El cardenal Carlo María Martini, de 82 años, ya retirado del ejercicio episcopal, es autor de numerosos libros que son éxitos editoriales. Uno de los últimos es Coloquios nocturnos en Jerusalén, que tiene ya varias ediciones en distintos idiomas.

Es considerado por muchos intelectuales como un referente del pensamiento en la Iglesia, por su apertura y la libertad ejercida desde su actual cargo de cardenal jubilado, sin responsabilidades territoriales y que promueve desde su sitial una sabia actitud crítica, que además es medida y por eso mismo respetada.
Todo los domingos responde en el diario Corriere della Sera, a miles de cartas que le envían desde todo el país y del exterior, y que el periódico anuncia ya desde la portada. Esta es una de las respuestas que tuvo hacia las cartas que le preguntaba si la Iglesia no estaba en decadencia.

Son muchas las cartas que denuncian una decadencia de la Iglesia, descripta en términos dramáticos. Se proponen causas y remedios para este fenómeno. Aquí consideramos el hecho de la decadencia (¿existe o no existe?), algunas razones para esto y algunas de las soluciones propuestas. Pero primero quiero exponer algunas de mis convicciones.

Primero: advierto que la historia nos muestra cómo la Iglesia en su conjunto nunca ha sido tan próspera como lo es ahora. Por primera vez una difusión verdaderamente global, con los fieles de todas las lenguas y culturas; puede exhibir una serie de Papas del más alto nivel, un gran número de teólogos de gran valor y nivel cultural. A pesar de algunas inevitables tensiones internas, la Iglesia está hoy unida y compacta, como tal vez no estaba nunca en su historia.

Segundo: la Iglesia no debe ser vista sólo en su aspecto institucional, e identificándola la negociación con la jerarquía, es decir, sacerdotes, obispos y el Papa. Se compone de todos los que creen en Jesucristo, Hijo de Dios, esperan su venida definitiva, lo aman y se comportan con el prójimo como con Jesús mismo. Son parte o son llamados a ser parte de la Iglesia y todos los otros hombres, que, como señala el Concilio Vaticano II, tienen " un fin último, que es Dios, cuya providencia, manifestación de bondad y designios de salvación se extienden a todos " (Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, n º 1).

Tercero: Una sociedad así existe en la historia y por lo tanto también necesita una estructura visible. Así que la Iglesia existe también en el aspecto institucional, cuya configuración es primitiva, pero sólo en unos pocos puntos. El resto está sujeto a la ley de adaptación y cambio, con resultados más o menos felices, como se desprende de la historia de la Iglesia. Pero de todas las instituciones de este mundo, es una de las que han durado más tiempo y mostró durante los siglos una gran capacidad de renovación y cambio. Basta pensar en los días del Concilio Vaticano II y de la alegría que se vivió en esos días.

Cuarto: muchas de las cartas contienen observaciones objetivas, pero que surgen de la consideración de nuestro mundo occidental, sin tener en cuenta la vivacidad y la alegría que se encuentra en las iglesias de África, Asia y América Latina.

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Voto de desobediencia a los obispos

Políticos que se declaran católicos, destacados teólogos y una gran masa de fieles ignoran doctrinas clave de la iglesia o polemizan sobre ellas - El debate por la ley del aborto evidencia este cisma
JUAN G. BEDOYA 24/12/2009
Publicado en el diario El País, de España

¿Quién hace caso hoy a la doctrina de los obispos en materia de familia, sexo, anticonceptivos, investigación con embriones, incluso ante dogmas antes llamados fuertes, como la resurrección y divinidad de Jesús, la inmaculada concepción y la ascensión de María, la infalibilidad del Papa o la real existencia del cielo, el infierno o el purgatorio? ¿Significan estas discrepancias -ese no hacer caso a lo que predica la jerarquía del cristianismo-, que existe un cisma en la Iglesia católica actual? Cisma es, quizás, una palabra fuerte porque, además de división, discordia o desavenencia entre personas de una misma comunidad -éste es su significado académico-, la palabra, en mayúscula, alude a los cismas por antonomasia: la ruptura del cristianismo oriental y occidental en 1054, y las brutales escisiones del largo periodo comprendido entre 1378 y 1532, con Lutero como personaje principal y años de terribles guerras por el camino.
Los cismas de ahora son soterrados, porque Roma, escarmentada o insegura, no quiere romper con nadie, y los protestantes contemporáneos también prefieren una convivencia en discordia a una salida del santuario. Su estado de ánimo lo define el teólogo Hans Küng, colega y amigo del papa Ratzinger en tiempos del Concilio Vaticano II, más tarde censurado y castigado por éste. "Nunca he sentido la tentación de abandonar la Iglesia. Es la comunidad de los creyentes en cuyo seno me encuentro y en la que encuentro mucho apoyo y alegría. El hecho de que tenga problemas con sus administradores me causa molestias con frecuencia, pero nada puede expulsarme de mi patria espiritual natal".
La percepción del historiador Jaume Botey, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, es distinta. "Los protestantes de ahora se marchan de la Iglesia por la puerta de atrás, sin dar ningún golpe. ¿Cisma? Si por cisma entendemos ruptura, sí lo hay. Pero no se puede hablar de cisma en el sentido de los del Renacimiento. En un mundo en el que el hecho religioso no pesa como entonces, no ha lugar a cismas como aquéllos. La sociedad ya no está vertebrada en torno a la religión. Pero la ruptura existe, eso es evidente. Hay un silencio clamoroso de la Iglesia oficial ante los problemas de hoy, que contrasta con el compromiso de la mayoría de los fieles".
En todo caso, la crisis interna es clamorosa. José Catalán Deus, que acaba de hacer un balance de los cuatro años de pontificado de Benedicto XVI con el título Después de Ratzinger, ¿qué?, define así la situación: "Nunca antes el mundo había visto al Vaticano y a su Papa sumidos en una crisis parecida. Las ha habido, numerosas y terribles, a lo largo de los dos mil años de historia del cristianismo, pero el mundo no era consciente de forma plena, y mucho menos inmediata".
Cisma, crisis, deserciones o desobediencia interior, todo ocurre a la luz del día. Un ejemplo acaba de producirse en torno a la ampliación de la llamada ley del aborto de 1984. Los obispos han insistido en que viven en pecado y fuera de la comunión cristiana quienes votaron esa reforma, pero no han dado orden a sus sacerdotes de negar el sacramento a los políticos concernidos. La orden no va a llegar nunca.
El caso paradigmático tiene nombre propio. Se llama José Bono, presidente del Congreso de los Diputados, la tercera autoridad del Estado español. Bono suele declararse católico confeso a poco que se le pregunte sobre creencias, pero ha polemizado en los medios de comunicación con sus prelados a propósito del aborto y de su hipotética exclusión del banquete eucarístico. Su queja terminó en bofetada, cuando recordó a los prelados que nunca negaron la comunión a notorios criminales, como el dictador chileno, general Augusto Pinochet.
Naturalmente, Bono acudirá a comulgar a una iglesia cuando le plazca, y ningún obispo le dejará sin hostia consagrada en la lengua. Por si hubiera dudas, destacados eclesiásticos dejaron clara su postura en favor del presidente del Congreso. Uno de ellos ha sido el fundador de Mensajeros de la Paz, padre Ángel García, premio Príncipe de Asturias por su ingente tarea caritativa y social. "En el siglo XXI no se debería hablar de excomunión", manifestó sobre los anatemas episcopales. Él le daría la comunión a Bono. Lo ha proclamado en público. Pese a todo, confiesa: "No tengo problemas con la Iglesia ni con los obispos. Nunca me han dado un baculazo".
Más radical se ha expresado el prestigioso teólogo José Ignacio González Faus. Jesuita y profesor de la Facultad de Teología en Barcelona, su tesis es que "buena parte del episcopado mundial y de la curia romana está en pecado mortal y en sacrilegio público" si se toma como buena la doctrina del portavoz del episcopado español, el también jesuita Juan Antonio Martínez Camino. "Quitar la vida a un ser humano es contradictorio a la fe católica y quien contribuya a ello está en la herejía, está en pecado mortal público, y no puede ser admitido a la sagrada comunión", dijo Camino.
González Faus titula su respuesta La cochina lógica (Unamuno), en el número de diciembre de Revista 21, de la Congregación de los Sagrados Corazones. "Sin salirnos de esa lógica [episcopal] nos encontramos con que el catecismo de la Iglesia católica no rechaza quitar la vida a un ser humano, en el caso de la pena de muerte (en ediciones posteriores, ante protestas de muchos fieles, avanzó hasta considerarla poco recomendable, pero no hasta condenarla como pecado mortal y contradictoria a la fe). Ese catecismo se publicó con la aprobación del cardenal Ratzinger, quien por tanto, y según la lógica del portavoz, está en la herejía y en pecado mortal público".
El teólogo González Faus se pone en el lugar de un fiel cristiano del común, sin conocimientos para discernir sobre doctrinas. Desde esa hipotética posición, añade: "El portavoz ha sido valiente, sin duda. Al pobre fiel le queda no obstante un dilema no resuelto. O el portavoz no ha previsto todas las consecuencias de su lógica fustigadora, y válida para todos los católicos, o ha echado mano del clásico recurso de muchos predicadores antiguos cuando tenían que decir cosas serias a los poderosos: a ti te lo digo Pedro para que me entiendas, Juan. O sea: a ti te lo digo parlamentario, para que me entiendas tú, obispo. O, a lo mejor es que, eso de la lógica es una absoluta cochinada, como ya dijera don Miguel de Unamuno. Si alguien puede sacarme de este incómodo dilema, le quedaré agradecido".
No hay dilema, sino resignación. Es la actitud con que los prelados asumen la realidad. Apenas se han alzado voces frente a la rebeldía de los parlamentarios católicos. Quienes han criticado, lo han hecho desde la sorpresa, como si no pudieran creer una desobediencia semejante. Es el caso del arzobispo de Mérida-Badajoz, Santiago García Aracil, presidente además de la Comisión de Pastoral Social en la Conferencia Episcopal. Así ha reaccionado frente "a los políticos que han manifestado en los medios de comunicación su voluntad de seguir participando de la eucaristía, a pesar de las manifestaciones de la Iglesia sobre la responsabilidad en que incurren quienes defienden el aborto".
El arzobispo Aracil observa "tres errores en un mismo comportamiento". "El más importante es la actitud interior de desobediencia a la Iglesia, presentándose, simultáneamente, como cristianos practicantes. El segundo error es el hecho de proclamar públicamente y, en tono desafiante, su propósito de incumplir las normas morales que debieron aprender desde niños en el catecismo. Suponiendo que sea cierto que viven el catolicismo del que alardean, deberían haber cultivado, profundizado y asumido firmemente a lo largo de la vida el sentido y la fuerza de la moral cristiana. Han tenido tiempo. Por este motivo, o su autosuficiencia es mayor, o su incoherencia es total. El tercer error es adoptar en público la postura manifestada en los medios de comunicación, sabiendo que las gentes les reconocen como políticos cuya misión, entre otras, es procurar las leyes de obligado cumplimiento para lograr el bien común. Sorprende que estas mismas personas, exhibiendo su desobediencia interior y exterior a la Iglesia, de la que se manifiestan hijos salvo que hayan inventado una secta y se hayan apropiado sin derecho alguno del nombre que no les pertenece, sean defensores y protagonistas de una inflexible fidelidad de voto, y cerrados enemigos de la objeción de conciencia en casos verdaderamente graves", sostiene este prelado.
Lo que el arzobispo de Mérida-Badajoz llama "exhibición de autarquía" -"se consideran legítimos promotores de leyes y conductas más justas que las del evangelio", se queja el prelado-, se produce también en el discurso sobre la familia. Los obispos han convocado en Madrid, por cuarto año consecutivo, una manifestación-concentración de fieles en defensa de la familia porque sostienen que hay una ofensiva para destruirla. Y, nuevamente, personalidades del interior como el padre Ángel García, rechazan esa pesimista percepción. La familia ni corre peligro, ni está amenazada por nadie, sino bien atendida por los poderes públicos, sostiene el carismático fundador de Mensajeros de la Paz.
Más profundo es el foso que separa a la jerarquía de la inmensa mayoría de los teólogos y de los movimientos de curas y cristianos de base, en materias como la moral sexual, los métodos anticonceptivos, el divorcio, el celibato opcional de los sacerdotes y, sobre todo, sobre el papel de la mujer en la Iglesia. El liderazgo de esas discrepancias tiene muchos nombres: Somos Iglesia, Redes Cristianas, Foro de Curas de Madrid, Curas Obreros, el movimiento por el celibato opcional (Moceop)...
"Nuestra Iglesia tiene muchos miedos: a la ciencia, a la mujer, a los medios de comunicación, a la sexualidad, al pluralismo, etcétera. Dominada por esos miedos no se atreve a dar pasos de revisión que debería haber dado hace tiempo, por ejemplo, la revisión de la moral sexual desfasada, la manera de elegir a los obispos, el celibato opcional del clero diocesano, la supresión de los concordatos anacrónicos entre Iglesia y Estado, la autofinanciación de las iglesias, la ordenación para el ministerio pastoral como sacerdotes de fieles maduros de ambos sexos capaces de animar a las comunidades, el respeto a la laicidad del Estado y de las instituciones sociales, la opción por la justicia, en vez de la búsqueda de apoyos y privilegios y un largo etcétera. Esta larga retahíla se podría resumir en dos palabras: una Iglesia que olvida el evangelio de Jesús y opta por el poder que Jesús rechazó, es una Iglesia que no sirve a Dios ni a la humanidad, que no sirve para nada", dice el teólogo Juan Masiá, ex director de la cátedra de Bioética de la Universidad Pontifica de Comillas.
Las críticas alcanzan al nombramiento de obispos por el Papa romano, que las iglesias de base reclaman para sí -el último incidente se acaba de producir en la diócesis de San Sebastián-, pero también hay discordias sobre la infalibilidad del Pontífice y otros dogmas de los llamados fuertes, entre otros la deidad de Jesús, decidida o impuesta por el emperador Constantino en el concilio de Nicea, en el año 325. Son ya legión los teólogos condenados por volver a aquel apasionado debate.

