necesidad de una Iglesia misionera procederían de los defectos de las personas.
Podemos preguntarnos por qué esas estructuras no hicieron la gran transformación de la Iglesia misionera. Si fueron los mismos que están dentro del actual cuadro institucional, ¿que tendrían ahora para entrar en el dinamismo de una Iglesia misionera, por qué no lo hicieron hasta ahora? ¿Podemos esperar que las mismas personas que no hicieron una Iglesia misionera, ahora van ha cambiar y realizar esa Iglesia misionera? Veremos eso en el examen de la tercera parte. Desde ya podemos llamar la atención sobre una manera de enfrentar los problemas: los problemas de la Iglesia son fácilmente vistos como procedentes de las personas y de los defectos de las personas. Nada de historicidad. Varios obispos sintieron una reprensión en algunas frases del Papa en el discurso a los obispos brasileños en la catedral de Sao Paulo. ¿Qué significado tiene eso de reprender a los obispos si todos fueron escogidos y nombrados por el Papa y todos actúan de acuerdo con el Derecho Canónico?
Agradecemos a los obispos por la visión que ofrecen de la Iglesia. Mas estamos todavía aguardando el momento en que la jerarquía reconozca todo lo que es humano y de origen humano en la institución “Iglesia católica”, y reconozcan la profunda historicidad de la Iglesia en todo lo que tiene de institucional.

SEGUNDA PARTE: JUZGAR
La segunda parte contiene una cristología y una eclesiología en forma no sistemática. Fue escrita con mucho entusiasmo y mucha piedad. Esos capítulos 3 a 6 ofrecen un óptimo esquema para la espiritualidad cristiana. Sin embargo, a pesar de su profundo contenido religioso, esta parte levanta dudas. En primer lugar la duda se refiere a la Buena Nueva. En el texto la buena nueva tiene por objeto la dignidad humana, la vida, la familia, el trabajo, la ciencia y la tecnología, la ecología.
Todas las cosas escritas son muy bonitas. Pero los 6 temas presentados como Buena Nueva no son específicamente cristianos. Son comunes a toda la humanidad y tan antiguos como la propia humanidad. El trabajo, la familia, la vida, etc. fueron buenas nuevas encontradas en todos los pueblos. La Iglesia confirma esas buenas nuevas que son comunes a toda la humanidad. Muy bien. Es importante mostrar las coincidencias entre el mensaje cristiano y el mensaje de las filosofías y de las sabidurías de todos los pueblos.
Lo que preocupa es que el propio mensaje de Jesús no está presente. Jesús anunció la llegada del reino de Dios. El Reino de Dios es otra cosa, completamente nueva tanto para los judíos como para los paganos. El Reino de Dios se opone al reino del César. El Reino de Dios va a acabar con la dominación, la explotación de la humanidad por parte de una minoría de poderosos que imponen su dominio por la fuerza.
El reino del César es tan antiguo como la humanidad, mas siempre fue conocido como natural e inevitable. Los Atenienses crearon la democracia. Pero esa democracia estaba basada en la esclavitud. Existían los hombres libres y los esclavos. Por eso el mensaje de Jesús es novedad. Anuncia el fin de todas las formas de dominación, de todas las formas de matar al prójimo.
El Reino de Dios era la esperanza de los pobres, pero ellos esperaban ese Reino después de la destrucción de este mundo y de la creación de un nuevo mundo. Para las elites de Israel el Reino de Dios estaba en el cumplimiento de la Ley y por eso urgían la aplicación de prestaciones que los aplastaban (Mt 23). Jesús vino a suprimir ese dominio de la Ley anunciando el fin de todo el sistema judaico. Anuncia una fraternidad de los pueblos que desafía al Imperio. Así entendieron el mensaje de Jesús los pobres de Galilea.
La historia de la humanidad es hecha de esas injusticias, de la dominación del hombre por el hombre. Las víctimas fueron las mujeres, pero también los vencidos en las guerras, los débiles obligados por los fuertes a trabajar para ellos. El evangelio de Jesús está en el cántico de María, en las bienaventuranzas y en las controversias de Jesús con las elites de Israel.
Los profetas ya habían preparado el mensaje de Jesús. Jesús observa a la humanidad como un conflicto entre una minoría que detenta todo el poder, y las masas humanas de pobres que no tienen poder y deben someterse a sus dueños. Esta es la tragedia de la humanidad como los profetas ya habían mostrado de alguna manera. La humanidad está dividida en esa forma y este es el pecado del mundo que Jesús vino a destruir.
La tragedia humana se manifiesta claramente en la muerte de Jesús. Jesús fue muerto porque anunció la destrucción de los poderes dominadores, tanto los poderes políticos como el reino del César, como el reino religioso de los jefes de Israel. El Documento no destaca mucho la muerte de Jesús y no le da ningún contexto humano. Jesús ofrece su vida al Padre fuera de la historia, sin relación con la historia humana, como acto de piedad. La cruz no se destaca. Si bien hay algunas alusiones a los mártires, éstas también son vistas fuera de la historia, como si quisiesen simplemente hacer un acto heroico.
El texto hace una enumeración de los hechos y dichos relatados por los evangelios. Pero no muestra el sentido de la vida de Jesús. No lo muestra en su contexto histórico y por eso pasa al lado de la realidad. El problema es la humanidad de Jesús. El texto no expresa realmente la humanidad de la vida de Jesús en esta tierra. Habla de la humanidad como si fuese una “naturaleza humana”, un conjunto de facultades, o si no como si fuese una aparición de Dios en esta tierra.
Estamos aquí en medio del problema actual de la cristología y del debate sobre la Notificación de la Congregación de la Fe a Jon Sobrino. El tema del debate es: ¿qué es ser hombre? La Sagrada Congregación tiene un concepto de hombre y nuestros contemporáneos acompañados por los mayores exégetas tienen otro concepto mucho más semejante al concepto del Nuevo Testamento.
Esto no tiene nada que ver con el Concilio de Calcedonia. Se trata de saber lo que es ser hombre. Para nosotros ser hombre (o mujer) es estar en un punto determinado de la historia humana, en un contexto histórico que los condiciona y determina los límites como las posibilidades de su vida. Ser hombre o mujer es construir su vida, tener sueños y realizar algunos proyectos. Ser hombre o mujer es una lucha para vivir, para quedar libre de los peligros y aprender a saber usar los recursos que el mundo ofrece para realizar sus proyectos.
Algunas personas no tienen ningún proyecto y se dejan llevar por el contexto en que están. Otros quieren realizar un proyecto, quieren hacer de su vida un valor, algo que contribuye para el mejoramiento de la humanidad.
Durante 30 años Jesús no parecía tener proyecto. No era ni casado ni quiso fundar una familia, lo que daría un sentido a su vida. Cuando tuvo 30 años de repente apareció el proyecto que tenía y que fue concretizándose durante los 3 años de su vida misionera. Jesús era judío y vivió en el contexto del judaísmo dentro del Imperio romano. Definió su proyecto dentro de ese contexto. En cuanto a su pueblo de Israel, él quiso volver a las promesas de Dios a los patriarcas, y liberar a su pueblo de las corrupciones mantenidas por los jefes de Israel, sacerdotes, escribas, fariseos, ancianos. Quiso dar el sentido completo de la vocación de Israel en el mundo, abriendo las puertas y destruyendo las barreras colocadas por los líderes. Israel tenía un papel universal. Jesús vino para destruir todo lo que separaba los hombres entre judíos y no judíos y esto significaba volver a lo esencial de la ley sin los agregados hechos por los jefes corruptos, y siempre denunciados por los profetas.
Por eso la misión de él fue un combate contra los jefes de su pueblo. Esta es la línea dominante de todos los evangelios y lo que hace la síntesis de los actos y palabras de Jesús relatados en los evangelios.
La muerte de Jesús en la cruz se explica en este contexto. El evangelio de Marcos, el más antiguo, muestra la vida de Jesús como un camino a la muerte, a la muerte martirial, a la muerte por fidelidad a su misión. El Padre hizo de esa muerte la puerta que abre a la nueva humanidad. Todos los evangelios son introducciones a la narración de la pasión y de la muerte de Jesús. Ahí se manifiesta el sentido de su vida.
En cuanto al Imperio romano, Jesús no hizo oposición directa. Mas al atacar a los jefes del pueblo que colaboraban con los Romanos, desafiaba también el imperio y su mensaje de Reino de Dios era claro para todos los contemporáneos. Pilatos ya lo encontró peligroso y lo entregó para ser crucificado. Los evangelios insisten más en la culpa de los judíos, pero esto corresponde a la preocupación de los cristianos que ya están dispersos en el Imperio y deben definir su relacionamiento. Claro está que el mensaje de Jesús anuncia la ruina del Imperio romano.
Todos los gestos y las palabras necesitan ser entendidos dentro de ese contexto. Cuando Jesús dice: “Amarás a Dios…etc.”, Él quiere decir que todas las leyes judaicas quedaron irrelevantes. Solamente queda el amor a Dios y al prójimo que ahora contienen toda la ley. Cuando Jesús se aproxima a los samaritanos o a los paganos, esa actitud es un desafío a las autoridades de su pueblo, casi una provocación. Él quiere así significar que de ahora en adelante las barreras deben ser suprimidas. Hasta las sanaciones de los enfermos son motivo de controversia.
Una vez identificado el contexto en que se sitúa un texto de los evangelios, vamos a procurar en nuestra sociedad actual, cuáles son las situaciones semejantes en que esa palabra de Jesús o ese gesto recibe su sentido. Los evangelios no son exposiciones de doctrina, sino ejemplos que se aplican en las diversas circunstancias de nuestra vida. Una palabra recibe su sentido en las diversas circunstancias de nuestra vida. Dios no habla en lo escrito, sino habla directamente a las personas en las circunstancias de su vida. Una palabra de la Biblia puede permanecer insignificante hasta el día en que alguna cosa acontece que me hace en esa palabra oír la voz de Dios. Por eso es necesario situar los textos de los evangelios en su contexto.
Llama la atención el lugar insignificante que ocupa el pecado en la cristología... y también en la eclesiología por vía de consecuencia. Hay referencias al pecado. Mas la mayoría forma parte de fórmulas convencionales o se refieren al sacramento de la Reconciliación. La cristología ofrece una expresión demasiado eufórica de la vida de Jesús. El drama entre el pecado y la justicia de s. Pablo está totalmente ausente. Parece que ese silencio es parte de una teología esencialmente optimista que se olvida del drama profundo que recorre toda la historia de la humanidad, de la lucha permanente entre el pecado y la liberación del pecado.
Hay en el texto algunas pocas referencias a las “estructuras de pecado” (8,532) o al poder del pecado (523). Sin desarrollo. Reconocemos en esas expresiones la influencia del grupo de obispos defensores de Medellín. Es bueno que ellos hayan sido aceptados, aunque de manera muy modesta.
Una cristología sin pecado, sin drama, sin conflicto, sin síntesis, ¿qué significa eso? Hay una sola explicación. Es una expresión burguesa de la cristología. La mentalidad burguesa tiene horror al conflicto, al drama, al sufrimiento, a la cruz. Tiende a espiritualizar toda la religión, manteniéndola de esa forma lejos de los problemas del mundo actual. El seguimiento de Jesús propuesto es un seguimiento adaptado a la condición burguesa. No corresponde a las aspiraciones populares más profundas. El pueblo simple prefiere el cántico de María en su texto, las bienaventuranzas, y el anuncio de Reino de Dios por la victoria sobre los reinos que dominan la tierra.
Todo se explica porque estamos en el auge del poder de los llamados movimientos en la Iglesia, lo que le da un carácter burgués inevitable. Es una circunstancia histórica temporal. Un día vendrá en que se hará justicia a las intuiciones de los teólogos de la liberación.
La eclesiología está principalmente en el capítulo 5 que trata de la Iglesia como comunión. El texto recorre las estructuras del derecho canónico actual. El capítulo 5 comienza por una exposición de la comunión en general, o sea, de la Iglesia como comunión. Después el texto muestra las diversas estructuras en que se realiza la comunión.
En primer lugar viene la diócesis (164-169), después la parroquia (170-177) presentada como comunión de comunidades, las Conferencias episcopales (181-183). Hay también una exposición de las Comunidades eclesiales de Base que se aprecian en algunas naciones, dice el texto (178-180). Hay otros países donde la resistencia del episcopado o del clero es tan fuerte que ellas desaparecieron casi completamente. Hay aquí una verdadera rehabilitación de las Comunidades de Base que fueron eliminadas por el Sínodo romano de 1997.
Se nota aquí la influencia del grupo de obispos de Medellín, así como la tolerancia de los otros. No se hace ninguna alusión a la diferencia de dinámica entre las CEBs y las otras estructuras. Este será un texto que será bien aprovechado sobre todo en Brasil dada la actitud de muchos sacerdotes que las consideran como algo obsoleto, anticuado, a pesar del apoyo constante de la CNBB.
Después de eso el texto habla del papel específico de ciertos cristianos en la formación de la comunión: los obispos (186-190), los presbíteros (191-200), los párrocos (201-204), los diáconos (205-208), los laicos (209-215), los consagrados (216-224). No hay ninguna novedad. Es una interpretación espiritual de las estructuras definidas por el derecho, salvo las Comunidades de Base que se salvaron, mas ya tenían un largo pasado. Todo eso confirma la estructura tradicional después de Trento. Dada la circunstancia y la firmeza conservadora de Roma, no se podía esperar otra cosa. Demos gracia a Dios por el reconocimiento de las CEBs, que suscitará la reflexión de varios obispos y de muchos sacerdotes.
Después de eso vienen algunos párrafos de ecumenismo y su relación con los judíos (227-239). Sin gran novedad. Lo que sorprende un poco es el cuasi silencio sobre las Iglesias pentecostales. O los obispos no las valorizan o no saben qué decir. El pentecostalismo es el movimiento religioso más importante desde la Reforma protestante del s. XVI. Está esparcido en el mundo entero, acoge a centenas de millones de cristianos y va creciendo. No sería posible si no hubiera una coincidencia entre esas comunidades religiosas y las aspiraciones de las masas populares. El fenómeno es mundial.
El capítulo 6 trata de la formación de discípulos misioneros. Evoca todos los centros de formación que forman parte de la estructura canónica. No cuestiona las diversas instituciones. El texto parece suponer que las mismas instituciones que nunca fueron preparación para la misión, van a cambiar por sí mismas. Lo que parece muy utópico. Por ejemplo, los seminarios tienen una estructura y un currículo que no prepara en nada para la misión. Los seminaristas aprenden a ser administradores de parroquias.
El currículum académico prepara futuros pequeños profesores de teología, mas no preparan nada para ser misioneros. Imaginar que la teología prepara un misionero es una gran ilusión. Si no surge una estructura diferente, un modo no académico de poner los alumnos en contacto con la teología no habrá misión. Como estas consideraciones justificarían un cambio radical de la formación, la reflexión sobre ese asunto está excluida. Será para la 6ª o 7ª Conferencia del CELAM.

