Murió el padre Pichi Meisegeier

El 27 de diciembre falleció el Padre José María “Pichi” Meisegeier. Sacerdote jesuita, luchador incansable, fue miembro del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo y testimonio de opción por los pobres en momentos de fuerte adversidad para los sectores populares.

Fue compañero del Padre Carlos Mugica con quien trabajó en la Villa 31 de Retiro en Capital Federal. El Padre “Pichi” fue quien sucedió a Mugica luego de su asesinato y continuó su tarea pastoral al frente de la parroquia de la Villa. Murió a los 75 años, por una septicemia, informó la curia provincial de la Orden de los Jesuitas "Siempre estuvo con nosotros los pobres, siempre", dijo Zulma Moreti, una vecina de la Villa 31 en un intento por definir quién era para ella el padre Pichi.

Perteneciente a la orden jesuita, optó por dedicarse a los pobres, lo que lo llevó a trabajar en la capilla de Saldías (un sector de la villa), y más tarde, tras el asesinato de Mugica el 11 de mayo de 1974, a reemplazarlo en la iglesia Cristo Obrero, de la misma villa. Para Pichi, "el trabajo pastoral consistía en unir a los vecinos detrás de causas nobles y justas, como la defensa de los derechos humanos, y entre esos derechos, el de la vivienda", explicó la mujer de 49 años, que estuvo con él ayer pocas horas antes de morir.

Otra vecina, Amalia Aima, delegada de manzana, y representante de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) en la Villa 31, coincidió en definir al cura como un defensor de la vida. "En plena dictadura auxilió a los vecinos que eran echados violentamente de esta villa. Más tarde, los ayudó a integrar cooperativas en localidades del conurbano como Derqui, San Miguel, José C.Paz, adonde habían sido arrojados, sin ningún tipo de asistencia. En estos últimos años colaboró con nosotros en la urbanización de algunas manzanas de la 31", contó la delegada.

Su preocupación junto a otros curas del movimiento villero fue la creación de cooperativas, como Copacabana, una organización autogestionada que logró que muchas familias consiguieran tener una vivienda por sus propios medios, explicó la vecina de la villa 31. El Padre Pichi trabajaba en SEDECA (Secretariado de Enlace de Comunidades Autogestionarias), organización especializada en el desarrollo del hábitat popular y a la fortalecimiento de emprendimientos productivos. "Era muy sincero con nosotros, siempre venía con la verdad aunque fuera dolorosa", aseguró Aima al recordar la relación que el sacerdote mantenía hasta hace poco cuando se reunía con vecinos de la 31, y estudiantes de la universidad dedicados a la difícil tarea de urbanizar el enorme asentamiento de Retiro.

La mujer contó que "el último día que vino a la reunión lo acompañamos a tomarse un taxi. Ya no podía, subir al colectivo para volver a su casa tras la operación de cadera que tuvo". "Lo que puedo decir es que lo voy a extrañar, nos trataba de unir siempre y nos hablaba con un respeto...", dijo Aima entre sollozos. Pichi murió el 27 de diciembre en el Sanatorio San José del barrio porteño de Palermo y sus restos fueron inhumados en el Colegio Máximo, de la localidad bonaerense de San Miguel.

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Austria: la Iglesia a un paso de la ruptura

Todavía hay choques entre el cardenal Christoph Schönborn y los disidentes. El arzobispo de Viena denunció públicamente el riesgo de que haya una ruptura en la iglesia austriaca. El líder del episcopado respondió a la fracción interna que violar la regla del celibato eclesiástico y admitir en la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, expulsa a los sacerdotes disidentes de la Iglesia.
Los promotores del manifiesto reformista “Llamado a la desobediencia”, advirtió el cardenal, no lograrán hacer que la arquidiócesis de Viena choque con la Santa Sede. «Todas las posibilidades están abiertas, considerando el diálogo y la cooperación», tiende la mano el arzobispo, que, sin embargo, excluye cualquier ruptura con Roma. Los disidentes, dirigidos por el párroco Helmut Schueller, invocan una serie de reformas radicales en el Vaticano, en estrecha colaboración con el movimiento ultra progresista “Nosotros somos iglesia” de Hans-Peter Hurka.
  “Nosotros somos iglesia” es el verdadero motor de las protestas en Austria. Es un movimiento importante por sus números y por su influencia en el país. El movimiento nació de las cenizas del caso Hans Hermann Groër, el predecesor de Schönborn en Viena.
 Fue tras las acusaciones de pedofilia en contra del cardenal Groër que algunos católicos (de Innsbruck y Viena) quisieron reaccionar e invocar el “Llamado del pueblo de Dios”, una agenda para la jerarquía de la iglesia que indica puntos muy precisos. Incialmente tuvo el apoyo de muchos obispos austriacos. Después, los religiosos recibieron una llamada de atención del Vaticano y retiraron sus adhesiones. Desde aquel día, por lo menos de manera oficial, no hubo ningún contacto con las jerarquías. Y es probable que todavía hoy Roma tema que todo lo que recuerda ese acontecimiento se manifieste ahora con el manifiesto. Es una señal clara la que el cardenal (alumno preferido del Papa) da a Roma y a Austria. El conflicto de las diócesis austriacas es una constante de los últimos años, entre abusos litúrgicos (como el del “Corpus Domini”, que fue izado durante una procesión), irregularidades dsciplinarias, violaciones del celibato eclesiástico...
 
En junio de 2009, Benedicto XVI llamó la atención a la Iglesia austriaca, indicando «la urgencia de profundizar la fe y la fidelidad integral al Concilio Vaticano II y al magisterio post-conciliar de la Iglesia».
 Hace dos años, el Pontífice discutió con los obispos austriacos, quienes protestaron en el Vaticano recientemente por haber retirado las excomuniones de los lefebvrianos y por haber nombrado en Linz al intransigente Gerhard Wagner, que definió como “satánica” la saga de Harry Potter, “castigo divino” el huracán Katrina y “enfermos psiquiátricos” los homosexuales.
 El catolicismo austriaco atraviesa por una crisis grave: se han reducido las vocaciones y los fieles, hay una fuerte polarización entre conservadores y progresistas y crece cada vez más el sentimiento anti-romano. Los ministros del Vaticano han pedido explicaciones a la Iglesia austriaca por diversos escándalos de las diócesis, desde los párrocos que viven en concubinato hasta la falta de medidas por parte de los obispos progresistas contra la fracción de los sacerdotes que habían reivindicado la convivencia con una compañera.
 Durante la primavera de 2009, el nombramiento de Wagner casi provocó una revuelta contra Roma. El Papa tuvo que aceptar su renuncia al cargo, mientras en el Vaticano se iban multiplicando las denuncias por los casos de concubinato de algunos sacerdotes que se opusieron al nombramiento.
 Las tensiones aumentaron con la investigación sobre 40 mil fotos y películas pedopornográficas que fueron encontradas en el seminario de Sankt Pölten, incluidas parodias nazis, bodas falsas entre seminaristas, actos sexuales con menores... El que volvió a sacar el tema de la abolición del celibato eclesiástico hace dos años fue justamente el jefe de la Iglesia austriaca y líder de la asociación de ex estudiantes de Joseph Ratzinger. Según el arzobispo de Viena, Christph Schönborn, el celibato de los sacerdotes, «peculiaridad de la Iglesia católica», explica en parte los casos de pedofilia cometidos por sacerdotes.

En mayo de 2010, el cardenal acusó «tanto la educación de los sacerdotes como las consecuencias de la revolución sexual del ’68, así como el celibato en el desarrollo personal», invitando a que hubiera un cambio de mentalidad.
 
Schönborn presentó hace tiempo a la Curia Romana una petición de reconocidos católicos austriacos para abolir la obligación del celibato, para que regresen a la actividad los sacerdotes casados, para que se abra el sacerdocio a las mujeres y para que se puedan ordenar los llamados “viri probati”. El memorandum, acompañado de una nota de Schönborn, fue entregado al ministerio vaticano del Clero, con la súplica de que lo leyeran atentamente, para que «alguien en Roma sepa cómo piensa una parte de nuestros laicos sobre los problemas de la Iglesia».
 
A los promotores de la petición, el cardenal Schönborn les había prometido que habría ilustrado en el Vaticano sus motivos, «a pesar de no compartirlos enteramente», y las relaciones sobre las consecuencias que la falta de sacerdotes está provocando en 46 diferentes parroquias, sobre todo en las zonas rurales.
 
El año pasado, el cardenal Schönborn inauguró la asamblea diocesana de Viena con un “mea culpa” general: «De esta crisis devastadora la Iglesia puede salir tan solo si se purifica mediante un arrepentimiento verdadero, de otro modo, todo habrá sido inútil».
 

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El tema de las celebraciones dominicales a cargo de diáconos, religiosos de uno y otro sexo y de laicos, se reitera periódicamente. La ausencia de sacerdotes es muy grave en Europa, pero tampoco sobreabundan en América del Sur, porque en Argentina fueron convocados los diáconos para presidir dichos encuentros religiosos y en Brasil las religiosas. Lo grave es que los obispos no terminan de asumir esta realidad y ante la pregunta periodística sobre el futuro suelen convocar a la Providencia para que les solucione el problema.

Ahora el obispo de Girona opta por encontrar una salida a este vacío sacerdotal.
La diócesis de Girona –en territorio catalán- tiene una extensión territorial de 4.705 km2  con unos 850.000 habitantes. Pastoralmente incluye 13 arciprestazgos, 383 parroquias y 12 anexos (más de 250 parroquias no llegan a los mil habitantes), que son atendidas por unos dos centenares de presbíteros y religiosos con cargos pastorales. La media de edad de los presbíteros es alta, supera los sesenta años.
Ante estas cifras y ante el número limitado de ordenaciones, una al año aproximadamente, hace poco más de un año que la diócesis incorporó a los seis primeros diáconos permanentes, mientras se está formando una segunda promoción en número similar.

Celebraciones en ausencia de presbítero
Pese al esfuerzo que llevan a cabo los presbíteros diocesanos, no sólo en las celebraciones dominicales y festivas, no hay que olvidar las atenciones parroquiales —celebración de los sacramentos y de los acontecimientos tradicionales, como romerías, fiestas mayores, encuentros, etc.—, esta dispersión geográfica aconseja avanzarse con el fin de prever estas atenciones pastorales a mediano plazo.
En este sentido, el obispo de Girona, Francesc Pardo, ha firmado un decreto que instituye en la diócesis las celebraciones dominicales en ausencia de presbítero.
Según el texto están pensadas «para las comunidades cristianas que no pueden ser asistidas habitualmente por un presbítero en la celebración de la Eucaristía dominical».
Con todo, sigue el decreto, «se debe asegurar que en las parroquias y comunidades donde sea necesario introducir este tipo de actos se celebre también periódicamente la Eucaristía» y «se pueda recibir también el sacramento del perdón ». Del mismo modo, se indica que hay que mantener la celebración de la Eucaristía en las grandes jornadas y fiestas parroquiales y locales. El obispo encarga a los arciprestes y párrocos de las iglesias que estudien «en qué comunidades se debe introducir celebraciones dominicales en ausencia de presbítero. Será el arcipreste quien tendrá que pedir autorización al obispo y proponer a «las personas idóneas para este servicio y las comunidades donde se debe ejercer».

Cómo serán las celebraciones
El decreto también prevé quién tendrá que presidir estas celebraciones, que, siempre que sea posible, estarían a cargo de un diácono. «De otro modo —dice el decreto—, las dirigirá un religioso no presbítero, una religiosa, un laico o una laica suficientemente preparados y con la debida autorización.» También será necesario que las comunidades afectadas estén «debidamente informadas y recibir una catequesis adecuada».
En el momento en que se aplique el decreto, se revisarán los horarios de las misas, «valorando reducir alguna», dice el decreto, recomendando no suprimir la celebración de la Eucaristía dominical en los pueblos pequeños «aunque para dicho fin haga falta reducir el número de celebraciones en los lugares donde haya más de una».
Para la aplicación del decreto, se encarga a la Delegación episcopal de Pastoral Litúrgica la labor de velar por «la esmerada aplicación de la normativa» y también por «la formación adecuada» de quienes deberán dirigir las celebraciones.

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El sueño de Galilea

José Cristo Rey García-Paredes

Entre Galilea -periferia carismática- y Jerusalén -centro oficial-, anda la Iglesia. Hay épocas históricas en que ella vive el "sueño de Galilea". Es el tiempo extraordinario, el tiempo del estado naciente (F. Alberoni). Hay otras épocas, más prolongadas, en que la Iglesia se encierra en las murallas de Jerusalén, vive segura en sus palacios, e incluso alberga la tentación de establecerse como centro de poder en el templo y asumir el rostro de su pasado judaico. Es ciertamente en Jerusalén donde el caos llega a su culminación. Pero es fuera de sus murallas donde la nueva creación estalla. Jerusalén es el estado normal, el tiempo del gobierno, de la consolidación institucional. ¿Dónde nos encontramos hoy? ¿En Galilea, o en Jerusalén? Hace ya tiempo que se han ido frenando en la Iglesia las ansias de soñar, de esperar lo nuevo, de enamorarse de ideales y utopías. Estamos en la Iglesia de los realistas, de los burócratas y buenos gestores. La palabra "profecía" se pronuncia en tono menor. Ante la palabra "carisma" se suscitan recelos o sonrisas irónicas. ¡Ay, qué lejos queda ya Pentecostés! Aquel Pentecostés que se soñó acontecimiento permanente.

La Iglesia está sujeta, bien sujeta. No es el tiempo de las iniciativas, de la creatividad, de la espera gozosa de lo nuevo. Por doquier surgen "prohibido el paso", "no al...". El arte, la teología, la liturgia, el pensamiento se han vuelto cansinos, repetitivos, acostumbrados. Es como si el "revival" del gregoriano o de las liturgias imperiales, o de los discursos grandilocuentes, fuera ya nuestra única salida.

Se cree en exceso en el poder transformador de la tradición. ¿Nueva evangelización o revival? ¡Qué bien se sienten en esta atmósfera los tradicionalistas de siempre! Pero hay una generación que fue muy soñadora y se siente hoy demasiado castigada y relegada. Es como si le estuvieran demostrando por activa y por pasiva que todo fue una equivocación. "¿Socialistas? Ahí tenéis el socialismo" "¿apertura, diálogo? Ahí tenéis las defecciones, las salidas", "¿liturgias creativas? ahí tenéis a las masas buscando respuesta a sus ansias religiosas en las sectas", "¿teología de la liberación, teología moderna, ahí tenéis a los Boff, Küng, Schillebeckx, en los márgenes o fuera casi de la Iglesia".