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La mayoría del clero de la provincia vive "con dolor e inquietud" la llegada del nuevo obispo.- Ven en el relevo de Uriarte un intento de "cambiar el rumbo" de la Iglesia vasca
EL PAÍS - San Sebastián - 15/12/2009

En un gesto sin precedentes y a pocos días de su nombramiento al frente de la Diócesis de San Sebastián en sustitución de Juan Maria Uriarte, la mayoría de los párrocos de la provincia han manifestado hoy su disconformidad con el nombramiento del hasta ahora obispo de Palencia, José Ignacio Munilla al frente de la Iglesia Guipuzcoana. El 77% de los párrocos, -entre los que se encuentran 11 de los 14 Arciprestes- considera "que el nuevo obispo no es en modo alguno la persona idónea para desempeñar el cargo asignado", según han informado en un comunicado.

De los 110 párrocos de la provincia, 85 han transmitido su "dolor y profunda inquietud" con la intencionalidad y el procedimiento seguido en el nombramiento. Los firmantes perciben la elección de Munilla, distanciado del nacionalismo y cercano a las líneas más conservadoras defendidas por la Conferencia Episcopal Española, como "una clara desautorización de la vida eclesial de nuestra Diócesis" y "como una iniciativa destinada a variar su rumbo". En total, han sido 131 las personas que han suscrito el texto.
"Conocemos de cerca la trayectoria pastoral de D. José Ignacio Munilla como presbitero, profundamente marcada por la desafección y falta de comunión con las líneas diocesanas", añade el comunicado. Los curas insisten en manifestar su "apoyo y adhesión" a la línea pastoral y estilo eclesial forjado hasta ahora en la diócesis con Uriarte al frente. También refuerzan su voluntad y compromiso de "seguir caminando en coherencia con las opciones pastorales" mantenidas a lo largo de los últimos años. Añaden que tienen el convencimiento de que seguirán recibiendo la "colaboración de tantos y tantos creyentes" que mantienen su fidelidad a la fe cristiana.
Aunque nacido en San Sebastián y vascoparlante, su formación la realizó en el integrista seminario de Toledo, hasta su ordenación en 1986 por el entonces obispo de San Sebastián, José María Setién. Después de varios años en la parroquia de Zumarraga (Guipúzcoa), Munilla se convirtió en junio de 2006 en el obispo más joven de España al ser situado con 44 años al frente de la diócesis de Palencia.

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El Papa quiere reformar el papado

Por J.M. Castillo
Benedicto XVI anunció que tiene la firme intención de estudiar las reformas necesarias para que el papado "pueda realizar su servicio de amor reconocido por todos".

José María Castillo, español nacido en Granada, ha sido religioso jesuita, profesor de teología en la Facultad de Teología de Granada, en la Universidad Gregoriana de Roma, en la Universidad Pontificia Comillas de Madrid y en la Universidad Centroamericana de El Salvador. Su libro "Teología para comunidades" ha tenido amplia repercussion en las comunidades y grupos eclesiales. En su blogspot josemariacastillo.blogspot.com/ dio a conocer un artículo que ha tenido amplia repersución en los medios ecclesiasticos.