TERCERA PARTE: ACTUAR
La tercera parte es la más interesante del documento. El tema principal es el tema de la conversión o de la transformación de la Iglesia para ser misionera. “La Iglesia necesita de una fuerte conmoción que impida que ella se instale en el comodismo, en el estancamiento y en la tibieza” (362). “La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de conservación a una pastoral decididamente misionera” (370). “Hoy queremos ratificar y potenciar la opción del amor preferencial por los pobres hecha en las Conferencias anteriores” (396).
El capítulo 7 insiste en la necesidad y en la obligación del proceso de conversión pastoral. “Esta firme decisión pastoral debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de las diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos y cualquier institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe.” (365). Este tema fue desarrollado con insistencia.
Este programa es exactamente lo que es necesario en la actual situación de la Iglesia. La ejecución no será fácil porque la mayoría de los agentes de pastoral no pueden entender algo diferente de la pastoral tradicional nacida en los siglos XI y XII cuando realizó la creación de las parroquias. Sin embargo, el mensaje de los obispos era indispensable e inicia una caminata nueva.
Dentro de esa perspectiva hay un largo párrafo dedicado a la opción preferencial por los pobres y excluidos (391-398). Para destacar una frase: “Los pobres se tornan sujetos de la evangelización y de la promoción humana” (398).
La opción por los pobres incluye “la promoción humana y la auténtica liberación”. La palabra liberación está escrita de nuevo en un documento del CELAM. Está matizada por el adjetivo “auténtica”, porque muchos todavía tienen miedo de la palabra. Incluso así ella está escrita.
El capítulo termina con la presentación de algunos rostros de personas sufrientes y destaca algunos de los nuevos pobres: los que viven en la calle, los enfermos, los adictos dependientes, los migrantes, los presos.
En el momento de iniciar la aplicación de este programa, va a ser necesario tener una conciencia clara que las personas que frecuentan la parroquia son muchas veces aquellas que menos desean esa conversión. Va a ser necesario apelar a los católicos que no frecuentan la parroquia, uniéndolos en pequeños grupos realmente convertidos. ¿Por qué no frecuentan la parroquia? Entre varios motivos podemos señalar que las actividades parroquiales tradicionales son aborrecidas y el mundo actual no acepta algo aborrecido. Los que no quieren esa conversión pastoral, continuarán la mismas actividades de siempre dándoles el nombre de “misioneras”.. La conversión pedida por la Conferencia de Aparecida va a pedir por parte de los obispos una exhortación incesante y un contacto con todas las instancias de la diócesis para examinar si realmente están creando nuevas actividades. Esa exhortación permanente será el estímulo indispensable. Y Roma tendrá que nombrar obispos realmente comprometidos con esa conversión de la pastoral. Todavía hay obispos que declaran que la Iglesia no puede meterse en problemas sociales.
El capítulo 9 trata de la familia sin agregar datos nuevos a los que fueron determinados por la jerarquía en los últimos 30 años. Muchos van a lamentar que no se hable de los problemas que hoy en día preocupan a las familias: la suerte de los católicos separados que hicieron un nuevo matrimonio civil; los problemas de la sexualidad y de la procreación sin contar a la homosexualidad.
Los párrafos sobre la mujer (451-458) no ofrecen novedades. Una novedad son los números dedicados a los hombres padres de familia (459-463). El texto reconoce que esta suerte de alejamiento o indiferencia de parte de los hombres cuestiona fuertemente el estilo de nuestra pastoral”. Sin embargo ese asunto bien interesante no fue profundizado. Este capítulo trata también del medio ambiente (470ss). Podía haber destacado más el peligro inminente para la sobrevivencia de la humanidad en el momento en que la naturaleza ya no es más capaz de recuperar lo que fue destruido.
El capítulo 10 habla de cultura. Debemos destacar una larga exposición sobre la vida pública y la responsabilidad de los cristianos en la vida pública (501ss). Esta parte es particularmente importante en una fase histórica en que la iglesia se retiró de la vida pública. Se trata de volver a lo que fue abandonado desde el fin de los regímenes militares. La novedad es la larga exposición sobre la pastoral urbana. Por fin la jerarquía percibe que la ciudad es diferente del campo y que la pastoral tradicional no es adecuada en la ciudad. Hay muchas experiencias que pueden ser aprovechadas. Pero el gran obstáculo es la división de la ciudad en parroquias prácticamente independientes. Hay planes de pastoral diocesana, pero cada vicario decide lo que quiere.
Esta parte sobre la pastoral urbana (509-519) es el comienzo, el punto de partida de una larga caminata. El texto sugiere una serie de actividades. Pero es solamente una muestra. El texto no menciona el cambio de estructura que será necesario. Mas es preciso reservar asuntos para la 6ª y la 7ª Conferencia del CELAM. Es preciso mencionar también una larga exposición de las exigencias de la pastoral en medio de los indígenas y afro-americanos. La conclusión vuelve a insistir en la conversión para una nueva pastoral, una pastoral misionera. “No nos podemos quedar tranquilos en espera pasiva en nuestros templos” (548).