La generación que soñaba con la teología de la liberación, o con una teología más dialogante con nuestra cultura, quienes se entusiasmaban ante la lectura histórica del Evangelio, los que veían en la inserción con los más pobres, en las luchas solidarias por los últimos de la tierra, la gran aplicación del Evangelio para hoy, se ven destinados a envejecer sin contemplar la tierra de sus sueños.

Mujeres y hombres de Iglesia que hoy hablan más bajo. No quieren causar conflictos. Saben que no será convocados para nada importante a nivel oficial, que no se confía en ellos y ellas. En este tiempo de desierto, en esta noche oscura, están descubriendo con más pureza a su Dios. Oran, sufren, callan, esperan. También gozan, porque han descubierto la alegría de lo pequeño, el gozo de la humildad, la fecundidad del olvido oficial. Y son muchas, muchos más de los que cabría esperar. Desean un cambio profundo en la Iglesia. Dudan de que vaya a llegar pronto. Se contentan con la política de los pequeños pasos. Su fe es hoy más sólida. Creen a pesar de todo.

Y ¿ porqué recordar hoy a esta generación? Porque a pesar del poco reconocimiento que obtiene, ha sido el instrumento del que se ha servido el Espíritu para introducir lo extraordinario en su iglesia; porque a través de ella la Iglesia entró en estado naciente; porque el Espíritu ha hecho de ella una generación apasionada, enamorada, entusiasta, rebelde, revolucionaria. Le quedan ya pocos años. Irá poco a poco muriendo, cuando algunos ya la han hecho morir en sus decisiones unilaterales. Cuando uno piensa en Jesús de Nazaret, en Jesús de Galilea, con su historia, sus gestos, su mensaje, su apasionado amor al pueblo, no puede dejar de evocar esta generación. Aquel Jesús era un marginal, un personaje liminal.

Jesús no era un hombre de centro, sino del margen, de la frontera. Cuando llegó a su madurez vital abandonó con total radicalidad su status profesional, su oficio, su casa, y se convirtió en un rabino o profeta itinerante. Sin ningún tipo de mandato oficial, sin ningún aval de autoridad, proclamó la llegada inminente del Reino de Dios y pidió a todos una urgente conversión, es decir, un cambio radical en la forma de vivir y de pensar. Hablaba de Dios de tal manera que los teólogos oficiales lo acusaban de blasfemo. A las prohibiciones del Antiguo Testamento respondió con aserciones alternativas "pero yo os digo". Su madre María expresó muy bien hasta dónde llegaba la alternativa: "Dios... derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humillados, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos". Jesús no supervaloraba las autoridades de este mundo, ni se prosternaba indignamente ante ellas. Como laico profeta tomó posesión del templo y reivindicó otro tipo de templo, de culto y de teología.

Galilea era la marginalidad del imperio y también del Israel de Dios. Predicó desde la marginalidad. No tuvo a su disposición ningún tipo de estructura que avalase su magisterio o su profecía. Cuando le preguntaba la autoridad judía ¿con qué autoridad haces esto? Él respondía identificándose con otro marginal, Juan Bautista, a quien la oficialidad judía no había acogido, pero a quien el pueblo había consagrado. Pero en su marginalidad Jesús fue la creatividad en acción. Era llevado por el Espíritu. No fundó en torno a sí un grupo de burócratas u oficiales. No se parapetó tras el cerco de instituciones que asegurasen el futuro. No hizo de las estructuras económicas su fuerza. Ni con ellas protegió a su grupo. Dejaba que las mujeres lo alimentaran con sus bienes, que formaran parte de su grupo, que entraran a formar parte del discipulado teológico.

Cuanto hoy en la Iglesia nos preguntamos por la voluntad de Jesús hemos de ser humildes y modestos para no confundirla con la nuestra. Hay toda una línea de conducta y de actuación que está ciertamente en línea con la voluntad del Señor. Todo lo que acelera la llegada del Reino del Abbá, todo lo que crea entre nosotros la gran fraternidad y sonoridad, todo aquello que evita que se establezcan entre nosotros relaciones de poder "mundano". Está bien preguntarse una y otra vez qué es voluntad de Jesús para -en consecuencia- cambiar en la Iglesia todo lo que haya que cambiar. Pero probablemente nunca lleguemos a conocer esa voluntad en total discernimiento. Porque en el fondo, Jesús estaba sometido a la voluntad del Padre que se revela históricamente en la inspiración del Espíritu.

Voluntad de Jesús es que no dejemos de soñar, ni de ver visiones, ni de esperar milagros, ni de caminar, de luchar contra el mundo viejo. Hemos sido convocados a la "nueva evangelización". Volvamos a Galilea. Volvamos a soñar y a acoger con ilusión tantos sueños que el Espíritu ha ido sembrando por el mundo.

Que venga de nuevo la profecía, el carisma. Que la Iglesia de Jesús pueda sonreír a través de nuevos momentos de reconciliación, abrazos y besos de paz. Que una gran ola de ecumenismo nos invada a todos y acabe de una vez con tanto unilateralismo. Necesitamos voces proféticas que nos llamen de nuevo a la comunión pero no en fórmulas, no en personajes autoritarios, sino en Jesucristo, en su Evangelio, en la fe de su comunidad, de su pueblo, en la práctica evangélica.

 

José Cristo Rey García-Paredes 
Dr. en Teología Profesor de Teología en Colmenar Viejo (Madrid), en el Studium Theologicum de Curitiba (Brasil), en la Universidad de Salamanca, en el Instituto de Vida Religiosa de Madrid, Institute for Consecrated Life in Asia (ICLA), en Manila (Filipinas) y en el Formation Center de Taiyuan (Shanxi – China).

Director de la revista “Vida Religiosa” en Madrid, miembro de la Comisión Teológica de la Unión de Superiores Generales en Roma, Miembro de la Comisión Teológica del CELAM, Director de la Escuela “Regina Apostolorum”, Director del Instituto Teológico de Vida Religiosa en Madrid.

Lleva publicados alrededor de 30 libros de teología y pastoral.

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Mediación en el conflicto austríaco: "Deshacer los nudos, para rehacer los lazos"

"Este conflicto no puede ser resuelto sin la colaboración de las partes y sin una implicación positiva de Roma" 

Emilia Robles Bohórquez, presidenta de Proconcil(1) 

La llamada a la desobediencia por parte de un 10 % de los sacerdotes austríacos no tendría por qué sorprender ni escandalizar, aunque se pueda estar más o menos de acuerdo. No es más que un síntoma de dinámicas que se vienen produciendo desde hace décadas en una sociedad como la austríaca (la primera que lanzó el Manifiesto Somos Iglesia en 1995). Era -por tanto- algo anunciado; tal vez no de esta manera, o no en esta fecha precisa, pero- en nuestro análisis- sabíamos que podía suceder. Son los países con un catolicismo más acendrado y tradicional, como ocurre también en Irlanda, donde estos conflictos pueden surgir con amplitud y más virulencia; y se pueden orientar como en el caso de Austria, hacia una situación precismática. Esta deriva es funcional a producir una alerta máxima en la Iglesia, pero también puede desorientar si nos quedamos atrapados en esa expresión del conflicto. 

Quedarse en el síntoma de la revuelta austríaca, no propiciaría un acierto en los cambios. No es menos grave el cisma silencioso que se viene produciendo en sociedades más secularizadas, ante una Iglesia cuyas relaciones, lenguajes y ética no convencen y le restan credibilidad y eficiencia en su Misión evangelizadora. Es una ruptura fáctica que no sólo afecta a los ciudadanos de a pie- que dejan de identificarse masivamente con una institución y a criticarla- sino que afecta a sacerdotes y religiosos, disminuidos en número y, a veces en sentido, cuyos miembros críticos más comprometidos se centran en cuestiones sociales y de compromiso con pobres y excluidos; los más acomodaticios en vivir su vida (o su doble vida); y unos y otros tratan de olvidarse de la Iglesia y de su pertenencia a ella en todo lo que resulte prescindible. 

Es muy comprensible la preocupación del Cardenal Shörborn y de otros obispos, que se han pronunciado en Austria intentando buscar soluciones. Cómo pastores inteligentes y formados saben que es una situación con salidas complejas. Castigar o intentar excluir a los líderes de la Iniciativa no haría más que agravar el problema y colocaría al Cardenal Arzobispo de Viena en un lugar que no le corresponde, con graves perjuicios para la Iglesia en su conjunto. Pasarlo por alto daría alas a los inmovilistas que le criticarían por su debilidad. Sobre todo hay que poder entender que se necesita tomar distancia de la situación y trabajar desde un punto exterior al conflicto para poder ser eficaces en las alternativas. Pasa por Austria y por sus autoridades eclesiásticas, pero las transciende, porque afecta a toda la Iglesia. 

Quienes lideran la Iniciativa deben comprender también que si quieren una transformación profunda, esto lleva tiempo y reflexiones que deben plantearse en profundidad, por etapas, en círculos diversos y con sentido de proceso. Porque no sólo importa la consecución de una reforma, por otro lado imposible de realizarse en semanas o meses, sino con qué enfoques eclesiológicos se haga y cómo se realice, desde el punto de vista de las lógicas, de la participación y de los consensos. Máxime cuando, no sólo se ha de abordar y dirimir en Austria, aunque allí tenga un tratamiento específico; y cuando hay que ampliar el enfoque de las reformas concretas, para conciliar lo local y lo universal, anticipándose, si es posible, a explosiones de conflicto. Se necesitarán también signos convincentes de que esto va a ser abordado ya en un clima sereno de diálogo, colaboración amplia y búsqueda de consensos. 

Queda claro que es éste un conflicto que no puede ser resuelto sin la colaboración de las partes y sin una implicación positiva de Roma. Sentarse juntos, escucharse y hacerse cargo de las legítimas preocupaciones una parte de la otra es lo único que parece conducente. Si las demandas de la Iglesia austriaca no conectaran con un interés de la Iglesia Universal tendrían difícil solución. Pero nada de eso parece suceder. Y a priori no hay ningún tema para el que no se puedan encontrar salidas aceptables teológica y eclesiológicamente hablando. 

Es preciso "subirse al balcón" y ver las preocupaciones e intereses que existen más allá de determinadas posiciones. Porque hay varios intereses compartidos que pueden emerger con facilidad para orientar las demandas de reforma: la vida eucarística de las comunidades, la inculturación de la Iglesia en la sociedad en la que vive, el crecimiento de un compromiso comunitario con una Iglesia más creíble y más acorde con valores del Evangelio, la acogida pastoral. Y en la historia de la Iglesia desde sus orígenes hay orientaciones que, aunque en los últimos siglos no se hayan puesto en práctica en la Iglesia Católica Romana, siguen siendo válidas. 

Hay además otra cuestión crucial, que es la del avance o retroceso en el acercamiento con otras Iglesias cristianas. Si el conflicto de Austria terminara en cisma, este no se detendría en Austria. La desesperación ante el inmovilismo aparente es muy amplia en los sectores más comprometidos con la Iglesia. Y generaría simpatías de otros más alejados. Tal vez los disidentes podrían aproximarse a las Iglesias reformadas en una dispersión, que no es lo que buscan estas Iglesias. Y tal vez también, después de producirse esa grave sangría, habría un movimiento de los sectores más cerrados de algunas Iglesias, que querrían venir a formar parte de una Iglesia Católica Romana atrincherada en posiciones tradicionalistas y sectarias. 

No es eso lo que espera de la Iglesia una humanidad doliente, que precisa ver en la Iglesia el rostro de Cristo solidarizado con los dolores, los gozos y las esperanzas de la Humanidad. No es lo que anhelan la mayoría de los creyentes, ni lo que se convendría a esa juventud católica, representada- en parte- por los que vinieron a la JMJ; que por más vivas al Papa que dieran en este contexto madrileño de emoción, se verían gravemente afectados por esa deriva cismática. 

No hay que ignorar que por bien que se aborde la cuestión, no va a llover a gusto de todos. Algunos sectores de diferente signo rechazan la mediación, porque sus intereses, ocultos en gran parte debajo de la punta del iceberg que representan sus argumentos explícitos, son, en gran medida particulares o sectarios; y están íntimamente unidos a posiciones rígidas e inamovibles, (en ocasiones corruptibles, por aquello de que "el fin justifica los medios", o por intereses espurios desde el inicio). 

De conflictos como este y otros similares, sacan sus réditos. La preocupación por ellos debería quedar en un segundo lugar, frente a la de buscar salidas eficientes con una conciencia eclesial amplia e inclusiva; sugiriendo innovaciones que promuevan un cambio real, con los menores costes posibles y con la mayor coherencia evangélica deseable. Un cambio que beneficiara la consecución de esos intereses compartidos que se orientan hacia la gran Misión de la Iglesia en el mundo, ligada al mensaje de Jesús de Nazareth, algo en lo que se juega hoy la Iglesia Católica Romana su identidad y su futuro. Con ella, se lo juega también toda la Humanidad y de una forma especial, los y las más pobres. 

Y para quien no sepa, o a quien pretenda ignorar las condiciones de la mediación, tan sólo recordar que esas reglas y límites existen. La mediación, además de requerir una demanda de las partes, tiene una supervisión ética universal; y hay en contextos en los que no es posible. Las prácticas corruptas y el abuso de poder son algunos de los límites que impiden su desarrollo. 

Por eso, la mediación, aunque se ofrezca a todos no puede realizarse con todos. Salvadas y denunciadas esas objeciones cuando se den, hay que intentar que los consensos y los compromisos de colaboración y evaluación en este proceso de renovación conciliar imprescindible ya sean lo más amplios posibles. La misión profunda del mediador es "deshacer los nudos, para rehacer los lazos". En la Iglesia es el proceso que ayuda a labrar la Comunión. 

(1) Proconcil es una fundación especializada en mediación, constituida en 2006, con sede en Madrid. Su misión consiste en facilitar el contacto, el diálogo y la colaboración entre personas y entre instituciones o entidades de diverso tipo.

