Misa homenaje a Monseñor Zazpe

a 25 años de su muerte.

DESGRABACIÓN DE LA HOMILIA DEL ARZOBISPO DE BUENOS AIRES, CARDENAL JORGE BERGOGLIO EN LA MISA CELEBRADA EN LA CATEDRAL METROPOLITANA EL SABADO 24 DE ENERO DE 2009 AL CUMPLIRSE 25 AÑOS DE LA MUERTE DE MONSEÑOR VICENTE F. ZAZPE, PARROCO PORTEÑO, PRIMER OBISPO DE RAFAELA, ARZOBISPO DE SANTA FE Y VICEPRESIDENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA.

El marco de las lecturas de este domingo es la profecía: Jonás que es enviado a anunciar la verdad sobre Nínive; los Apóstoles que escuchan a Jesús y son elegidos para ir a anunciar el Evangelio, la Palabra de Dios, la palabra profética, es decir, la que echa luz sobre la situación de cada momento. Es curioso: escuchan a Jesús cuando El ocupa el lugar de Juan. El evangelio de hoy comienza con esta frase: “… después que Juan Bautista fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea”. El gran profeta, el hombre más grande nacido de mujer, según lo dijo Jesús, termina arrestado. Jesús le va a echar en cara al fariseísmo como constitución político-ideológico-religiosa de su tiempo, le va a echar en cara la hipocresía que es, precisamente, el antídoto contra toda profecía. Y les va a decir: ustedes hipócritas, que levantan monumentos a los profetas que mataron sus padres.
El profeta se tiene que jugar la vida y de estos elegidos, todos dieron la vida incluso Juan el Evangelista que no murió en el martirio pero dio testimonio en la persecución. El profeta avala con su sangre la verdad del Evangelio.
Jesús elige a los apóstoles, los primeros obispos de la Iglesia, para que lleven la luz del evangelio, la profecía al momento, a cada situación histórica distinta. Varias veces les va a decir que no se preocupen cuando los persigan porque el Padre los cuida, que no se preocupen cuando los lleven a la cárcel porque el Espíritu Santo les va a inspirar cómo se tienen que defender, pero que perseveren hasta el final. Y hoy esta misa la celebramos en recuerdo, en sufragio y en gratitud a Dios por el alma de un profeta, de un obispo profeta, de un hombre que trató de ser fiel a este llamado de Jesús a ser pescador. Adviertan que Jesús les dice a los apóstoles: vengan conmigo que los voy a hacer pescadores de hombres. No les dice vengan conmigo que los voy a hacer capataces, que los voy a hacer patrones de estancia o ejecutivos de una gran empresa. ¡No! Les dice: ¡vengan conmigo a trabajar, a ser operarios del Reino!
El adjetivo que, según mi juicio, le da más gloria a uno que quiere seguir de cerca a Jesucristo, en el presbiterado o en el episcopado es, precisamente, ser operario del Reino ¡Un trabajador del Reino de Dios! Jesús los invita a eso (a los apóstoles) y monseñor Zazpe con su sencillez fue eso. Preparaba su predicación con la misma sencillez y hondura con que barría la vereda todas las mañanas en su parroquia de Lourdes, en Belgrano. ¡Un trabajador, a disposición del pueblo de Dios! Pero lo que hace señera la figura de Zazpe es que ese trabajar fue creciendo, creciendo… Creciendo hasta que Dios lo puso en una coyuntura difícil. Y Zazpe dijo que sí. Dijo que sí al Evangelio, dijo que sí a la llamada de Dios. Y porque sabía que todo mesianismo es un fraude antropológico, no se dejó enganchar por ningún mesianismo político de su época. El sabia perfectamente que dentro de estos mesianismos anida la mentira, la corrupción, el fraude, la traición, la componenda, la venta de valores.
El se aferró al Evangelio, se aferró a las Bienaventuranzas. Como dijo alguien de él, cuando muchos miedosos que buscaban contemporizar callaban, él habló. Y cuando esos mismos, pasado el peligro se animaron a hablar, él calló: ¡profeta! Y nunca habló desde la política, nunca desde la coyuntura social sino desde el Evangelio iluminando la situación social, iluminando la injusticia que se vivía en cualquier tipo de mesianismo. Zazpe era así: un trabajador del Reino, un operario del Reino.
No era ni de tal teología ni de tal otra teología: era de las Bienaventuranzas. Buscaba ser fiel al llamado de Jesús. Y por eso siguió el mismo camino de Jesús: Zazpe conoció la desconfianza de tantos cristianos e incluso colegas; Zazpe sufrió la difamación y la calumnia. Y él hizo como Jesús: callaba. Nunca se defendió. Puso su defensa en el Señor. Y su figura señera en ese momento, referencial, no porque fuera de tal o cual política o de tal o cual teología sino porque era del Evangelio, esa figura referencial se fue apagando como se apaga la voz de los profetas: cuando Dios quiere. Como se apagó la voz del Bautista… “después que Juan Bautista fue arrestado”.
En ese tramo final, se pareció mucho a Juan Bautista: sabía que se hablaba mal de él; estaba preso de las murmuraciones. Conoció esa soledad del calabozo espiritual de quien no tiene voz para defenderse y Dios le pide paciencia porque El tampoco quiere defenderlo en ese momento. Y Zazpe muere así: en ese calabozo existencial de quien dijo todo lo que tenía que decir y ahora, desde el alma, se le mandaba callar. Una suerte de martirio. Así como el Bautista va a morir por la veleidad de una bailarina y el capricho de una adúltera prostituta.
Le doy gracias al Señor que a esta Iglesia argentina que siempre le tuvo miedo a la Cruz y siempre fue tentada de eludir la Cruz, le haya puesto un obispo señero como él. Que desde el Cielo él nos conceda la gracia de no temer la cruz, de no negociar eludir la cruz. La gracia de no vender la Verdad, de ser prudentes con la prudencia del Evangelio para decirla cuándo y cómo debe ser dicha. Y que nuestra única pertenencia sea siempre al Evangelio y a la Santa Madre Iglesia. Que esta Iglesia argentina mirando a esta figura crezca en valentía ante las cruces que se le presentan y que se le seguirán presentando. Que así sea.


