España. Transición política, transición religiosa

Por José Mª Castillo.

Uno de los problemas más serios que están por resolver en España es que en nuestro país se produjo, hace más de treinta años, la transición política, pero a estas alturas aún no se ha producido la transición religiosa. De ahí, el desfase que existe, en este país, entre lo político y lo religioso. Un hecho más fuerte y de más graves consecuencias de lo que mucha gente se imagina.


Porque, entre otras cosas, este desfase es lo que explica, en gran medida, el malestar que se vive actualmente en la sociedad española. Un malestar que se pone de manifiesto en los continuos roces que existen entre la Iglesia y el Estado, entre la Conferencia Episcopal y el gobierno del PSOE. No voy a recordar aquí los motivos concretos de roce y conflicto, entre la Iglesia y el Estado, ya que son cosas bien conocidas. Lo que quiero es aportar algunos elementos de reflexión que nos puedan ayudar para que mejoren, si es posible, los condicionantes de una convivencia que anda demasiado crispada.

Es un hecho, comprobado por la historia, que las religiones se suelen encontrar más a gusto y encajan mejor en las sociedades autoritarias que en los regímenes democráticos. Porque, en las comunidades pre-democráticas, coexisten los privilegios de los señores con la servidumbre de la gran masa de la población, que se ve obligada a soportar la dominación del poder más o menos totalitario.

Y es un hecho que, en una sociedad, la religión es seguramente el principal aparato que legitima y promueve la sumisión ideológica al poder. Más de una vez se ha dicho que, al Estado autoritario, Dios le resulta más barato que la policía. Pero es claro que, en las sociedades autoritarias, los privilegios y el bienestar de la religión se edifican sobre la privación o mutilación de derechos y libertades de los ciudadanos.

Este lamentable papel de la religión quedaba suficientemente disimulado, en el régimen anterior, cuando los intereses de la Iglesia y el Estado eran coincidentes. Por eso se comprende que, en los cuarenta años de la pasada dictadura, lo primero que hacían los obispos españoles, en cuanto recibían la ordenación episcopal, era ir a visitar a Franco y ante él pronunciaban el siguiente juramento: “Ante Dios y los Santos Evangelios juro y prometo, como corresponde a un obispo, fidelidad al Estado español y al Gobierno establecido según las leyes españolas. Juro y prometo, además, no tomar parte en ningún acuerdo ni asistir a ninguna reunión que pueda perjudicar al Estado español y al orden público, y haré observar a mi clero igual conducta”.

Así quedaron las cosas legalmente al morir el dictador. El problema que hoy tenemos en España, en cuanto se refiere a todo este asunto, radica en que la transición democrática resultó mejor y fue más rápida de lo que cabía esperar, pero, en aquel proceso de cambio, quedó algún cabo suelto, el tema de la religión. Y ahora nos damos cuenta de que no era un “cabo”, sino un “capitán general”.

Es verdad que los obispos apoyaron la instauración de la democracia y aceptaron la nueva Constitución. Además, la Iglesia no intentó formar un “bloque ideológico” católico. Ni jugó la baza de crear un partido político confesional, ni condenó a los partidos de izquierda.

Pero también es cierto que la Iglesia se movió “bajo cuerda” para sacar dos textos legales que han sido determinantes para asegurar sus privilegios: la mención especial al mantenimiento de las “relaciones de cooperación con la Iglesia católica”, en el art. 16, 3 de la Constitución. Y los Acuerdos Iglesia-Estado de 1979, que, en cuestiones muy fundamentales de orden económico y legal, son sencillamente anti-constitucionales.

El hecho es que la sociedad española se ha secularizado a una velocidad de vértigo, mientras que la jerarquía eclesiástica española, planificada desde Roma con criterios excesivamente conservadores, se ha escorado hacia una coincidencia manifiesta con la derecha política, lo que ha tenido como consecuencia que en España coinciden en este momento la creciente progresión democrática con una alarmante regresión religiosa.