CONCLUSIÓN
La conclusión es que globalmente el Documento constituye un gran paso al frente. Es altamente positivo a pesar de las deficiencias inevitables que proceden de las circunstancias históricas. El Papa se mostró bastante discreto para dejar más libertad a los obispos. Él hizo una fuerte exhortación para que los obispos entrasen de nuevo en una pastoral social y pública activa. No condenó y abrió caminos para el futuro.
A mi modo de ver la Conferencia de Aparecida quedará en la historia por dos motivos. Primero rehizo la continuidad con la tradición de Medellín y Puebla, renovando con mucha insistencia las opciones de aquel tiempo.
Esto es muy importante porque muchos agentes de pastoral creían que aquello estaba anticuado, superado por las nuevas situaciones sociales y económicas. Los obispos percibieron que los males de injusticia establecida denunciados en Medellín y Puebla todavía están presentes en América Latina. La estructura económica y social cambió por las consecuencias de la globalización, pero la injusta desigualdad continúa siendo igual y el desafío de injusticia establecida permanece.
En segundo lugar, la Conferencia abrió el camino para un cambio total en la pastoral. Se trata de abandonar una pastoral de conservación encarnada hoy en día en casi todas las instituciones para promover una pastoral de evangelización en medio del mundo. Se trata de salir de los templos para meterse en medio de la sociedad. De esta manera la Iglesia latinoamericana será la primera en reconocer que la sociedad cambió tanto, sobre todo por la urbanización casi total de la población, que las estructuras actuales ya no funcionan como antes.
El Concilio Vaticano II se reunió en el auge de la sociedad de bienestar con leyes sociales eficientes que corregían los defectos del capitalismo de modo apreciable. Por eso el Concilio proyectó en el futuro lo que estaba aconteciendo en Europa y que hoy en día se está deshaciendo en la misma Europa. Por eso, Vaticano II no exigió una transformación radical de la pastoral. El problema de la urbanización ya existía, pero no era percibido por la mayoría. Ahora la Iglesia latinoamericana abre el camino que también será el camino para las Iglesias de Asia y de África.
Este cambio radical de la pastoral será una tarea larga y demorosa. No será fácil cambiar una estructura que tiene casi un milenio de edad. Muchos agentes de pastoral van a sentirse totalmente incapaces de realizar ese cambio. El camino está abierto como inicio de una larga caminata. ¿Dónde y cómo se va a iniciar el proceso? Nadie sabe cómo será esa caminata. ¿Dónde y cómo los católicos irán a meterse en medio de las masas populares sin querer imponer sus estructuras, sino aprendiendo de ellas la manera de evangelizar eficazmente?
Nos alegra saber que hubo en la asamblea un grupo de obispos lúcidos y corajudos que supieron defender posiciones nuevas y convencer a los colegas. Un día alguien debía reconocer que la actual pastoral, formada en la Europa en la Edad Media, dejó de funcionar. Ya s. Tomás de Aquino lo había dicho: en la ciudad la parroquia no evangeliza, ni tampoco el clero parroquial. Después de 800 años fue aquí en América que se inició un cambio deseado por s. Tomás. S. Tomás pensaba que los Mendicantes, dominicanos y franciscanos podrían suplir, pero ya no son suficientes. Se necesita un cambio radical. Un día ese grito debía resonar. El día llegó. Ahora comienza la práctica. ¿Cuáles serán las etapas? ¿Cuándo va a ser posible adaptar el derecho canónico?
De cualquier manera los laicos serán los autores de la construcción de una nueva pastoral. En los templos el clero manda. Fuera de los templos viven los laicos en medio de la sociedad. Ellos van a tener que hacer experiencias, estudiar la sociedad de sus colegas y vecinos y constituir núcleos de la nueva pastoral. Para eso necesitan de una formación espiritual fuerte, de mucho coraje y osadía, y de mucha libertad.
Si la diócesis o la parroquia imaginan que pueden definir un programa y proponer ese programa a los laicos, será un fracaso total: ¡fracaso anunciado! Los laicos necesitan de libertad. Después de eso los obispos podrán reaccionar con discernimiento y ser los agentes de unidad de tanta diversidad. Si quisieran definir un plan sin conocer vivencialmente lo que es la sociedad de hoy, fuera de los libros y de las encuestas, sino en la realidad vivida, van a vivir de ilusiones. Evangelización supone libertad, esa libertad que el Papa concedió a s. Francisco de Asís, y que s. Ignacio tenía que reconocer a s. Francisco Javier.
Existe el peligro de que la transformación quede en el papel, como tantos programas misioneros hechos en las diócesis y en las parroquias. En lugar de experiencias concretas, se puede quedarse en las teorías. La Iglesia católica sufrió bastante la contaminación de la sociedad burocratizada. Tenemos la experiencia de tantas leyes votadas en el Congreso que quedan en el papel, tantos programas de gobierno que quedan en el papel. La Iglesia necesita estar muy consciente del peligro.
El punto débil del Documento es su teología, sobre todo la cristología y la eclesiología. Era inevitable. Para mejorar sería preciso aceptar la historicidad de Jesús y de la Iglesia, aceptar los métodos de las ciencias históricas y de las ciencias humanas. La importancia de los movimientos no lo permitía, porque la burguesía tiene horror a la historia y a las ciencias históricas. Construyó ideologías para justificar la situación actual. Por eso, los obispos que iniciaronn el proceso fueron valientes. La teología vendrá después un día. Lo que es importante es la práctica.
Los dos ejes pastorales definidos por la Conferencia deben converger: la nueva pastoral debe comenzar por el mundo de los pobres: instalar el nuevo modelo de Iglesia en medio de los pobres retomando el sueño de Juan XXIII: una Iglesia de los pobres. El Documento puede ser leído como un llamado para que aparezcan los misioneros dispuestos a hacer eso. Los misioneros están ahí, pero es preciso mostrarles la libertad que deben tener y la misión que está abierta. El Espíritu Santo ya preparó el camino y solamente estaba esperando que los obispos definiesen el rumbo. El Espíritu Santo no quiere imponer: espera hasta que los responsables asuman las tareas exigidas por las señales de los tiempos.