Cardenal Jorge M. Bergoglio, s.j.

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Los lefebvristas ya no están excomulgados. Pero la paz está lejos

El periodista italiano Sandro Magister publicó este artículo sobre la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, con hondas raíces en territorio argentino, donde tienen casas en Buenos Aires; en Martínez , Pilar, Gregorio de Laferrere, Caraza, Mar del Plara y La Reja, Prov. de Buenos Aires; en la provincia de Córdoba en la capital, Alta Gracia, Río Cuarto y Yacanto; en Corrientes, en la capital, Mercedes y Curuzú Cuatiá; en la capital de Jujuy; en Mendoza, Godoy Cruz; en Río Negro, Pichi Mahuida; en la capital salteña y en Tartagal; en la ciudad de San Luis; en Rosario, Santa Fe; y en las capitales de Santiago del Estero y Tucumán.

Los lefebvristas ya no están excomulgados. Pero la paz está lejos
Es más, aumentan los motivos de conflicto, también con los hijos de Israel. Benedicto XVI multiplica los gestos de apertura, pero no consigue nada a cambio. El incidente del obispo negacionista, con un comentario de la docente judía Anna Foa

ROMA, 28 de enero de 2009 – A Benedicto XVI le cabe muchas veces encontrarse en particular dificultad con dos zonas extremas que se entrecruzan: con los lefebvristas y con los judíos.

El 24 de enero el Papa Joseph Ratzinger ha revocado la excomunión a cuatro obispos ordenados ilegítimamente por Marcel Lefebvre en 1988, excomunión en la que habían incurrido "latae sententiae", es decir, en forma automática simplemente por haber llevado a cabo esa acción. De todos modos, los cuatro obispos siguen suspendidos "a divinis", lo que significa que no pueden ejercer su ministerio en la Iglesia Católica y sus comunidades están en estado de cisma.

Uno de los cuatro obispos, el inglés Richard Williamson (foto), es un entusiasta negacionista y recientemente ha vuelto a lanzar sus tesis negadoras del exterminio de los judíos por obra de los nazis. La coincidencia entre estas posturas suyas y la revocación de su excomunión – además a pocos días de la Jornada mundial en memoria de la Shoah, el 27 de enero – ha provocado fuertes protestas de muchos judíos, también de aquellos generalmente más benévolos con la Iglesia Católica y con el actual Papa.