Así las cosas, hoy es imposible en España una sociedad verdaderamente laica. Lo cual quiere decir que, en este país, hoy es imposible una sociedad verdaderamente igualitaria. Baste pensar que los ciudadanos confesionalmente católicos gozan de facilidades y privilegios de los que no gozan los ciudadanos que pertenecen a otras confesiones religiosas.

Por otra parte – y esto agrava la situación -, los obispos españoles, amparados en la presunta coincidencia de sus exigencias morales con la sedicente “ley natural”, se empeñan en que el poder legislativo declare como “delitos” cosas que la moral católica enjuicia como “pecados”.

Así las cosas, todos salimos perdiendo. El Gobierno de la nación, que no consigue acallar a los obispos y a la derecha más ultramontana concediendo beneficios económicos. Los muchos ciudadanos españoles, que, como creyentes, no tienen más remedio que estar en contra de determinadas leyes civiles, de la misma manera que muchos ciudadanos no-creyentes están en contra de leyes impuestas por la religión con las que no están de acuerdo.

Y ya, puestos a quedar mal, hasta la Iglesia se ve perseguida, marginada y ofendida en el país de la Unión Europea que más dinero le concede y en el que todavía conserva privilegios que ya no se admiten en ninguna parte. En definitiva, en este país o Iglesia y Estado se ponen cada cual en su sitio. O tendremos pendencias, malestar y fracturas para mucho tiempo. Con detrimento de todos. (PE/Atrio).

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CARTA A UN AMIGO TEOLOGO SOBRE EL ABORTO EN LAS ELECCIONES DE 2010

Por José Comblín

Querido Arnold,
Usted recuerda el golpe electoral que estalló en la víspera de la primera vuelta de las elecciones de 2010 cuando se produjo todo un alboroto con la cuestión del aborto. Ese alboroto se prolongó durante todo el mes de octubre hasta la segunda vuelta. En las iglesias y fuera de las iglesias se distribuyeron millones de panfletos firmados por los obispos del consejo del regional Sur 1 para intimar a los católicos a votar por el candidato José Serra. El motivo era que los candidatos del PT, principalmente la candidata a la presidencia de la república, querían legalizar el aborto en Brasil, y, por consiguiente querían implantar una cultura de la muerte.

Este incidente me hizo reflexionar un poco sobre ese hecho bastante extraño y su significado eclesial. Quiero comunicarle aquí algo de estas reflexiones.

Los obispos denunciadores se decían los defensores de la vida, es decir, personas que luchan contra el aborto y luchan contra todos los políticos que apoyan el aborto despenalizado en Brasil. Su discurso fue el que utilizan los movimientos que dicen ser defensores de la vida, porque condenan el aborto. Era un lenguaje violento, condenatorio. Solamente por distracción los autores se olvidaron de informar que la despenalización del aborto estaba en el programa del PV (partido verde), y que el candidato Serra ya había autorizado el aborto en ciertos casos, cuando era ministro de la salud, que le valió las protestas de la CNBB (Conferencia Nacional de Obispos Brasileños). Seguramente esto fue un olvido por distracción. Por discreción los obispos omitieron lo que sucedió un día en la vida de la pareja de Serra, lo que fue bueno porque la vida privada no debe interferir con la vida pública.

Sucede que la Iglesia siempre ha condenado el aborto, y estableció una pena de excomunión para todos los que tienen participación activa. Logró que en Brasil exista una ley que castigue el aborto. Pero Brasil es uno de los países donde hay más abortos. Algunos dicen que 70.000 al año, otros estudios incluso dicen que uno de cada cinco mujeres en Brasil que ya practicó un aborto. Siempre es un aborto clandestino y naturalmente es hecho en las peores condiciones para los pobres. Pues para quien tiene condiciones hay clínicas privadas bien equipadas, conocidas, pero nunca denunciadas por la Iglesia. Sobre esas clínicas para los ricos el poder judicial cierra los ojos púdicamente. Después de todo, se trata de personas importantes. Las condenaciones de la Iglesia no tienen ningún efecto. La ley de la república no tiene ningún efecto. Los defensores de la vida no consiguen defender nada. Hablan, hablan, pero sin resultado. Condenan, condenan, pero el crimen se comete con la mayor indiferencia a las condenas verbales o legales. Hablan, condenan. y no pasa nada. Ellos se dan buena conciencia creyendo que defienden la vida, pero no defienden nada. Hay un lugar en el Evangelio donde Jesús habla de las personas que hablan y no hacen nada. Impiden la despenalización, pero defienden la situación actual, o sea son los defensores del aborto clandestino, que es la situación actual.