Benedicto XVI anunció que tiene la firme intención de estudiar las reformas necesarias para que el papado "pueda realizar su servicio de amor reconocido por todos". Así lo ha dicho el papa al Patriarca de Contantinopla (Estambul), Bartolomé I, en un documento que el Vaticano ha enviado al Patriarca el 30 de noviembre, fiesta de San Andrés, patrono del patriarcado ortodoxo.
Esta noticia es de una importancia excepcional. Porque, si es que efectivamente el Vaticano está dispuesto a llevar adelante lo que dice, eso supondrá afrontar en serio una auténtica reforma del papado, tal como actualmente está organizado y tal como funciona.
Para hacerse una idea de la importancia de esta decisión, es necesario tener en cuenta dos cosas:
1) El mayor obstáculo que hay ahora mismo, para lograr la unión de los cristianos, no es la teología de los ortodoxos o de los protestantes, sino la actual organización del papado.
2) Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI se han dado cuenta de la gravedad de este problema. Por eso han pedido ayuda a obispos y teólogos para encontrar nuevas formas de ejercer el ministerio del Obispo de Roma.
Se trata, pues, de que el papado no siga siendo un impedimento para que los cristianos vivamos unidos. La unión de los cristianos fue la aspiración suprema de Jesús (Jn 17, 11-26). El problema está en saber qué decisiones tendría que tomar el papado para que ortodoxos y protestantes se unan con los católicos. No es posible, en el reducido espacio de esta reflexión, decir todo lo que habría que explicar sobre un asunto tan complejo como éste.
En todo caso, hay una decisión, enteramente indispensable, que tendría que ser la primera medida que el Vaticano tendría que tomar. El Obispo de Roma tendría que renunciar al título de "papa universal" y a todo lo que ese título lleva consigo. Para explicar este asunto capital, me limito a recoger los datos más importantes que ofrece el excelente estudio del profesor M. Sotomayor (Miscellanea Historiae Pontificiae, vol. 50, 1983, p. 57-77).
Seguramente, el hombre que mejor comprendió la dificultad y el peligro que supone que el Obispo de Roma sea designado y actúe como "papa universal", fue el papa Gregorio I (San Gregorio Magno). La resistencia de este gran obispo de Roma fue tan tajante a ser reconocido como "papa universal", que no dudó en afirmar que el título "universal" es para el papa una palabra altanera, supersticiosa, pomposa, singular, soberbia, vanidosa, nefanda, profana, supersticiosa, criminal o sacrílega, blasfema, propia del Anticristo, pestífera.
Todos estos calificaticos están rigurosamente documentados en el abudante epistolario de Gregorio Magno. Sin duda, este gran hombre y este gran papa vio, en esa atribución de poder universal, el peor peligro que amenazaba a la Iglesia, a través del papado. ¿Cuál era la "razón clave" que tuvo aquel papa para oponerse con tal firmeza a atribuirse el poder universal? Para Gregorio Magno, si cualquier obispo, sea simple obispo, metropolitano, patriarca o papa, se llama "universal", todos los demás obispos dejan de ser tales; el episcopado entero, de derecho divino, queda aniquilado (cf. S. Vailhé). ¿Significa esto que el obispo de Roma dejaría de ser el responsable último (cabeza) de toda la Iglesia? No. No se trata de eso. Se trata, más bien, de que el papado se entienda a sí mismo como una instancia última, dentro de una "eclesiología de comunión", para resolver los problemas que a nivel local no se pueden resolver. Así, por tanto, la unidad y la gestión de la Iglesia no estaría basada y gestionada desde un enorme montaje jurídico, centralizado en la Curia Vaticana, sino que todo estaría basado en la misma fe en el Evangelio de Jesucristo y en la comunión que genera el Espíritu de Dios. Sólo cuando las cosas se vean así en la Iglesia, será posible empezar a hablar en serio de la unión de todos los cristianos.

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Obispos: ¿A qué estáis esperando?

Meditación de Adviento de Jairo del Agua

"Os percibimos atrincherados e inmovilizados bajo el incienso de vuestros turiferarios"
‘No toleráis los distintos, críticos, disconformes, heridos, perdidos o buscadores


Jairo del Agua es español, escritor, católico, laico y padre de familia que tiene un blog en el sitio Religión digital.

(Blog de Jairo del Agua).-¿Qué os ha ocurrido queridos hermanos Obispos? ¿Quién os ha cerrado los ojos? ¿Cómo no oís el clamor de este Pueblo que busca guías fieles y ejemplos evangélicos? ¿Habéis olvidado vuestros días de fervor? Os imagino orando con fe reventona, con el clamor del Evangelio en las entrañas, con el amor al Pueblo de Dios apretado a la cintura hasta confundirse con vuestra propia carne.
¿Qué pasa cuando os nombran Obispos? ¿Qué cambia en vuestro interior? ¿Por qué os dejáis uncir como silentes bueyes a la uniformidad, al paso lento, al pensamiento único, a los arcaicos signos y estructuras? Eso no es unidad, hermanos míos, eso es claudicación ante la permanente llamada del Espíritu renovador. ¿No sois vosotros los adalides del Evangelio? Pues deberíais ser los primeros en reflejar el permanente dinamismo de la vida: "He venido para que tengan vida y la tengan abundante" (Jn 10,10).
Sin embargo, os percibimos atrincherados e inmovilizados bajo el incienso de vuestros turiferarios. ¿Os habéis fijado -por ejemplo- en quiénes conforman vuestros Consejos? Con los laicos contáis poco, pero los que escogéis son siempre los bailadores del incensario. No toleráis los distintos, críticos, disconformes, heridos, perdidos o buscadores. Habéis borrado de vuestro particular evangelio a los "zaqueos", "magdalenas", "mateos", "leprosos", "paralíticos", "cananeas", "adúlteras", "bartimeos", "samaritanos" y demás gente sospechosa. Os encanta rodearos de doctores, escribas y fariseos. Por supuesto, la oveja perdida ya falleció de cansancio, desorientación y hambre hace mucho tiempo.
"Porque voy a poner en este país a un pastor insensato, que no se preocupará de la oveja perdida, ni buscará la que anda descarriada, ni curará a la herida, ni alimentará a las sanas; sino que comerá la carne de las más gordas y no dejará ni las pezuñas" (Zac 11,16). Podría seguir con Ezequiel 34, pero de sobra lo conocéis. La Escritura debería, al menos, cuestionaros.
Hoy sólo quiero invitaros a meditar sobre vuestros signos, vuestra apariencia, vuestra imagen ante nosotros y ante el mundo. Bajo la pesada losa de la uniformidad e inmovilismo canónicos os amancebáis con la pompa, el lujo, la púrpura, el boato y la profanidad. ¿Os sentís cómodos con vuestras coronas, cetros y tronos? Un sirviente no necesita ostentosa corona. No es propio, no es adecuado, no es digno. Su entrega, su servicio y su sudor son su auténtica diadema. Un pastor bueno escucha, conoce y camina sencillamente entre sus ovejas: "Conozco a mis ovejas y ellas me conocen" (Jn 10,14). No se ciñe picuda corona, ni se fabrica relucientes cetros, sino que apoya su cansancio en un palo, que eso es un cayado.
Si queréis ser guías, mostrad con vuestro ejemplo la luz del Evangelio. No os endioséis en tronos y sitiales que nos confunden y abochornan. No aceptéis palio, baldaquino o dosel para ensalzar vuestra dignidad, porque nada de eso necesitáis para vuestra misión. Es muy difícil percibiros como apóstoles porque no sólo habéis caído en la ambición de vuestra carrera eclesiástica: "uno a tu derecha y otro a tu izquierda" (Mt 20,21), sino que os habéis subido al mismísimo trono divino con la escusa de que sois sus representantes, sus vicarios, sus apoderados, sus mediadores, su autoridad.
Vuestros signos no son los del Señor: "El más pequeño de vosotros ése es el más importante" (Lc 9,48). "Ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón" (Mt 10,10). ¿Cómo podremos reconoceros con tanto disfraz?
¡Rechazad toda apariencia de poder! ¡No os es lícito convivir con esa concubina del encumbramiento, el fasto y oropel! Vuestra legítima esposa es la Iglesia, este Pueblo fiel que os busca y os ama a pesar de todo... Buscad los signos del Señor: "Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen con su poderío. No será así entre vosotros, sino que, si alguno de vosotros quiere ser grande, sea vuestro servidor; y el que de vosotros quiera ser el primero, que sea el servidor de todos" (Mt 20,25).
¿Cómo podéis haceros llamar Santidad o Santo Padre? ¿Por qué no os habéis conformado con el "servus servorum"? ¿No sois vosotros los especialistas en Escritura? Sus palabras son nítidas y transparentes:
- "Sólo Dios es Santo" (Mt 19,17).
- "Tú eres el único Santo" (Ap 15,4).
- "Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo darás culto" (Mt 4,10).
- "No a nosotros, Señor, no a nosotros sino a tu nombre da la gloria" (Sal 115).
- "Pero vosotros no os dejéis llamar maestro, porque uno es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. A nadie en la tierra llaméis padre, porque uno solo es vuestro Padre, el celestial. Ni os dejéis llamar preceptores, porque uno solo es vuestro preceptor: el Mesías. El más grande de vosotros que sea vuestro servidor. Pues el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado" (Mt 23,8).
Y lo cantamos a voz en cuello: "Sólo Tú eres Santo, sólo Tú Señor, solo Tú Altísimo Jesucristo" (Gloria).
¿Cómo podéis haceros llamar "monseñor", mi señor? Me aterra la lucidez que os ha sorbido esa aduladora vanagloria con la que vivís. "¡No os es lícito!" (Mt 14,4). Me duele hasta el hondón del alma la ceguera a la que os ha reducido. Camináis ciegos y sordos bajo vuestras ilustrísimas, excelentísimas, reverendísimas y eminentísimas contradicciones. Cuanto más os encumbráis más lejos estáis de este Pueblo y de su Dios. Habéis sido nombrados servidores para ayudar, no para vuestro propio medro y prestigio. "¿Cómo podéis creer, si sólo buscáis honores los unos de los otros, y no buscáis el honor que viene del Dios único?" (Jn 5,44).
Os vestís afeminadamente con llamativos colores, sedas, rasos, encajes y borlas. No me refiero a los ornamentos eucarísticos, que prestan un servicio cara al Pueblo, sino a los que usáis para vuestra pompa personal. Os encofráis la cabeza con arcaicos perifollos y os significáis bajo teatrales capas. Os ceñís fajines de generales y nobles, aceptáis reverencias ante vuestra pobre humanidad y no dais un paso sin vuestro maestro de ceremonias. ¿Es propia del reino de Dios tanta farándula? "Guardaos de los maestros de la ley, a los que les gusta pasearse con vestidos ostentosos, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes" (Mc 12,38).
Os colgáis preciosos pectorales, como insignias o condecoraciones, pretendiendo que signifiquen vuestro cristianismo. ¿Se os ha olvidado cómo era la Cruz del martirio del Señor? ¡Madera de la más basta! ¿Por qué no vemos sobre vuestro pecho -y no sobre hartas barrigas- una sencilla cruz de madera con la silueta del Crucificado grabada a fuego? Eso sí lo entenderíamos. ¿Es poco para vosotros? ¿Tan cogidos os tiene la pecadora ostentación? Qué buen ejemplo daríais a muchos católicos que pervierten la cruz en presuntuosa joya de lujo; a muchas religiosas que trocaron la cruz por inexpresivos colgantes; a muchos sacerdotes que, abandonando todo signo de su misión, se ocultan bajo mundanas corbatas o se aderezan con anillos y pendientes. De tal palo, tal astilla.
Vuestras manos han sido consagradas para bendecir, ayudar, perdonar y guiar. Pero vosotros las habéis paganizado con grandes anillos. ¿No os importa nada escandalizar? "Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le ataran al cuello una rueda de molino y lo tiraran al mar" (Mc 9,42). "Hacen todas sus obras para que los vean los demás. Ensanchan sus filacterias y alargan los flecos del manto" (Mt 23,5). "¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que cerráis el reino de Dios a los hombres! ¡No entráis vosotros ni dejáis entrar a los que quieren!" (Mt 23,13).
Por si todo eso fuera poco habitáis en palacios, usáis blasones nobiliarios, os hacéis pintar grandes retratos para memoria de los años venideros. ¿Memoria de qué? ¿De vuestro amancebamiento con el poder, el lujo, la fama, la imagen, la ostentación y la vanidad del mundo? "Por los frutos les conoceréis" (Mt 7,16). Habéis elegido, como signos de vuestra dignidad, la exhibición de vuestra indignidad cristiana porque os habéis rodeado de signos paganos. ¿No es eso lo que se aprecia, a simple vista, sólo con observar cómo os presentáis ante la Iglesia? "Vosotros sois los que os las dais de intachables ante la gente, pero Dios os conoce por dentro, y ese encumbrarse entre los hombres le repugna a Dios" (Lc 16,15).
Me duele tener que deciros todo esto. Siento una terrible vergüenza porque un pecador no es el indicado. Pero no tengo más remedio que expulsar esta profecía que me lleva corroyendo las entrañas mucho, muchísimo tiempo... ¡Daría por vosotros la vida! Pero no puedo silenciar la contaminación mundana que os rodea. Sé que en los últimos años os habéis simplificado, pero "os falta un largo camino" (1Re 19,7). Sé que sois "creyentes", algunos incluso "fervorosos creyentes", pero no resultáis "creíbles" porque os falta coherencia. "Como cristiano que soy, digo la verdad, no miento. Mi conciencia, bajo la acción del Espíritu Santo, me asegura que digo la verdad. Tengo una tristeza inmensa y un profundo y continuo dolor" (Rom 9,1).
Tengo la esperanza de que, alguna vez, cuando os arrodilléis a orar ante una talla del Crucificado, os fijéis bien en el vestido que arropa su dignidad, en los rubíes que adornan sus manos, en su corona de Rey, en la magnífica sede magisterial desde la que enseña. Espero, tengo la esperanza, de que esa visión sea el comienzo de vuestra liberación.

