La Iglesia y los carismas según Pablo

Fuente: http://www.atrio.org/?p=1715

Las cartas de Pablo revelan lo que era la Iglesia en las comunidades fundadas por él más o menos 20 años después de la muerte de Jesús. La comunidad cristiana está comenzando y tiene todos los privilegios de la infancia.

Debemos considerar las epístolas que son realmente de s. Pablo: Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, 1 Tesalonicenses, Filipenses, Filemón. Las otras fueron escritas después de la muerte de él y varias fueron escritas 30 ó 40 años después de la muerte de él por discípulos de él. Pero estos discípulos cambiaron la eclesiología, con certeza porque las mismas comunidades habían cambiado. El principal cambio es la presencia de ministros permanentes encargados de dirigir la comunidad, presbíteros y diáconos que no fueron establecidos por s. Pablo. De la misma manera los Hechos de los Apóstoles presentan a un Pablo bien diferente del Pablo de las cartas. Es el Pablo al cual se atribuyen todos los cambios que ocurrieron entre la muerte de él y la redacción de los Hechos. El autor de los Hechos no conoció a Pablo ni las cartas de él. Acepta tradiciones populares y agrega discursos y episodios que representan la teología de él y no la teología de Pablo.
1.- El pueblo de Dios
Debemos mantener que el concepto básico de la eclesiología de Pablo es el concepto de pueblo de Dios. El concepto de pueblo no es sociológico. Consulté tratados de sociología y pude ver que en la sociología no se trata del pueblo porque pueblo no es categoría sociológica, no es algo que se pueda observar. Pueblo es una categoría teológica porque es un ideal proyectado como promesa hecha a Abrahán.
Para Pablo los discípulos de Jesús son la continuación del pueblo de Israel. Los jefes de Israel traicionaron las promesas hechas a Abrahán y abandonaron el verdadero Israel. El verdadero y definitivo Israel Está en las comunidades de discípulos de Jesús, judíos y gentiles. Pues las promesas de Abrahán no se dirigen a una pequeña porción de la humanidad separada del resto. La descendencia de Abrahán debían envolver todo el mundo siendo innumerable. Los judíos levantaron barreras e impidieron la entrada de todas las comunidades étnicas separadas de los judíos. Todo eso está en los cap. 9 a 11 de Romanos, exposición fundamental de la eclesiología de Pablo.
Pablo no pretende convertir individuos, quiere extender el pueblo de Dios hasta la extremidad del mundo porque ese es el plan de Dios revelado a Abrahán. Jesús vino para realizar ese plan de Abrahán. Por eso fue muerto. Pero después de él los discípulos rompieron las barreras y fueron al mundo entero y el pueblo de Dios contiene judíos y no judíos. Jesús no vino para salvar almas sino para refundar la descendencia de Abrahán, rompiendo las barreras y asumiendo el mismo la dirección de ese pueblo.
Un pueblo envuelve la totalidad de la vida humana. Jesús no vino a para enseñar una religión o una sabiduría, sino para cambiar toda la vida. Todo forma parte del pueblo: economía, política, cultura, vida corporal desde la comida hasta el uso de los recursos naturales. Todo eso forma el pueblo. Los discípulos tienen por misión inaugurar ese pueblo que será el pueblo de Dios, integrando todos los otros pueblos en la unidad del proyecto de Abrahán. Hay lugar para todos porque no hay más barreras. Jesús suprimió todas las barreras que procedían de una cultura, de una porción de la humanidad, de un modo de vivir, de algunos jefes de los judíos cerrados en sí mismos y separados de los otros pueblos. Los jefes de Israel hacían casi imposible la entrada de los paganos porque levantaban obstáculos casi in transponibles. Ahora el pueblo está abierto y Pablo piensa que en poco tiempo va a envolver a la humanidad entera.
Las comunidades paulinas y los otros discípulos llamados por otros apóstoles constituyen el inicio de este pueblo ahora libre y abierto. Numéricamente son insignificantes pero la fe de Pablo consiste en esto: ver en ellos el comienzo de una nueva humanidad reunida en una única convivencia en que toda la diversidad se une en el amor y en la solidaridad.