JOSÉ COMBLIN
Nació en Bruselas (Bélgica) en 1923. Se formó en Lovaina como doctor en teología. Viajó a Brasil a Campinas, en 1958. De 1962 a 1965 fue profesor en la facultad de teología de Santiago de Chile. En 1965 fue convidado por don Helder Camara para dar lecciones en el seminario regional de Recife y, después de eso, en el ITER. Expulsado del Brasil en 1972, volvió a Chile, a la diócesis de Talca. Se dedicó a diversas actividades; entre ellas, la fundación de un seminario rural para la formación de jóvenes del campo para el sacerdocio. Expulsado de Chile en 1980, volvió para Brasil, esta vez a Joao Pessoa, convidado por don José María Pires. Desde allí participó en la fundación de varios centros de formación misionera para laicos del mundo popular, hombres y mujeres.

* Artículo de José Comblin enviado a Revista Eclesiástica Brasileira (REB) en Agosto de 2007, y entregado a También Somos Iglesia en Noviembre de 2007 por P. José Comblin. Traducción del portugués al español realizada por Juan Subercaseaux A., miembro del Movimiento También Somos Iglesia-Chile.
* (N.T.) Transcriptor – Editor: Enrique A. Orellana F.

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LA VIDA DE JESUCRISTO PARA NUESTROS PUEBLOS


El proyecto Aparecida
por José Comblin*

El proyecto de la Conferencia de Aparecida es ambicioso. Se trata nada menos, que de una inversión radical del sistema eclesiástico. Hace siglos que la pastoral de la Iglesia está concentrada en la conservación de la herencia del pasado.

Todas las instituciones fueron adaptadas a esa finalidad. El sistema fue instalado en el siglo XII y, desde entonces, no cambió de manera sensible. De acuerdo con el proyecto de Aparecida, todo va a estar orientado para la misión. La realización práctica de este proyecto va a ocupar todo el
siglo XXI. Pues bien, los obispos lanzaron este proyecto, pero ahora el primer problema consiste en convencer al clero. La actual generación no está preparada para esta “inversión” de sus tareas. Va a ser necesario cambiar radicalmente la formación y preparar nuevas generaciones sacerdotales bien diferentes de la actual.

Hacer que toda la Iglesia sea misionera es una tarea gigantesca. Durante el primer milenio, la misión fue asumida por los monjes. Muchos de ellos llegaron a obispos y dejaron una fama de fundadores de Iglesias. La Iglesias era predominantemente rural. En los siglos XI y XII se creó el
sistema de parroquias. Pero el clero parroquial era ignorante ya que no había recibido ninguna formación.
Ya en el siglo XIII, s. Tomás de Aquino se quejaba de que el clero no evangelizaba, no era misionero. En compensación él mostraba que eran los Mendicantes los que sí evangelizaban.
La misma queja fue repetida durante todos los siglos hasta hoy. La misión fue asumida por los Mendicantes a partir del siglo XIII, y después por las Sociedades de sacerdotes misioneros, tales como la Congregación de la misión de s. Vicente de Paul, la Congregación del Sismo. Redentor de s. Alfonso de Ligorio y otras.
En América Latina, la misión fue asumida, en primer lugar por los Franciscanos, que proporcionaron más de la mitad de los misioneros. Los Dominicos tuvieron su actuación más
fuerte en el siglo XVI. Los Carmelitas y los Agustinos llegaron con menos misioneros, así como los Benedictinos. Después vinieron varias congregaciones.
En el siglo XX, esas órdenes y congregaciones asumieron parroquias y con eso sólo una pequeña minoría se dedicó a la Misión. Asimismo usaron métodos adaptados al siglo XVII y XVIII, pero totalmente inadecuados para el siglo XX. Se dedicaron al mundo rural en momentos en que el 80% de la población latinoamericana migraba hacia las ciudades.
Ahora viene el proyecto episcopal que va a exigir un cambio de mentalidad y un cambio de comportamiento. La misión será la prioridad y dejará en un segundo plano la administración
de la pequeña minoría que frecuenta las parroquias. Será necesario cambiar la formación sacerdotal de modo radical.
Los religiosos van a tener que volver a su vocación inicial y dejar de ser administradores de parroquias o de obras.

Hace algunos años atrás, escribí que don Helder era el modelo de obispo del siglo XXI. Don Helder era misionero y tenía un excelente colaborador para todas las tareas de administración.
Sobre todo después de su conversión en 1955 y su nueva conversión a su llegada a Recife, don Helder fue el hombre del contacto personal, el hombre que era capaz de atraer, capaz de transformar a las personas con las que entraba en comunicación de modo que ellas sentían la necesidad de cambiar de vida. Él tenía el don de despertar vocaciones de cristianos misioneros.