Su argumento podría ser que la despenalización aumentaría el número de abortos. Sin embargo, la experiencia de otros países muestra que, por el contrario, disminuye el número de abortos. Esto se explica fácilmente. Puesto que una vez que una mujer puede hablar abiertamente sobre el aborto, las autoridades pueden con la ayuda de psicólogas, trabajadores sociales, asistentes religiosos dialogar con ella y buscar con ella otra solución, lo que de hecho acontece. Muchas mujeres no habrían hecho aborto si hubieran recibido ayuda moral o material, cuando estaban desamparadas.

Dado que el documento fue firmado por obispos, yo pensé que los obispos iban a explicar lo que están haciendo en la pastoral de su diócesis para combatir el aborto clandestino, e iban a hacer propuestas a los candidatos en las elecciones sobre la base de sus experiencias pastorales. Pero no había nada en el panfleto. Hubiera sido interesante saber qué hacía la pastoral diocesana para evitar que hubiese abortos. Pero no había nada. Los obispos gritaban, asustaban, condenaban, pero no decían lo que hacían. Algunos lectores pensaron: ya que no hablan de su pastoral para evitar el aborto, debe ser porque no existe esa pastoral. Hablan en contra del aborto, pero no hacen nada para evitarlo. Condenan, y nada más.

Ahora bien, podrían hacer mucho. Muchas mujeres que quieren hacerse un aborto, son mujeres angustiadas, perdidas, desesperadas, que se sienten en una situación sin salida. Muchas quieren el aborto porque sus padres no aceptan que tengan un niño. Otras se ven obligados a tener un aborto por el hombre que las forzó, y que puede ser su propio padre, un hermano, un tío, un padrastro. Otras están desesperadas porque la empresa para la que trabajan, no permite que tengan un hijo. Otros son empleadas domésticas y la patrona no acepta que tengan que cuidar un niño. Así que estas chicas o niñas se angustian y no saben qué hacer. No reciben atención, no reciben asesoramiento, no reciben apoyo ni moral ni material, porque todo es clandestino y ni siquiera se atreven a hablar con otras personas, salvo algunas amigas muy íntimas. Al no encontrar alternativas, de mala gana y con mucho sufrimiento recurren al aborto. La Iglesia no las ayudó cuando necesitaban ayuda.

La Iglesia podría tener una pastoral para ver lo que sucede en la calle, en el barrio, ¿cuáles son las niñas o mujeres jóvenes que pueden estar en peligro porque están en esta categoría de riesgo? Podría acoger o dar ayuda moral y material, dialogar, buscar otras soluciones. La experiencia demuestra que a veces un simple abrazo hace desistir de hacer el aborto. El aborto es el resultado de la indiferencia de la comunidad cristiana. Todos somos culpables, todos cómplices por omisión, y, en primer lugar, deberíamos pedir perdón por nuestro descuido en lugar de acusar a estas mujeres. Era lo que se esperaba de un documento firmado por los obispos, que después de todo representan el evangelio y la manera como Jesús trataba a los pecadores.

Jesús no condenó a los pecadores, y es lo que se espera de la Iglesia es que tenga mucha misericordia, mucha comprensión y que ayude efectivamente a esas personas que se encuentren en una situación tan difícil. Podríamos hacer propuestas al poder legislativo para crear las instituciones para responder en tantos casos en que la vida humana está en peligro, y éste es uno de ellos.