Una análoga suma de circunstancias había hecho estallar en los meses pasados una polémica similar. Cuando Benedicto XVI liberalizó para todos los católicos el rito antiguo de la Misa, baluarte de los lefevbrianos, muchos judíos protestaron porque había en dicho rito una oración considerada por ellos inaceptable y ofensiva, en cuanto apunta a su "conversión". El Papa reescribió el texto de la oración, pero algunos judíos rechazaron también la nueva fórmula.

La razón de fondo de estas turbulencias está en la teología antijudía que distingue en general a los lefebvristas. Según muchos judíos, la Iglesia Católica hace muy poco para contrarrestar este antijudaísmo y exigir el arrepentimiento de sus responsables.

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En efecto, los "magnánimos gestos de paz" que Benedicto XVI ha llevado a cabo muchas veces en dirección a los lefebvristas no han sido seguidos hasta ahora, por parte de éstos, con algún paso significativo de arrepentimiento y de acercamiento.

El primero de estos gestos ha sido la audiencia concedida el 29 de agosto de 2005 por Benedicto XVI al sucesor de Lefebvre y cabeza de la comunidad, el obispo – en esa época excomulgado – Bernard Fellay.

El segundo gesto ha sido el discurso del Papa a la curia romana el 22 de diciembre de 2005. Un discurso de importancia capital, porque fue al corazón de la cuestión de la cual ha nacido el cisma lefebvrista: la aceptación e interpretación del Concilio Vaticano II. Benedicto XVI mostró que el Vaticano II no significaba ninguna ruptura con la tradición de la Iglesia, más aún, estaba en continuidad con ella también allí donde parecía significar un giro neto respecto al pasado, con el pleno reconocimiento de la libertad religiosa como derecho inalienable de cada persona.

Hace tres días, "L'Osservatore Romano" ha vuelto a publicar ese discurso del Papa, junto al decreto de revocación de la excomunión de los cuatro obispos lefebvristas. El 25 de enero fue también el quincuagésimo aniversario del primer anuncio del Concilio por parte de Juan XXIII. Pero durante más de tres años, por parte de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, fundada por Lefebvre, no ha habido ningún signo de adhesión a las tesis de Benedicto XVI sobre la interpretación del Concilio.

El tercer gesto ha sido la liberalización del rito antiguo de la Misa, con el motu proprio "Summorum Pontificum" del 7 de julio de 2007. Con esta decisión, el Papa Ratzinger se dirigió ante todo al conjunto de la Iglesia Católica, pero entre sus intenciones se contaba también la voluntad de remediar el cisma con los lefebvristas.

Pero los lefebvristas interpretaron este gesto simplemente como un reconocimiento de sus posiciones. Además, se hizo presente la reacción de muchos judíos por la oración que pide su "conversión", pese a que Benedicto XVI la ha reformulado posteriormente.

El cuarto gesto es el de los días pasados: la revocación de la excomunión. El Papa Ratzinger la ha efectuado unilateralmente, como "don de paz", con la esperanza explícita de alentar una rápida discusión y solución de los puntos que dividen.

Pero hay que decir que el pasado 15 de diciembre, en su última carta escrita a las autoridades de la Iglesia de Roma antes del "don", el superior de los lefebvristas Fellay no dio ningún signo de querer aceptar íntegramente el Vaticano II:

"Estamos dispuestos a escribir el Credo con nuestra sangre, a firmar el juramento antimodernista, la profesión de fe de Pío IV, aceptamos y hacemos nuestros todos los Concilios hasta el Vaticano II, respecto al cual expresamos reservas".

Luego han llegado las declaraciones negacionistas del obispo Williamson, personaje no nuevo en pronunciamientos de este tenor. De él se recuerda, luego de setiembre de 2001, una alucinante explicación de la caída de las Torres Gemelas, atribuida a un fantasmal "estado de policía" destinado a someter América y Europa.

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Respecto a los lefebvristas, la crítica que en la curia romana y entre los obispos se dirige a Benedicto XVI es la de actuar sólo con gestos unilaterales, sin conseguir nada a cambio.