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El cerco a Pagola

< x-small;">Joxe Arregi, teólogo 
YA había dado por finalizadas estas reflexiones hasta después del verano, pero DEIA me pide que escriba una semana más, informando de paso a los lectores sobre la suspensión, no vayan a enredarse haciendo conjeturas (por asociación).

El motivo no es otro que la carga de tareas con que llega el verano. Interrumpiré, pues, estas reflexiones hasta el otoño, cuando las golondrinas se hayan ido, sin necesidad alguna de nihil obstat.

El nihil obstat es una pobre hechura humana, por mucho que se la quiera revestir de autoridad divina. Para poder publicar un libro, el autor o la editorial religiosa debía primero obtener de su obispo el nihil obstat -en latín: “no hay nada que oponer”-, garantizando que la obra no contenía nada contrario a la doctrina o la moral de la Iglesia. Estas cosas, como otras, habían ido cayendo en desuso después del Vaticano II, pero vuelven con fuerza, y no precisamente como vuelven las golondrinas, a vivir volando, sino como vuelven las penas, a veces hasta a asfixiarle a uno. 

Hace unos días supimos que la Comisión de la Doctrina de la Conferencia Episcopal Española había obligado -al fin y al cabo se trata de eso, lo cuenten como lo cuenten- al obispo de Getafe a negar el nihil obstat a un nuevo libro de José Antonio Pagola: El camino abierto por Jesús. Marcos (la editorial encargada de la publicación está ubicada en Getafe). Vuelven las penas y censuras y es muy triste que vengan precisamente de quienes dicen representar a la Iglesia llamada a aliviar angustias penas y abrir caminos, como hizo Jesús: “Venid a mí, todos los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. 

No han hablado así, tampoco esta vez, los obispos de la Comisión. Tampoco esta vez han representado a Jesús. En realidad, tampoco han representado a la Iglesia, pues nadie les ha elegido para hacerlo. Arrogándose un poder contrario al Evangelio, vuelven a ensañarse con Pagola, quién sabe por qué oscuros motivos. El más oscuro sería ese pernicioso afán de poseer la verdad, esa destructiva codicia de poder, esa terrible incapacidad de tolerar la diferencia, esa aversión a la libertad, esa falta de compasión, más terrible en unos hombres que se dicen religiosos, más triste y terrible si cabe en unos hombres que se dicen seguidores e incluso representantes de Jesús, lo sean o no. 

Los motivos que aducen -de acuerdo al documento filtrado a la prensa- son auténticas sinrazones, o así me lo parecen. Por ejemplo, denuncian en el teólogo guipuzcoano el “riesgo de deslizarse hacia planteamientos propios del pluralismo religioso”, como si el pluralismo religioso fuese un riesgo, no una gracia. O le imputan la “relativización de fórmulas dogmáticas en razón de la praxis”, como si las fórmulas dogmáticas no fuesen precisamente eso: relativas a la praxis, como lo fueron en su origen, y como ha enseñado siempre la mejor teología: que la fe no se refiere a la creencia o la fórmula (Santo Tomás de Aquino), que los dogmas nacen de la vida y deben llegar a la vida, y que solo en esa medida valen de algo. Si no, no valen de nada. 

Y le acusan de callar sobre “verdades de fe como la existencia del demonio”… Ya es exceso de celo dogmático o de fanatismo acusarle a alguien de callar algunos dogmas, por verdaderos que fueran. Pero acusarle de silenciar simplemente -sin afirmar ni negar- la existencia del demonio, eso ya pertenece al esperpento en unos hombres que, cuando les duele la cabeza, toman aspirinas en vez de recurrir a exorcismos o conjuros. Supongo. 

Censuran también a Pagola de la manera más virulenta por afirmar que la Iglesia discrimina a la mujer, y preguntan escandalizados: “¿Pretende decir que se debe admitir a las mujeres al sacerdocio ministerial oponiéndose así a una enseñanza infalible?”. Huelgan comentarios. Pero han de saber los obispos censores de la Comisión doctrinal que ningún Papa ha enseñado nunca la prohibición del sacerdocio ministerial de las mujeres como “doctrina infalible”. Juan Pablo II estuvo a punto de hacerlo, pero no lo hizo, y se dijo entonces que fue el cardenal Ratzinger, Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe y hoy papa, quien le disuadió. La praxis y la enseñanza de Jesús, el Nuevo Testamento y la historia de la Iglesia, además del sentido común, dan testimonio unánime contra esa enseñanza, y no hay que darle más vueltas. 

Pero hay más. La Comisión de la Doctrina acusa a Pagola por afirmar que “la primera tarea de la Iglesia no es celebrar culto, elaborar teología, predicar moral, sino curar, liberar el mal, sacar del abatimiento, sanear la vida, ayudar a vivir de una manera saludable”, y consideran esa afirmación como incompatible con la fe católica. ¿Piensan entonces que hay algo más importante para la fe católica que curar, liberar y sacar del abatimiento? Si fuera así, deberíamos renegar de la fe católica por fidelidad a Dios y a Jesús. Pero no: el cultivo y el cuidado de la vida es lo más sacrosanto de la fe católica, por mucho que algunos obispos nos quieran enseñar lo contrario. Estos obispos, en su afán inquisidor, podrían llegar a condenar incluso a Joseph Ratzinger que en 1969, cuando aún no era cardenal ni Papa, en su libro El nuevo pueblo de Dios escribió: “el culto divino más auténtico de la cristiandad es la caridad”. 

Señores obispos de la Comisión Doctrinal, quédense con la doctrina, pero devuélvannos el Evangelio, por amor de Dios y de todas las criaturas. ¿Les importa a ustedes el amor de Dios? ¿Les importa el Evangelio de Jesús? ¿Les importa la pobre gente? ¿Les importa el pobre Pagola, un hombre mayor y vulnerable que lo ha dado todo por la gente y por la Iglesia? 

Y usted, hermano José Ignacio Munilla, no eluda sus responsabilidades, como hizo hace poco en su evasiva respuesta al escrito de 2.700 cristianos de su diócesis en apoyo a Pagola. No basta con decir que fue Monseñor Uriarte quien llevó el caso a Roma a propósito del libro sobre Jesús. El problema no está en Roma, como usted bien sabe, sino en la Conferencia Episcopal Española, que intervino por encima del nihil obstat dado al libro por Monseñor Uriarte. Díganos por qué, pues usted lo sabe. Como sujeto activo que es en todo este asunto, asuma su responsabilidad por decoro, por justicia, por Evangelio. Y haga cuanto esté en su mano por reparar el daño, por librar a Pagola de esa lenta tortura, por sacarle de ese cerco cruel en que ustedes le han metido. 

Querido José Antonio: sé que no soy para ti el mejor abogado, pero permíteme unas palabras desde el fondo del alma. Hay tiempo de callar y tiempo de hablar. Tiempo de someterse y tiempo de rebelarse. Solo tú sabes cuál es tu tiempo, y lo que hagas estará bien y te seguiremos admirando. Pero déjame que te diga de corazón: No pierdas tu tiempo y energías en responder a tus censores. No entres en su terreno y su juego. 

No te empeñes en demostrar que tu cristología es ortodoxa, pues ellos son los señores de la ortodoxia, y siempre tendrás todas las de perder. Lo suyo es la doctrina. La doctrina es suya. No se la arrebates, no sea que se queden sin nada. Todos necesitamos algún asidero. Y diles claramente: “Vuestra ortodoxia no me interesa; quedáosla. Yo me quedo con el Evangelio, que es también vuestro Evangelio. Seréis, si tanto os va en ello, los señores de la ortodoxia, pero no sois los dueños del Evangelio, los dueños de la libertad y del consuelo”. 

Amiga, amigo: que en estos meses de verano respires en la anchura y en la paz de Dios. Algún libro de Pagola te podría ayudar. Publicado en: 

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Los viajes del papa y los viajes de Jesús

José M. Castillo, teólogo

Moceop

Sin duda, mucha gente pensará que es un despropósito relacionar los viajes del Papa con los viajes de Jesús. Veinte siglos separan unos viajes de otros. Y casi todas las circunstancias, que rodearon y rodean una cosa y otra son tan distintas, que relacionar aquello con esto no puede tener otra finalidad que terminar diciendo que aquellos viajes no tienen nada que ver con éstos. Con lo que, a fin de cuentas y si todo esto es así, lo que aquí se pretendería sería sencillamente desprestigiar al Papa.

Por supuesto, a quien piense como acabo de indicar no le faltan razones para hacerlo. Pero también digo que, si el solo título de este artículo pone nerviosas a algunas personas, quizá se pueda pensar razonablemente que, al menos de entrada, nadie tendría por qué tener prevenciones de que, a propósito del viaje del Papa, se diga algo de cómo, por qué, para qué y con quién viajaba Jesús. ¿No decimos que el Papa es el Vicario de Cristo en la tierra? El Diccionario de la RAE dice que Vicario es el “que tiene las veces, poder y facultades de otro o le representa”. Pues - digo yo -, si el Papa representa a Jesús, salvando todas las diferencias, algo tendrán que ver estos viajes con aquellos.

Y así es. Jesús viajaba para hablar de Dios. Y para eso viene el Papa a Madrid. Jesús viajaba para buscar a los alejados de Dios. Y para eso se ha organizado la Jornada Mundial de la Juventud, ya que hay razones para pensar que los jóvenes son uno de los sectores de la población más alejados de la fe en Dios. Jesús viajaba para consolar a los que sufren. Y no cabe duda que la visita del Papa servirá de consuelo a no pocas personas atribuladas. Todo esto es cierto. Pero también es verdad que Jesús viajaba de forma que las “multitudes”, que acudían a él para escucharle, eran gentes que los evangelios designan normalmente mediante la palabra griega “óchlos”, que aparece 170 veces en los evangelios.

Y que designa, no sólo una cantidad grande de gente, sino además gente ignorante, de condición social humilde y que era considerada por los piadosos como “gente que desconocía la ley religiosa y estaba maldita”, según decían los más observantes religiosos (Jn 7, 49). Si los autores de los evangelios disponían de otras palabras griegas (“démos”, “láos”, “éthnos”…) para designar al pueblo que acudía a Jesús, ¿por qué normalmente utilizan la palabra más despectiva que tenían a mano? ¿Qué atractivo extraño tenía aquél itinerante incansable que fue Jesús?

Al hacerme estas preguntas, no pretendo cuestionar ni el costo económico que va a tener el viaje del Papa, ni lo que pretenden quienes han organizado este viaje, ni lo que buscan los que van a viajar hasta Madrid para escucharlo. Yo me pregunto algo que es mucho más grave, más apremiante, más fuerte: estando como están las cosas en los países del cuerno de África, donde cientos de miles de criaturas se mueren de hambre y de escasez, y en vista de que los países más poderosos del mundo no le ponen remedio a esa situación tan angustiosa, ¿por que el Papa no se va, de momento al menos, a Somalia y Kenia, y se queda allí, en los campos de refugiados, hasta que no se le ponga un remedio eficaz a esta situación de tantos seres inocentes que se debaten entre la vida y la muerte?

Si hay fundadas esperanzas de que un gesto así del Papa fuera un zarandeo a la conciencias de tantos multimillonarios que podrían aliviar el presente estado de cosas, ¿por qué no lo hace el Papa? ¿No es más necesario, más importante, más humano, más evangélico, en este dramático momento, irse con los pobres moribundos que entrar triunfante en el apoteósico recibimiento que se le va a hacer en Madrid?

Y conste que me voy a poner el parche antes de que me salga el grano. Porque son mucos los que van a decir que todo esto es demagogia barata, utopía inútil, etc, etc. Pero aun a riesgo de que se me eche en cara todo eso, y mucho más, no voy a dejar de decir lo que siento, ante una necesidad tan patente y que tanto clama al cielo. Es más, si lo digo, no es para atacar a la Iglesia o al Papa. Todo lo contrario. Lo digo porque tengo la convicción firme de la fuerza que tienen la Iglesia y el Papa para mover corazones y conciencias cuando está en juego la vida o la muerte de tantos seres débiles, los más indefensos y desamparados.

Por supuesto, que el Papa se reúna con los jóvenes y les remueva las conciencias, les indique el camino del Evangelio y les descubra horizontes de humanidad. Pero, por favor, lo primero es lo primero. Y, sin duda alguna, lo más urgente, en este momento, es salvar la vida de tantas personas que son los “nadies” de este mundo. Y termino afirmando que esto no es sólo para el Papa y los obispos. Es para todos. Para mí el primero. Para que todos tengamos el coraje de afrontar una situación que no admite espera.

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José María Castillo Sánchez
Doctor en Teología, jesuita hasta 2007 en que abandona la Compañía. Ha sido profesor en la Facultad de Teología de Granada, en la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma, en la Universidad Pontificia Comillas en Madrid y en la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas" de El Salvador. Ha sido vicepresidente de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII. En 2011 es investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Granada.