2. La “ekklesía” (Iglesia).
En el inicio, los discípulos de Jesús no creían necesario dar un nombre a su reunión. Eran judíos, miembros del pueblo elegido de Israel. Dentro de Israel ellos eran los seguidores del camino de Jesús. Esperaban el reino de Dios anunciado por Jesús. El reino no vino. Apareció más distante que lo previsto. El concepto de reino de Dios fue transferido para el día en que se realizaría realmente el fin de este mundo y el advenimiento del nuevo, esperado como gran milagro de Dios. Aparecía un tiempo intermediario. Los discípulos no podían esperar simplemente ese día bastante distante. Vivían en la tierra, la vida terrestre continuaba. Fue necesario darse un nombre sobretodo cuando entraron paganos convertidos y los discípulos se apartaron de la ortodoxia judaica.
Pablo dio a sus comunidades un nombre que era común a todas y expresaba la unidad entre todas. Pablo adoptó el nombre de”ekklesía”. Era genial porque esa palabra era muy significativa.
La palabra “ekklesía” tenía un solo significado. Era la asamblea del pueblo reunido, del “demos”, para gobernar la ciudad. No tenía otro significado. Tomando esa palabra Pablo sabía muy bien lo que hacía. No escogió ningún nombre religioso. Había asociaciones religiosas de diversos tipos en aquel tiempo en las ciudades griegas. Pero Pablo sabía que no venía a establecer en la ciudad una religión, un culto. La religión, el culto no interesaban. Para Pablo el culto de los discípulos de Jesús era su vida. Pablo venía para llamar a todos para formar un pueblo. Las comunidades de una ciudad representaban un pueblo, el pueblo de Dios en esa ciudad. Eran el verdadero pueblo, formando el verdadero “demos” aunque fuesen todavía una minoría insignificante. Pero Pablo miraba lejos con una fe invencible. Allí estaba el pueblo, en esa asamblea de los discípulos que era la asamblea del pueblo.
Las comunidades eran un pueblo que formaba “ekklesía”, esto es se gobernaban a sí mismo, sin jefes, sin personas que mandaban. Era la verdadera realización del ideal griego de ciudad. Los discípulos formaban entre ellos una auténtica “democracia” realizando el ideal nunca alcanzado por los griegos que admitían la esclavitud y la división de clases.
La verdadera traducción de “ekklesía” debía ser “democracia”. En cada ciudad los discípulos de Jesús forman una democracia. Sin embargo no hubo traducciones: en latín tomaron la palabra griega que perdió su sentido: “ecclesia”, lo que en castellano fue transformado en “iglesia”. La palabra “iglesia” no significa nada, no dice nada. Se transformó en el nombre de una institución.
Quien está en la Iglesia católica puede percibir hasta qué punto nos alejamos de los orígenes cristianos. Hoy quien considera que la Iglesia es y debe ser una democracia, será condenado como hereje. Estamos exactamente en el extremo opuesto de las comunidades cristianas primitivas.
En la “democracia” cristiana todos eran iguales, todos podían hablar, todos podían intervenir en las decisiones tomadas por la asamblea. Era realmente el advenimiento de la libertad, el núcleo de un nuevo pueblo, de una nueva humanidad. Las comunidades no se reunían para hacer un culto, para practicar una religión, sino para convivir unos con los otros en la fraternidad de un pueblo de iguales. Vivir juntos era la razón de esas reuniones. Había naturalmente una comida en común porque vivir juntos es comer juntos.
Lo que más se aproxima a la “ekklesía” de los orígenes, fueron las llamadas comunidades eclesiales de base, una realización de la cual no se tenía más noticia desde la edad media aunque fuese realizada en ciertas iglesias reformadas, sobretodo en Estados Unidos.
3.- Los dones del Espíritu en las comunidades
La Iglesia, esta “democracia” forma una unidad, un solo cuerpo porque es el cuerpo de Cristo. Cada uno es un órgano de Cristo. El propio Cristo reúne todos sus miembros. Él une todos esos miembros por medio de los dones del Espíritu que son diversos. Cada uno recibe un don del Espíritu. El don es una capacidad para servir. Todos sirven a todos, todos están el servicio de todos. Así es la unidad. La unidad es hecha por el Espíritu.
Pablo dejó tres listas de dones o servicios que llama carismas. Las listas no son las mismas. No había catálogo oficial. Las comunidades no debían ser la copia de un modelo uniforme.
1 Corintios 12, 8-10: “A uno, el Espíritu da el mensaje de sabiduría; a otro, la palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro el mismo Espíritu da la fe; a otro todavía, el único y mismo Espíritu concede el don de las curaciones; a otro el poder de hacer milagros; a otro la profecía; a otro, el discernimiento de los espíritus; a otro el don de hablar en lenguas; a otro, el don de interpretarlas.”
