El sueño de Galilea

José Cristo Rey García-Paredes

Entre Galilea -periferia carismática- y Jerusalén -centro oficial-, anda la Iglesia. Hay épocas históricas en que ella vive el "sueño de Galilea". Es el tiempo extraordinario, el tiempo del estado naciente (F. Alberoni). Hay otras épocas, más prolongadas, en que la Iglesia se encierra en las murallas de Jerusalén, vive segura en sus palacios, e incluso alberga la tentación de establecerse como centro de poder en el templo y asumir el rostro de su pasado judaico. Es ciertamente en Jerusalén donde el caos llega a su culminación. Pero es fuera de sus murallas donde la nueva creación estalla. Jerusalén es el estado normal, el tiempo del gobierno, de la consolidación institucional. ¿Dónde nos encontramos hoy? ¿En Galilea, o en Jerusalén? Hace ya tiempo que se han ido frenando en la Iglesia las ansias de soñar, de esperar lo nuevo, de enamorarse de ideales y utopías. Estamos en la Iglesia de los realistas, de los burócratas y buenos gestores. La palabra "profecía" se pronuncia en tono menor. Ante la palabra "carisma" se suscitan recelos o sonrisas irónicas. ¡Ay, qué lejos queda ya Pentecostés! Aquel Pentecostés que se soñó acontecimiento permanente.

La Iglesia está sujeta, bien sujeta. No es el tiempo de las iniciativas, de la creatividad, de la espera gozosa de lo nuevo. Por doquier surgen "prohibido el paso", "no al...". El arte, la teología, la liturgia, el pensamiento se han vuelto cansinos, repetitivos, acostumbrados. Es como si el "revival" del gregoriano o de las liturgias imperiales, o de los discursos grandilocuentes, fuera ya nuestra única salida.

Se cree en exceso en el poder transformador de la tradición. ¿Nueva evangelización o revival? ¡Qué bien se sienten en esta atmósfera los tradicionalistas de siempre! Pero hay una generación que fue muy soñadora y se siente hoy demasiado castigada y relegada. Es como si le estuvieran demostrando por activa y por pasiva que todo fue una equivocación. "¿Socialistas? Ahí tenéis el socialismo" "¿apertura, diálogo? Ahí tenéis las defecciones, las salidas", "¿liturgias creativas? ahí tenéis a las masas buscando respuesta a sus ansias religiosas en las sectas", "¿teología de la liberación, teología moderna, ahí tenéis a los Boff, Küng, Schillebeckx, en los márgenes o fuera casi de la Iglesia".

La generación que soñaba con la teología de la liberación, o con una teología más dialogante con nuestra cultura, quienes se entusiasmaban ante la lectura histórica del Evangelio, los que veían en la inserción con los más pobres, en las luchas solidarias por los últimos de la tierra, la gran aplicación del Evangelio para hoy, se ven destinados a envejecer sin contemplar la tierra de sus sueños.

Mujeres y hombres de Iglesia que hoy hablan más bajo. No quieren causar conflictos. Saben que no será convocados para nada importante a nivel oficial, que no se confía en ellos y ellas. En este tiempo de desierto, en esta noche oscura, están descubriendo con más pureza a su Dios. Oran, sufren, callan, esperan. También gozan, porque han descubierto la alegría de lo pequeño, el gozo de la humildad, la fecundidad del olvido oficial. Y son muchas, muchos más de los que cabría esperar. Desean un cambio profundo en la Iglesia. Dudan de que vaya a llegar pronto. Se contentan con la política de los pequeños pasos. Su fe es hoy más sólida. Creen a pesar de todo.

Y ¿ porqué recordar hoy a esta generación? Porque a pesar del poco reconocimiento que obtiene, ha sido el instrumento del que se ha servido el Espíritu para introducir lo extraordinario en su iglesia; porque a través de ella la Iglesia entró en estado naciente; porque el Espíritu ha hecho de ella una generación apasionada, enamorada, entusiasta, rebelde, revolucionaria. Le quedan ya pocos años. Irá poco a poco muriendo, cuando algunos ya la han hecho morir en sus decisiones unilaterales. Cuando uno piensa en Jesús de Nazaret, en Jesús de Galilea, con su historia, sus gestos, su mensaje, su apasionado amor al pueblo, no puede dejar de evocar esta generación. Aquel Jesús era un marginal, un personaje liminal.