Hoy os ruego que meditéis sólo sobre vuestros signos externos, lo que se ve, lo que os desprestigia y os ata. No me siento con fuerza para hablar de vuestro autoritarismo o de vuestra afición a arrancar supuestas cizañas sin esperar a la siega, en contra del mandato evangélico: "¡No! No sea que al recoger la cizaña, arranquéis con ella el trigo" (Mt 13,29). Tampoco quiero extenderme con vuestro protagonismo, con vuestra creencia de que sois los garantes de la Iglesia, es más, de que sois "La Iglesia". ¿Se os olvidó que quien dirige y garantiza es el Espíritu Santo? ¿Por qué no lo veis caminando entre el Pueblo?
Habéis institucionalizado vuestros escándalos, por eso no los veis. Todo lo justificáis bajo un burdo disfraz: la sacralización. Esa capacidad que os arrogáis para convertir en sagrado lo profano o inmoral. Habéis llegado a sacralizar y santificar el oro, la plata, las joyas, las piedras preciosas, el arte profano, es decir, la riqueza mundana. Convertís el oro en "oro del templo" y todos justificados. Habéis promocionado su uso, acumulación y exhibición como signos de religiosidad. Coronáis y enjoyáis imágenes, construís riquísimas custodias, coleccionáis valiosos cálices, copas, relicarios, etc. ¿De verdad creéis que el Señor se encuentra cómodo entre tanta brillante riqueza?
Decís: "para el culto a Dios lo mejor, lo más valioso". ¿De verdad pensáis que lo más valioso es la riqueza material? ¿Qué haremos entonces los que, como vuestros predecesores Pedro y Juan, "no tenemos oro ni plata" (He 3,6)?
Habéis sustituido los "novillos cebados" por lujos y objetos preciosos. ¿Eso le agrada al Señor? "Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable" (Cant 8,7). ¿Se os olvidó que el verdadero culto a Dios está unido a la misericordia? "Cuando lo hicisteis con alguno de éstos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt 25,40). "Porque yo quiero amor, no sacrificios; conocimiento de Dios, y no holocaustos" (Os 6,6).
Incluso habéis creado museos para exhibir la historia de vuestras riquezas, algunas muy antiguas, como antigua es vuestra ceguera. El otro día me hirió de repente una visión aberrante: un famoso Nazareno con corona de espinas... ¡de oro! ¡Qué corrupción tan infame de la religión!
- "Si me ofrecéis holocaustos y ofrendas, no los aceptaré; no me digno mirar el sacrificio de vuestros novillos cebados... Quiero que el derecho fluya como el agua y la justicia como torrente perenne" (Am 5,22).
- "Escuchad mi voz, y yo seré entonces vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo; seguid cabalmente el camino que os he prescrito para vuestra felicidad" (Jr 7,22).
- "Vuestra riqueza está corrompida y vuestros vestidos están apolillados. Vuestro oro y vuestra plata están herrumbrados, y esa herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestra carne como el fuego" (Sant 5,2).
Mientras tanto, muchos hermanos nuestros suplican medicinas, pan, escuelas, iglesias, catequesis, tantas y tantas cosas muchísimo más importantes que la riqueza que atesoráis en museos y sacristías. "No atesoréis en la tierra, donde la polilla y el orín corroen y donde los ladrones socaban y roban. Atesorad, más bien, en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corroen, ni los ladrones socaban ni roban" (Mt 6,19). "Anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres... después ven y sígueme" (Mt 19,21). ¿No fue eso lo que os dijo al principio, cuando os miró y llamó con tanto amor? ¡Volved al desierto "donde os hablaré al corazón, como en los días de juventud"¡ (Os 2,16).
No es que los tiempos estén en vuestra contra, ni que haya católicos lenguaraces que os abominan. Es que vosotros mismos os habéis desprestigiado, os habéis convertido en sonrojo para los de dentro y en irrisión para los de fuera. Es que vuestro escándalo clama al cielo y el Pueblo no cesa de llorar por vosotros y por vuestra amnesia: "el dios del mundo éste les ha cegado la mente y no distinguen el resplandor de la buena noticia del Mesías glorioso, imagen de Dios. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor, y nosotros somos vuestros siervos por amor de Jesús" (2Cor 4,4).
¡Desnudaos, sumergíos en el Evangelio, volved al corazón de la Iglesia! "Procurad tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual, teniendo la naturaleza gloriosa de Dios, no consideró como codiciable tesoro el mantenerse igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la naturaleza de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2,5).
Empezad por los signos y atributos, no os dejéis engañar. ¡Volved, volved y caminaremos juntos hacia la evangelización de nuestra Iglesia! No cerremos los oídos a la dulce voz: "¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a Mí!" (Cant 2,10). ¡Volved y podréis vivir con gozo vuestra misión de santificar, enseñar y gobernar en medio del Pueblo!
Hace poco Benedicto XVI, citando a san Juan Leonardi, dijo textualmente: "La renovación de la Iglesia debe comenzar en quien manda y extenderse al resto" (1). ¿A qué estáis esperando?
¡No me lo digáis! Lo sé, lo sé... "Todo tú eres pecado desde que naciste, y ¿nos enseñas a nosotros?" (Jn 9,34). ¡Tenéis razón! Por eso necesito vuestra ayuda, vuestro ejemplo, vuestro caminar delante. ¡Ayudadme, por favor, ayudadme! ¡No me dejéis cargado con mis pecados y los vuestros!

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Para quienes vayan a la iglesia esta mañana.

Michael Moore. (*), Estados Unidos.

Quisiera decirles algunas palabras a aquellos que se asumen cristianos (los musulmanes, judíos, budistas, etc, también pueden leer lo que voy a escribir estoy seguro, de que también ellos podrán aplicarlo a sus propios valores espirituales).



En mi último film hablo por primera vez sobre mis propias creencias en una película. Siempre creí que las preferencias religiosas son profundamente personales y que deben ser mantenidas en la privacidad. Después de todo hemos escuchado demasiado en las tres últimas décadas sobre como uno debería comportarse y debo decir que estoy bastante quemado de piedades y de lugares comunes considerando que somos una nación violenta que invade otros países y nos castiga por tener la audacia de afrontar tiempos difíciles.