1 Corintios 12, 28-30: “Aquellos que Dios estableció en la Iglesia son, en primer lugar, apóstoles; en segundo lugar, profetas, en tercer lugar, doctores. Vienen enseguida los dones de los milagros, de las curaciones, de la asistencia, del gobierno y de hablar diversas lenguas”.
Romanos 12, 6-8: “Quien tiene el don de profecía, que lo ejerza según la proporción de nuestra fe; quien tiene el don de servicio, lo ejerza sirviendo, quien el de enseñanza, enseñando, quien el de exhortación, exhortando. Aquel que distribuye sus bienes, que lo haga con simplicidad; aquel que preside, con diligencia; aquel que ejerce misericordia, con alegría.”
No necesitamos aquí investigar cuál era el contenido concreto de cada uno de estos dones. Lo que nos importa es que todos los miembros tienen un papel en la comunidad. Si alguien preside, no es para mandar, sino para reunir. En las comunidades paulinas nadie manda, ninguno impone. Se realiza lo que dijo don Helder cuando llegó a Recife: aquí dos palabras son prohibidas: Mandar y exigir.
Naturalmente esas comunidades eran pequeñas y no necesitaban de mucha organización. Aparecían problemas, conflictos, rivalidades, pero esos problemas no se resolvían por la imposición de un jefe.
Pablo siempre reivindicó su calidad de “apóstol” por haber sido llamado por el propio Cristo, así como los Doce, aunque en circunstancias diversas tienen autoridad para anunciar el evangelio. En su misión itinerante fue el fundador de muchas comunidades. Él reivindica la autoridad del padre de la comunidad, lo que le confiere una autoridad única.
Sin embargo, es importante ver como Pablo ejerce esa autoridad. No manda, no impone. Tenemos un testimonio muy significativo en 2 Corintios. Como es bien sabido, la 2 Corintios no es una sola carta, sino una colección de cartas integradas en un conjunto. Es fácil reconocer las varias cartas. 2 Corintios contiene 5 cartas que todas se refieren a un incidente que ocurrió en Corinto.
Cuando Pablo estaba en Éfeso, estalló una crisis en Corinto. Alguien contestó la autoridad de Pablo y lideró un grupo de opositores ( 2 Corintios 2, 5-6). Pablo corrió a Corinto. La visita de él fue breve y no tuvo ningún resultado. Por el contrario, el jefe de la oposición insultó al propio Pablo y lo desafió abiertamente. Pablo prefirió retirarse y esperar mejores condiciones para iniciar una estrategia diferente en vista a una reconciliación.
Desde Éfeso, Pablo escribió una carta exhortando a los discípulos de Corinto a reconciliarse con él. Esta carta está en 2 Corintios 2, 14 - 7, 4. Era una carta de apología. No era la primera, porque en 2 Corintios 2,3.4.9 Pablo menciona una carta escrita en lágrimas. Algunos pensaron que podía ser 2 Corintios 10-13, pero esta no parece haber sido escrita con emociones tan fuertes. Si no es esa, la carta en lágrimas está perdida. Con certeza la carta en lágrimas fue el momento culminante de la crisis.
Entonces Pablo envió a Tito a Corinto para ver si él conseguía resolver el problema, es decir, que los Coríntios reconociesen la autoridad apostólica de Pablo. La misión de Tito fue un éxito total. Viajó para anunciar esa noticia a Pablo. Este ya estaba tan impaciente que salió de Éfeso para ir al encuentro de Tito. Ellos se encontraron en la Macedonia, probablemente en Filipos. Pablo quedó tan alegre que escribió y mandó a los Coríntios la carta de reconciliación, 2 Corintios 1,1 - 2,13; 7,5-16.
Una vez hecha la reconciliación Pablo quiso retomar el asunto de la colecta para los pobres de Jerusalén, lo que había sido una iniciativa de los Coríntios, pero había sido abandonada cuando estalló el conflicto. Pablo mandó dos cartas para hablar de esa colecta e insistir. Quiso exhortar a los Coríntios para estimularlos. Son los capítulos 8 y 9 de 2 Corintios.
Este episodio es muy interesante. Pablo podía haber invocado su carácter de apóstol para imponerse. Podía haber proferido una sentencia de condenación a los rebeldes, o hasta de expulsión de la comunidad. Prefirió el camino del diálogo con el fin de conseguir una reconciliación.