Jesús no era un hombre de centro, sino del margen, de la frontera. Cuando llegó a su madurez vital abandonó con total radicalidad su status profesional, su oficio, su casa, y se convirtió en un rabino o profeta itinerante. Sin ningún tipo de mandato oficial, sin ningún aval de autoridad, proclamó la llegada inminente del Reino de Dios y pidió a todos una urgente conversión, es decir, un cambio radical en la forma de vivir y de pensar. Hablaba de Dios de tal manera que los teólogos oficiales lo acusaban de blasfemo. A las prohibiciones del Antiguo Testamento respondió con aserciones alternativas "pero yo os digo". Su madre María expresó muy bien hasta dónde llegaba la alternativa: "Dios... derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humillados, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos". Jesús no supervaloraba las autoridades de este mundo, ni se prosternaba indignamente ante ellas. Como laico profeta tomó posesión del templo y reivindicó otro tipo de templo, de culto y de teología.

Galilea era la marginalidad del imperio y también del Israel de Dios. Predicó desde la marginalidad. No tuvo a su disposición ningún tipo de estructura que avalase su magisterio o su profecía. Cuando le preguntaba la autoridad judía ¿con qué autoridad haces esto? Él respondía identificándose con otro marginal, Juan Bautista, a quien la oficialidad judía no había acogido, pero a quien el pueblo había consagrado. Pero en su marginalidad Jesús fue la creatividad en acción. Era llevado por el Espíritu. No fundó en torno a sí un grupo de burócratas u oficiales. No se parapetó tras el cerco de instituciones que asegurasen el futuro. No hizo de las estructuras económicas su fuerza. Ni con ellas protegió a su grupo. Dejaba que las mujeres lo alimentaran con sus bienes, que formaran parte de su grupo, que entraran a formar parte del discipulado teológico.

Cuanto hoy en la Iglesia nos preguntamos por la voluntad de Jesús hemos de ser humildes y modestos para no confundirla con la nuestra. Hay toda una línea de conducta y de actuación que está ciertamente en línea con la voluntad del Señor. Todo lo que acelera la llegada del Reino del Abbá, todo lo que crea entre nosotros la gran fraternidad y sonoridad, todo aquello que evita que se establezcan entre nosotros relaciones de poder "mundano". Está bien preguntarse una y otra vez qué es voluntad de Jesús para -en consecuencia- cambiar en la Iglesia todo lo que haya que cambiar. Pero probablemente nunca lleguemos a conocer esa voluntad en total discernimiento. Porque en el fondo, Jesús estaba sometido a la voluntad del Padre que se revela históricamente en la inspiración del Espíritu.

Voluntad de Jesús es que no dejemos de soñar, ni de ver visiones, ni de esperar milagros, ni de caminar, de luchar contra el mundo viejo. Hemos sido convocados a la "nueva evangelización". Volvamos a Galilea. Volvamos a soñar y a acoger con ilusión tantos sueños que el Espíritu ha ido sembrando por el mundo.

Que venga de nuevo la profecía, el carisma. Que la Iglesia de Jesús pueda sonreír a través de nuevos momentos de reconciliación, abrazos y besos de paz. Que una gran ola de ecumenismo nos invada a todos y acabe de una vez con tanto unilateralismo. Necesitamos voces proféticas que nos llamen de nuevo a la comunión pero no en fórmulas, no en personajes autoritarios, sino en Jesucristo, en su Evangelio, en la fe de su comunidad, de su pueblo, en la práctica evangélica.

 

José Cristo Rey García-Paredes 
Dr. en Teología Profesor de Teología en Colmenar Viejo (Madrid), en el Studium Theologicum de Curitiba (Brasil), en la Universidad de Salamanca, en el Instituto de Vida Religiosa de Madrid, Institute for Consecrated Life in Asia (ICLA), en Manila (Filipinas) y en el Formation Center de Taiyuan (Shanxi – China).

Director de la revista “Vida Religiosa” en Madrid, miembro de la Comisión Teológica de la Unión de Superiores Generales en Roma, Miembro de la Comisión Teológica del CELAM, Director de la Escuela “Regina Apostolorum”, Director del Instituto Teológico de Vida Religiosa en Madrid.