No tiene sentido decir que estoy en contra del aborto y estoy defendiendo la vida, si no hago nada. Yo no estoy defendiendo ninguna vida y el aborto está ahí y no hago nada. El gobierno tiene una ley que penaliza el aborto y esa ley no se aplica. Sólo sirve para que el aborto sea clandestino, esto es, que se hace en las peores condiciones morales y físicas, salvo para las personas de buena condición. Esta ley es inaplicable y la Iglesia no se atreve a pedir que ella se aplique. Habría que construir miles de centros penitenciarios y poner en las cárceles tal vez un millón de mujeres. La Iglesia no pide eso y se conforma con el aborto clandestino. En la práctica no hace nada en contra del aborto clandestino.

Existe la alternativa de la despenalización, que es para nuestros defensores de la vida la propuesta de Satanás. El chantaje de los llamados defensores de la vida hizo que todos condenen la despenalización, como lo hace la Iglesia. ¿Quién soy yo para juzgar? Los obispos del Regional Sur 1 creen mejor el aborto clandestino. ¿Quién soy yo para discutir? Sin embargo, tendría el derecho de pedir más discreción y más humildad, porque después de todo, todos somos cómplices por omisión si no hacemos nada para prevenir los abortos tan numerosos en Brasil. La condenación es inoperante. Pero una pastoral de la familia o una pastoral específica para este problema podría evitar que muchas mujeres angustiadas y desesperadas tengan que recurrir al aborto que ninguna mujer pide sin llorar. ¿Por qué esperar antes de desarrollar esta pastoral?

Entonces, ¿cuál fue el testimonio de amor que la Iglesia dio con este panfleto electoral?

José Comblin, gran pecador y cómplice por omisión

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Fundamentos de esperanza

de José Ignacio López para VidaNueva

Pese a que la perplejidad subsiste y a interrogantes sobre lo que nos pasa en la Iglesia, también y preferentemente en América latina se suceden fundados llamados a la esperanza. La celebración de los Bicentenarios parece contribuir a alentar esa perspectiva. Es que la reflexión y el debate cultural que supone revisar la presencia cristiana en la independencia y en el presente de las naciones y, a la vez, intuir cómo debería ser en el futuro, configura una clara invitación a buscar nuevos modos de ser Iglesia. un llamado de igual raigambre y tan imperioso como la convocatoria de Aparecida a la conversión pastoral.

Cierto es que esa convocatoria a pasar de una iglesia de conservación a otra de misión es morosa en su aplicación porque se pretende que sea realizada por las mismas instituciones que no son de misión sino conservadoras, apuntó en estos días José Comblin en una conferencia pronunciada en El Salvador. “La cristiandad se está disolviendo progresivamente; pero el problema es después y de ahí la inseguridad porque no sabemos qué viene” dijo e invocó a Santa Teresa: ¡no nos perturbemos!. “Hay que aprender a resistir, a aguantar, no dejarse desanimar o perder la esperanza por lo que sucede”.

Pensar así el futuro se enhebra esencialmente con una Iglesia que concibe a la Conferencia de Aparecida como un punto de partida, un proceso de búsqueda de nuevos modos de encarnar y de expresar el Evangelio.Ese proceso que vuelve a plantear los fundamentos de la existencia cristiana , obliga a descubrir y poner en juego una y otra vez , los elementos que podrían llamarse permanentes de toda tradición que se pretenda fiel a la novedad radical del Evangedlio de Jesús.

Celebrar así los Bicentenarios , hacer memoria para construir, acuciados y urgidos por esa convocatoria a volver al Evangelio de Jesús, y por tanto a “abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe”, es una oportunidad privilegiada.

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¿Por qué continúa existiendo la Iglesia-poder?

2010-08-20 por Leonardo Boff

Voy a abordar un tema incómodo, pero ineludible: ¿cómo puede la institución-Iglesia, tal como la he descrito en un artículo previo, con características autoritarias, absolutistas y excluyentes, perpetuarse en la historia? La ideología dominante responde: «sólo porque es divina». En realidad, este ejercicio de poder no tiene nada de divino. Es exactamente lo que Jesús no quería. Él quería la hierodulia (servicio sagrado) y no la hierarquia (poder sagrado). Pero ésta última se impuso a través de los tiempos.