Estoy igualmente en contra de cualquier tipo de proselitismo. No pretendo ciertamente que nadie adhiera a mi fe. Como católico, tengo también mucho que decir sobre la Iglesia como institución, pero lo dejaré para otro día (o para otra película).

A todos los tipos perversos de Wall Street y a los corruptos miembros del Congreso a que me refiero en “Capitalismo. Una historia de amor”, les planteo en la película una sola pregunta: “¿Es un pecado el capitalismo?” y sigo preguntando “¿Habría sido Jesús capitalista?, “¿Habría pertenecido a un Fondo buitre? ¿Podemos aprobar un sistema que permite que el 1% más rico pueda financiar su salud mientras que el 95% de la población no puede?.

Estoy inclinado a creer que no es ningún hallazgo creer que el capitalismo se opone a todo lo que Jesús (y Moisés y Mahoma y Buda) predicó. Todas las grandes religiones tienen clara una cosa: es perverso apropiarse de la mayor parte de la torta y dejar a los demás pelearse por el resto. Jesús dijo que a los ricos les será muy difícil entrar en el cielo. Nos enseñó que debemos cuidar a nuestros hermanos y a nuestras hermanas y que la riqueza debe ser compartida. Dijo también que si no le das abrigo a los sin techo y no alimentas al hambriento, te será muy difícil encontrar el código que te permita abrir las puertas celestiales.

Sospecho que para nosotros los usamericanos hay malas noticias Sabemos que ahora tenemos la más alta tasa de desempleo desde 1983. Se cierra un puesto de trabajo cada 7,6 segundos, todos los días 14 mil personas pierden su seguro de salud. Es así como entendemos el “benditos sean los pobres”

Al mismo tiempo los banqueros de Wall Street (“Bendita sea la Riqueza”) acumulan más y más bienes – y se esmeran en pagar cada vez menos impuestos (en el último año el promedio de impuestos de Goldman Sachs fue de apenas un 1%) ¿Hubiera aprobado esto Jesús? Si no ¿porqué dejamos que siga este maldito sistema? No me parece que usted pueda ser al mismo tiempo Capitalista Y Cristiano – porque usted no puede amar el dinero Y amar a su vecino cuando usted le está negando a su vecino la posibilidad de concurrir al médico solo porque usted puede tener algo más que lo esencial. Eso es “inmoral” y usted está cometiendo un pecado cuando obtiene beneficios a expensas de los demás.

Cuando usted esté en la Iglesia esta mañana piense por favor en todo esto. Quiero pedirle que les permita acercarse a sus “mejores ángeles” Y si usted está entre los millones de usamericanos que están luchando semana a semana, sepa que yo he prometido hacer todo lo posible para detener este mal – y espero que usted se una a mí hasta que no haya un solo ser humano que no pueda sentarse a la mesa.

Gracias por escucharme. Estaré en misa dentro de un rato. Le preguntaré al sacerdote si el cree que Jesús habría especulado con hipotecas y sus derivados. Creo que él debe haber sido bueno en matemáticas, sino ¿cómo hubiera podido multiplicar y repartir los panes y los cinco pescados entre 5 mil personas?

O él fue el primer socialista o sus discípulos no fueron eficientes. O ambas cosas.

Suyo
Michael Moore. + (PE)

*Michael Moore es un cineasta documentalista usamericano que denuncia a través de sus filmes la violencia que genera la tenencia de armas (Bowling for Columbine), las falencias de los seguros de salud (Sicko) y desnuda en esta última película (Capitalismo. Una historia de amor) el drama capitalista, siempre en el marco de su propio país.

Traducción Susana Merino
Agencia de Noticias Prensa Ecuménica

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Ha seguido suscitando comentarios el anuncio de ordinariatos personales para los anglicanos que deseen entrar en la Iglesia católica. Un ex obispo episcopaliano dice que quienes como él mismo dan el paso no lo hacen simplemente por disconformidad con el camino que está tomando el anglicanismo.

Fecha: 28 Octubre 2009


Jeffrey Steenson fue obispo de la diócesis episcopaliana (como se llama la Iglesia anglicana en Estados Unidos) de Río Grande. Está casado y tiene tres hijos. A finales de 2007 fue recibido en la Iglesia católica. En la actualidad es profesor de Patrística en la Universidad de Sto. Tomás y en el Seminario de Sta. María, en Houston (Texas).

En un artículo publicado en MercatorNet (23-10-2009), Steenson escribe: “La asombrosa generosidad de Benedicto XVI al ofrecer un hogar canónico a los anglicanos que desean estar en comunión con él es motivo de gran júbilo, pues supone que no hacemos el viaje solos”.

Steenson subraya que la decisión del Papa no es un revés para el ecumenismo, sino una apertura a anhelos de unidad suscitados en muchos a raíz del empeño ecuménico. Para comprenderlo bien hace falta en primer lugar tener en cuenta que “los anglicanos no vienen a Roma principalmente porque estén descontentos con sus Iglesias”. Si no hubiera otros motivos, no tendrían necesidad de dar el paso: “Dentro del ámbito anglicano hay opciones mucho más accesibles a los descontentos con recientes decisiones y acontecimientos en el seno de sus Iglesias”.

El mismo caso de Steenson ilustra lo que dice. Para él, “la hora de la verdad” llegó a principios de 2007, en una reunión de la Cámara de los Obispos de la Iglesia Episcopaliana (tres años después de la consagración episcopal del homosexual activo Gene Robinson, hecho que provocó la separación de no pocas comunidades episcopalianas). En aquella ocasión, la mayoría decidió declarar que “el régimen de la Iglesia episcopaliana era esencialmente local y democrático, y que sus vínculos con el resto de la Comunión Anglicana y el mundo cristiano eran voluntarios y cooperativos”. Aquello fue, dice Steenson, “la gota que desbordó el vaso”: “Yo no podía conciliar esa tesis con la noción católica de Iglesia. Y como pertenecía a una rama de la Iglesia cuyos orígenes eran romanos, me parecía evidente qué debía hacer”.

Por eso señala Steenson a propósito de los nuevos ordinariatos personales anunciados por la Santa Sede: “Naturalmente, hay que prestar atención a las advertencias que se oyen, especialmente en círculos católicos liberales, sobre los riesgos de admitir a anglicanos descontentos; pero el disgusto que he percibido viene sobre todo de católicos descontentos que no aceptan algunas enseñanzas de su propia Iglesia”.

En el lado anglicano, recuerda Steenson, hay en mayor o menor medida una aspiración a la unidad al menos desde Newman, como se ve en las declaraciones de la Comisión Internacional Anglicano-católica. El objetivo pareció al alcance durante los años siguientes al Concilio Vaticano II; pero después “poderosos e insospechados movimientos en el seno del anglicanismo alejaron la meta de la comunión plena tan más allá del horizonte, que dejó de ser realista esperar que los instrumentos ecuménicos oficiales pudieran sanar el cisma. Por eso, distintos grupos e individuos se acercaron a la Santa Sede, no con la intención de repudiar el anglicanismo, sino más bien para descubrir una nueva vía hacia la unidad”.

Steenson participó en ese empeño, y ahora encuentra, en la nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre los ordinariatos personales, ecos de propuestas que él y sus colegas anglicanos presentaron a la Santa Sede hace quince años. Además, de la nota le parece muy acertado que insista en equilibrar la preservación del patrimonio anglicano con el cuidado para que los provenientes del anglicanismo “se integren –dice Steenson– en la Iglesia católica, y no se limiten a formar una sub-cultura”. Esto, señala, es importante porque, entre otras cosas, “los anglicanos tenemos que desaprender algunos malos hábitos, pues hoy la vida anglicana adolece de un desorden manifiesto”. “No se debe subestimar nuestra necesidad de formación; Roma no se levantó en un día, y tampoco puede uno ponerse el sacerdocio católico como si fuera un abrigo”.

El próximo fin del confesionalismo británico

El escritor inglés A.N. Wilson cree que la reciente decisión del Papa contribuirá, de rebote, a acercar el fin del confesionalismo británico, si facilita el paso a la Iglesia católica de un número significativo de anglicanos (International Herald Tribune, 26-10-2009). “En Inglaterra hay más católicos practicantes que anglicanos practicantes. En el curso de una generación, probablemente habrá más musulmanes que anglicanos practicantes en las Islas Británicas. Gran Bretaña ya no podrá soportar el absurdo de las leyes relativas a la religión del monarca: la Ley de Instauración [Act of Settlement] y la Ley de Matrimonios Reales, que entre otras cosas prohíben que el soberano se case con una persona católica; o el Juramento de Coronación, que obliga a preservar la religión protestante”.

En suma, dice Wilson, la decisión del Papa, aunque sea motivo de tristeza para algunos anglicanos, es una buena noticia para Gran Bretaña, “porque pondrá fin de manera formal a la idea de Estado confesional, y a la del monarca como símbolo y cabeza de la Iglesia oficial”.

El Papa de los fundamentos

Para el comentarista norteamericano Ross Douthat, la iniciativa es otra muestra de la línea seguida por Benedicto XVI, que busca reforzar los fundamentos más que alcanzar entendimientos superficiales (The New York Times, 26-10-2009). Pero lo hace, según Douthat, yendo al encuentro de los dos extremos del espectro teológico.