Lleva publicados alrededor de 30 libros de teología y pastoral.

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Mediación en el conflicto austríaco: "Deshacer los nudos, para rehacer los lazos"

"Este conflicto no puede ser resuelto sin la colaboración de las partes y sin una implicación positiva de Roma" 

Emilia Robles Bohórquez, presidenta de Proconcil(1) 

La llamada a la desobediencia por parte de un 10 % de los sacerdotes austríacos no tendría por qué sorprender ni escandalizar, aunque se pueda estar más o menos de acuerdo. No es más que un síntoma de dinámicas que se vienen produciendo desde hace décadas en una sociedad como la austríaca (la primera que lanzó el Manifiesto Somos Iglesia en 1995). Era -por tanto- algo anunciado; tal vez no de esta manera, o no en esta fecha precisa, pero- en nuestro análisis- sabíamos que podía suceder. Son los países con un catolicismo más acendrado y tradicional, como ocurre también en Irlanda, donde estos conflictos pueden surgir con amplitud y más virulencia; y se pueden orientar como en el caso de Austria, hacia una situación precismática. Esta deriva es funcional a producir una alerta máxima en la Iglesia, pero también puede desorientar si nos quedamos atrapados en esa expresión del conflicto. 

Quedarse en el síntoma de la revuelta austríaca, no propiciaría un acierto en los cambios. No es menos grave el cisma silencioso que se viene produciendo en sociedades más secularizadas, ante una Iglesia cuyas relaciones, lenguajes y ética no convencen y le restan credibilidad y eficiencia en su Misión evangelizadora. Es una ruptura fáctica que no sólo afecta a los ciudadanos de a pie- que dejan de identificarse masivamente con una institución y a criticarla- sino que afecta a sacerdotes y religiosos, disminuidos en número y, a veces en sentido, cuyos miembros críticos más comprometidos se centran en cuestiones sociales y de compromiso con pobres y excluidos; los más acomodaticios en vivir su vida (o su doble vida); y unos y otros tratan de olvidarse de la Iglesia y de su pertenencia a ella en todo lo que resulte prescindible. 

Es muy comprensible la preocupación del Cardenal Shörborn y de otros obispos, que se han pronunciado en Austria intentando buscar soluciones. Cómo pastores inteligentes y formados saben que es una situación con salidas complejas. Castigar o intentar excluir a los líderes de la Iniciativa no haría más que agravar el problema y colocaría al Cardenal Arzobispo de Viena en un lugar que no le corresponde, con graves perjuicios para la Iglesia en su conjunto. Pasarlo por alto daría alas a los inmovilistas que le criticarían por su debilidad. Sobre todo hay que poder entender que se necesita tomar distancia de la situación y trabajar desde un punto exterior al conflicto para poder ser eficaces en las alternativas. Pasa por Austria y por sus autoridades eclesiásticas, pero las transciende, porque afecta a toda la Iglesia. 

Quienes lideran la Iniciativa deben comprender también que si quieren una transformación profunda, esto lleva tiempo y reflexiones que deben plantearse en profundidad, por etapas, en círculos diversos y con sentido de proceso. Porque no sólo importa la consecución de una reforma, por otro lado imposible de realizarse en semanas o meses, sino con qué enfoques eclesiológicos se haga y cómo se realice, desde el punto de vista de las lógicas, de la participación y de los consensos. Máxime cuando, no sólo se ha de abordar y dirimir en Austria, aunque allí tenga un tratamiento específico; y cuando hay que ampliar el enfoque de las reformas concretas, para conciliar lo local y lo universal, anticipándose, si es posible, a explosiones de conflicto. Se necesitarán también signos convincentes de que esto va a ser abordado ya en un clima sereno de diálogo, colaboración amplia y búsqueda de consensos. 

Queda claro que es éste un conflicto que no puede ser resuelto sin la colaboración de las partes y sin una implicación positiva de Roma. Sentarse juntos, escucharse y hacerse cargo de las legítimas preocupaciones una parte de la otra es lo único que parece conducente. Si las demandas de la Iglesia austriaca no conectaran con un interés de la Iglesia Universal tendrían difícil solución. Pero nada de eso parece suceder. Y a priori no hay ningún tema para el que no se puedan encontrar salidas aceptables teológica y eclesiológicamente hablando. 