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Por Juan José Tamayo Acosta
SinTapujos.org, Fecha julio 26th, 2011

Las religiones son uno de los lugares donde las mujeres sufren una de las más radicales experiencias de silenciamiento, discriminación e invisibilización. Para demostrarlo propongo las siguientes tesis:

1. Las mujeres son las grandes olvidadas y perdedoras de las religiones.

a. Las mujeres en las religiones no son reconocidas como sujetos morales: son consideradas menores de edad que necesitan guías espirituales varones que las conduzcan por la senda de la moralidad, sobre todo en materia de sexualidad, de relaciones de pareja y en la educación de sus hijos. Las normas morales a cumplir por las mujeres son dictadas por los varones.
En el imaginario patriarcal religioso, influido por los clérigos, imames, rabinos, lamas, gurús, pastores y maestros espirituales, se las considera tentadoras. Esa imagen se ha elaborado a partir de determinados textos de algunos libros sagrados escritos en lenguaje patriarcal, considerados válidos en todo tiempo y lugar, y leídos con ojos fundamentalistas y mentalidad misógina.
b. Las mujeres casi nunca son reconocidas como sujetos religiosos. En no pocas religiones la divinidad suele ser masculina y tiende a ser representada sólo por varones. De lo que Mary Daly concluye, creo que certeramente: “Si Dios es varón, el varón es Dios”. Así, los varones se sienten legitimados divinamente para imponer su omnímoda voluntad a las mujeres y el patriarcado religioso. Dios legitima así el patriarcado en la sociedad. Precisamente porque sólo los varones pueden representar a Dios, sólo los varones pueden acceder al ámbito de lo sagrado, al mundo divino; subir al altar, ofrecer el sacrificio, dirigir la oración comunitaria en la mezquita, presidir el servicio religioso en las sinagogas (con algunas excepciones). Sólo los varones pueden ser sacerdotes en la Iglesia Católica, imames en el islam y rabinos en el judaísmo ortodoxo. En la Iglesia católica la ordenación sacerdotal de mujeres es considerada delito grave al mismo nivel que la pederastia, la herejía, la apostasía y se castiga de manera más severa que la pederastia: con la excomunión. La oración comunitaria de los viernes presidida por mujeres es calificada de profanación de lo sagrado.
c. La organización de las religiones se configura la mayoría de las veces patriarcalmente: todos los sacerdotes católicos y todos los imames son varones; el Dalai Lama es varón; la mayoría de los rabinos y de los lamas son hombres. Por ello, las religiones bien pueden definirse como perfectas patriarquías. Hay, con todo, honrosas excepciones en las iglesias de tradición protestante, que ordenan pastoras, sacerdotisas y obispas a las mujeres.
d. Las mujeres acceden con dificultad a puestos de responsabilidad en las comunidades religiosas. El poder suele ser detentado por varones. A las mujeres les corresponde acatar las órdenes. Lo que tiende a justificarse por el discurso androcéntrica de las religiones apelando a la voluntad divina: es Dios quien encomienda el poder y la autoridad a los varones. En el caso del cristianismo, se apela a Jesús para cerrar el paso a la ordenación sacerdotal de las mujeres. Lo afirma el papa en el libro-entrevista con el periodista Peter Seewald Luz del mundo: No es que no queramos ordenar a las mujeres sacerdotes, no es que no nos guste. Es que no podemos, porque así lo estableció Cristo, que dio a la Iglesia una figura con los Doce y, después, en sucesión con ellos, con los obispos y los presbíteros (los sacerdotes). Con la Biblia cristiana en la mano y desde una hermenéutica de género cabe hacer dos afirmaciones: a) que lo que pone en marcha Jesús de Nazaret no es una Iglesia jerárquico-patriarcal como la actual, sino un movimiento igualitario de hombres y mujeres; b) que Jesús de Nazaret no ordenó sacerdotes ni a hombres ni a mujeres. Todo lo contrario: excluyó directa y expresamente de la nueva religión el sacerdocio.
e. Las religiones legitiman de múltiples formas la exclusión de las mujeres de la vida política, la actividad intelectual y el campo científico, y limitan sus funciones al ámbito doméstico, a la esfera de lo privado, a la educación de los hijos e hijas, a la atención al marido, al cuidado de los enfermos, de las personas mayores, etc. Cualquier tipo de presencia de las mujeres en la actividad política o social es considerado ajeno a la “identidad femenina” y un abandono de su verdadero campo de operaciones, que es el hogar, con la consiguiente culpabilización.
f. La mayoría de las religiones niegan a las mujeres el reconocimiento y el ejercicio de los derechos reproductivos y sexuales:
i. Las mujeres no son dueñas de su propio cuerpo, que es controlado por los confesores, directores espirituales, esposos, etc.
ii. A las mujeres no se les permite planificar la familia: deben tener los hijos y las hijas que Dios quiera, los que Dios les mande, no los que ellas libremente decidan.
iii. No pueden ejercer la sexualidad fuera de los límites impuestos por la religión (matrimonio, heterosexualidad). La práctica de la sexualidad fuera del matrimonio o con personas de otro sexo es prohibida y condenada expresamente.
iv. Si deciden interrumpir el embarazo, incluso ateniéndose a la ley, son acusadas de pecadoras y criminales, y se pide para ellas incluso penas de cárcel. En la condena y criminalización del aborto coinciden los líderes religiosos, por ejemplo, del catolicismo y del islam.

2. Las religiones han ejercido históricamente -y siguen ejerciendo hoy- distintos tipos de violencia contra las mujeres: física, psíquica, simbólica, religiosa.
Los textos sagrados dejan constancia de ello. Justifican pegar a las mujeres, lapidarlas, ofrecerlas en sacrificio para cumplir una promesa y para aplacar la ira de los dioses, dejarlas encerrada en casa hasta que se mueran, imponerles silencio, no reconocerles autoridad, no valorar su testimonio en igualdad de condiciones que a los varones, considerarlas inferiores por naturaleza, exigirles sumisión al marido, etc. Las prácticas religiosas vienen a ratificarlo. A las mujeres no se les reconoce la presunción de inocencia, sino que se las tiene por culpables mientras no se demuestre lo contrario. Son ellas las que caen en la tentación y tientan a los varones, y por eso merecen castigo.
Algunos Padres de la Iglesia las consideran “la puerta de Satanás” y la “causa de todos los males”. Un teólogo tan influyente en el cristianismo como Agustín de Hipona llega a afirmar que la inferioridad de la mujer pertenece al orden natural. Otro teólogo tan decisivo en la teología cristiana como Tomas de Aquino define a la mujer como “varón imperfecto”. Lutero habla de las mujeres como inferiores de mente y cuerpo por haber caído en la tentación y afirma que las mujeres han sido creadas sin otro propósito que el de servir a los hombres y ser sus ayudantes.

3. Sin embargo, las mujeres son las más fieles seguidoras de las religiones.
Hay quienes hablan de que la orientación femenina hacia la religión es innata, más aún, genética, que las mujeres son por naturaleza más crédulas y, por eso, son más asiduas a las actividades religiosas. Ninguna investigación genética lo demuestra. Se trata de un estereotipo cuyo objetivo es someter a la mujer a las restrictivas y represivas orientaciones religiosas. Quienes así piensan, se olvidan de que tradicionalmente ha sido a las mujeres a quienes más se ha inculcado el sentimiento religioso. Se trata, por tanto, de un proceso inducido que responde a una determinada educación y aprendizaje.
Las mujeres son las mejores transmisoras de las enseñanzas religiosas a sus hijos en la familia y a los niños y niñas en los espacios religiosos a través de la educación religiosa. Ellas son también las que mejor reproducen la organización patriarcal y la ideología androcéntrica y las que más practican las religiones.

4. La rebelión de las mujeres
En las últimas décadas asistimos a una auténtica rebelión de las mujeres en el seno de las religiones, tanto a nivel personal como colectivo.
a. A nivel personal, transgrediendo conscientemente las normas y orientaciones en materia de sexualidad, relaciones de pareja, planificación familiar, opciones políticas, etc.
b. En el interior de las religiones, creando movimientos y asociaciones de mujeres que ejercen su libertad de organización y funcionan autónomamente al margen de los varones e incluso enfrentadas con las autoridades religiosas.
c. En la sociedad, participando activamente en los movimientos feministas y en las organizaciones sociales como expresión de la convergencia en las luchas por la emancipación de las mujeres y como forma de comprometerse con los sectores más vulnerables de la sociedad.
d. La rebelión de las mujeres dentro de las religiones constituye uno de los hechos mayores y de más profunda significación en la historia del fenómeno religioso, que tiene importantes repercusiones políticas y sociales. Supone un avance en la lucha por la emancipación de las mujeres y por la liberación de los marginados y excluidos. Por eso la rebelión feminista de las mujeres creyentes debe ser apoyada no sólo por los colectivos y las personas religiosas, sino por todos los ciudadanos y ciudadanas comprometidos en la lucha por la emancipación de los pueblos sometidos a las distintas formas de opresión.

5. Teología feminista.
Fruto de esta rebelión ha surgido una nueva manera de vivir y de pensar la fe religiosa desde la propia subjetividad de las mujeres en las diferentes religiones.
Es la teología feminista, que:
a. Parte de las experiencias de sufrimiento, de lucha y de resistencia de las mujeres contra el patriarcado y sus diferentes manifestaciones.
b. Recupera la memoria de las antepasadas que trabajaron por avanzar la historia hacia la libertad de los oprimidos y por la emancipación de las mujeres contra todo tipo de discriminación.
c. Reescribe la historia de las religiones desde la perspectiva de género dando voz y protagonismo a las mujeres silenciadas por el patriarcado religioso.
d. Utiliza las categorías de la teoría de género para deconstruir y analizar críticamente las estructuras patriarcales y los discursos androcéntricos de las religiones, y reformular los grandes temas de las teologías de las religiones.

Conclusión
En el siglo XIX las religiones perdieron a la clase obrera porque se colocaron del lado de los patronos que los explotaban y condenaron las revoluciones sociales que luchaban por una sociedad más justa y solidaria. Los trabajadores dieron la espalda a las religiones porque se sintieron traicionados por ellas, alejándose, la mayoría de las veces, del mensaje igualitario y solidario de los orígenes.
En el siglo XX las religiones perdieron a los jóvenes y a los intelectuales por sus posiciones filosóficas y culturales integristas, alejadas de los nuevos climas de la modernidad.
Si continúan por la senda patriarcal por la que ahora caminan, en el siglo XXI las religiones perderán a las mujeres, hasta ahora sus mejores y más fieles seguidoras.
Sin la clase trabajadora, sin los jóvenes, sin los intelectuales y sin las mujeres, las religiones habrán llegado a su fin. Y no podrán echar la culpa de su fracaso a nadie. Ellas mismas se habrán hecho el harakiri.
 

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Juan José Tamayo Acosta
Madrid, 27 de junio de 2011
Fuente: Fundación Carolina

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Cambió el obispado por los pobres

Renunció al obispado de Palencia en 1991 para ser misionero en Suramérica Ganó el premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1998

Nicolás Castellanos se nacionalizará boliviano

El obispo católico español Nicolás Castellanos, que renunció hace dos décadas a la diócesis de Palencia para ayudar a los pobres en Santa Cruz de la Sierra, en el este de Bolivia, se confiesa enamorado de este país y anuncia que se nacionalizará boliviano.

A sus 76 años, el ganador del Premio Príncipe de Asturias de la Concordia de 1998 alista maletas para viajar a España este viernes en busca de financiación para nuevos proyectos, con la promesa de seguir trabajando por Bolivia "mientras el cuerpo aguante", asegura en entrevista con Efe.

Llegar a su casa en el barrio Plan 3.000 es sencillo, ya que no hay una sola persona que no conozca a Castellanos y sus obras en Santa Cruz, donde "el 60 % son pobres y el 40 % vive en la miseria", agrega el religioso.

Su vivienda es tan modesta como las que le rodean, en una calle de tierra, como cuando llegó a vivir a ese barrio hace dos décadas.

La población de Santa Cruz es conocida por su vocación religiosa, incluso ahora que la relación entre la Iglesia Católica y el presidente boliviano, Evo Morales, se ha deteriorado por constantes ataques del mandatario nacionalista e indigenista.

Castellanos cree innecesarios esos ataques porque su Iglesia es la institución "de mayor credibilidad en Bolivia" por su trabajo a favor de los pobres, a diferencia de éste y anteriores gobiernos que, según dice, no han hecho nada por ellos.

Si tuviera la oportunidad de conocer personalmente a Morales, dice que le pediría un diálogo sincero entre todos para buscar "juntos solución al único problema que tiene Bolivia: la pobreza".

Castellanos recuerda que sus padres, humildes labradores, lograron "con mucho esfuerzo y trabajo" darle carrera a él y a sus hermanos, Hermógenes y Demetrio, aunque a diferencia de ellos, que fueron médicos, optó por la vida religiosa.

"Yo siempre tuve la opción por los pobres; creo que para todo seguidor de Jesús de Nazaret, los pobres son fundamentales", explica Castellanos a Efe, al justificar su renuncia al obispado en 1991 para ser misionero en Suramérica.

El religioso tenía claro dónde quería realizar su apostolado desde que llegó a Bolivia por primera vez en 1988, siendo aún obispo de Palencia, para dar una conferencia.

Luego de que el papa Juan Pablo II aceptase su renuncia, Castellanos se estableció en 1992 en el deprimido Plan 3.000, llamado así porque acogió a ese número de familias que se habían quedado sin casa por una crecida en 1983 del río Piraí, que bordea Santa Cruz.
Hoy, el Plan tiene ya 300.000 habitantes, y aunque Santa Cruz sea la región más próspera de Bolivia, en ese barrio "se masca, se palpa el hambre, la penuria y la necesidad", asegura Castellanos.

Movido por las necesidades de la zona, fundó el Proyecto Hombres Nuevos, para "devolver la dignidad y el protagonismo a los pobres".

Quince colegios, un complejo cultural y deportivo, un hospital, 65 canchas, un centro para niños trabajadores, 500 jóvenes becarios en la universidad y decenas de iglesias, son algunas de las obras del religioso.

Quienes requieren ayuda de Hombres Nuevos simplemente se acercan y se la piden a Castellanos, confiados en que no les decepcionará.
Y están en lo correcto, ya que los recursos para cada obra los consigue en persona, viajando en busca de financiación a Suiza, Italia, Alemania y, sobre todo, a su natal España.

En el tiempo que lleva en Bolivia, le ha tocado ver de todo, aunque el momento más duro fue en 2009, cuando cuatro hombres irrumpieron en su casa para robarle a punta de pistola.

Pero las satisfacciones fueron más que los pesares: la mayor, ver cómo 25 muchachos cruceños a los que apoyó para ser profesionales hoy son quienes administran Hombres Nuevos, en reciprocidad por lo recibido.

Enamorado de su nueva patria, Castellanos comenzó en mayo a tramitar la nacionalidad boliviana, algo que no se le había ocurrido antes porque en Santa Cruz le consideran más "camba que la yuca"; es decir, más cruceño que cualquiera de ellos.

No deja de sorprenderle que le pidan que construya iglesias, pues cuando llegó al país no pensaba hacerlo, pero cada vez que iba a algún barrio a preguntar sobre sus necesidades, la respuesta siempre era la misma: un templo.

"Entonces cambiamos de chip y hemos hecho seis iglesias maravillosas, sin lujos, pero funcionales donde el pueblo tiene un lugar de encuentro", explica Castellanos.

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No es el pontificado lo que se ha beatificado

En el último número de la revista española Vida Nueva, su director, Juan Rubio, publicó este artículo que consideramos de interés para nuestros lectores.