1. Los temas más significativos del Documento Conclusivo de Aparecida

En primer lugar, necesitamos destacar la elección del tema general de toda la Conferencia. Hace unos 30 años atrás en América Latina no se hablaba de misión. En la mentalidad popular, los misioneros eran los padres y los religiosos y religiosas que venían de Europa o Norteamérica para reforzar los cuadros de las Iglesias locales. O eran los predicadores de las “Santas Misiones”.
Era una herencia colonial. La misionología ni siquiera estaba en los programas de formación sacerdotal. Era la especialidad de algunos que iban a dedicarse a las regiones
más despobladas o retiradas como la Amazonia. Misioneros eran los evangelizadores de los indios y la mayoría de ellos eran extranjeros.
Esto no quiere decir que no había católicos, sacerdotes, religiosos, religiosas y sobre todo, laicos misioneros. No sabían que eran misioneros porque los misioneros no tenían visibilidad y no tenían un status definido. Eran misioneros anónimos.
Desde entonces aparecieron muchas experiencias que se presentaron como misioneras. La misma palabra misionero entró en el uso común del pueblo que identifica ya a ciertas personas como misioneros y misioneras. Muchos grupos adoptaron el nombre de misioneros. Hoy en día crece mucho la conciencia de una necesidad misionera en medio de una sociedad cada vez más secularizada. La V Conferencia del CELAM recogió lo que se preparó durante 30 años.
En segundo lugar, hay que destacar que la Conferencia decidió volver al método de Medellín y Puebla, o sea, al esquema ver-juzgar-actuar de la Acción Católica (DA 19).
Hay una insistencia muy fuerte en esa continuidad (DA 391-398). Es difícil no descubrir en esa insistencia una discreta expresión de arrepentimiento y de confesión. Es innegable que disminuyó la influencia de Medellín y de Puebla en los últimos años. No faltaban sacerdotes que simplemente decían que Medellín ya estaba superado y ya no servía más para la Iglesia actual. Por eso, conviene destacar la fuerte insistencia de la Conferencia de Aparecida.
Esa continuidad con Medellín y Puebla se manifiesta sobre todo en dos temas fundamentales: la opción por los pobres y las comunidades eclesiales de base. Son justamente dos temas que
fueron muy atacados o tratados con indiferencia como si fueran cosas del pasado. Habían desaparecido en el Sínodo romano de 1997 Ecclesia in América. Si bien en los textos oficiales aún
se mencionaban en ciertos países la opción por los pobres y las comunidades de base (sobre todo en Brasil), la situación general era bien diferente. Basta recordar el documento que un día
publicó el p. José Marins, que había sido el apóstol incansable de las CEBs en toda América Latina. Era de una triste amargura.
Desde Brasil es difícil imaginar hasta qué punto desaparecieron la opción por los pobres y las comunidades de base en varios (¡muchos!) países de América Latina.
La Conferencia de Aparecida renueva la opción por los pobres (DA 397, 398, 399). No se trata de una fórmula convencional.
El texto es insistente: “Asumiendo con nueva fuerza esta opción por los pobres” (DA 399). Aquí también hay un cierto acento de arrepentimiento y como una conciencia de que esa opción había perdido su urgencia en la pastoral de la Iglesia: ya no era vivida como prioridad. Además de eso, el texto reconoce que los pobres son sujetos de la evangelización y de la promoción humana (DA 398). Ver todo el capítulo (DA 391-398).
El texto llega hasta el punto de usar dos veces la palabra “liberación” que era una palabra prohibida. Es verdad que la liberación está matizada por el adjetivo “auténtica” (DA 399)
o “integral”. Pero ella está ahí, lo que significa que de ahora en adelante se puede usar de nuevo (DA 385).
El Documento de Aparecida habla explícitamente de las Comunidades Eclesiales de Base (DA 178-179). Esta es la parte del Documento que sufrió más correcciones en Roma, pues
el texto de los obispos era mucho más incisivo. Asimismo, el texto enuncia todos los frutos positivos de las Comunidades Eclesiales de Base, reconociendo que ellas fueron la señal de
la opción por los pobres.
Los obispos habían escrito: “Queremos decididamente reafirmar y dar nuevo impulso a la vida y a la misión profética y santificadora de las CEBs” en el seguimiento misionero de Jesús. Ellas fueron una de las grandes manifestaciones del Espíritu en la Iglesia de América Latina y del Caribe después de Vaticano II” (DA 194). Estas frases fueron censuradas y el texto quedó más débil. Otras correcciones van en el mismo sentido. Pero el texto de los obispos existe y puede
ser consultado. Para la conciencia latinoamericana él es más significativo que las censuras.
En el texto de los obispos hay un reconocimiento de que las CEBS no pudieron desarrollarse, a pesar de su valor y a que varios obispos pusieron restricciones. Ahora los obispos quieren levantar esas restricciones y dar vida nueva a esas comunidades pobres.
Incluso con las restricciones del texto final, vale la pena leer atentamente los números 178 y 179.
Los mejores capítulos del Documento son los capítulos 7 y 8 sobre la misión. Ahí se encuentran las afirmaciones más fuertes.
“La Iglesia necesita de una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, en el estancamiento y en la tibieza, marginalizando a los pobres del Continente” (DA 362).
“La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera” (DA 370).
“La pastoral de la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico” (DA 367). Ver, sobre todo los números 362-370.
El cambio debe afectar a todas las instituciones de la Iglesia. Comienza con la reforma de la parroquia. Esta tendrá que ser subdividida en unidades menores (DA 372), de pequeños
grupos con mejor relación. Tendremos cuidado para que esas pequeñas comunidades no reproduzcan la estructura y la actividad de la parroquia. Mas es muy bueno que la Conferencia haga alusión al mal funcionamiento de la parroquia como institución inadecuada para nuestros tiempos de urbanización creciente y de secularización.
El capítulo 8 elabora una pastoral social que va a ser reafirmada y reforzada (DA 401-404). El Documento enumera las nuevas categorías de pobres que surgieron o se desarrollaron en los
últimos tiempos.
En fin, el Documento asume desafíos contemporáneos: la ecología y los problemas del medio ambiente, y la pastoral urbana. El programa de pastoral urbana es muy completo y define tareas que van a exigir la colaboración de millones de personas formadas. El desafío de la pastoral urbana ya fue definido por sociólogos católicos a fines del siglo XIX.
Después de 100 años la jerarquía asume el desafío. La Iglesia católica tiene aún estructuras rurales y mentalidad rural. En la sociedad rural la parroquia se identifica con la sociedad.
Ahora, las cosas cambiaron tanto que la inmensa mayoría de los ciudadanos vive al margen de la Iglesia y solamente recurre a ella en el nacimiento y en la muerte, o recurre a los Santos en las enfermedades.
En el segundo capítulo hay una extensa presentación de la realidad de América Latina. Esa exposición recurrió a la ayuda de especialistas y científicos, ya que ofrece informaciones
bastante completas y pormenorizadas. Es un ejemplo de colaboración entre la jerarquía y los laicos. Sin embargo, el Documento no llega a condenar al capitalismo y el sistema actual de globalización aunque haya mostrado todos sus vicios. No podía ir más allá de la llamada Doctrina Social de la Iglesia, tan silenciosa en los últimos tiempos.
Claro está que en los otros capítulos hay también muchas cosas importantes que ofrecen orientaciones para la aplicación del proyecto global. Pero un artículo no ofrece espacio
suficiente para comentar todas esas doctrinas. Ciertamente van a ser publicados extensos comentarios del Documento de Aparecida para analizar el texto entero.