Hoy en día llama mucho la atención el hecho de que no hay ninguna ordenación. Cada uno recibe su carisma directamente del Espíritu. El carisma es aceptado porque el discípulo muestra su capacidad. Nadie es designado para un oficio particular. La espontaneidad basta para resolver los problemas de la vida comunitaria. No faltan los dones del Espíritu. Las comunidades eran pequeñas. No había ninguna organización formal.
También llama la atención el hecho de que no hay ningún ministerio o ningún carisma de tipo litúrgico o cultual. Hoy en día las ordenaciones y los ministerios litúrgicos o cultuales ocupan el primer lugar en la Iglesia católica hasta el punto de apagar los dones de la comunidad. En Corinto nadie fue ordenado para bautizar. Nadie fue ordenado o designado para presidir la celebración de la eucaristía, ligadas a las comidas comunitarias. Preside la eucaristía, o sea, distribuye el pan la persona que preside la comida. Es la persona que en las comidas hace la oración de acción de gracias.
Esta situación corresponde al hecho de que no hay culto litúrgico en las comunidades cristianas. Todo el culto del Antiguo Testamento desapareció y fue sustituido por un culto hecho de realidad y no de símbolos. De ahora en adelante el templo son los propios discípulos en su cuerpo. En ellos habita Dios (1 Corintios 3,16-17)
No hay más sacrificios cultuales. Los sacrificios son la vida corporal de los discípulos, sus actividades inspiradas por el Espíritu (Romanos 12,1; Filipenses 3,3). Sacerdotes son todos los discípulos que ofrecen su vida de cada día vivida en su cuerpo.
No hay nada litúrgico. La liturgia es la vida real… Más tarde la influencia del Antiguo Testamento y de las religiones paganas hizo que los cristianos se diesen también un culto litúrgico hecho de símbolos. Entonces van a aparecer ministros ordenados para ese culto. Después de Constantino hubo un desarrollo radical de culto litúrgico y de sus ministros. La Iglesia sé clericalizó y los carismas desaparecieron, por lo menos de la conciencia de los cristianos y de las estructuras oficiales de la Iglesia.. En el tiempo de Pablo nadie imaginaba sacerdotes ordenados para un culto. Los ministerios eran servicios reales parar la comunidad o para los pobres.
4. La Iglesia pobre
El tema de la pobreza es fundamental en la eclesiología de Pablo. Digamos luego que el tema de la Iglesia pobre de Pablo no tiene nada que ver con el tema contemporáneo de la opción preferencial por los pobres. Quien hace opción por los pobres sólo puede ser rico. La Iglesia que hace esa opción, es una Iglesia rica. Esta es de hecho la condición de la Iglesia católica hoy en día. Cuando los obispos de Medellín hicieron opción por los pobres, sabían que eran ricos y representaban una Iglesia rica. Querían responder al desafío que representa la condición de obispo rico que se dice sucesor de apóstoles que eran pobres.
Pablo hace una larga exposición de ese tema de la pobreza en 1 Corintios 1,17 - 2,16 y 3,18 - 23. El tema de la pobreza está ligado al tema de la cruz. Pablo anuncia Jesús crucificado y su eclesiología deriva de ese tema básico. La pobreza suprema es la cruz. La cruz es la situación de la peor degradación humana, es la total impotencia. Por eso ella es objeto de vergüenza. Ser crucificado es la mayor vergüenza. Es el desprecio, el rechazo, objeto de escarnio: la cruz reduce el ser humano a una basura.
Ahora bien, Dios escogió la cruz, la basura, el escándalo, la vergüenza para crear la nueva humanidad. Esa cruz está presente en los pobres. Dios escogió lo que es lo más despreciado en la humanidad. Por eso escogió a los pobres. Los pobres son los elegidos para iniciar la caminata de la liberación de la humanidad. Los pobres son escogidos porque son rechazados, maltratados, reducidos a la impotencia. Dios escoge lo que es más débil para mostrar que su fuerza actúa por medio de aquello que es “más débil”. La comunidad de Corinto es un ejemplo de esa manifestación de su poder creador.. En Corinto hay pocos ricos y la comunidad está hecha esencialmente de pobres.( 1 Corintios 1,26).
La Iglesia según s. Pablo es esa Iglesia de los pobres que era el sueño de Juan XXIII.
Hay una insistencia especial en la pobreza cultural. Dios rechazó la sabiduría de los sabios y escogió la locura de la cruz. Locura quiere decir debilidad intelectual, pobreza de cultura. No necesitamos de la ayuda de la filosofía griega. La verdadera sabiduría es la sabiduría de la cruz. Es la sabiduría de los pobres.