La ceremonia de beatificación de Juan Pablo II va cerrando un ciclo histórico que concluirá con la canonización. Habrán pasado casi cuarenta años: toda una generación. Dos pontificados ligados entre sí, como si se tratara de una misma moneda con dos caras. Histórica ha sido la rapidez del proceso, como histórico fue todo el pontificado del Karol Wojtyla. Historia y vida se dieron la mano en Roma.
Más de un millón de peregrinos, junto al medio millón de jóvenes que asistieron al tradicional concierto del Primero de Mayo en la plaza de San Giovanni in Laterano.
Roma era una ciudad literalmente ocupada. Pero a eso ya están acostumbrados los romanos, que en los últimos años veían a Wojtyla como al querido “Nano” (abuelo) que se apagaba lentamente. Juan Pablo II sentía Italia con acentos polacos.
Decía el beato cardenal Newman, en una carta escrita en 1870, casi al acabar el Vaticano I, que no es bueno “que un Papa viva más de veinte años. Suele ser poco normal y, además, no produce frutos, pues puede llegar a ser un dios, al que nadie contradice” (Obras Completas XXV, Clarendon House. Oxford, 1973). Palabras que la historia se ha encargado de matizar con la figura de Juan Pablo II derritiendo ese miedo. Este largo pontificado ha servido para escenificar, ayudado en gran medida por los viajes y por los medios de comunicación, el significado del ministerio petrino en tiempos nuevos.
Pensaba yo el pasado domingo, inmerso entre la ingente multitud que llenaba las calles y plazas romanas, que el largo pontificado, más que extender ese miedo, posibilitó un mayor conocimiento de la persona y misión del papa polaco, procedente “de país lejano en la geografía, pero vecino en la fe y en la comunión de la Iglesia”, como dijo al ser elegido.
Otros muchos papas fueron buenos pastores, posiblemente santos y grandes, pero, encerrados tras los muros de los Palacios Pontificios, prisioneros de una imagen sacralizada y alejada, no eran conocidos por el Pueblo de Dios. Con Juan Pablo II conocimos al hombre apasionado, al pastor inquieto, al valiente sucesor de Pedro que invitaba a no tener miedo, a abrir las puertas a Cristo y a valorar la dignidad de toda persona. Acabado un servicio tan significativo, largo e histórico, el mundo entero se rindió a sus pies durante su entierro. El pasado domingo fue la Iglesia la que se le rendía, reconociendo no solo su “grandeza”, sino también su “santidad”.
No se ha beatificado un pontificado. Tampoco una época. Se ha beatificado una vida cargada de virtudes cristianas. La tentación de la que hay que huir es la de sentir que se ha beatificado un ciclo histórico, un pontificado. El juicio habrá que dejarlo a los historiadores. Juan Pablo II necesitaba tiempo para dejar impronta. Y lo tuvo. Se ha visto incluso en estos días, cuando la noticia de su beatificación irrumpía en el mundo entre la boda de los príncipes ingleses, la muerte de Ernesto Sábato, el asedio a Gadafi e, incluso, la muerte de Bin Laden.
No dejó de ser noticia entre grandes titulares. Ha quedado plasmado en su biografía, cambiando el rostro del pontificado y devolviendo a la Iglesia la fuerza y la confianza, alentándola a seguir proclamando el mensaje de Jesucristo entre el fragor de las batallas y en medio del olor de las injusticias. Su valentía fue su mejor servicio.

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La cruz no salva

por José Arregi, * Teólogo - Domingo, 17 de Abril de 2011 


EL título puede sonar escandaloso a oídos de muchos cristianos, más en estos días en que alzamos la cruz para cantar al Hermano Herido. Hace ya dos mil años que dura el grave malentendido y son demasiados los que aún lo sostienen, pero hoy es insostenible. No es la cruz la que salva, sino aquello de lo que nos hemos de salvar.

En realidad, el equívoco es muy anterior al cristianismo. En infinidad de excavaciones arqueológicas de África, Asia, América y Europa se encuentran restos de cruces de hace ocho mil años. De México a Perú y de China a Babilonia, la cruz fue utilizada como símbolo de vida. Muchos representaron al dios sol en forma de cruz: así hicieron los egipcios con Osiris (que es, además, el dios de la muerte y de la resurrección), y los acadios, asirios y babilonios con Shamash. Desde Europa hasta la India, todos los pueblos arios utilizaron la cruz gamada como símbolo del sol y de sus divinidades. Odín cuelga de un árbol. El árbol vive del sol. La cruz es el árbol, es el sol, es la vida en las cuatro direcciones del cosmos.
Si la pobre humanidad, desde la noche de los tiempos en que aprendió a guardar el fuego -fuego del sol o del rayo- e incluso a encenderlo cruzando y frotando dos palos de árbol, si la pobre humanidad hubiera guardado el fuego y cuidado la vida, también nosotros podríamos seguir venerando la cruz como el signo más sagrado, el signo de la vida. Pero la pobre humanidad, para su gran desgracia, hizo de la cruz un instrumento de muerte.
Cuando esta especie humana que llamamos dos veces sapiens dominó la tierra, construyó ciudades, ordenó el poder y organizó religiones, entonces taló un árbol e inventó la cruz para matar al enemigo condenado como culpable. Babilonios, persas y egipcios, griegos, cartagineses y romanos convirtieron el signo de la vida en el más cruel instrumento de tortura y de muerte para esclavos, sediciosos y prisioneros enemigos. Y llamaron dios al poder, e hicieron de él gran legislador, supremo garante del orden del más poderoso, siempre injusto. Y dijeron: "Dios castiga al culpable", pero era simplemente para poder ellos castigar con la conciencia tranquila. Eso hicimos de Dios, ¡pobre Dios! Más bien, ¡pobres nosotros! Pues ese dios no existe, mientras que nosotros sí existimos y seguimos crucificándonos. ¡Maldita cruz!
Y un viernes de abril crucificaron a Jesús, uno más de tantos. El sanedrín de los sacerdotes le acusó de querer destruir el templo. El pretorio romano le condenó por amenazar el orden imperial. El sanedrín tenía razón según la ley vigente en la religión del templo, y el pretorio tenía también razón según la ley del imperio. Pero ambas leyes eran la misma, y ambas eran perversas. Eran la ley del poder y del orden, de la culpa y del castigo. No eran la ley de Dios, la santa ley de la bondad y de la vida. De modo que Jesús fue crucificado contra la voluntad de Dios, que solo puede querer que vivamos.
Pero los cristianos entendieron muy pronto la cruz de Jesús de acuerdo a las viejas categorías de la religión del templo: la culpa y el castigo, el sacrificio y el perdón. Eso sí, los cristianos, con Pablo al frente, dieron la vuelta al argumento y dijeron: "Dios exigía que alguien expiara todos los pecados, pero ha sido el Justo quien ha expiado en lugar de los pecadores. Era necesario que alguien cargara con las culpas, pero ha sido el Crucificado quien ha cargado con todas nuestras culpas". Los cristianos olvidaron la historia del sanedrín y de Pilato, y comprendieron la cruz, en clave cultual, como un sacrificio de expiación. Dieron la vuelta al argumento, pero mantuvieron el viejo marco de la culpa, la pena y la expiación.
Y llegaron a decir que, en realidad, fue Dios el que crucificó a Jesús. ¿Quién puede creer hoy en un dios que exige expiar culpas, a veces al propio culpable, a veces al inocente en lugar del culpable? Ese dios sería un monstruo terrible, y la verdadera piedad empezaría por combatirlo. Pero tales monstruos hemos creado, y les hemos consagrado templos, doctrinas y sistemas penitenciales, un siniestro edificio que descansa sobre un dogma erigido en una especie de principio metafísico de carácter absoluto: "Toda culpa debe ser expiada". Una religión de la expiación universal, en la que lo más importante ni siquiera es que aquel que ha hecho daño a alguien lo repare y trate de curarle, sino que pague, que sufra, que se pudra en la cárcel, que se muera (se oyen gritos de multitudes). Terrible religión, y terrible sociedad.
No es esa la religión de Jesús. El principio absoluto de Jesús es otro, absolutamente distinto: "Toda herida debe ser curada". A Jesús no le importó el pecado (¿qué es el pecado?), sino el sufrimiento: la gente que sufría y la gente que hacía sufrir. No le importó la culpa (¿qué es la culpa?), sino el daño: la gente herida, y la gente que hería, y todo el que hiere es porque está herido, y lo que necesita es sanación, no castigo. En última instancia, ni siquiera le importó quién tenía la culpa, sino que alguien, cada uno en su lugar y a su manera, se hiciera responsable y dijera: "Yo respondo. No quiero herir, quiero curar. Y también al que hiere quiero curarlo, porque también él está herido. Yo quiero hacer algo para que no haya daño. Y sé que eso es arriesgado, porque el poder es ciego y cruel, y está en todas partes aunque no es nadie. Pero yo lo haré".
Eso hizo Jesús. Corrió el riesgo, y le crucificaron. Pero sus discípulas y discípulos no dejaron de amarle. Dijeron que estaba vivo. Tan ciertos estaban de que lo que Jesús había dicho y hecho era divino, la vida misma y la bondad misma que es inmortal como Dios. Los cristianos le veneraron primero en figura de cordero, de buen pastor, de pez y de ancla. Y al cabo de trescientos años, empezaron a venerarle en figura de cruz. Y la cruz -el maldito instrumento de tortura y de muerte, impuesto por los poderosos a los sediciosos y profetas- volvió a convertirse en signo de la vida, en árbol de vida, cargado de frutas y medicinas saludables.
Pero aún persiste el equívoco y hay que despejarlo. El dios de la expiación nunca existió, y la religión de la expiación ha de ser borrada. El dolor no es lo que salva, sino aquello de lo que hemos de ser salvados. Y la salvación no consiste en ser absueltos de una culpa ni en expiarla, sino en ser curados de todas las heridas. Eso es lo que quiso hacer Jesús. Pero en su vida y en su cruz, no es la cruz la que nos salva, sino la libertad arriesgada, la bondad solidaria, la proximidad sanadora. La suya y la de todos los hombres y mujeres buenas. Benditos sean todos los crucificados, y malditas sean todas las cruces, también la de Jesús.
Es el hermano herido el que nos salva. Todas las hermanas y hermanos heridos por ser buenos nos salvan, a pesar de la cruz. Por supuesto, no sin la cruz. Pero, ciertamente, no por la cruz.


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La muerte de Joseph Comblin

El 27 de marzo murió Joseph Comblin, de un infarto, mientras dirigía un cursillo, en el norte de Brasil. Tenía 88 años. Fue uno de los pensadores cristianos destacados de los últimos cincuenta años, por su capacidad intelectual y por su compromiso al servicio de la liberación.

Teólogo católico de origen belga, sacerdote diocesano, estudió en la Universidad de Lovaina, donde luego tuvo a su cargo la cátedra en diversas ocasiones. Fue también profesor en la Universidad de Campiñas (Brasil) y en la Católica de Chile. Creó diversas instituciones al servicio de la extensión de la Palabra de Dios y de la liberación social y cultural, siendo expulsado de Brasil y Chile por su labor en favor de los pobres.
Fijó su residencia en Brasil, pero en 1972, un decreto del gobierno militar le impidió seguir enseñando en ese país, por lo cual viajó a Chile. Pero en 1981, hizo un viaje al exterior y al querer retornar se encontró con un decreto del gobierno militar que le impedía su reingreso. Durante su estadía en Chile, Comblin escribió uno de sus más famosos escritos, 'Le Pouvoir militarire en Amérique Latine. L'idéologie de la Sécurité Nationale' [1977].
Retornó a Brasil donde lo recibió el arzobispo de Recife, don Helder Cámara. Fue uno de los teólogos expertos que participó en las Conferencias de los obispos latinoamericanos de Medellín y Puebla, como asesor de don Helder Camara y del Cardenal Evaristo Arns, de San Paulo. Comblin residía en Brasil, aunque permanece ligado a la vida universitaria en Bélgica. El teólogo saltó a la fama con el libro "Teología de la Revolución" publicado en 1973.
Sigue siendo una figura de referencia para los estudiosos de teología de América Latina. Comenzó trabajando en la línea de la Teología del Desarrollo (vinculada a la Populorum Progressio de Pablo VI, 1967), inclinándose después por una liberación integral del hombre.

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Ni clérigo ni laico. Jose Arregi, teólogo