Se observa que todos los gestos tienen nítida coherencia y consistencia teológica. Pero caen en un terreno no cultivado adecuadamente.

También la revocación de la excomunión de los cuatros obispos cae bajos estas críticas. Se observa que también entre Roma y Constantinopla se han derogado las excomuniones, pero este gesto fuertemente simbólico ha sido efectuado dentro de un camino de real acercamiento ecuménico. Un camino que, por el contrario, está ausente entre los lefebvristas, con quienes las divisiones se mantienen intactas.

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Con los judíos ocurre lo mismo. Se reconoce que Benedicto XVI ha elaborado los textos más elevados y más constructivos para el diálogo entre las dos confesiones de fe. Pero se le imputa que contra sus palabras colisionan demasiados hechos.

Un ejemplo de ello es lo que ha ocurrido días pasados. En el Angelus del domingo 25 de enero, Benedicto XVI ha pronunciado palabras audaces sobre la "conversión" del judío Pablo. Inclusive ha dicho que es inapropiado aplicar a Pablo el término "conversión", "porque él ya era creyente, más aún, un judío ferviente que no debía abandonar la fe judía para adherir a Cristo".

Pero el mismo día, un obispo que el mismo Benedicto XVI había absuelto hacía muy poco de la excomunión, inundaba los medios de comunicación de todo el mundo con afirmaciones aberrantes contra los judíos.

Voces católicas autorizadas se han levantado para remarcar que Ratzinger no tenía la culpa de tales afirmaciones, y que éstas no tenían ninguna relación con la decisión papal de revocar la excomunión al obispo que las había pronunciado. Pero en el plano comunicacional el nexo entre las dos cosas se mantuvo inexorable. La noticia era entonces la siguiente: el Papa absuelve de la excomunión al obispo negacionista.

Para algunos ha sido fácil echar en cara a las autoridades vaticanas que hayan callado demasiado también sobre otro negacionismo, inclusive más peligroso, el propugnado públicamente por los líderes de Irán. En efecto, en casi cuatro años de este pontificado, sólo una vez - y con palabras vagas - se ha condenado en un texto oficial vaticano el programa iraní de expulsar a Israel de la faz de la tierra.

Pero ningún silencio se le puede reprochar hoy a la Santa Sede, frente a la negación de la Shoah hecha por el obispo lefebvrista Williamson.

Una prueba está en este artículo publicado con gran evidencia en el "L'Osservatore Romano" del 26-27 de enero. La autora es Anna Foa, judía y docente de historia en la Universidad de Roma "La Sapienza":


El antisemitismo es el único motor de los negacionistas
por Anna Foa

La negación de la Shoah no es una interpretación historiográfica, no es una corriente interpretativa del exterminio de los judíos practicado por el nazismo, no es una forma radical del revisionismo histórico, y no debe ser confundida con éste. La negación de la Shoah es una mentira que se cubre con el velo de la historia, que adquiere apariencia científica y objetiva, para cubrir su verdadero origen, su verdadero motor: el antisemitismo.

Un negacionista es también antisemita. Y es quizás, en un mundo como el occidental en el que declararse antisemita no es tan fácil, el único antisemita claro y evidente.

El odio antijudío está en el origen de esta negacion de la Shoah que comienza en los primeros años de la posguerra, volviéndose a aliar idealmente al proyecto mismo de los nazis, cuando cubrían las huellas de los campos de exterminio, destruían las cámaras de gas y escarnecían a los deportados diciéndoles que aunque llegasen a sobrevivir nadie en el mundo les creería.

El negacionismo atraviesa las formaciones políticas, no está vinculado solamente a la extrema derecha nazi, sino que agrupa tendencias diversas: el pacifismo más extremo, el antiamericanismo, la hostilidad contra la modernidad.

Nació en Francia a fines de los años ´40 por obra de dos personajes: Maurice Bardèche y Paul Rassinier, uno fascista declarado, el otro comunista. Desde ese momento se desarrolló ampliamente, y sus partidarios más conocidos son el francés Robert Faurisson y el inglés David Irving, ninguno de los dos historiadores de profesión.