Pero la pobreza es naturalmente también material. Tenemos una descripción de esa pobreza material en la descripción que Pablo hace de su vida. Pues él mismo en su misión fue una muestra de la sabiduría de la cruz. “Estuve en medio de vosotros lleno de flaqueza, recelo y temblor; mi palabra y mi predicación no tenían brillo ni artificios para seducir a los oyentes, pero la demostración residía en el poder del Espíritu para que ustedes creyesen, no por causa de la sabiduría de los hombres, sino por causa del poder de Dios” (1 Corintios 2,3-5) Ahora, he aquí la pobreza material: “Nosotros somos locos por causa de Cristo; y ustedes, ¡cómo son prudentes en Cristo! ¡Nosotros somos débiles, ustedes son fuertes! ¡Ustedes son bien considerados, nosotros somos despreciados! Hasta ahora pasamos hambre, sed, frío y malos tratos, no tenemos un lugar seguro para vivir; y nos agotamos, trabajando con nuestras propias manos. Somos maldecidos, y bendecimos; perseguidos, y soportamos; calumniados, y consolamos. Hasta hoy somos considerados como la basura del mundo, el estiércol del universo” (1 Corintios 4-10-13; cmp. 2 Corintios 11,16-12,10).
Si consideramos los 2000 años de la historia de la Iglesia, ¡cómo no quedar asustados por la enorme distancia que nos separa de los orígenes! A pesar de todo, siempre hubo un resto, una pequeña minoría que fue fiel a los orígenes y comunidades pobres que oyeron el mensaje de locura de la cruz. Al lado de ellos hubo tanta riqueza, tanto poder que ocultaban el evangelio!
En la conquista de América hubo algunos misioneros que reprodujeron el modelo de Pablo: los dominicanos de la isla Española, los franciscanos de México central, los jesuitas de las misiones guaraníes. Al lado de eso, todo el poder y la riqueza de una Iglesia ligada a los conquistadores. Hasta hoy, cuántas tentaciones de poder!
Se habla de una gran misión en América latina. Pero esta Iglesia que somos ahora, ¿qué puede anunciar a las masas pobres de América latina? ¿Qué autoridad tiene esa Iglesia que busca tanto el poder? La gran misión sólo podría ser una gran conversión de la Iglesia. Esa conversión sería obra de los pobres de América latina. La Iglesia no tiene nada que enseñar y todo por aprender. La verdadera Iglesia está en medio de los pobres como Iglesia crucificada, sin sabiduría humana, sin prestigio, sin edificios, sin teología, sin diplomas universitarios, realmente el estiércol del mundo, ignorada y despreciada. Allí está la cruz de Cristo que nosotros no sabemos enseñar.
Esta es la gran lección que nos viene de s. Pablo. ¡Es una locura, pero podemos tratar de ser locos!
José Comblin


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Otra Iglesia, otra religión

Publicado en el diario Noticias de Alava, de España
POR MIGUEL IZU

AFLIGIDOS y desconcertados, es el sentimiento predominante de muchos cristianos en nuestro país ante la situación de la Iglesia católica ("asamblea universal", significaría la expresión griega original, aunque poco de asamblea y cada vez menos de universal tiene). Sentimiento que se ha volcado en el manifiesto Ante la crisis eclesial recientemente publicado y suscrito por 300 personas que sin duda podrían ser muchas más si se quisieran solicitar más adhesiones. Late en ese escrito el mismo deseo de otra Iglesia ("deseamos una Iglesia mejor") que hace años se contiene en el esperanzado lema "Otra Iglesia es posible" que se impulsa desde movimientos como Siomos Iglesia o Redes Cristianas.
Comparto esas reflexiones, a las que quiero añadir alguna más. Difícilmente veremos otra Iglesia, y menos otra Iglesia mejor, si no extendemos el debate a qué concepto de religión abrazamos los cristianos. Porque muchos de los equívocos y contradicciones internas de la Iglesia pueden venir de ahí.
Durante buena parte de la historia de la humanidad la religión (cualquier religión) ha consistido en buena parte en un instrumento de dominación política. Poder político y poder religioso han ido unidos; el gobernante ha sido también sumo sacerdote, cuando no divinidad. Ejercer el poder sobre una sociedad ha implicado, entre otras cosas, el monopolio de la relación con lo sagrado y el monopolio en la definición de la verdad. Ley divina y ley civil han sido una misma cosa, delito y pecado dos caras de la misma moneda. En estas circunstancias, la religión ha consistido principalmente en una ideología que sirve para legitimar el orden político y social existente, el poder se ejerce en nombre de Dios. Cada comunidad política tiene una religión oficial y castiga tanto la herejía como la apostasía.