2. Algunas dudas
El proyecto de Aparecida es tan radical que surge una duda: ¿quién va a poner ese programa en práctica? La historia muestra que todos los cambios profundos en la Iglesia fueron realizados por personas nuevas, formando grupos nuevos y creando un nuevo estilo de vida, siempre a partir
de una opción de vida en la pobreza. Nunca fueron los liderazgos establecidos ni las estructuras instaladas. Estas no consiguen salir de su papel tradicional. Es lo que hace pensar que el clero actual no tiene condiciones para aplicar ese programa.
Nunca me olvidaré de aquello que aconteció en el cambio del siglo XII al siglo XIII. Hubo una avalancha de fenómenos religiosos semejantes a la expansión pentecostal de hoy en día. Aparecieron nuevos animadores religiosos que consiguieron atraer y convertir a multitudes de católicos.
Nació en muy poco tiempo un mundo de comunidades que recibieron varios nombres, siendo el nombre de Albigenses el más usado. Nadie conseguía frenar el movimiento. El Papa
Inocencio III pidió a la Órden Cisterciense, que era la más poderosa en aquel momento, que asumiese esa misión de convertir a los herejes o, por lo menos, frenar el movimiento
de expansión. Fue un fracaso total. Los Cistercienses venían de monasterios muy ricos y no sabían hablar a los pobres.
Eran misioneros ricos, sin capacidad misionera.
Entonces aparecieron casi simultáneamente Francisco de Asís en Italia y Domingo de Guzmán en España. Escogieron el camino de la pobreza, viviendo una vida realmente evangélica. Evangelizaron a las masas populares del mundo rural y de las ciudades. Y consiguieron lo que las órdenes poderosas no habían conseguido. De ellos nacieron, en pocos años, los llamados franciscanos (hermanos menores) y dominicos (hermanos predicadores) que fueron miles en
poco tiempo. Ellos se instalaron en medio del pueblo y fueron misioneros itinerantes, siempre en la búsqueda del pueblo de los pobres. Dieron a la Iglesia una fisonomía diferente. Eran una estructura diferente en la cual el pueblo de los pobres se reconoció ya que no se reconocía en las órdenes monásticas.
El clero parroquial recogió las conversiones hechas por los Mendicantes, pero no había podido hacer aquel cambio necesario.
Hoy en día, ya hay en la Iglesia cristianos semejantes que conviven con el mundo de los pobres. Pero ellos son poco conocidos y poco valorizados, antes tolerados que apoyados porque no corresponden al esquema oficial: no tienen lugar en el derecho canónico. Generalmente son laicos, aunque hay también obispos o presbíteros que hicieron su conversión escapándose de la estructura en que estaban metidos.
Personalmente creo que los futuros misioneros capaces de cambiar la fisonomía de la Iglesia serán laicos, misioneros laicos.
¿Cómo va a comenzar la aplicación del programa de Aparecida? No podrá realizarse de arriba para abajo. No podrá comenzarse con un plan teórico. Comenzará con personas voluntarias dispuestas a entrar en una aventura, esta vez con el apoyo de la jerarquía. No se les dará ningún programa previo porque el Espíritu les mostrará lo que pueden hacer. Si su actuar misionero no procede de ellos mismos, no tendrá ningún efecto, porque no será un testimonio humano vivo, el
único que puede tocar en el corazón de los oyentes.
No se adelanta con planificar. Nadie planificó el nacimiento o la vida de S. Francisco. El apareció y el Papa lo confirmó.
En los últimos años en muchos lugares las diócesis realizaron años misioneros, misiones populares, sin ningún éxito. Todo quedó en el papel porque en lugar de partir de las personas
voluntarias que se sentían poco valorizadas, y más toleradas que apoyadas en su vocación misionera, entregaron la misión a los agentes de pastoral de la estructura diocesana
o parroquial. No se puede concentrar (la misión) en la Iglesia parroquial porque los pobres no frecuentan la Iglesia parroquial. Ellos perciben luego que la Iglesia parroquial no pertenece a su cultura.
No se adelanta con dar cursos para enseñar una doctrina porque el Espíritu mostrará a los misioneros lo que deben hablar y hacer. Lo que se puede hacer es acompañar la espera
de la voz del Espíritu. La jerarquía tiene un papel fundamental que consiste en hacer el discernimiento del Espíritu a partir de la tradición cristiana, y estimular una espiritualidad de espera y fidelidad a lo que el Espíritu dice.
En América Latina, el apoyo de los obispos y de los padres es fundamental. Pues, sobre todo en el mundo de los pobres, los católicos son tímidos, inseguros, no confían en sus propias cualidades. Es preciso apoyar, aceptar errores o fracasos temporales. No se puede acertar a la primera. La jerarquía tendrá que organizar la armonía entre todos los carismas.
¿Cómo será la formación? ¿Qué se entiende por formación de misioneros? La formación actual en los seminarios o en las facultades de teología es justamente lo contrario.
El sistema actual da una formación académica o con pretensiones académicas. En Brasil muchos dieron alto valor al reconocimiento de los estudios del Seminario por el Ministerio de Educación. Ahora bien, con certeza el Ministerio de Educación no tiene proyectos misioneros.
Los certificados oficiales parecen ser garantía justamente para aquellos que no se sienten con una vocación misionera muy fuerte. No tengo nada en contra de esos certificados académicos, pero eso no tiene nada que ver con la misión.
La formación académica torna vacía a la predicación, sin contacto con el pueblo. Los padres fueron preparados para ser pequeños profesores de teología. Ya esto solo explica muchas cosas en cuanto a los problemas de la Iglesia que fueron denunciados por el Documento de Aparecida.
La formación misionera incluye primero una fuerte y radical espiritualidad concentrada en la Biblia en general, pero sobre todo en los evangelios, esto es, en la vida terrestre de Jesús.
En segundo lugar, la formación consiste en multiplicar los encuentros con personas, familias, grupos. El misionero necesita aprender a estar presente en todos los lugares de la vida social, como señal de vida renovada, animada por la fe, esperanza y caridad. No se trata de mostrarse en los eventos sociales, sino de conocer y descubrir a las personas que son sensibles a los llamados del Espíritu, y saber decir las palabras que marcan.
La exposición de la doctrina jamás convirtió a nadie. Jesús se manifiesta en la vida de ciertas personas y no por la doctrina.
No se forman misioneros con cursos, seminarios o discusiones abstractas. Es preciso aprender el lenguaje popular. Algunos sacerdotes u obispos saben hacer eso perfectamente: son misioneros que se transformaron así por la gracia de Dios, superando los esquemas de formación académica que recibieron. Un ejemplo, Fray Carlos Mesters.
La formación por la vía del adoctrinamiento vino después de la Revolución Francesa para asegurar la fe de los sacerdotes que debían aprender a resistir las herejías de la época. La
resistencia a las herejías dejó de ser una urgencia.
No puedo dejar de señalar un problema que no es solamente de Aparecida, sino de toda la Iglesia occidental, de los Concilios occidentales, de los documentos del magisterio, inclusive del Vaticano II. La Iglesia occidental ignora al Espíritu Santo. Claro está que el Espíritu Santo es mencionado
muchas veces, también en el de Aparecida de Aparecida, pero siempre para reforzar el planteamiento hecho por la jerarquía o por el clero en general. La jerarquía define la conducta de
la Iglesia, y, después, pide al Espíritu Santo que realice lo que fue ya decidido. O se supone que todo lo que procede de la jerarquía, procede del Espíritu Santo, lo que es la misma cosa. No se adelanta con rezar para que el Espíritu venga a iluminar mi mente, si Él está presente en el mundo y muestra con señales claras lo que Él quiere.
Los orientales son mucho más sensibles a ese aspecto que la Iglesia de Occidente. En América Latina la Iglesia oriental tiene poca presencia y casi ninguna influencia. La Iglesia latinoamericana es hija de Occidente de modo casi exclusivo.
La enseñanza del Nuevo Testamento es diferente, tanto en la teología de Pablo como en la teología de Juan. Para S. Pablo la Iglesia es dirigida por los dones del Espíritu Santo
(1 Cor 12, 4-11; 27-30). Ahora bien, el primer don es el don del “apostolado” (1 Cor 12,28). Cuando Pablo habla de los apóstoles no se refiere a los Doce, sino a aquellos discípulos
que, como él, se transformaron en misioneros porque fueron enviados por el Espíritu Santo.
El don del gobierno viene en séptimo lugar. En segundo lugar aparecen los profetas que son considerados con mucha insistencia (1 Cor 14). Esos dones están desparramados y de repente aparecen de modo imprevisto. Nadie preparó, ni formó a Pablo como misionero. Él recibió un don del Espíritu Santo y mostró un camino verdadero y seguro para el pueblo de los discípulos que consiguió reunir.
El Espíritu Santo está presente en la Iglesia actual como siempre. El muestra los caminos de seguimiento de Jesús. La teología de Juan afirma que el Espíritu enseñará el alcance de
la vida de Jesús en las circunstancias más diversas. Jesús no dejó ningún programa de apostolado, pero prometió que el Espíritu estaría presente para mostrar de qué manera podemos
actualizar la vida de Él en las más diversas circunstancias de la historia. Jesús no quiso encerrar la historia en un cuadro estable, mas prometió que el Espíritu estaría presente para, en cada situación, enseñar el sentido de las obras y de las palabras que él realizó o pronunció en un contexto determinado y limitado, en Galilea. (Jn. 14, 26; 16, 13-15).
Pero no conviene acusar a la Conferencia de Aparecida, porque toda la historia de la Iglesia de Occidente fue así. Una conversión más radical todavía sería necesaria para volver a las enseñanzas del Nuevo Testamento sobre el Espíritu.