Jose Arregui, sacerdote y franciscano hasta hace un mes, inició su secularización y exclaustración, tras decidir no acatar, por razones de conciencia, libertad personal y fidelidad al Evangelio, las órdenes del actual obispo de San Sebastián.
Iba a titular este artículo “Soy laico”. Ahora que, por motivo de doctrinas e interpretaciones que nunca debieron habernos traído hasta aquí, he iniciado el doble proceso de exclaustración (abandono de la “Vida religiosa”) y de secularización (abandono del sacerdocio), quería brindar por mi nuevo estado y decir: “Me honro de ser laico por la gracia de Dios. Me alegro de ser uno de vosotros, la inmensa mayoría eclesial”.
Pero debo corregirme en seguida. ¿Laico? No, realmente no soy laico ni quiero serlo, pues este término sólo tiene sentido en contraposición a clérigo y siempre lleva las de perder. No soy laico ni quiero serlo, porque ese nombre lo inventaron los clérigos -que nadie se extrañe: siempre han sido los poderosos quienes han impuesto su lenguaje-. No quiero ser laico, que es como decir cristiano raso y de segunda, cristiano subordinado.
El Derecho Canónico vigente da una extraña definición del término: “laico” es aquel que no es ni clérigo ordenado ni religioso con votos. No designa algo que es, sino algo que no es. Laico es el que, por definición canónica, carece en la Iglesia de identidad y de función, por haber sido despojado. Laico es el que no ha emitido los tres votos canónicos de pobreza, obediencia y castidad, aunque es casi seguro que habrá de cumplir esos votos, y otros varios, tanto o más que los religiosos instalados en su “estado de perfección”.
Laico es el que no puede presidir la fracción del pan, la cena de Jesús, la memoria de la vida. Laico es el que no puede decir en nombre de Jesús de manera efectiva: “Hermano, hermana, no te aflijas, porque estás perdonado, y siempre lo estarás. Nadie te condena, no condenes a nadie. Vete en paz, vive en paz”. Laico es el que no puede decir a una pareja enamorada: “Yo bendigo vuestro amor. Vuestro amor, mientras dure, es sacramento de Dios”.
Laico es el que no tiene en la Iglesia ningún poder porque se lo han sustraído. Aquellos que se apoderaron de todos los poderes se llamaron clérigos, es decir, “los escogidos”. Habían sido escogidos por la comunidad, pero luego se escogieron a sí mismos y dijeron: “Somos los escogidos de Dios”.
No soy laico ni quiero serlo, porque no creo en una Iglesia tripartita de religiosos, clérigos y laicos, de cristianos con rango y cristianos de a pie, de clase dirigente y masa dirigida. Jesús no dispuso clases, sino que las anuló todas. Y nadie que conozca algo del Jesús histórico nos podrá decir que a los “Doce” -que luego fueron llamados apóstoles- los puso Jesús como dirigentes, menos aún como clase dirigente con derecho a sucesión.
A lo sumo, y como judío que era, los designó como imagen del Israel soñado de las doce tribus, del pueblo reunido de todos los exilios, del pueblo fraterno, liberado de todos los señores. (Y, por lo demás, ¿qué hay de los “setenta y dos” que Jesús también escogió y envió a anunciar que otro mundo es posible? ¿Cómo es que ellos no tuvieron sucesores? A alguien debió de interesar que no los tuvieran, tal vez para que el poder no quedara repartido). Jesús no era sacerdote, pero no por ello se consideró laico y a nadie nos llamó con ese nombre. Es un nombre falaz.
Hace veinte años que así lo veo y lo digo. ¿Por qué, entonces, no he abandonado hasta ahora los votos y el sacerdocio? Simplemente, porque era lo bastante feliz con lo que vivía y hacía, y pensaba que no cambia nada importante por unos votos de más o unos cánones de menos. Y ahora que, por las circunstancias, dejo los votos y el sacerdocio, sigo pensando lo mismo: que “laico” es una denominación clerical y que, en la Iglesia de Jesús, es preciso dejar de hablar de clérigos y laicos, es decir, superar de raíz el clericalismo.
Hablar de clérigos y laicos en la Iglesia es un fraude al Nuevo Testamento, pues esos términos no se utilizan una sola vez ni en los evangelios, ni en las cartas de Pablo, ni en ningún otro escrito del Nuevo Testamento. Sí se utiliza el término griego “laos” (pueblo), del que se deriva “laico”, pero “laos” designa a toda la Iglesia, no a una supuesta “base eclesial” informe e inculta. A toda la Iglesia nos llama el Nuevo Testamento “pueblo de Dios” (1 Pe 2,9-10), y a todos los creyentes nos llama “templo de Dios” (1 Pe 2,5; 1 Cor 3,16), “sacerdotes santos” (1 Pe 2,5), “escogidos” y, sobre todo, “hermanos”. Todo somos pueblo, templo, sacerdotes, elegidos, hermanos; lo somos sin otra distinción que la biografía misteriosa de cada uno con sus dones y sus llagas.
Hablar de clérigos y laicos es también un fraude a los primeros siglos de la Iglesia, pues esos términos no figuran en la literatura cristiana hasta el siglo III. Durante los dos primeros siglos no hubo “laicos” en la Iglesia, porque aún no existía “clero”. Luego, la Iglesia se fue sacerdotalizando, clericalizando, y así surgió el laicado, que no es sino el despojo de lo que el clero se llevó. Nunca habría habido laicos en la Iglesia de no haber habido clérigos primero.
Más cerca aun de nosotros, hablar de clérigos y laicos es un fraude al sueño insinuado por el Concilio Vaticano II que, en la Constitución Lumen Gentium, invirtió el orden tradicional y trató primero sobre la Iglesia como pueblo de Dios y luego sobre los ministerios jerárquicos. Primero, el pueblo; luego, las funciones que el pueblo considere oportunas. Los obispos, presbíteros y diáconos nunca debieron constituirse en “jerarquía” (poder sagrado); no son sino funciones que derivan de la comunidad y han de ser reguladas por ella. Sólo representan a Dios si representan a la Iglesia y no a la inversa.
Hablar de clérigos y laicos es, en definitiva, un fraude a Jesús, pues él rompió con la lógica y los mecanismos de quienes se habían atrincherado en la Ley y el Templo y se habían erigido a sí mismos como dueños absolutos de la verdad y del bien. Jesús les dijo: “Dios no quiere eso. Dios quiere que curemos las heridas y seamos hermanos”. Y por eso le condenaron.
Doce siglos después, vino Francisco, que nunca se reveló de palabra contra el orden clerical ni quiso criticarlo, pero que por alguna otra poderosa razón, además de la humildad, rehusó a ser clérigo y, con la dulzura y la firmeza que le caracterizaban, impidió mientras pudo que se reprodujera en su fraternidad la división entre clérigos y laicos. Y, cuando ya no pudo impedirlo, su cuerpo y su alma se llagaron y murió a los 45 años.
Una vez que él con algunos hermanos moraba de paso en un pobrecillo eremitorio, llegó en visita una importante dama y pidió que le mostraran el oratorio, la sala capitular, el refectorio y el claustro. Francisco y sus hermanos la llevaron a una colina cercana y le mostraron toda la superficie de la tierra que podían divisar y le dijeron: “Este es nuestro claustro, señora”. Que era como decir: “No queremos ser ni monjes ni religiosos ni seglares, ni clérigos ni laicos. Es otra cosa, Señora. Queremos vivir como Jesús”.

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¿Qué nos está pasando en la Iglesia?

Palabras del P. José Comblin

Texto íntegro de la conferencia brindada recientemente por el P. José Comblin en la UCA de El Salvador (República de El Salvador). A sus 87 años mantiene una lucidez de pensamiento y una esperanza tal en el futuro del cristianismo que sus palabras encienden el fervor de sus oyentes. (Publicada en ATRIO el 16 de septiembre de 2010)

Buenas tardes a todas y todos. 

No es la primera vez que hablo en este lugar, pero agradezco mucho la amistad de Jon Sobrino, que nos conocemos desde hace tanto tiempo y yo lo estimo como una de las cabezas más lúcidas de este tiempo que renovó completamente la cristología.
Bueno…Las preguntas de ayer me han dado la impresión que en muchas personas hay un cierto desconcierto en la situación actual de la Iglesia. O sea, como una sensación de inseguridad. Como decía Santa Teresa, de “no saber nada al respecto, que nada provoque temor”. Cuando era joven yo conocí algo semejante y, tal vez, peor. Era el pontificado de Pio XII. Él había condenado a todos los teólogos importantes, había condenado todos los movimientos sociales importantes, por ejemplo, la experiencia de los padres obreros en Francia, Bélgica y otros países. Ahí nosotros jóvenes seminaristas y después jóvenes sacerdotes estábamos más que desconcertados, preguntándonos: -Pero, ¿todavía hay porvenir?

Yo me acuerdo que en aquel tiempo había leído una biografía de un autor austríaco del papa Pio XII. Y ahí contaba algunas palabras que había escrito el P. Liber, jesuita, profesor de Historia de la Iglesia en la Gregoriana. El P. Liber era confesor del papa. Sabía todo lo que pasaba en la cabeza de Pio XII y entonces decía: “Hoy la situación de la iglesia Católica es igual a un castillo medieval, cercado de agua, levantaron el puente y tiraron las llaves al agua. Ya no hay manera de salir (risas). O sea, la Iglesia está cortada del mundo, no tiene más ninguna posibilidad de entrar”. Eso dicho por el confesor del papa, que tenía motivos para saber esas cosas. Después de eso vino Juan XXIII y ahí, todos los que habían sido perseguidos, de repente son las luces en el Concilio y de repente todas las prohibiciones se levantan. Ahí renació la esperanza. Digo esto para que no se perturben. Algo vendrá… algo vendrá que no se sabe qué, pero algo siempre pasa.

¿Cómo explicar esas situaciones que todavía pueden recomenzar? Porque nos estamos acercando a la fase final de la cristiandad. Ya hace muchos siglos que han anunciado la muerte de la cristiandad… que está agonizando desde hace 200 años, pero todavía puede continuar su agonía durante algunas décadas o algunos años. O sea, ha dejado de ser la conciencia del mundo occidental. Ha dejado de ser la fuerza que anima, estimula, aclara, explica la fuente de la cultura, la economía, de todo lo que fue durante el tiempo de la cristiandad. Eso se ha destruido progresivamente desde la Revolución Francesa y aquí desde la independencia, desde la separación del imperio español.
Entonces, poco a poco, han aparecido muchos profetas que han dicho que se ha muerto la cristiandad… hace 200 años ya. Pero la fachada es tan fuerte, resiste tanto, que se mantiene una tensión constante. Pero ahora sí creo que la cristiandad está entrando en sus fases finales. ¿Quieren una señal? La encíclica Caritas in Veritate… No sé cuántas personas aquí han leído la encíclica. Si se ve qué repercusión ha tenido en el mundo: impresionante silencio… Tal vez silencio respetuoso pero más probablemente silencio de indiferencia. A nadie ya le importa la doctrina social de la iglesia…. que también ha dejado de interesarse de lo que sucede en la realidad concreta.


Hace algunos años un sociólogo jesuita muy importante el P. Calvez, que tuvo un papel importantísimo en la creación, manutención de la doctrina social de la iglesia, publicó un libro con el título: “Los silencios de la doctrina social de la iglesia”. Todavía está en silencio. Deja de entrar con fuerza en los problemas del mundo actual; se queda con teorías tan vagas, tan abstractas, tan generales…la carta Caritas in Veritate podría ser firmada por el Fondo Monetario Internacional (risas), por el Banco Mundial… sin ningún problema. No hay absolutamente nada que incomode a esa agente. ¿Entonces para que? Eso es señal.
¿Quieren otra señal? La Conferencia de Aparecida ha dicho muchísimas cosas muy buenas; quiere transformar la iglesia en una misión, pasar de una iglesia de “conservación” a una iglesia de “misión”. Sólo que piensa que eso va a ser hecho por las mismas instituciones que no son de misión sino de conservación. Eso va a ser hecho por las diócesis, por la parroquia, por los seminarios, por las congregaciones religiosas. Estos, aquí, de repente y por milagro: ¿van a transformarse en misioneros? Hace tres años ya y ¿que pasó en su diócesis? ¿Cómo se aplicó la opción por los pobres?

No sé cómo es aquí, pero en Brasil no veo mucha transformación. Es decir, la cristiandad se está disolviendo progresivamente; pero el problema es el después. Después ¿qué? ¿Qué viene… cómo? De ahí la inseguridad porque no sabemos lo que viene después. Pero al fin quedémonos con lo que dice Santa Teresa: no nos perturbemos. Esto sucedió muchas veces en la historia y todavía va a suceder probablemente muchas veces. Hay que aprender a resistir, a aguantar, no dejarse desanimar o perder la esperanza por eso que sucede.
Lo que sucede es que en Roma no se convencen que la cristiandad ha muerto. Creen que las encíclicas iluminan el mundo; creen que las instituciones eclesiásticas iluminan y conducen el mundo. O sea, es un mundo cerrado, que de hecho viven en un castillo medieval, cercado de agua. Y entonces ¿qué pasa? Vamos a ver cómo interpretar, cómo ver lo que está pasando. Y de ahí ver cuál es el “método teológico” que conviene para eso.
El evangelio viene de Jesucristo. La religión no viene de Jesucristo.
Hay que partir de una distinción básica que ahora varios teólogos ya han propuesto entre el evangelio y la religión.
El evangelio viene de Jesucristo. La religión no viene de Jesucristo. El evangelio no es religioso. Jesús no ha fundado ninguna religión. No ha fundado ritos; no ha enseñado doctrinas; no ha organizado un sistema de gobierno… nada de eso. Se dedicó a anunciar, promover el reino de Dios. O sea, un cambio radical de toda la humanidad en todos sus aspectos. Un cambio, y un cambio cuyos autores serán los pobres. Se dirige a los pobres pensando que solamente ellos son capaces de actuar con esa sinceridad, con esa autenticidad para promover un mundo nuevo. ¿Eso sería un mensaje político? No es político en el sentido de que propone un plan, una manera…no, para eso la inteligencia humana es suficiente; pero como meta política, porque esto es una orientación dada a toda la humanidad.

Y… ¿La religión? ¡Ah! Jesús no ha fundado una religión pero sus discípulos han creado una religión a partir de Él. ¿Por qué? Porque la religión es algo indispensable a los seres humanos. No se puede vivir sin religión. Si la religión actual aquí se desintegra, ¡hay 38.000 religiones registradas en Estados Unidos! O sea, no faltan religiones, aparecen constantemente. El ser humano no puede vivir sin religión, aunque se aparte de las grandes religiones tradicionales. Entonces, la religión es una creación humana. Entre la religión cristiana y las demás religiones, la estructura es igual. Es una mitología. Tal como hay una mitología cristiana, hay una mitología hinduista, sintoísta, confucionista… Eso es parte indispensable para la humanidad. O sea, cómo interpretar todo lo incomprensible de la humanidad por la intervención de seres con entidades sobrenaturales, fuera de este mundo, que están dirigiendo esta realidad.


En segundo lugar, una religión son ritos; ritos para apartar las amenazas y para acercarse a los beneficios. Todas las religiones tienen ritos. Y todas tienen gente separada, preparada, para administrar los ritos; para enseñar la mitología. Esto es común a todos. Entonces esto debía suceder con los cristianos también. Debía suceder. ¿Cómo podrían vivir sin religión?
¿Cómo empezó esa religión? Debe haber comenzado cuando Jesús se transformó en objeto de culto. Lo que sucedió bastante temprano, sobre todo entre los discípulos que no lo habían conocido, que no habían vivido con él, que no habían estado cerca. Entonces la generación siguiente o los que vivían más distantes, más lejos, entonces para ellos Jesús se transformó en objeto de culto. Con eso… se des-humanizó progresivamente. El culto de Jesús va remplazando el seguimiento de Jesús. Jesús nunca había pedido a los discípulos un acto de culto; nunca había pedido que le ofrecieran un rito… nunca. Pero sí quería el seguimiento, su seguimiento.
Esa dualidad comienza a aparecer temprano; 30 años, 40 años después de la muerte de Jesús, ya aparece con fuerza suficiente para que Marcos escribiera en su evangelio precisamente para protestar contra esas tendencias de des-humanización, o sea, de hacer de Jesús un objeto de culto. Este evangelio es precisamente para recordar una palabra de profeta: ¡No! Jesús era eso. Jesús ha hecho eso, ¡vivió aquí en este mundo! Vivió aquí en esta tierra.