Los negacionistas desarrollan procedimientos absolutamente fuera de lo común en su negación de la realidad histórica. Ante todo, consideran todas las fuentes judías de cualquier género inaceptables y mentirosas. Sacados así del medio una buena parte de los testigos, toda la memoria expresa de los sobrevivientes judíos y la historiografía obra de historiadores judíos o presuntamente tales, los negacionistas se disponen a demoler el resto de los testimonios, de las pruebas y de los documentos.

Todo esto que es posterior a la derrota del nazismo es para ellos desconfiable, porque pertenece a la "verdad de los vencedores". Siguen repitiendo en forma incansable que la historia de la Shoah la han elaborado los vencedores, poniendo en duda todo lo que ha surgido en sede judicial, desde el juicio de Nüremberg en adelante, como fruto de presiones, torturas y violencias.

Pero queda todavía una parte de la documentación que hay que refutar, la de la parte nazi que precede a 1945. Aquí, los negacionistas han descubierto que ninguna afirmación escrita por los nazis luego de 1943 puede ser declarada como verdadera, porque en esa época los nazis comenzaban a perder la guerra y habrían podido hacer afirmaciones dirigidas a complacer a los futuros vencedores. "Et voilà", el juego está hecho: ¡la Shoah no existe!

El negacionismo se dedica en particular a demostrar la inexistencia de las cámaras de gas, mediante complejos razonamientos técnicos: no habrían podido funcionar, habrían tenido necesidad de chimeneas altísimas y cosas por el estilo. Ésta es la tesis a la que ha dado notoriedad un pseudo-ingeniero, Fred Leuchter, y que domina en los sitios negacionistas de Internet.

Hoy, el negacionismo es considerado un delito en muchos países de Europa, aunque una parte de la opinión pública es reacia - como la autora de este artículo - a transformar a los embusteros en mártires, al llevarlos a la cárcel. No faltan tampoco partidarios del negacionismo en clave antijudía.

Pero es necesario repetir que detrás del negacionismo hay un solo motor, una sola intención: el antisemitismo. Todo lo demás es mentira.

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De este modo respondió Benedicto XVI a las críticas

Comunicaciones al término de la audiencia general del miércoles 28 de enero de 2009
Sobre la revocación de la excomunión de los obispos lefebvristas:

"En la homilía pronunciada en ocasión de la solemne inauguración de mi Pontificado, dije que es obligación ‘explícita’ del Pastor ‘llamar a la unidad’, y al comentar las palabras evangélicas referidas a la pesca milagrosa dije: ‘si bien fueron tan numerosos los peces, la red no se rompió’, continué luego de estas palabras evangélicas: 'Ay de mí, amado Señor, ella – la red – ahora se ha roto, queremos decirlo con dolor’. Y continué diciendo: ‘Pero no – ¡no debemos estar tristes! Alegrémonos por tu promesa que no decepciona y hagamos todo lo posible para recorrer el camino hacia la unidad que Tú has prometido... No permitas, Señor, que tu red se rompa y ayúdanos a ser servidores de la unidad'’.

"Precisamente en cumplimiento de este servicio a la unidad, que cualifica en forma específica mi ministerio de Sucesor de Pedro, he decidido días atrás conceder la remisión de la excomunión en la que habían incurrido los cuatro Obispos ordenados sin mandato pontificio en 1988 por Monseñor Lefebvre. He efectuado este acto de misericordia paterna, porque estos Prelados me han manifestado en forma reiterada el vivo sufrimiento en el que se han llegado a encontrar. Deseo que a este gesto mío le siga el solícito esfuerzo por parte de ellos para cumplir los pasos ulteriores necesarios para realizar la comunión plena con la Iglesia, testimoniando así verdadera fidelidad y verdadero reconocimiento del magisterio y de la autoridad del Papa y del Concilio Vaticano II".