Es preciso "subirse al balcón" y ver las preocupaciones e intereses que existen más allá de determinadas posiciones. Porque hay varios intereses compartidos que pueden emerger con facilidad para orientar las demandas de reforma: la vida eucarística de las comunidades, la inculturación de la Iglesia en la sociedad en la que vive, el crecimiento de un compromiso comunitario con una Iglesia más creíble y más acorde con valores del Evangelio, la acogida pastoral. Y en la historia de la Iglesia desde sus orígenes hay orientaciones que, aunque en los últimos siglos no se hayan puesto en práctica en la Iglesia Católica Romana, siguen siendo válidas. 

Hay además otra cuestión crucial, que es la del avance o retroceso en el acercamiento con otras Iglesias cristianas. Si el conflicto de Austria terminara en cisma, este no se detendría en Austria. La desesperación ante el inmovilismo aparente es muy amplia en los sectores más comprometidos con la Iglesia. Y generaría simpatías de otros más alejados. Tal vez los disidentes podrían aproximarse a las Iglesias reformadas en una dispersión, que no es lo que buscan estas Iglesias. Y tal vez también, después de producirse esa grave sangría, habría un movimiento de los sectores más cerrados de algunas Iglesias, que querrían venir a formar parte de una Iglesia Católica Romana atrincherada en posiciones tradicionalistas y sectarias. 

No es eso lo que espera de la Iglesia una humanidad doliente, que precisa ver en la Iglesia el rostro de Cristo solidarizado con los dolores, los gozos y las esperanzas de la Humanidad. No es lo que anhelan la mayoría de los creyentes, ni lo que se convendría a esa juventud católica, representada- en parte- por los que vinieron a la JMJ; que por más vivas al Papa que dieran en este contexto madrileño de emoción, se verían gravemente afectados por esa deriva cismática. 

No hay que ignorar que por bien que se aborde la cuestión, no va a llover a gusto de todos. Algunos sectores de diferente signo rechazan la mediación, porque sus intereses, ocultos en gran parte debajo de la punta del iceberg que representan sus argumentos explícitos, son, en gran medida particulares o sectarios; y están íntimamente unidos a posiciones rígidas e inamovibles, (en ocasiones corruptibles, por aquello de que "el fin justifica los medios", o por intereses espurios desde el inicio). 

De conflictos como este y otros similares, sacan sus réditos. La preocupación por ellos debería quedar en un segundo lugar, frente a la de buscar salidas eficientes con una conciencia eclesial amplia e inclusiva; sugiriendo innovaciones que promuevan un cambio real, con los menores costes posibles y con la mayor coherencia evangélica deseable. Un cambio que beneficiara la consecución de esos intereses compartidos que se orientan hacia la gran Misión de la Iglesia en el mundo, ligada al mensaje de Jesús de Nazareth, algo en lo que se juega hoy la Iglesia Católica Romana su identidad y su futuro. Con ella, se lo juega también toda la Humanidad y de una forma especial, los y las más pobres. 

Y para quien no sepa, o a quien pretenda ignorar las condiciones de la mediación, tan sólo recordar que esas reglas y límites existen. La mediación, además de requerir una demanda de las partes, tiene una supervisión ética universal; y hay en contextos en los que no es posible. Las prácticas corruptas y el abuso de poder son algunos de los límites que impiden su desarrollo. 

Por eso, la mediación, aunque se ofrezca a todos no puede realizarse con todos. Salvadas y denunciadas esas objeciones cuando se den, hay que intentar que los consensos y los compromisos de colaboración y evaluación en este proceso de renovación conciliar imprescindible ya sean lo más amplios posibles. La misión profunda del mediador es "deshacer los nudos, para rehacer los lazos". En la Iglesia es el proceso que ayuda a labrar la Comunión. 

(1) Proconcil es una fundación especializada en mediación, constituida en 2006, con sede en Madrid. Su misión consiste en facilitar el contacto, el diálogo y la colaboración entre personas y entre instituciones o entidades de diverso tipo.

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