Con el desarrollo de la religión cristiana, qué se hizo—aquí problema para los teólogos—entonces? progresivamente esa tentación reapareció. ¡Nació un comienzo de doctrina! El símbolo de los Apóstoles. Y ¿qué dice el símbolo de los Apóstoles sobre Jesús? Ah…dice que nació y murió. Nada más. Como si lo demás no tuviera importancia, como si la revelación de Dios no fuera justamente la misma vida de Jesús, sus actos, sus proyectos, todo su destino terrestre… esa es la revelación, pero eso ya se va perdiendo de vista. Los símbolos de Nicea y Constantinopla: igual. Cristo nació y murió. El Concilio de Calcedonia define que Jesús tiene una naturaleza divina y una naturaleza humana. Pero, ¿qué es una naturaleza? Un ser humano no es una naturaleza. Un ser humano es una vida, es un proyecto, es un desafío, es una lucha, es una convivencia en medio de muchos otros. Eso es lo fundamental si queremos hacer el seguimiento de Jesús.

La religión: distinción entre lo sagrado y profano     
Progresivamente aparece a partir de los primeros concilios un distanciamiento entre la religión que se forma. Con Nicea y Constantinopla ya hay un núcleo de enseñanza y de teología y la iglesia va a dedicarse a defender, promover, aumentar esa teología. Ya se han organizando grandes liturgias de Basilio o de otros, y ya se ha organizado un clero. El clero como clase separada es una invención de Constantino. Hasta Constantino no había distinción entre personas sagradas y personas profanas. Todos laicos. Porque Jesús apartó la clase sacerdotal y no había previsto ninguna manera que apareciera otra clase sacerdotal, porque todos son iguales. Y no hay personas sagradas y personas no sagradas porque para Jesús no hay diferencia entre sagrado y profano. Todo es sagrado o todo es profano.
Ahora, en la religión hay una distinción básica entre sagrado y profano. Todas las religiones. Y hay un clero que se dedica a lo que es sagrado. Y los otros que están en lo profano, en la religión son receptores, no son actores; no tienen ningún papel activo. Para tener un papel activo hay que ser realmente consagrado. Eso comienza al tiempo de Constantino.
Y entonces a partir de aquello van a aparecer dos líneas en la historia cristiana. Los que como el evangelio de Marcos quiere recordar: ¡No!…Jesús ha venido para mostrar el camino, para que lo sigamos. Eso es lo básico, lo fundamental. Una línea que va a renovar, a aplicar en diversas épocas históricas lo que fue la vida de Jesús y como él lo enseñó. Y en toda la historia podemos seguir. Claro que no sabemos todo, porque la gran mayoría de los que siguieron el camino de Jesús fueron pobres, de los que nunca se habló en los libros de historia y entonces no han dejado documentos.


Pero hay personas que han dejado documentos y con eso podemos acompañar dónde en la historia de la iglesia cristiana, dónde aparece el evangelio. Dónde se buscó primeramente la vivencia del evangelio. Los que buscaron radicalmente el camino del evangelio fueron siempre minorías, como decía Helder Camera, “minorías abrahánicas”.
La mayoría está en el otro polo; en la religión. O sea, dedicándose a la doctrina; enseñando la doctrina, defender la doctrina contra los herejes y las herejías… eso fue una de las grandes tareas; practicar los ritos y formar la clase sagrada, la clase sacerdotal. Eso nos lleva a una distinción que va a manifestarse en toda la historia. El polo “evangelio” está en lucha con el polo “religión” y “religión” con el polo “evangelio”. En toda la historia cristiana. Toda la historia cristiana es una contradicción permanente y constante entre los que se dedican a la religión y los que se dedican al evangelio. Claro que hay intermediarios y así no hay polos totales. Pero en la historia hay visiblemente dos historias; dos grupos que se manifiestan.

La historia oficial: cuando yo era joven nos daban historia de la iglesia que era “historia de la institución eclesiástica” y entonces allí solo se hablaba de la religión, suponiendo que la religión era la introducción al evangelio. Pero eso es una suposición: que todo lo que ha nacido en el sistema católico viene de Jesús, como se decía en la teología tradicional en tiempos de la cristiandad: que todo lo que hay en la iglesia Católica Romana, al final, viene de Jesús. Con muchos malabarismos teológicos ahí se logra mostrar que todo tiene finalmente su raíz en Jesús. No tienen su raíz en otras religiones, en otras culturas. Como si los cristianos que se convierten a la iglesia fueran totalmente puros de toda cultura y toda religión. Todos traen su cultura y su religión; e introducen en su vida cristiana, elementos que son de su religión y cultura anterior y por eso resulta una religión que es siempre ambigua, compleja. Es inevitable porque los seres humanos que entran en la iglesia no son ángeles. Ellos están cargados de siglos y siglos de historia y de transmisión cultural y todo eso entra, naturalmente, a la iglesia. De ahí una oposición que en materia política, por ejemplo, se muestra claramente. Se dice: el evangelio procede de Dios y por lo tanto no puede cambiar. La religión es creación humana, por lo tanto puede y debe cambiar según la evolución de la cultura, las condiciones de vida de los pueblos en general. Si la religión queda apegada a su pasado, ella es poco a poco abandonada en favor de otra religión más adaptada; o más comprensible.

El evangelio se vive en la vida concreta, material, social. La religión vive en un mundo simbólico: todo es simbólico – doctrina, ritos, sacerdotes… todos son entidades simbólicas. Que no entran en la realidad material. El evangelio es universal, porque no trae ninguna cultura y no está asociado a ninguna cultura, a ninguna religión. Las religiones están siempre asociadas a una cultura. Por ejemplo, la religión católica actual está ligada a la subcultura clerical romana que la modernidad ha marginalizado, que está en plena decadencia porque sus miembros no quisieron entrar en la cultura moderna. El evangelio es renuncia al poder y a todos los poderes que existen en la sociedad. La religión busca el poder y el apoyo del poder en todas las formas de poder… ¡y son tan visibles!
El poder… Recuerdo que en tiempo de la prisión de los obispos en Riobamba el nuncio decía: “si la iglesia no tiene apoyo de los gobernantes, no puede evangelizar (risas)”. Uno podría pensar al revés: que si tiene el apoyo de los poderes será difícil evangelizar.
Pero esa es una mentalidad que está en resto de la cristiandad entre la iglesia fundida en una realidad político-religiosa y entonces, naturalmente, estaban unidas todas las autoridades: el clero y el gobierno; el clero y el ejército—todo unido. Renunciar a eso es muy difícil. Renunciar a la asociación con el poder es muy difícil. Voy a dar un ejemplo. Mi obispo actual en el Estado de Bahía, Brasil, es un franciscano, se llama Luis Flavio Carpio. Se hizo famoso en Brasil por dos huelgas de hambre que realizó para protestar contra un proyecto faraónico del gobierno, basado en una inmensa mentira. No hay tiempo para contar toda la historia… pero se hizo conocer y fue invitado en el Kirchentag de la Iglesia alemana.


Después de la invitación habló en varias ciudades de Alemania. Un grupo se acercó diciendo que venían para entregarle una donación… una ayuda para sus obras. Y era bastante: unos $100.000 dólares. Él preguntó: “¿De dónde viene ese dinero? Le dijeron que son algunas empresas, algunos ejecutivos. Entonces dijo: “No acepto. No quiero aceptar el dinero que fue robado a los trabajadores, a los compradores de material”. No aceptó… ninguna alianza con el poder económico. Yo no sé cuántos en el clero no aceptarían… (aplausos). Ese obispo es un franciscano igual a San Francisco. Toda su vida ha sido así. Por eso me fui  a vivir ahí… para santificarme un poquito en contacto con una persona tan evangélica…

Entonces… ¿Cómo nació la Iglesia? La Iglesia de la que se habla: esa realidad histórica, concreta de la que tenemos experiencia. Para el pueblo en general la iglesia es el papa, los obispos, los padres, las religiosas, religiosos… ese conjunto institucional de la que se habla y que provoca también tanta incertidumbre como lo hemos visto. ¿Cómo nació la iglesia? Jesús no fundó ninguna iglesia. El mismo Jesús se consideraba como un judío; era el pueblo de Israel renovado y los primeros discípulos también; los doce apóstoles son los patriarcas de la iglesia del Israel renovado. La primera conciencia era que la continuación de Israel, la perfección, la corrección de Israel. Pero una vez que el evangelio penetró en el mundo griego, ahí Israel no significaba muchas cosas para ellos y allí Pablo inventa otro nombre. Da a las comunidades que funda en las ciudades el nombre de “ekklesía”, lo que se tradujo por “iglesia”. ¿Qué es la ekklesía? El único sentido que tiene en griego es “la asamblea del pueblo reunido que gobierna la ciudad”; en la práctica era la gente más poderosa, pero en fin, es que en la ciudad griega el pueblo se gobierna a sí mismo y lo hace en reuniones que son “ecclesías”.
Pablo no da ningún nombre religioso a las comunidades; los ve como un grupo destinados a ser la animación. El mensaje de transformación de todas las ciudades, de tal manera que están constituyendo el comienzo de una humanidad nueva: y es una humanidad donde todos son iguales; todos gobiernan a todos. Después viene la carta a los Efesios en la que se habla de iglesia como traducción del “kahal” de los judíos, o sea es el nuevo Israel. Y la ecclesía es ahí también el nuevo Israel. O sea, todos los discípulos de Jesús unidos en muchas comunidades, pero no unidos institucionalmente sino unidos por la misma fe. Todos constituyen la “ecclesìa”, la gran iglesia que es el cuerpo de Cristo. Todavía no existen instituciones.

Pero naturalmente no podía continuar así. Los judíos que aceptaron el cristianismo, no así abandonaron todos el judaísmo. Y cuando creció el número de cristianos, el número de comunidades, allí comenzaron a penetrar algunas estructuras. En el tiempo de Pablo aún no hay presbíteros, aunque san Lucas diga lo contrario; pero san Lucas no tiene ningún valor histórico: eso ya todo el mundo lo sabe. Atribuye a Pablo lo que se hacía en su tiempo; entonces imagina que Pablo fundó presbíteros, consejos presbiterales: ¿cómo se justificaría un obispo sin ordenar sacerdotes? Entonces parece evidente un comienzo de separación todavía muy sencilla, porque todavía no hay sacralidad, no hay nada sagrado: los presbíteros no son sagrados, así como los presbíteros de las sinagogas no eran sagrados; tenían una función, una misión de gobierno, de administración, pero no una función ritual, o una función de enseñanza de una doctrina.

Después aparecieron los obispos. Al final del II siglo se estima que el esquema episcopal está generalizado, pero demoró bastante. Clemente de Roma, cuando publica y escribe su carta a los Corintios, dice “presbíteros”: eso no es obispo. Todavía en Roma no hay obispo, solo presbíteros. Pero se organizó el esquema episcopal. Es probable que para las luchas contra las herejías, contra el gnosticismo, se necesitaba una autoridad más fuerte, para poder enfrentar el gnosticismo y todas las nuevas religiones sincretistas que aparecen en aquel tiempo.
Y la Iglesia como institución universal, ¿cuándo aparece? Hubo en el siglo III concilios regionales: obispos de varias ciudades que se reunían. Pero una entidad para institucionalizar todo no existía. Quien inventó esta Iglesia universal fue el emperador Constantino. Él reunió a todos los obispos que había en el mundo con viajes pagados por él, alimentación pagada también por él y toda la organización del concilio fue dirigida por el emperador y los delegados del emperador. Esto constituye un precedente histórico. Hasta hoy no estamos libres de eso: que la Iglesia universal como institución haya nacido por el emperador.


Después en la historia occidental cayó el emperador romano y allí progresivamente el papa logró llegar a la función imperial. Se dieron muchas luchas en la Edad Media entre el papa y el emperador, pero siempre el papa se estimaba superior al emperador. En las cruzadas, el papa era generalísimo de todos los ejércitos cristianos; era una personalidad militar: comandante en jefe del ejército cristiano. Y dentro de la línea de los Estados pontificios, todavía esto se mantiene.
Cuando el papa perdió el poder temporal, allí reforzó su poder sobre las Iglesias: y gobierna a las Iglesias como un emperador, o sea todos los poderes son centralizados en una sola mano y con todas las ventajas de una corte: porque si no hay nada de democracia en la Iglesia. ¿Quiénes son los que orientan al papa? ¡La corte! Los cortesanos, los que están allí cerca. Claro que él no puede hacer todo, pero en fin una corte separada del pueblo cristiano. Todavía estamos sufriendo las consecuencias de aquello. El papa Pablo VI dijo en algunos momentos que realmente había que cambiar la función actual del papa o sea de lo que hace el papa. Juan Pablo II en la “Unum sint” dice también hay que darse cuenta de que el gran obstáculo en el mundo de hoy es esa concentración de todos los poderes en el papa; habría que encontrar otra manera de ejercer eso. Eso para decir que todo esto pertenece a la religión.

Tarea de la teología: en el evangelio y en la religión
A partir de eso, ¿cuál es la tarea de la teología? Es compleja, justamente porque tiene una tarea en el Evangelio y una tarea en la religión. La teología fue durante siglos la ideología oficial de la Iglesia. Su papel era justificar todo lo que dice y hace la Iglesia con argumentos bíblicos, con argumentos de tradición, liturgia, y un montón de cosas que yo aprendí cuando estaba en el seminario. Claro que no lo creía (risas), pero todavía la mayoría lo cree. Entonces, ¿qué pasa?

Primera tarea: ¿qué dice el Evangelio?
Entonces primero: primera tarea, el Evangelio, ¿qué dice? ¿Qué es lo que es de Jesús? ¿Qué es lo que es penetración del judaísmo, penetración de otra cultura, penetración de otro tipo de religión? ¿Qué es lo que viene de Jesús según el Nuevo Testamento? Todo el Nuevo Testamento no viene de Jesús: no; las epístolas pastorales que hablan, por ejemplo, de los presbíteros: eso no viene de Jesús. Entonces la tarea de la teología consistirá en decir qué es lo que es de Jesús, qué es lo que realmente quiso, qué lo que realmente hizo y en qué consiste realmente el seguimiento de Jesús.