Sobre la negación de la Shoah:

“En estos días en los cuales recordamos la Shoah, vuelven a mi memoria las imágenes que recogí en mis reiteradas visitas a Auschwitz, uno de los lugares en los que se ha consumado el feroz exterminio de millones de judíos, víctimas inocentes de un ciego odio racial y religioso. Mientras renuevo con afecto la expresión de mi plena e indiscutible solidaridad con nuestros Hermanos destinatarios de la Primera Alianza, deseo que la memoria de la Shoah lleve a la humanidad a reflexionar sobre el imprevisible poder del mal cuando conquista el corazón del hombre. Que la Shoah sea para todos una advertencia contra el olvido, contra la negación o el reduccionismo, porque la violencia efectuada contra un solo ser humano es violencia contra todos. Ningún hombre es una isla, ha escrito un conocido poeta. Que la Shoah enseñe especialmente tanto a las viejas como a las nuevas generaciones que sólo el fatigoso camino de la escucha y del diálogo, del amor y del perdón conduce a los pueblos, a las culturas y a las religiones del mundo a la ansiada meta de la fraternidad y de la paz en la verdad. ¡Que nunca más la violencia humille la dignidad del hombre!".

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Mártires de una Iglesia perseguida

por JUAN JOSÉ TAMAYO
Juan José Tamayo Acosta es un teólogo español nacido en 1946. Vinculado a la Teología de la Liberación, sobre la que ha trabajado abundantemente. Dirige actualmente la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría de la Universidad Carlos III y es fundador y actual Secretario General de la progresista Asociación de teólogos Juan XXIII.