3. Los problemas
La parte más débil del Documento, a mi modo de ver, es la cristología. Era de esperar. No fue casual que la Notificación enviada a Jon Sobrino fuera publicada en la víspera de la Conferencia de Aparecida. Pues aquí estamos exactamente en el mayor problema teológico de la actualidad. La cuestión es: ¿qué significa la humanidad de Jesús? ¿Cuál es el significado de las palabras y de los actos de Jesús tal como los Evangelios los relatan? ¿En qué consiste la humanidad de Jesús? ¿Qué es ser hombre?
El texto recuerda muchas cosas bonitas sacadas de los evangelios, que lo muestran como un maestro de sabiduría y revelador de un modo de vida a ser imitado por los discípulos.
Es una enumeración de actos y palabras bellas de la vida de Jesús. Falta la síntesis y lo que reúne todos esos dichos y actos en una vida humana (DA 129-135).
Esta enumeración no dice el significado de la vida humana de Jesús, o sea de su ministerio misionero. La vida de los seres humanos debe interpretarse a partir del contexto histórico en
que ella se sitúa. Aquí no se habla del contexto histórico, como si Jesús estuviese fuera de la historia, como un maestro que vuela por encima de los siglos. Cada ser humano construye
su vida a partir del contexto histórico que lo provoca y lo lleva a definir sus opciones en cuanto a los fines y a los medios.
Él tiene un proyecto, atribuyendo a su vida una finalidad. Si Jesús fue hombre, Él debía ser así.
Comencemos por el anuncio de Jesús: El Reino de Dios (DA 101-128). ¿Qué fue lo que entendieron los campesinos de Galilea cuando Jesús les hablaba del Reino de Dios? Ellos
estaban sufriendo el yugo pesado del reino de Roma, del reino del emperador. De repente, Jesús viene a anunciar que ese reino va a caer. Era exactamente lo que todos esperaban, por lo menos los pobres oprimidos por el poder durísimo de los Romanos. La mayoría pensaba que eso sucedería solamente en un mundo nuevo, después de este mundo destruido de
acuerdo con las predicciones apocalípticas. Jesús viene a anunciar que aquello acontecerá en este mundo. El reino de Satanás, encarnado en el poder romano va a caer y vendrá otro reino... Jesús conocía bien todas las conversaciones, todas las quejas y las esperanzas de su pueblo. El hablaba para esas personas. Se comprende que fue acogido y aclamado con entusiasmo por el pueblo simple de Galilea.
Después de ese anuncio, Jesús tuvo que explicar cómo sería el Reino de Dios y la diferencia radical con el reino del Cesar.
Hasta los Doce tuvieron mucha dificultad para aceptar las explicaciones de Jesús.
Lo que no aparece en el Documento es que el Evangelio de Jesús fue una Buena Nueva para algunos y una Mala Nueva para otros. Jesús no trató a todos de la misma manera. La
Buena Nueva se dirige a los pobres y la Mala Nueva a los ricos (Lc 6,20-26). El evangelio de María fue el mismo: “Derribó a los poderosos de sus tronos y a los humildes exaltó. Llenó de
bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lc 1,52-53).
En la base de la psicología de Jesús estaba la compasión por los oprimidos y la indignación contra los opresores. ¿Por qué eso no aparece en un documento que pretende renovar la opción por los pobres? Hay una contradicción entre la Segunda parte y la Tercera parte del Documento.
En segundo lugar, no aparece el conflicto con los jefes de la nación que Jesús denuncia como usurpadores y opresores.
Lo que ocupa un lugar fundamental en los evangelios no aparece: el conflicto de Jesús con los sacerdotes, los doctores de la ley, los fariseos, los grandes de aquel tiempo (Mc 11-13; Mt 23; Lc 20; Jn 8). Ese conflicto es el hilo conductor de los evangelios. Todos presentan la misión de Jesús como camino hacia la muerte. Desde el principio, los jefes quieren matarlo.
Jesús denuncia la dominación de los grandes asociados a los Romanos y permanece fiel a esa misión de su vida hasta que lo matan.
La muerte de Jesús fue a consecuencia de su acción: fue como la conclusión final de su ministerio. El Documento habla de Jesús que hizo el don de su vida (DA 139). Jesús fue muerto porque quiso ser fiel a su misión de denunciar la corrupción de los jefes de su pueblo que imponían un yugo insoportable al pueblo simple. Jesús era judío y como judío estaba escandalizado por el uso que los jefes hacían de la Ley. Jesús quería liberar a su pueblo de la mentira y de la dominación de las elites. Con su interpretación de la Ley las elites oprimían al pueblo de los pobres.
Ese fue el proyecto de Jesús. Lo que Él ofrece a sus seguidores es repetir la misma trayectoria en todas las épocas de la historia.
Ahora bien, en el centro de la misión está la persecución, la muerte, la muerte de cruz, una muerte infamante.
El Documento hace apenas unas alusiones muy discretas a la muerte de Jesús sin decir por qué murió y el significado humano de esa muerte. El texto alude a los mártires de América Latina, pero sin explicar en qué consistía ese martirio (DA 140) como si el martirio fuese un valor en sí, un ejemplo de vida heroica. No coloca a los mártires en su contexto histórico y por eso la muerte de Jesús tampoco está en su contexto histórico. Es como si fuese un ejemplo de virtud sin motivo, sin ligazón con su ministerio de profeta.
El Documento simplemente dice que Jesús ofreció su vida. Esto puede significar muchas cosas, pero no evoca el contexto histórico y el lugar de esa muerte en la vida humana de Jesús.
En los evangelios la cruz está en el centro de la cristología de la vida humana de Jesús. Ella no está en el centro de la cristología del Documento. Tenemos la impresión de que el texto quiso evitar cualquier referencia al conflicto con los romanos y con las autoridades de Israel. Es un evangelio sin conflicto, de pura bondad. ¿Por qué un evangelio sin conflicto? Para no tener que reconocer el sentido del martirio de tantos latinoamericanos crucificados en la segunda parte
del siglo. Las elites quieren ocultar la responsabilidad histórica que tienen en esos martirios del siglo XX. El recuerdo de esos martirios ofende a las clases dirigentes de muchas naciones.
Por eso las alusiones a los mártires son muy discretas. Los mártires son presentados como héroes pero no se dice por qué murieron. Ahora bien un evangelio sin conflicto, ¿quién quiere eso? Es exactamente el evangelio que satisface a la burguesía. Esa cristología es burguesa en su inspiración. No expresa lo que sienten los pobres y de qué manera ellos entienden la vida y la muerte de Jesús. Estamos en una situación de conflicto entre dos cristologías, una que es burguesa y otra que es la de los pobres. Este conflicto existe desde el inicio de la Iglesia.
La misma falta de historicidad se encuentra en la descripción de la realidad eclesial en la primera parte. El texto hace una enumeración de los aspectos positivos y negativos de la Iglesia latinoamericana (DA 98-100). No se colocan tanto los aspectos positivos como los negativos en el contexto histórico. Es como si todo tuviese igual significado.
No se hace ningún análisis de las estructuras. El texto atribuye la responsabilidad y la culpa a “algunos católicos que se apartaron del evangelio” (DA 100h). Los aspectos negativos se deben a “deficiencias y ambigüedades” de algunos de los miembros (de la Iglesia). Si ese fuera el problema, no habría sido necesario reunir toda una Conferencia continental. Bastaría
con enviar un buen confesor a esos pocos católicos. De modo general, los documentos de la Iglesia no cuestionan las estructuras. Ahora bien, con certeza los miembros de la Iglesia no son peores ahora de lo que eran antes. Los problemas no son las personas, sino las estructuras. Algo de eso aparece implícitamente en la Tercera parte, por ejemplo cuando se trata de la parroquia. Pero un análisis más profundo sería muy útil. Algún día tendrá que hacerse.
Sorprendente es el silencio casi total sobre los movimientos pentecostales. Hay apenas algunas breves alusiones (DA 100g). Un día Harvey Cox escribió que se trataba del fenómeno religioso más importante del siglo XX y casi tan importante como la Reforma del siglo XVI. No se hace ningún análisis de esa realidad como si fuese una cosa sin importancia que no es problema.
Sin embargo, el pentecostalismo está en plena expansión en todos los continentes y también en América Latina. Muchos católicos dejan la Iglesia para integrar una comunidad pentecostal. Los pastores son innumerables. En muchos lugares del mundo de los pobres, los pentecostales son ya más numerosos que los católicos.
Sería necesario analizar las razones de ese éxito. Sin duda el pentecostalismo responde a las aspiraciones de una gran parte del mundo popular. Vale la pena estudiar el mensaje, la metodología, las formas de organización. Cerrar los ojos, como si el fenómeno no existiese, puede ser la política del avestruz.
Cuando se hace la descripción de la sociedad actual, principalmente de la cultura contemporánea, muchos se olvidan de que hay dos sociedades muy separadas y dos culturas bien diferentes. Hay la cultura examinada por los cientistas y filósofos, que es la cultura de los que están incluidos en la nueva sociedad, y la cultura de los excluidos.
Asimismo, la Conferencia de Aparecida constituye un acontecimiento imprevisto. Nace una nueva conciencia. Los obispos recogieron las aspiraciones de la minoría más sensible a los signos de los tiempos. El Documento final constituye un motivo de renovada esperanza para los viejos y ofrece
algunas orientaciones bien definidas a los jóvenes.