Viendo en la historia, ¿cuáles fueron las manifestaciones, dónde, en formas diferentes, porque las situaciones culturales eran diferentes, dónde podemos reconocer la continuidad de esa línea evangélica? Porque si queremos penetrar en el mundo de hoy y presentar el cristianismo al mundo de hoy, todo lo que es religioso no interesa. Lo que puede interesar es justamente el Evangelio y el testimonio evangélico. Nadie va a convertirse por la teología: usted puede hacer todas las mejores clases, nadie va hacerse cristiano por motivo de la teología. Por eso me pregunto: ¿por qué en los seminarios se cree que la formación sacerdotal es enseñar la teología? Yo no entiendo, no entiendo. ¿No hay otra cosa que hay que hacer para evangelizar? No es mucho más complejo. Por eso hace 30 años que he decidido en presencia de Dios nunca más trabajar en seminarios (risas). Porque, eso ya no.

Entonces la línea evangélica es esa! San Francisco. San Francisco era un extremista. No quería que sus hermanos tuvieran libros: nada de libros. Con el Evangelio basta: no se necesita nada más. El mismo decía: “Yo, lo que enseño, no lo aprendí de nadie, ni del papa; lo aprendí de Jesús directamente, por su Evangelio”. Bueno, eso es lo que puede convencer al mundo de hoy que está en una perturbación completa y que se aparta siempre más de las Iglesias institucionales antiguas, tradicionales. Todas las grandes religiones han nacido casi como entre 1.000 y 500 años antes de Cristo, salvo el Islam que apareció después; pero es como un ramo de la tradición judeo-cristiana. Entonces, primero eso.


¿Què hacer con la religión?
Segundo la religión: ¿qué hacer con la religión? Hay que examinar en todo el sistema de religión, qué es lo que ayuda, qué realmente ayuda a entender, a comprender, a actuar según el Evangelio. ¿Eso habrá nacido por inspiración del Espíritu en monjes, por ejemplo? Si usted ve la vida de los monjes del desierto en Egipto, eso no es un mensaje: no es un mensaje y no viene del Evangelio tampoco. O sea muchas cosas vienen no se sabe de qué tradición, tal vez puede haber sido del budismo u otras cosas así. Entonces examinar qué es lo que todavía vale hoy, y sinceramente.

Jesús no ha instituido 7 sacramentos. Hasta el siglo 12 se discutía si eran 10, 7, 5, 9, 4: no había acuerdo; finalmente han decidido que había 7. Bueno, por motivos de 7 días del Génesis, 7 planetas, el número 7… pero hay cosas que visiblemente ya no hablan para la gente actual, por ejemplo, el sacramento de penitencia con confesión a un sacerdote. ¿Cuántos se confiesan actualmente? Hace 20 años yo atendía en la Semana Santa, en una parroquia popular, a 2.000 confesiones y el párroco también 2.000 confesiones. Hoy día: 20, 30, o sea que la gente ya no responden. Eso ha sido definido en el siglo XII, XIII: ¿por qué mantener algo que ya no tiene ningún significado y, al revés, que provoca mucho rechazo? O sea que uno necesite hablar con alguien, que al pecador le gusta hablar con alguien, pero no justamente al sacerdote: hay muchas personas, hay muchas mujeres que pueden hacer ese oficio mucho mejor, con más equilibrio, sin atemorizar como hacen los sacerdotes. Eso es una cosa…

Pero hay un motón de cosas que es necesario revisar porque no tienen porvenir. Entonces es inútil querer defender o mantener algo que ya es obstáculo a la evangelización y que no ayuda absolutamente en nada. En las liturgias hay muchas cosas que cambiar. La teoría del sacrificio ha sido introducida por los judíos naturalmente. En el templo se ofrece sacrificios, los sacerdotes son personas sagradas que ofrecen el sacrificio. Toda esa teoría, hoy día no significa absolutamente nada. Que el padre sea dedicado a lo sagrado para ofrecer el sacrificio y que la Eucaristía sea un sacrificio: ¿todo esto viene de Jesús? Ah, no viene de Jesús. Entonces hay que ver si eso vale o no vale. ¿Para qué mantener algo no vale?

Y después hay también la otra parte: lo que no ayuda, lo que ha sido infiltración de otras tendencias, otras corrientes, por ejemplo, la vida ascética de los monjes irlandeses. Irlanda fue la isla de los monjes. Allí los obispos no tenían autoridad; solamente servían para ordenar sacerdotes; pero, por lo demás podían descansar. Los que mandaban eran los monjes: los monasterios eran los centros, lo que era la diócesis actualmente. Esos monjes irlandeses vivían una vida ascética, pero tan extraordinariamente deshumana para nosotros que eso es imposible que venga de Jesús, es imposible que eso ayude, porque esos hombres allí eran súper-hombres, pero no existen más hombres semejantes hoy. Un ejercicio de penitencia que hacían, por ejemplo, era entrar en el río -en Irlanda los ríos son fríos- y quedarse allí desnudo para rezar todos los salmos (risas)… Esa manera de entender la vida, no; no hay que considerar que eso es cristiano; no es marca de santidad tampoco; no es así que se manifiesta la santidad. Examinar todo lo que viene de allá.
Todas las congregaciones femeninas saben cuánto hay que luchar para cambiar costumbres, tradiciones que no son evangélicas. ¡Cuántos debates! Yo conozco una serie de congregaciones femeninas y ¡cuánto tiempo que se  gasta en discusiones, disputas! entre las que quieren conservar todo y las que quieren abandonar lo que no sirve más y encontrar otro modo de vivir más adaptado a la situación actual.
Entonces,  tarea de la teología… Claro que es cambiar, eso cambia la tradición, deja de ser la ideología de todo el sistema romano: pero esa no tiene porvenir. Ese tipo de teología ya hace tiempo que ha sido progresivamente abandonada.

En América Latina apareció algo: hemos conocido un nuevo franciscanismo, o sea, una nueva etapa, pero radical, de vida evangélica. ¿Cuándo nació? He hablado de los obispos que han participado en eso y que animaron Medellín y de la opción por los pobres, los santos padres de América Latina.


Y ustedes los conocen. Si hay que marcar el origen del nuevo evangelismo de la Iglesia latinoamericana, yo diría, -no se olviden-, el 16 de noviembre de 1965. En ese día, en una catacumba de Roma, 40 obispos, la mayoría latinoamericanos, incitados por Helder Cámara, se juntaron y firmaron lo que se llamó “el Pacto de las Catacumbas”. Allí se comprometían a vivir pobres, en la comida, en el transporte, en la habitación. Se comprometen; no dicen lo que habría que hacer; se comprometen y de hecho lo hicieron después, una vez que llegaron a sus diócesis. Y después; a dar prioridad en todas sus actividades a lo que es de los pobres, o sea, dejando muchas cosas para dedicarse prioritariamente a los pobres y una serie de cosas que van en el mismo sentido. Esos fueron los que animaron la Conferencia de Medellín. O sea, aquí nació.
Y tuvieron un contexto favorable: el Espíritu Santo ya en aquel tiempo había suscitado una serie de personas evangélicas. Las Comunidades Eclesiales de Base habían nacido ya.

Religiosas insertas en las comunidades populares ya había. Pero, eran pocos y se sentían un poco como marginados en medio de los otros. Medellín les dio como una legitimidad y al mismo tiempo una animación muy grande, y se expandió. ¿Fue toda la Iglesia latinoamericana? Claro que no. Siempre es una minoría. Un día, me acuerdo, le preguntaron al cardenal Arns – un santo, con quien hemos vivido muy buenas relaciones de amistad -… un periodista le había preguntado: “usted, señor cardenal, aquí en Sao Paulo tiene mucha suerte, toda la Iglesia se hizo Iglesia de los pobres, las monjas todas al servicio de los pobres: ¡qué cosa magnífica!”. Ahí, Dom Paulo dijo: “Sí pues, aquí en Sao Paulo 20% de la religiosas se fueron a las comunidades pobres; 80% se quedaron con los ricos”. Era mucho. Hoy día no hay 20%.

Esto fue una época de creación, una de esas épocas que hay a veces en la historia donde una efusión muy grande del Espíritu. Pero tenemos que vivir esa herencia: es una herencia que hay que mantener, conservar preciosamente porque eso no va a reaparecer. A veces me preguntan: ¿Por qué hoy dìa los obispos no son como en aquel tiempo? Porque en aquel tiempo es la excepción, o sea, en la historia de la Iglesia es la excepción: de vez en cuando el Espíritu Santo manda excepciones.

Y ¿quién va a evangelizar el mundo de hoy? Para mí, son los laicos. Y ya aparecen muchos grupitos de jóvenes que justamente practican una vida mucho más pobre, libres de toda organización exterior, viviendo en contacto permanente con el mundo de los pobres. Ya hay; habría más si se hablara más, si fueran más conocidos. Puede ser una tarea también auxiliar de la teología: divulgar lo que está pasando realmente, dónde está el Evangelio vivido en este momento, para darlo a conocer, para que se conozcan mutuamente, porque de lo contrario pueden perder ánimo o no tener muchas perspectivas. Una vez que se unan, formen asociaciones, cada cual con su tendencia, su modo de espiritualidad. No espero mucho del clero. Entonces es una situación histórica nueva.

Pero sucede que, en este momento, los laicos han dejado de ser analfabetos, eso ya hace tiempo: tienen una formación humana, una formación cultural, una formación de su personalidad que es muy superior a lo que se enseña en los seminarios. O sea, tienen más preparación para actuar en el mundo, aunque no tengan mucha teología. Se podría dar más teología, pero es otro asunto. Ahora no vamos a pensar que mañana  quienes que van a realizar el programa de Aparecida, van a ser los sacerdotes? Yo no conozco todo, pero los seminarios que yo conozco, las diócesis que yo conozco, se necesitaría 30 años para formar un clero nuevo: y ¿quién va a formarlo?
Para los laicos es distinto: hay muchísima gente dispuesta, y gente con formación humana, con capacidad de pensar, de reflexionar, de entrar en relación y contactos, de dirigir grupos, comunidades, grupos. Pero muchos todavía no se atreven, no se atreven. Pero ahí está el porvenir.
Para terminar con una anécdota: me llamaron a Fortaleza, en el nordeste de Brasil. Ahora, Fortaleza es una ciudad muy grande: un millón de habitantes. La Santa Sede había apartado, marginado al cardenal Aloiso Lorscheider, mandándolo al exilio en Aparecida que es un lugar de castigo para los obispos que no han agradado.


Entonces allí vino un sucesor, Dom Claudio Humes que ahora es cardenal en Roma. Claudio Humes suprimió todo lo que había de social en la diócesis, despidió a todos: 300 personas con la larga trayectoria de servicio, con capacidad humana; así, sencillamente. Un día me llamaron: eran 300, llorando, lamentando: “y ahora no podemos hacer nada; y ahora, ¿qué pasa?”. Yo les dije: “pero, ustedes son personas perfectamente humanizadas, desarrolladas, con una personalidad fuerte. Han tenido éxito en su familia, han tenido éxito en sus carreras, en sus trabajos profesionales. ¿De qué ahora se preocupan si el obispo quiere o no quiere? ¿Por qué se preocupan si el párroco quiere o no quiere? Ustedes tienen toda la formación suficiente y la capacidad: ¿Por qué no actúan, no forman una asociación, un grupo, en forma independiente? Porque el derecho canónico -como muchos católicos no saben-, el derecho canónico permite la formación de asociaciones independientes del obispo, independientes del párroco -eso no se enseña mucho en las parroquias, pero es justamente algo que sí, es importante. Entonces ustedes pueden muy bien juntar 4, 5 personas para organizar un sistema de comunicación, un sistema de espiritualidad, un sistema de organización de presencia en la vida pública, en la vida política, en la vida social: 300 personas con ese valor. Si paga, si tiene que pagar a 5, cada uno va a gastar ni siquiera el 2% de lo que gana, o sea pueden muy bien mantener a 5 personas dedicadas a eso. Y van a escogerlos entre 25 y 30 años porque esa es la época creativa.
Hasta los 25, el ser humano se busca. A partir de este momento termina sus estudios, ya ha conseguido un trabajo. Entonces ya quiere definir su vida: estos son los que tienen capacidad de inventar. Todas las grandes invenciones se han hecho por gente con esa edad.  Pero no lo hicieron: ¿Por qué? ¿Què pasa? ¿Por qué tanta timidez? Ustedes que son tan capaces en el mundo, ¡en la Iglesia nada! No se sentían capaces, necesitaban del obispo que les diga qué hacer, necesitan sacerdotes que les digan: ¿Cómo es posible? A lo mejor no se les enseñó: pueden ser adultos en la vida civil y niños en la vida religiosa.

¡Pero nosotros podemos! Nosotros podemos hacerlo y multiplicarlo en todas las regiones que vamos a conocer. Entonces el porvenir depende de grupos de laicos semejantes, que ya existen aunque todavía estén muy dispersos. El porvenir está ahí: es nuestra tarea a todos, empezando por los jóvenes. En Brasil hay en este momento 6 millones de estudiantes universitarios; 2 millones son de familias pobres -son pobres los que ganan menos de 3 sueldos vitales, porque con menos de 3 sueldos vitales no se puede vivir decentemente-. Dos millones. Y ¿cuál es la presencia del clero? Poquísimos; algunos religiosos. ¿De las diócesis? Nada. Y allí está el porvenir. Son jóvenes que están descubriendo el mundo. Claro, hay unos que entren en las drogas, que se corrompen, pero es una minoría, o sea, el conjunto son personas que quieren hacer algo en la vida. Si no conocen el Evangelio no van a vivir como cristianos: hay que explicar, pero no explicar con cursos de teología, sino explicar haciendo, allí participando de actividades que de hecho son realmente servicios a los pobres. Eso sí, se puede.

Tarea de la teología…Entonces habrá que cambiar un poquito: menos académico, más orientado hacia al mundo exterior… con todos los que no están más en la red de influjo de la Iglesia, que no reciben. Pero, presencia en eso. Y una teología que se pueda leer, sin tener formación escolástica, porque anteriormente si no se tenía formación aristotélica no se podía entender nada de esa teología tradicional. Bueno, la filosofía aristotélica ha muerto, o sea, los filósofos del siglo XX la han enterrado. Entonces, ahora tenemos libertad a ver en el mundo como nos abrimos. Gracias por su atención. (aplausos).
                                                                                                    José Comblin

Transcriptor – Editor:
Enrique A. Orellana F.Conferencia realizada en Universidad Centroamericana Josè Simeòn Cañas. UCA. 

Extraìda de exposiciòn versiòn en audio 18 de Marzo de 2010. San Salvador.




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