“En sus encíclicas, Benedicto ha tratado asuntos –justicia social, protección del medio ambiente, incluso amor erótico– que resultan cercanos a los liberales no creyentes y los católicos tibios de mentalidad progresista. Pero en vez de detenerse en un punto de amplio acuerdo, sigue más allá, tratando de persuadir a sus lectores más liberales de que muchas de las creencias de ellos dependen de las raíces católicas de Occidente y solo se sostienen sobre el cimiento de una seria fe religiosa.

”A vez, el Papa ha bajado sistemáticamente las barreras a los cristianos conservadores que merodean en los umbrales de la Iglesia sin decidirse a entrar. Esta era la finalidad de su controvertido acercamiento a los católicos tradicionalistas cismáticos, y es lo que explica la actual apertura a los anglicanos”.

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31 de agosto 2009

El vaticanista italiano Andrea Tornielli señaló este sábado en su blog que las recientes aclaraciones de altas personalidades del Vaticano no desmienten lo que él afirmó en un artículo en el diario Il Giornale el pasado 22 de agosto: que el Papa Benedicto XVI está considerando algunas medidas para profundizar "la reforma de la reforma" litúrgica.





Tanto en un artículo como en su usualmente bien informado blog, Tornielli había anunciado el 22 de agosto que la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, presidida por el Cardenal Antonio Cañizares, había presentado un conjunto de medidas litúrgicas –entre ellas, un mayor uso del latín en la Misa, la posibilidad de incluir la posición ad orientem por lo menos en la consagración, y el acento de la comunión en la boca– que estaban siendo estudiadas por el Pontífice. 

En aparente respuesta a lo afirmado por Tornielli, el Vicedirector de la Sala de Prensa de la Santa Sede, el P. Ciro Benedettini, señaló el 24 de agosto que "no existen propuestas institucionales referidas a la modificación de los libros litúrgicos"; y el viernes pasado, en una entrevista concedida a L’Osservatore Romano, el Secretario de Estado, Cardenal Tarcisio Bertone, se refirió a las "reconstrucciones fantasiosas sobre documentos de ‘retroceso’ respecto del Concilio". 

Según Tornielli, la desmentida del P. Benedettini y el comentario del Cardenal Bertone "más que por mi artículo, fue provocada por la manera como lo retomaron varios blogs, que daban por inminente la ‘reforma de la reforma" y las modificaciones a la Misa en sentido más tradicional". 

Tornielli aclaró el sábado que él en todo momento se refirió "al inicio de un trabajo" y no "de reformas inminentes o de documentos ya preparados"; y señaló que tanto los resultados de la plenaria de la Congregación que preside el Cardenal Cañizares como su presentación al Papa para su consideración son hechos reales. 

"Todo esto es para decir que no crean a quien hoy escribe diciendo que no hay nada en acto, que el Papa y la Congregación para el Culto no están pensando en nada, que la ‘reforma de la reforma’ y la recuperación de una mayor sacralidad de la liturgia es una noticia falsa publicada por el suscrito", escribe. 

Tornielli concluye señalando que: "desde que soy vaticanista he cometido muchos errores y muchos cometeré aún, pero el artículo en cuestión, créanme, no está entre ellos".

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La liturgia en la mira del Papa

Según el vaticanista Andrea Tornielli
26.08.09 por José Catalán Deus


Se suponía que el cardenal español Antonio Cañizares Llovera promovido al frente de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, llegaba a Roma para impulsar la contrarreforma litúrgica querida por el Papa. Y no ha tardado mucho en dar pruebas de ello.

Según el vaticanista del diario italiano 'Il Giornale', el pasado el 4 de abril, Cañizares presentó al Papa un documento votado casi unánimemente por el pleno de su dicasterio el 12 de marzo anterior que pretende dar mayor sacralidad al rito de la Misa, recuperar el latín en la celebración, editar misales bilingües, y reelaborar las partes introductorias 'para poner freno a los abusos, experimentos e innovaciones inoportunas".

El documento reafirmaría que el modo usual de recibir la comunión no es en la mano, sino en la boca, y que distribuir la Eucaristía en la palma de la mano, debe considerarse una excepción. También que durante la consagración, al menos, el celebrante mire hacia el Oriente, como sucedía antes de la reforma litúrgica propiciada a partir del Concilio Vaticano II. Y se propone también recuperar la adoración eucarística,.

Estas proposiciones se dicen fieles al documento conciliar Sacrosanctum Concilium, que habría sido incomprendido y mal aplicado, y fueron adelantadas en declaraciones de Cañizares a la publicación mensual 30Giorni, a la que dijo que "a veces se ha cambiado por el simple gusto de cambiar respecto a un pasado percibido como del todo negativo y superado. A veces se concibe la reforma como una ruptura y no como un desarrollo orgánico de la Tradición".

La Oficina de Prensa de la Santa Sede desmintió que esté en marcha una reforma litúrgica. El Subdirector Ciro Benedettini indicó que "hasta el momento no existen propuestas institucionales para la modificación de libros actualmente en uso". Una rectificación poco contundente.

El artículo de Tornielli en el diario Il Giornale se titulaba "Ratzinger reforma la Misa: No más la hostia en la mano", y aseguraba que la iniciativa de Cañizares contaba con el visto bueno del Papa. Tras resaltar que el Santo Padre sabe que no sirve de mucho "lanzar directivas desde lo alto, con el riesgo de que sean letra muerta", Tornielli finaliza indicando que el estilo del Pontífice "es el de afrontar las cosas y sobre todo, el ejemplo. Como demuestra el hecho que, desde hace más de un año, quien desea recibir la comunión del Papa, debe arrodillarse sobre el reclinatorio preparado especialmente para las ceremonias".

Se trata de 'enriquecer' mutuamente misa tridentina y misa conciliar, tal como explicaba el Papa en su carta anexa al Motu Proprio Summorum Pontificum que liberalizaba la misa en latín. Y se hará lentamente, sin documentos rimbombantes, mediante el ejemplo y la insistencia en las diócesis, para que por lo menos las misas de las principales celebraciones se vayan haciendo en latín.


“Recuperemos el amor a la Eucaristía”, dice el cardenal Cipriani


LIMA, lunes 24 de agosto de 2009 (ZENIT.org).- El arzobispo de Lima invocó a los fieles a practicar una urbanidad eucarística, consistente en la buena educación de la piedad, respeto y adoración al Cuerpo de Cristo.

Esta exhortación la realizó en la misa dominical que celebró en la Basílica Catedral de Lima, el domingo 23 de agosto, XXI del Tiempo Ordinario.

"Recuperemos ese amor a la Eucaristía, recibiendo a Jesús con el cuerpo y el alma limpios, en gracia de Dios. Que se utilice esa pequeña bandeja de comunión, para que en caso una partecita de la Hostia se desprenda, no caiga al suelo. Por eso, esta urbanidad, que debemos enseñarla desde los niños hasta los más ancianos", exhortó durante su homilía.

Asimismo, el pastor de Lima recordó que la Iglesia universal enseña que la comunión Eucarística se recibe en la boca, y de una manera extraordinaria --con permiso del obispo-- en la mano.

"La comunión Eucarística se recibe en la boca para evitar el uso de la mano sucia en contacto con el Cuerpo de Cristo. En esta arquidiócesis todavía hay el permiso (para recibir el Cuerpo de Cristo en la mano). Digo todavía, porque cada vez más le pido a los sacerdotes y religiosos que ese respeto visible al Cuerpo de Cristo se manifieste y que no esté entregándose el Cuerpo de Cristo como quien reparte unos papeles", mencionó.

El arzobispo de Lima también recordó que la forma correcta de recibir a Jesús en la Eucaristía requiere de una preparación personal para estar en gracia. Y al momento de recibirlo, mostrar una señal visible de respeto, que puede ser la inclinación de la cabeza, y mucho más recomendable, recibir la Santa Eucaristía de rodillas.


Bertone: Benedicto XVI no da marcha atrás en el Vaticano II

CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 27 agosto 2009 (ZENIT.org).- El colaborador más cercano de Benedicto XVI ha desmentido los rumores promovidos por medios de comunicación que aseguran su intención de dar "marcha atrás" en el camino de aplicación del Concilio Vaticano II.

El cardenal Tarcisio Bertone S.D.B., secretario de Estado, en una entrevista concedida a la edición italiana de "L'Osservatore Romano" del 28 de agosto, aclara debates surgidos por revelaciones de supuestos documentos, desmentidos por la Santa Sede, interpretados como una vuelta atrás por parte del Papa, sobre todo en materia litúrgica.

El cardenal cita "algunas instancias del Concilio Vaticano II que el Papa ha promovido constantemente con inteligencia y profundidad de pensamiento".

En particular, "la relación más comprensiva instaurada con las Iglesias ortodoxas y orientales, el diálogo con el judaísmo y con el islam, con una recíproca atracción, que han suscitado respuestas y profundizaciones como nunca antes se habían registrado, purificando la memoria y abriéndose a las riquezas del otro".