Las instituciones autoritarias suelen tener una misma lógica de autorreproducción. Con la Iglesia-institución no es diferente. En primer lugar, ella se juzga la única verdadera y retira el título de «iglesia» a todas las demás. Luego crea un marco riguroso: un pensamiento único, una única dogmática, un único catecismo, un único derecho canónico, una única forma de liturgia. No se tolera la crítica ni la creatividad, consideradas negativas o denunciadas como creadoras de una Iglesia paralela o de otro magisterio.

En segundo lugar, se usa la violencia simbólica del control, de la represión y del castigo, frecuentemente a costa de los derechos humanos. Fácilmente el cuestionado es marginado, se le niega el derecho de predicar, de escribir y de actuar en la comunidad. El entonces cardenal. Joseph Ratzinger, presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante su mandato castigó a más de cien teólogos. Con esta misma lógica, los pecados y crímenes de los sacerdotes pedófilos u otros delitos, como los financieros, se mantienen ocultos para no perjudicar el buen nombre de la Iglesia, sin el menor sentido de justicia hacia las víctimas inocentes.

En tercer lugar, se mitifican y casi se idolatran las autoridades eclesiásticas, principalmente el Papa, que es el «dulce Cristo en la Tierra». Pienso para mí mismo: ¿qué dulce Cristo sería el Papa Sergio (904), asesino de sus dos predecesores, o el Papa Juan XII (955), elegido a la edad de 20 años, adúltero y muerto por el marido traicionado, o peor, el Papa Benedicto IX (1033), elegido con 15 años de edad, uno de los más criminales e indignos de la historia del papado, que llegó a vender la dignidad papal por 1000 liras de plata?

En cuarto lugar, se canonizan figuras cuyas virtudes se encuadran en el sistema, como la obediencia ciega, la continua exaltación de las autoridades y el «sentir con la Iglesia (jerarquía)», muy al estilo fascista según el cual «el jefe (Duce, o Führer) siempre tiene razón».

En quinto lugar, hay personas y cristianos de naturaleza autoritaria que aprecian por encima de todo el orden, la ley y el principio de autoridad en detrimento de la lógica compleja de la vida que tiene sorpresas y exige tolerancia y adaptaciones. Ellos secundan este tipo de Iglesia, así como los regímenes políticos autoritarios y dictatoriales. Es más, hay una estrecha afinidad entre los regímenes dictatoriales y la Iglesia-poder, tal como se ha podido ver con los dictadores Franco, Salazar, Mussolini, Pinochet y otros. Los sacerdotes conservadores fácilmente son hechos obispos, y los obispos fidelísimos a Roma son promovidos, fomentando el servilismo. Este bloque histórico-social-religioso cristalizó, garantizando la continuidad de este tipo de Iglesia.

En sexto lugar, la Iglesia-poder conoce el valor de los ritos y símbolos, pues refuerzan la identidad conservadora, pero cuida menos sus contenidos, con tal que se mantengan inalterables y sean estrictamente observados.

En razón de esta rigidez dogmática y canónica, la Iglesia-institución no es vivida como hogar espiritual. Muchos emigran. Dicen sí al cristianismo y no a la Iglesia-poder con la cual no se identifican. Se dan cuenta de las distorsiones hechas a la herencia de Jesús que predicó la libertad y exaltó el amor incondicional.

No obstante estas patologías, tenemos figuras como el Papa Juan XXIII, dom Helder Câmara, don Pedro Casaldáliga, don Luiz Flávio Cappio y otros, que no reproducen el estilo autoritario, ni se presentan como autoridades eclesiásticas sino como pastores en medio del Pueblo de Dios. Pero a pesar de estas contradicciones, hay un mérito que es importante reconocer: este tipo autoritario de Iglesia nunca ha dejado de trasmitir los evangelios, aunque sea negándolos en la práctica, permitiéndonos así el acceso al mensaje revolucionario del Nazareno. Ella predica la liberación, pero generalmente son otros los que liberan.