L a Asociación Pro Derechos Humanos de España (APHE) y el Centro de Justicia y Responsabilidad de San Francisco (CJA, EE UU) presentaron el pasado 13 de noviembre una querella en la Audiencia Nacional contra catorce militares del batallón Atlacatl que participaron en el diseño de la operación de ejecución de seis jesuitas y dos mujeres salvadoreñas hace diecinueve años y contra el entonces presidente de El Salvador, Alfredo Cristiani, por encubridor de tan horrendo y calculado crimen. La querella se acogía al principio de Justicia Universal por crímenes de lesa humanidad que no prescriben nunca ni pueden quedar impunes. La decisión de estimarla, hecha pública ayer por la Audiencia Nacional -aunque rechaza inculpar al ex presidente salvadoreño -, supone un paso hacia la esperanza de que aquellos hechos no quedarán impunes, tras los juicios-farsa celebrados en el país centroamericano y tras la ley de amnistía de 1993 que dio el Gobierno de Alfredo Cristiani poco antes de hacerse público el informe de la Comisión de la Verdad y que no permitió la realización de procesos judiciales por los casos de asesinatos y violaciones de los derechos humanos perpetrados entre 1980 y 1992.
Aquel asesinato fue la crónica de una muerte anunciada. ¿Razón? El compromiso de las comunidades cristianas, sacerdotes, religiosos y religiosas en favor de la justicia y de la paz en un país sometido a la injusticia estructural y a la violencia institucionalizada, ambas legitimadas política y militarmente por los Estados Unidos. Pronto empezarían la represión y el martirio. En la campaña electoral de 1977 circularon pasquines con la siguiente leyenda: 'Haga patria, mate a un cura'. Ese mismo año fueron asesinados en Aguilares el jesuita Rutilio Grandes y dos campesinos que le acompañaban. ¿Delito? Trabajar por la promoción y la concientización de los campesinos frente a la explotación salvaje a la que eran sometidos por los terratenientes.
Era el comienzo de la persecución contra decenas de sacerdotes, religiosos, religiosas, líderes de comunidades cristianas, asesinados en la cruzada anticomunista para la defensa de la civilización cristiana. Una cruzada que buscaba el apoyo del Papa, quien recibió informes contra Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, a quien se acusaba de apoyar a la guerrilla. «¡Cuidado con el comunismo, que está entrando en la Iglesia católica!», dijo Juan Pablo II a Romero durante la visita que hizo al Vaticano para informar de la persecución de que era objeto la Iglesia católica en su país «¡Santidad, quien persigue a la Iglesia en El Salvador no es el comunismo sino los gobernantes cristianos!», le respondió Romero. En otra visita el Papa le pidió: «Trate de estar de acuerdo con el Gobierno». La reacción de Romero fue de desolación: «El Papa no me ha entendido, no puede entender, porque El Salvador no es Polonia».
El 24 de marzo de 1980 fue asesinado monseñor Romero mientras celebraba la eucaristía en la capilla de un pequeño hospital de la ciudad por orden del mayor Roberto d' Abuisson, dirigente del partido ARENA, acusado de crímenes de lesa humanidad e identificado por la Comisión de la Verdad de las Naciones como uno de los líderes de los Escuadrones de la Muerte. El domingo anterior el arzobispo salvadoreño había pedido a los militares que cesara la represión y que no dispararan contra sus hermanos. Monseñor Romero se había convertido al Dios de los pobres ante el cadáver de Rutilio Grande y era la conciencia crítica y la voz profética que denunciaba la represión llevada a cabo por el Ejército con el apoyo del Gobierno presidido por el político demócrata-cristiano Napoleón Duarte contra poblaciones enteras, que caían inermes bajo el impacto de las balas militares salvadoreño-estadounidenses.
En diciembre de 1980 fueron secuestradas, violadas y asesinadas por miembros de la Guardia Nacional las misioneras estadounidenses Ita Ford, Maura Clarke, Dorothy Kazel y Jean Donovan. ¿Reacción de Estados Unidos? Suspender la ayuda militar al Gobierno militar para reanudarla un mes después. La embajadora en Naciones Unidas acusó a sus compatriotas de estar implicadas en actividades subversivas contra el Ejecutivo salvadoreño.
Por esas mismas fechas la Universidad Centroamericana 'José Simeón Cañas' (UCA), dirigida por los jesuitas, iniciaba una nueva andadura bajo el signo de la opción por los pobres con el objetivo de iluminar y transformar la sociedad desde una pedagogía de la liberación. «La Universidad -dijo Ignacio Ellacuría, rector de la UCA cuando recibió el doctorado 'honoris causa' en la Universidad de Santa Clara, California, en 1982- debe encarnarse entre los pobres intelectualmente para ser ciencia de los que no tienen ciencia, la voz ilustrada de los que no tienen voz, el respaldo intelectual de los que en su misma realidad tienen la verdad y la razón, aunque sea a veces a modo de despojo». En un mundo donde reinan la falsedad, la injusticia y la represión, proseguía, una universidad así «no puede menos de verse perseguida».
El acto de barbarie que conmocionó al mundo entero se consumó la noche del 16 de noviembre de 1989 con la ejecución de ocho personas de la Universidad Centroamericana 'José Simeón Cañas' (UCA). Seis eran jesuitas: Ignacio Ellacuría, rector de la Universidad, filósofo y teólogo de la liberación; Ignacio Martín-Baró, profesor de psicología social, vicerrector de postgrado y director del Instituto de la Opinión Pública; Segundo Montes, estudioso de la situación social de los desplazados salvadoreños en Centroamérica y EE UU y fundador del Instituto de Derechos Humanos de la UCA; Joaquín María López, fundador de la UCA y director de la obra latinoamericana de promoción social 'Fe y Alegría'; Amando López, teólogo y formador de sacerdotes; Juan Ramón Moreno, director de ejercicios espirituales de San Ignacio y alfabetizador en Nicaragua. Dos eran mujeres: Elba Ramos, que trabajaba en la residencia de los jesuitas, y Celina, su hija de quince años. Cinco de ellos eran españoles y tres salvadoreños, personas pacíficas todas ellas que trabajaban por la reconciliación y la justicia en su país. Unos días antes la UCA había sido objeto de un cuidadoso registro. La tarde anterior a la matanza una vecina había oído decir a un soldado: «Esta noche vamos a matar a Ellacuría y a todos esos hijos de puta que están ahí dentro». La mujer no dio crédito a tales afirmaciones por considerarlas bravuconadas soldadescas.
Durante al menos tres lustros la Iglesia de los pobres en El Salvador fue una Iglesia perseguida, y los líderes de comunidades, sacerdotes, religiosos, religiosas asesinados deben ser considerados mártires porque murieron por dar testimonio de la fe cristiana a través de la lucha por la justicia. Sin embargo, ni la jerarquía católica salvadoreña ni el Vaticano los reconocen como tales. Peor aún, los jesuitas asesinados fueron acusados por la propia institución eclesiástica de haberse alejado de su misión evangelizadora y de ser políticamente subversivos. La jerarquía católica no ha dado un solo paso para su rehabilitación. A esto cabe añadir que las actuaciones judiciales que se han sucedido hasta ahora han fracasado y que la Ley de Amnistía de 1993 fue en realidad una ley de impunidad.La decisión de la Audiencia Nacional da aliento a quienes, con la presentación de la querella, pretenden reavivar la memoria histórica, rehabilitar, reparar y hacer justicia a ocho víctimas inocentes que no pueden caer en el olvido.
La decisión de la Audiencia Nacional de investigar el asesinato de seis jesuitas y dos mujeres en 1989 en El Salvador permitirá «hacer justicia a ocho víctimas inocentes que no pueden caer en el olvido» y a las que, según el autor, ni la jerarquía católica salvadoreña ni la Iglesia reconocen como tales