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José Comblin pertenece a esa generación que se alimentó antes del Concilio de la nueva teología y sobre todo de la nueva actitud pastoral. Los movimientos de Acción Católica especializada a partir del análisis de la realidad, la teología renovada de Congar, De Lubac y Rahner, la sociología religiosa de Boulard y Le Bras… Hoy, a sus 85 años, es un testigo cualificado de la historia de la Iglesia latinoamericana en estos últimos cincuenta años. Controvertido por algunas de sus afirmaciones que no siempre son aceptadas, no deja de ser un pensador al que se lo respeta por sus conocimientos, por su inteligencia y por su honestidad intelectual.



-¿Por qué dejaste tan pronto tu patria para enraizarte en América Latina?

-Salí de Bélgica en 1958, cinco años después de haber hecho la petición a mi arzobispo cardenal Van Roey. Estaba convencido de que el proceso de secularización en Europa era irreversible y no quería asistir a esa lenta decadencia de la Iglesia en Europa, sobre todo con la convicción de que ese proceso era el resultado de errores gigantescos de la jerarquía católica que nunca había entendido la evolución del continente, porque quería defender sus privilegios de la cristiandad medieval. Sucedió que el mismo Pío XII abrió la puerta para América Latina. Llegué a Brasil para descubrir. Vi que había una evolución diferente. La JOC me hizo recordar que era belga. Los jocistas vinieron a buscarme en Campinas, pensando que era un amigo de Cardijn por ser belga él también. Me pidieron que fuera su consiliario, porque ningún sacerdote quería serlo. Pronto me di cuenta de que una revolución se estaba gestando en América Latina: desde 1960.

-Fuiste testigo del nacimiento de una nueva Iglesia en Latinoamérica antes del Vaticano II. ¿Cómo empezaron esos cambios en algunos obispos que después fueron tan influyentes?

-En 1960 se inició en Brasil un proceso revolucionario que interrumpió el golpe militar de 1964. Poco a poco la mayoría de la Iglesia entró en la oposición al golpe militar participando en la preparación de una sociedad diferente. Vaticano II dio apoyo a una política social más acentuada. En la historia de América Latina, de 1960 a 1985 fue una época gloriosa para la Iglesia (hasta 1990 en América Central). Dom Helder Camara fue uno de los líderes de la Iglesia en esa época. Su gran conversión fue en 1955. Había sido un brillante sacerdote en su diócesis natal de Fortaleza y en Río de Janeiro. Fue obispo auxiliar de Río, director de toda la educación católica, asesor nacional de la Acción Católica, miembro del Consejo federal de educación. Había fundado la Conferencia episcopal con la colaboración de Montini en el Vaticano. Fue el organizador del Congreso Eucarístico internacional de Río de Janeiro en 1955. Después del Congreso, el cardenal Gerlier, de Lyon, fue a despedirse y le dijo que le felicitaba por el triunfo del Congreso. Pero le dijo que durante la misa final los obispos tenían ante sus ojos el triste espectáculo de las favelas. Le preguntó por qué la ciudad de Río toleraba ese espectáculo. Sugirió a Dom Helder que hiciera algo en esa materia. Dom Helder le tomó las manos y le dijo: “Hoy mismo mi vida cambia”. Su vida cambió. Desde entonces se dedicó al problema de los pobres y de las favelas. Hasta tal punto que, después de algunos años, el cardenal de Río ya no lo soportó y pidió al nuncio que lo sacara de Río de Janeiro.

-Pero fue en tiempos del Concilio cuando esos cambios cuajaron en un movimiento de renovación que llevaría a Medellín y creo que tú puedes dar testimonio de cómo cambiaron la actitud pastoral de muchos obispos por esos años.

-Durante el Concilio un grupo de obispos latinoamericanos percibió que el Concilio no trataba de los problemas propios de América Latina. Don Manuel Larraín y Dom Helder Camara estaban al frente de ese movimiento. Formaron el proyecto de una conferencia del CELAM para aplicar el Concilio con una complementación. La intención era aplicar el Concilio más allá del Concilio. Los temas ya estaban presentes en el Pacto de las Catacumbas. Unos 40 obispos del mundo entero, muchos de ellos latinoamericanos, se comprometieron a aplicar un programa de reforma de la vida episcopal en sus diócesis. Fue el 16 de noviembre de 1965 en la catacumba de Santa Domitila.
Decidieron mudar de vida y vivir una vida pobre en su residencia, su alimentación, su transporte. En su pastoral decidieron dar prioridad a los pobres. Esto proporcionó los temas principales de la Conferencia de Medellín, pues don Manuel Larraín había convencido al Papa Pablo VI, quien aceptó convocarla con gran entusiasmo. De hecho la Conferencia de Medellín en 1968 respondió plenamente a los proyectos del Pacto de las Catacumbas. Por supuesto Medellín no correspondía a lo que pensaban la mayoría de los obispos de América Latina. Era el programa de una vanguardia. Medellín suscitó una oposición muy fuerte en una Curia romana que Pablo VI no lograba orientar.
La Curia decidió apagar el espíritu de Medellín. Escogieron a Alfonso López Trujillo para realizar su proyecto. Alfonso López fue hecho obispo, secretario del episcopado colombiano y secretario general del CELAM por voluntad de la Curia. Desde el CELAM Alfonso López hizo todo lo que pudo para destruir Medellín. No lo logró en Puebla, pero sí con la ayuda de la Curia consiguió crear en América Latina un episcopado nuevo radicalmente indiferente a Medellín. Alfonso López fue hecho presidente del CELAM y, después, cardenal. La generación de Medellín fue reemplazada por obispos totalmente diferentes.

-¿Podrías enumerar algunos nombres de obispos de la generación de Medellín?

-¡Se podrían decir tantas cosas de cómo fueron esas verdaderas conversiones episcopales a partir del testimonio de sus curas y comunidades! Sólo voy a evocar algunos de esos obispos verdaderos pastores de su pueblo: Leónidas Proaño, de Riobamba (Ecuador); Samuel Ruiz, de San Cristóbal de Las Casas (México); Sergio Méndez Arceo, de Cuernavaca (México), Óscar Romero, de San Salvador (El Salvador); Geraldo Valencia, de Buenaventura (Colombia); José Dammert, de Cajamarca (Perú); los obispos del Sur Andino (Perú); Santiago Benítez, de Asunción (Paraguay); Ramón Bogarin, de San Juan Baptista de las Misiones (Paraguay); Gutiérrez Granier, de La Paz (Bolivia); Enrique Alvear, de San Felipe (Chile); Fernando Ariztía, de Copiapó (Chile); Enrique Angelelli, de La Rioja (Argentina); Ponce de León, de San Nicolás (Argentina); Jerónimo Podestá, de Avellaneda (Argentina); Jaime de Nevares (Argentina); Luiz Baccino, de San José de Mayo (Uruguay); Carlos Parteli, de Montevideo (Uruguay); Marcos Mac Grath, de Panamá (Panamá); Antonio Fragoso, de Crateús (Brasil); José Tavora, de Aracaju (Brasil); Cándido Padin, de Baurú (Brasil); José Maria Pires, de João Pessoa (Brasil); Luciano Mendes, de Almeida de Mariana (Brasil); y los cardenales
Aloísio Lorscheider, de Fortaleza (Brasil); Paulo Evaristo Arns, de São Paulo (Brasil); J.Landazzuri Ricketts, de Lima (Perú) y Raúl Silva Enríquez, de Santiago (Chile).

- Pero la renovación no vino sólo de los obispos, sino de las comunidades cristianas de base (CEBs). ¿Cómo viviste ese florecimiento?

Las primeras CEBs aparecieron ya en los años 50 en Panamá y en Brasil (Barrio Pirambu en Fortaleza-Brasil y São Paulo de Potengi-Brasil). El Concilio las apoyó y conocieron una gran expansión después de Medellín. Eran una verdadera promoción de los laicos ya que hacían de ellos los protagonistas de las comunidades cristianas. Sin embargo no entraron en el derecho canónico y sus ministerios no fueron reconocidos oficialmente. Esta laguna les fue muy perjudicial, porque no encontraron defensa canónica cuando el clero se apartó de ellas. Las CEBs fueron también una promoción de los pobres. De hecho se desarrollaron casi exclusivamente en medio de los pobres dándoles visibilidad en la Iglesia, pues en las parroquias los pobres nunca aparecían, salvo como objeto de la caridad, pero nunca como sujetos activos. Las CEBs se desarrollaron sobretodo en Brasil, Chile, Perú, algunas diócesis de Ecuador, Bolivia, Paraguay y algunas diócesis de América Central sobre-todo en Guatemala, algunas pocas diócesis de México o Argentina. En Brasil siempre fueron reconocidas como parte esencial de los planes de pastoral del episcopado.