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JESUS, PROFETA LAICO

JOSÉ MARÍA GARCÍA-MAURIÑO

Los cristianos no somos seguidores de un líder religioso, sino que seguimos a un Profeta laico. Jesús fue un laico. Ni fue sacerdote, ni funcionario de la religión, ni nada parecido. Es más, Jesús vivió y habló de tal manera que pronto entró en conflicto con los dirigentes de la religión de su tiempo, los sacerdotes y los funcionarios del Templo, los representantes oficiales de “lo religioso” y “lo sagrado”. La gran revolución religiosa llevada a cabo por Jesús consiste en haber abierto a los seres humanos otra vía de acceso de Dios distinta a la de lo sagrado. Es decir, la vía profana de la relación con el prójimo que no pasa por la Ley. Y la relación ética vivida como servicio al prójimo y llevada hasta el sacrificio de uno mismo. Jesús abrió otra vía de acceso a Dios a través de su propia persona, aceptando pagar con su vida al combatir esa creencia de que el culto religioso de los sacerdotes tenía el monopolio de la salvación. La salvación venía de otra parte. Jesús denunció los abusos del poder religioso y del poder político.
“Jesús dejó sentado que el camino hacia Dios no pasa por el Poder, ni por el Templo, ni por el Sacerdocio, ni por la Ley. Pasa por los excluidos de la historia.” (González Faus.).
Una de las equivocaciones más peligrosas en que ha incurrido la Iglesia ha sido identificar la fe con la religión y con lo sagrado. De forma que, para obispos, clérigos y fieles incondicionales, tener fe es lo mismo que ser religioso, con una religiosidad que tiene su centro en lo sagrado, es decir, en lo separado de lo profano y lo laico. Además, “lo religioso” y “lo sagrado”, cuando se ve como lo único verdadero, es “lo privilegiado”. Es decir, lo que merece y debe tener derechos y privilegios que no están al alcance de los que practican otras religiones, los agnósticos y los ateos. Es lo que dicen ellos. Nosotros creemos que la comunidad de creyentes debe acabar con los privilegios de la Iglesia. Y esto, es importante por motivos jurídicos, sociales y políticos, pero lo es, además, por razones estrictamente teológicas. La Iglesia tiene su origen en Jesús. Y su primera preocupación ha de ser intentar vivir y hablar como vivió y habló Jesús.

Resulta significativo y extraño que siempre que los evangelios mencionan a los Sumos Sacerdotes es para presentarlos como agentes de sufrimiento y de muerte. Y en la parábola del buen samaritano, a Jesús no se le ocurrió otra cosa que presentar como modelo de humanidad solidaria a un hereje y un infiel (el samaritano), mientras que fueron precisamente los representantes oficiales de la religión los que pasan de largo ante el sufrimiento humano. El samaritano andaba mal de religión, pero tenía humanidad. Y eso es lo que destaca Jesús. En eso se centraba su gran preocupación. Para Jesús era más importante “lo humano” que “lo religioso” y “lo sagrado”. Lo humano es “lo laico”, lo común a todos. “Laico” viene del término griego “laos”, el “pueblo”. Y está claro que Jesús antepuso lo laico a lo religioso. Cuando Jesús, en la boda de Caná, convirtió el agua en vino, no utilizó un agua cualquiera, sino precisamente aquella que tenían en la casa “para las purificaciones rituales”. Es decir, Jesús convirtió el enorme y pesado ritual religioso (6 tinajas de piedra de unos 100 litros cada una) en el mejor vino, para que la fiesta, la alegría y el disfrute de la vida no se pudiera acabar. Esto es lo propio del Reino de Dios, la felicidad y la alegría para todos y todas. Jesús antepuso siempre lo humano y lo laico a lo religioso y lo sagrado.

Llama la atención el carácter tan poco “religioso”, en términos de aquella época, que Jesús atribuye al Reino-Reinado de Dios. No gira en torno al templo, ni se prescriben sacrificios o actos de culto. Tampoco existen funciones sacerdotales ni personas que actúen como intermediarias. Sin duda que Dios está muy en el centro de este mensaje que lleva su nombre. Pero es un Dios desplazado de los lugares sagrados. Ahora se encuentra en plena vorágine de la vida, sobre todo de personas y colectivos marginados: los chiquillos, los enfermos, los recaudadores, las prostitutas, los pobres, lisiados, ciegos y cojos.... Y se identifica con las tareas corrientes que hace la gente en su vida diaria: el sembrador, el pastor, la pesca, la mujer que amasa la harina o que limpia su casa... Esa identificación con el ser humano, con su felicidad, con su sufrimiento y con su marginación, permite al Reinado de Dios superar los límites culturales y religiosos en que vivió el propio Jesús. Por eso, mantiene una universalidad, una modernidad y una “laicidad” actual.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
ECLESALIA
06/05/08

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Convocatoria del Movimiento de laicos autoconvocados

Crisis, malestar, perplejidad, desorientación, son algunos de los términos a los que se recurre constante y casi unánimemente para definir el presente de la Iglesia Católica.
Somos muchos los creyentes que experimentamos vitalmente una situación insatisfactoria, que nos angustia y nos hace sufrir. Muchos también los que buscamos de diversas formas las causas y las soluciones sin llegar a definir claramente todavía ni unas ni otras.
El Concilio Vaticano II al definir a la Iglesia como el Pueblo de Dios nos da un punto de partida claro y común.
A partir de él podemos afirmar sin dudas que todos los cristianos tenemos idéntica dignidad, que el Espíritu Santo otorga sus dones y carismas por igual a todos los miembros del pueblo de Dios y que la Iglesia es esencialmente laica aunque algunas funciones estén delegadas en la jerarquía.
A pesar de esto las actitudes de los laicos frente a la crisis eclesial son variadas.
Por un lado hay laicos que aun participando de las estructuras oficiales de apostolado tanto a nivel parroquial como diocesano, lo hacen desde diversas perspectivas críticas. Esto los somete a frecuentes tensiones. Es el precio, a veces alto, que, consciente o inconscientemente, aceptan pagar para no romper con las formas de la institución dentro de las cuales creen que se encuentra su lugar.
Junto a ellos hay otros laicos que sin abandonar la fe ni el compromiso ni tampoco, con frecuencia, la asistencia al culto y la práctica de los sacramentos, han adoptado posiciones que varían desde una muy fuerte crítica a la institución y sus jerarquías hasta una prescindencia generalmente forzada y dolorosa.
Están también los laicos que viven su compromiso con una gran dependencia de la jerarquía, manteniendo una actitud subordinada y clericalista.
Finalmente están los que, no encontrando las respuestas que buscaban, han optado por migrar a otros cultos o se han instalado en el desencanto y la indiferencia
Quienes esto firmamos, provenientes de los dos primeros grupos descriptos pero sin excluir a nadie, desde la ya explicitada convicción de nuestra dignidad como miembros del Pueblo de Dios y ejerciendo la libertad de conciencia inherente a esa dignidad, nos proponemos generar espacios de apertura, reflexión y diálogo que nos permitan descubrir y ejercer nuestros roles como miembros de la Iglesia y como ciudadanos.
Porque intentamos recuperar la eclesiología del Concilio Vaticano II queremos contribuir a crear en la Iglesia un estado de asamblea, con el diálogo como instrumento y la comunión como camino.
Para ello proponemos ensayar una lectura de los signos de los tiempos, aprender a expresar los disensos, superar el clericalismo de laicos y curas, superar el centralismo y el machismo tanto dentro como fuera de la Iglesia, insertarnos en la cultura democrática, respetar las diferencias, contribuir a desarrollar la opinión pública independiente dentro de la Iglesia y fortalecer la identidad y la espiritualidad laical.
Venimos de una manera de ser Iglesia que no nos conforma y a tientas entrevemos lo nuevo que queremos construir.
Asumimos la voluntad de contribuir a consolidar un laicado maduro, adulto y por lo tanto libre, abierto a la diversidad, capaz de superar la confusión entre unidad y uniformidad y de ejercer su libertad de conciencia también dentro de la institución, al servicio de los más débiles, constructor de la justicia, la solidaridad y la paz, en cuya coherencia los argentinos puedan reconocer los valores evangélicos.
La tarea supone tomar conciencia del imprescindible protagonismo de los laicos en la tarea de compartir con los hombres y mujeres de buena voluntad la construcción de una sociedad fundada en valores; en la que seamos signos de esperanza, unidad y respeto por la diversidad.
Supone también reconocer y tomar contacto con los grupos de Iglesia que en la Argentina y en muchas otras partes del mundo transitan ya caminos propios pero finalmente convergentes con los objetivos que venimos proponiendo.
Entre todos deberemos ser capaces de multiplicar espacios y dinamismos de escucha, apertura, reflexión, diálogo, asamblea y descentralización, dejando de ver el mundo como el lugar de los males, para reconocerlo como un escenario complejo, pero privilegiado por la presencia y acción del Espíritu.
Por ello es que, pidiendo el auxilio del Espíritu Santo y en ejercicio de nuestra libertad de miembros de la Iglesia nos hemos autoconvocado y convocamos a todos los bautizados que quieran acompañarnos a forjar el camino de igualdad, fraternidad, libertad y respeto que hemos planteado.

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