Leonardo Boff
http://www.servicioskoinonia.org

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ESTAMOS EN EL MUNDO, QUEREMOS HACER IGLESIA

GRUP D’APROFUNDIMENT DE CRISTIANISME I JUSTÍCIA*,

El Grup d’Aprofundiment de Cristianisme i Justícia, siguiendo la línea de estudio y reflexión de los últimos años, durante este curso hemos trabajado cuestiones relacionadas con la presencia pública de la Iglesia. Estas reflexiones comunes, fruto de los encuentros compartidos, no son sólo un resumen, sino también el horizonte del camino que queremos continuar.


¿A qué nos sentimos llamados/as dentro de la Iglesia?
  • A amar siguiendo el ejemplo de Jesús de Nazaret, a hablar con una vida que sea cada vez más fiel a las Bienaventuranzas.
  • A estar al lado de los pobres y de las víctimas y a luchar contra las estructuras que perpetúan la exclusión y la injusticia.
  • A construir el Reino de Dios en nuestra sociedad y en el tiempo en que vivimos, con vocación universal, en aquello en lo que podamos dar lo mejor de nosotros mismos.
  • A proponer sistemas y estructuras alternativas a las actuales, que permitan construir un mundo más fraterno y más justo.
  • A dar testimonio con alegría y esperanza de que la opción por el modelo de vida de Jesús vale la pena.
  • A formarnos y cultivarnos para servir mejor y con más coherencia, para poder dar argumentos de nuestra fe y de lo que conlleva.
  • A dialogar, escuchar y interpelar a la sociedad y a la Iglesia con las formas de actuar del Evangelio.
¿Qué Iglesia nos gustaría?
  • Una Iglesia que como institución hable más con el ejemplo de una forma de vivir más evangélica, que tenga en cuenta la pluralidad de la sociedad, que condene menos y que crea más en los hombres y las mujeres, y que respete su autonomía.
  • Una Iglesia más preocupada por la transformación de los corazones de los seres humanos y por el servicio que por imponer moral y mantener la fachada del templo.
  • Una Iglesia más ocupada en el soporte a la espiritualidad, en desvelar y acompañar corazones y menos preocupada por la liturgia.
  • Una Iglesia más humilde, que no crea ser la única poseedora de la verdad ni tener la exclusividad para la construcción del Reino de Dios.
  • Una Iglesia más prudente con el poder, tanto en lo que se refiere a las relaciones con los poderes establecidos como en lo que se refiere a sus propias aspiraciones de poder.
  • Una Iglesia viva, en continuo proceso de conversión y resurrección, más inculturada en el mundo en que vivimos porque ésta es la arcilla que tenemos para construir el Reino.
  • Una Iglesia con protagonismo real de las mujeres, abierta a ellas por convicción y no por necesidad, donde hombres y mujeres sean reconocidos y valorados en igualdad y su voz reciba la misma consideración en los órganos de servicio y en los de dirección de las instituciones.
  • Una Iglesia donde laicos y religiosos participen del sacerdocio universal en un plano de igualdad, siguiendo la línea marcada por el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, n. 10).
  • Una Iglesia con una forma de funcionar más democrática, con estructuras de responsabilidad y decisión en las cuales todos estemos representados, priorizando la participación de las comunidades de base en la elección de obispos.
¿A qué estamos dispuestos/as?
  • A dedicar el tiempo y el esfuerzo necesario para hacerlo posible.
  • A asumir responsabilidades de servicio, de denuncia y de reflexión.
  • A servir desde el corazón.
  • A compartir nuestra fe y acompañar caminos de fe de otros hermanos.
  • A contribuir a la independencia de la Iglesia del poder del estado.
  • A manifestar nuestra pertenencia a la Iglesia en comunión con los que creen en Jesús con fe genuina y nuestro deseo de permanecer en ella con actitud activa y crítica.
El Grup d’Aprofundiment de Cristianisme i Justícia está formado por: Xavier Fernández i Marín, Mercè Garí, Blanca de Gispert, Arkaitz Imaz, Juan Ignacio Latorre, Maria Loza, Teodor Mellén, Oriol Prado, Helena Roig, Ramon Vallés, Nani Vall-llossera, Horacio Verdún. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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