Pese a esa imposición obligatoria de unas creencias y unas normas, o precisamente por eso mismo, también ha sido normal la aparición de las disensiones religiosas. De cuando en cuando algún grupo impugna los dogmas establecidos; en unos casos logra tomar el poder y reformar la confesión religiosa a la que pertenece, las más de las veces es expulsado o debe abandonarla para crear una nueva religión. Con frecuencia esa nueva religión adopta la forma de secta; me refiero como secta al grupo religioso minoritario que se basa en la convicción de hallarse en posesión de la verdad y del bien frente al resto del mundo que encarna la mentira y el mal, y que tiende a cerrarse sobre sí mismo en actitud defensiva y habitualmente en torno a un líder carismático al que se otorga la facultad de definir los nuevos dogmas por los que se va a regir.
El cristianismo en origen no respondía a ninguna de estas dos concepciones de la religión. El evangelio que predica Jesús de Nazaret fue completamente rupturista en este sentido. No pretendía dar lugar a una nueva religión confundida con el poder político ("mi reino no es de este mundo"; "dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios"), ni impulsar una revuelta política ("guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro muere"), sino generar una renovación espiritual ("amad a vuestros enemigos, rogad por vuestros perseguidores"; "yo quiero misericordia y no sacrificios"). Pretensión in-compatible con un orden social y político teocrático que le llevó a ser condenado a muerte. Pero tampoco pretendió fundar una nueva secta de personas puras cerrada y excluyente ("no juzguéis y no seréis juzgados"; "yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores") sino anunciar un mensaje abierto a cualquier persona ("la Buena Noticia será proclamada a todas las naciones").
Por desgracia, el mensaje original ha sido adulterado demasiadas veces, y demasiadas veces dentro de la propia Iglesia. La apropiación del cristianismo por el Imperio Romano como religión oficial (y después, por tantos otros gobernantes) lo convierte en una mera ideología religiosa al servicio del poder contra la que periódicamente han de advertir, al igual que los profetas del Antiguo Testamento clamaban contra sus reyes, tantos otros profetas y renovadores que con mayor o menor éxito y acierto apelan a la vuelta a las raíces evangélicas (desde Francisco de Asís hasta Juan XXIII, pasando por Erasmo de Róterdam o Hélder Cámara, sin olvidar a Lutero y otros reformadores separados del tronco de la Iglesia católica). Apelación de la que en buena medida se nutre también el Concilio Vaticano II. Y la tentación de convertirse en nuevas sectas de minorías elegidas y selectas ha arrastrado también a lo largo de la historia a muchos grupos de cristianos y ha estado en la génesis de muchos cismas.
En el mundo moderno, el que surge de la Ilustración, ya no es aceptable una religión con pretensiones de detentar el monopolio de la verdad y mucho menos de que la verdad se pueda imponer por el poder político. Las ideas de libertad y pluralismo que forman parte de nuestra cultura política lo impiden. Pero si bien la Iglesia católica formalmente ha aceptado esas ideas todavía se resiste a ponerlas en práctica y llevarlas hasta sus últimas consecuencias. Parece que le produce demasiado vértigo despegarse del poder político, le da demasiado miedo aceptar el laicismo, le cuesta demasiado imaginar un Papa que deje de ser jefe de Estado y deje de vestir como un emperador romano y de utilizar su mismo título de Sumo Pontífice , le cuesta dejar de funcionar como una monarquía absoluta. Y cuando parece que acepta, como es el caso de la jerarquía eclesiástica española, que tiene que renunciar a constituir no sólo la religión oficial sino también la religión hegemónica y privilegiada, que tiene que resignarse a un escenario de pluralidad ideológica, cultural y religiosa, le asalta la fuerte tentación de comportarse como una secta. Una secta cerrada, excluyente e intolerante. Tanto que está alejando a sus propios fieles por no ser lo suficientemente puros y obedientes.
La Iglesia tiene una gran dificultad para encajar en el mundo moderno, entre otras cosas, porque tiene una gran dificultad para renunciar a un concepto de religión que no sólo no encaja en el mundo moderno sino que ni siquiera encaja en el evangelio. La necesidad de reevangelizar el mundo moderno a la que con tanta frecuencia se apela por el Papa y por otras autoridades eclesiásticas es evidente; pero la reevangelización debería empezar por el Vaticano.
* Católico

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