Los jesuitas salvadoreños prefieren que el caso se resuelva en su país

Ante la admisión del Juez de la Audiencia Nacional, Eloy Velasco, de la querella presentada el pasado 13 de noviembre por la asociación pro Derechos Humanos de España (APDHE) y el Centro de Justicia y Responsabilidad (CJA), sobre los asesinatos de los mártires de la UCA (Universidad Centro Americana José Simeón Cañas), los jesuitas españoles manifiestan el apoyo a las posiciones de sus compañeros del país latinoamericano que preferirían, en solidaridad con el pueblo salvadoreño, que el caso siguiese su curso legal en su país y no en España.
El Provincial de Castilla de la Compañía de Jesús, Juan Antonio Guerrero, tras hablar con sus compañeros salvadoreños avala sus tesis: "Nosotros no somos partícipes de la apertura del caso en España. Si los familiares por voluntad propia quieren abrirlo, están en su derecho y en ese caso, si nos piden datos, opiniones técnicas, experiencias habidas, se las brindaremos con gusto. Pero como una colaboración ante gente a la que queremos y respetamos. Pero nuestra decisión es sólo trabajar el caso con los instrumentos legales y de diálogo de El Salvador".
Según Guerrero "aunque sabemos que es más difícil hacerlo en El Salvador, también es cierto que los pobres sólo pueden hacerlo allí. Y al menos haciéndolo allí es posible ir abriendo caminos y posibilidades para ellos. No se trata sólo de abrir un caso, sino el camino para otros posibles, ya que nuestros compañeros jesuitas salvadoreños están trabajando no sólo en este caso de los jesuitas sino en muchos otros".
Así, el primer caso que los jesuitas salvadoreños ganaron en la Corte Interamericana de Justicia, con el jesuita Jon Cortina, se ganó gracias a la actividad de la UCA.
En la Comisión Interamericana han ganado un caso que ha obligado al Gobierno de El Salvador a iniciar conversaciones con ellos y tienen otro introducido.
Es por eso que, afirma Juan Antonio Guerrero : "Nosotros no queremos que lo hecho en otro país, como España, pueda entorpecer o quitarle fuerzas para lo que deben hacer nuestros compañeros en El Salvador. Aunque, es verdad que si los familiares desean hacer algo, les respetamos y apoyamos".

Trabajar en las fronteras

El 16 de noviembre de 1989, los jesuitas españoles Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Joaquín López y López, Amando López y Juan Ramón Moreno, junto con la trabajadora de la universidad Julia Elba Ramos y su hija Celina, de 15 años, fueron asesinados en el campus de la UCA, en un contexto de conflicto civil en el país.
Los llamados 'mártires de la UCA' son la consecuencia del trabajo en las fronteras que caracteriza a los miembros de la Compañía de Jesús, y al que el Papa Benedicto XVI les animaba a proseguir en su pasada audiencia del 21 de febrero, con estas palabras: "La Iglesia necesita con urgencia personas de fe sólida y profunda, de cultura seria y de auténtica sensibilidad humana y social; necesita religiosos y sacerdotes que dediquen su vida precisamente a permanecer en esas fronteras para testimoniar y ayudar a comprender que existe, en cambio, una armonía profunda entre fe y razón, entre espíritu evangélico, sed de justicia y laboriosidad por la paz. Sólo así será posible dar a conocer el verdadero rostro del Señor a tantos hombres para los que éste permanece hoy oculto o irreconocible. A ello debe dedicarse, pues, preferentemente la Compañía de Jesús".
Desde 1973, cuando se iniciaba el Generalato del Padre Arrupe, casi 50 jesuitas en todo el mundo han muerto violentamente.

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