-Sin embargo, también fueron atacadas…

-Fueron duramente atacadas desde Roma, sobre todo por el nuevo CELAM dirigido por Alfonso López. Fueron denunciadas como una Iglesia paralela. Esta acusación fue asumida por el Papa Juan Pablo II en Puebla. La denuncia provenía de los sectores burgueses de la Iglesia que querían una Iglesia que fuera de su propiedad. En varios países esa acusación fue adoptada por el episcopado y el clero: en Venezuela, en Colombia y en grandes regiones de Argentina y México, y sectores de las Iglesias en los otros países. Hubo otra acusación que se expandió en poco tiempo. Fueron acusadas de ser comunidades marxistas y de que a través de ellas el marxismo se estaba apoderando de la Iglesia en América Latina. En realidad, en algunos lugares cuando los marxistas eran perseguidos por los regímenes militares, algunos escondieron su condición de marxistas y encontraron un espacio social en comunidades eclesiales. En aquel tiempo la Iglesia era el único espacio en el que se podía todavía hablar con un poco de libertad. Pero nunca la comunidad se transformó en grupo marxista. La acusación era falsa, pero en América Latina cualquier conversación sobre problemas sociales ya es comunismo. Cualquier persona de cualquier partido o ideología que hablase de problemas sociales era un comunista. En las comunidades eclesiales de base sí se hablaba de problemas sociales. En ese sentido, en las CEBs había muchos comunistas, la conferencia episcopal de Brasil era comunista, lo que se dijo muchas veces, y obispos como Helder Camara eran peligrosos comunistas. Todas esas denuncias tuvieron consecuencias: en varios países las CEBs todavía son vistas como comunistas.
Las CEBs han sufrido otro mal: en general, la nueva generación de sacerdotes no acepta las CEBs. No acepta la promoción de los laicos. Quiere a los laicos como servidores disciplinados ligados a la parroquia. Obligaron las comunidades a integrarse en la pastoral de la parroquia sin ninguna autonomía o iniciativa. Desde entonces, muchas comunidades se dedican a los sacramentos o actividades de devoción. Algunas pocas subsisten en donde hay todavía un párroco de edad avanzada.

-Cuarenta años separan la conferencia de Medellín de la de Aparecida. ¿Qué es lo que continúa y lo que ha cambiado de uno a otro hito eclesial?

-Los obispos de Aparecida no conocieron Medellín. No tuvieron esa experiencia. La conocieron por lo que se dice. Algunos habrán leído una parte del documento de Medellín. Pero quisieron manifestar su voluntad de continuidad. Afirman que quieren ser continuadores de Medellín y Puebla. Pero hay una gran diferencia entre los obispos de entonces y los obispos de ahora. Los que prepararon y orientaron la Conferencia de Medellín habían optado por una vida pobre y una opción pastoral de prioridad a los pobres. En Medellín buscaron una confirmación de sus opciones. Cuando los obispos de Aparecida hablan de opción por los pobres, no saben lo que dicen porque no lo han experimentado en su vida, salvo una pequeña minoría. Al revés, la mayoría tiene la experiencia de una Iglesia retraída, encerrada en sí misma y con poca preocupación real por los problemas sociales y la liberación de los pobres. Han dejado de pensar en los pobres como víctimas de una inmensa injusticia social. Los pobres son los necesitados que nos piden la caridad. Por eso piensan que se ha de dar importancia a la ayuda a los pobres. Inconscientemente el clero ha asumido la posición de los nuevos dueños del poder y de la propiedad en esta era de la globalización. Medellín sabía que existía una situación de conflicto entre los dominadores y los dominados. Actualmente ya no hay dominadores y dominados: hay los que están más desarrollados y los que lo están menos. El desarrollo debe dar solución a la diferencia. Por eso la prioridad de Aparecida no es la liberación de los oprimidos. Es la misión, o sea, la difusión y el crecimiento de la Iglesia católica.

-¿Por qué la misión?

-El documento no lo dice explícitamente. Pero hay en el episcopado un comienzo de inquietud por la rápida expansión de las Iglesias pentecostales y neopentecostales. La consecuencia es una fuerte disminución del número de los que se declaran católicos. Habría que frenar o invertir esa evolución, sobre todo dando más resistencia a los católicos que permanecen fieles. Aparecida convoca a todos los católicos para una gran misión. Toda la Iglesia tiene que cambiar de rumbo y hacerse misionera. Sin embargo, esta llamada a una conversión total de la Iglesia supone una visión muy voluntarista de la historia. Supone que la voluntad de los individuos hará que todas las instituciones de la Iglesia sean misioneras. Instituciones que nunca han sido misioneras porque no fueron establecidas para ser misioneras, en adelante van a ser misioneras porque los obispos así lo quieren: las diócesis, las parroquias, los sacramentos y el culto, las escuelas católicas, los colegios católicos y las universidades católicas van a ser misioneras. Las obras católicas van a ser misioneras porque así lo quieren sus miembros. Semejante milagro sociológico nunca sucedió en la historia. Una sociedad cambia, cuando aparecen en ella nuevas instituciones con hombres y mujeres nuevos. Las instituciones antiguas no cambian sus objetivos ni toda su dinámica. Por eso la reacción al documento de Aparecida ha sido insignificante hasta ahora. La Iglesia pierde peso en el mundo de los pobres.
Hasta ahora no se ha manifestado ningún fenómeno de nueva orientación de las instituciones eclesiásticas hacia los pobres. El pontificado de Juan Pablo II no orientó la Iglesia en ese sentido. Ha aumentando la separación entre la Iglesia y el mundo, reforzando todas las señales de identificación de la Iglesia y encerrándola en su tradición cultural: catecismo más tradicional, derecho canónico sin cambio real, insistencia en la moral tradicional en la familia, lucha contra el comunismo como prioridad social, promoción de los llamados nuevos movimientos que son todos burgueses, con mentalidad burguesa introducida en toda la pastoral. Habría que cambiar todas esas prioridades. Ahora bien, el clero es mucho más clerical que antes, los seminarios preparan para el clericalismo, el control de la Curia romana intimida a los obispos y al clero. Se necesitaría en la cumbre romana y en toda la jerarquía un cambio semejante al que se produjo en el Vaticano II.

-¿Y qué ha tenido que ver en todo este proceso la Teología de la Liberación?

-La teología de la liberación ha muerto, proclamó Juan Pablo II. Ella nació alrededor de la Conferencia de Medellín hacia el final de la década de los 60. Nació con una generación de teólogos formados en el norte de Europa: Francia, Bélgica, Alemania… y no en Roma. Esos teólogos estaban impregnados por la teología de Vaticano II. Habían cortado los contactos con la teología neoescolástica que se enseñaba todavía en los seminarios y las facultades de teología del continente. No eran profesores académicos. Estaban trabajando más bien en movimientos sociales, en la pastoral universitaria o social, sobre todo en el mundo de los pobres. De ahí una connaturalidad con Medellín. La teología de la liberación partió de una práctica social en medio de los pobres.
Las circunstancias históricas la favorecían. Era una época revolucionaria en América Latina. La revolución cubana había tenido repercusiones muy fuertes en todos los países. En el mundo entero se daba la descolonización, la rebelión de los estudiantes, la contestación de todas las instituciones sociales y el despertar de las mujeres que entraban en la vida social y pública. La lucha por la justicia estaba al orden del día. El mundo hacía el descubrimiento de la dominación y de la lucha de todos los pobre, víctimas de la dominación, en vistas a su liberación. La misma palabra “liberación” triunfaba. La audacia de la nueva generación de teólogos latinoamericanos sorprendió a los teólogos de Europa, pero ella logró imponerse y fue reconocida. Esa teología de la liberación ofrecía a los cristianos una posibilidad de estar presentes en las luchas de los pueblos latinoamericanos.

-También tuvo sus detractores…

-La política de los Estados Unidos y las clases poderosas de América Latina en seguida percibieron el peligro. La teología de la liberación todavía no estaba constituida y ya se encontró con una oposición feroz. Fue denunciada como marxista y comunista. Fue identificada con el movimiento Cristianos por el socialismo que nació en Chile durante el gobierno de Allende.
Las acusaciones se multiplicaban y llegaron a Roma. El mismo cardenal Ratzinger se dejó impresionar y publicó la famosa Instrucción de 1984 que era una condenación muy severa. La nueva generación de teólogos no se dejó intimidar y lanzó un programa de publicaciones. Pero las campañas de difamación limitaron poco a poco el espacio de su libertad. Era prohibida en la Argentina, en Colombia, en Venezuela y en muchas diócesis de todos los países. Siempre pudo contar con el apoyo de los obispos de Medellín. Pero las nuevas generaciones de obispos y sacerdotes no conocían la teología de la liberación. Sólo sabían que era un asunto peligroso. Ya no se enviaron sacerdotes o seminaristas para estudiar en Europa del Norte: miles fueron enviados a Roma y regresaron con una teología diferente. El control de la Curia romana sobre la enseñanza de la teología cerró todas las puertas de las instituciones católicas a la teología de la liberación. Los teólogos de la generación de Medellín perseveran y publican. Falta la generación siguiente.
Desde los años 80 se desarrollaron teologías más contextuales: teología feminista, teología afro-americana, teología indígena… Trajeron nuevos puntos de vista. También aparecieron contactos con teólogos africanos y asiáticos que a veces adoptaron la perspectiva latino-americana, aunque en cada continente la liberación tenga significados propios. Existe una teología del Tercer Mundo; sin embargo hay una diferencia. La teología latinoamericana de la liberación tiene fundamentos bíblicos muy fuertes y por eso tiene valor universal. No es una teología contextual. Tiene valor para toda la Iglesia en todos los continentes; es un mensaje para la totalidad de la Iglesia, un mensaje que ya era de los Padres de los siglos IV y V, y reapareció muchas veces en los siglos de la cristiandad sin nunca llegar a ser mayoritaria. Puesto que los retos de Medellín todavía subsisten, podemos aguardar la aparición de una nueva generación de teólogos de la liberación. El problema es cómo liberarse del monopolio intelectual de Roma.

-¿Cómo ves las nuevas esperanzas que algunos tienen de que América Latina en los próximos años vaya encontrando el camino de una cooperación económica y cultural que la libere de la secular dependencia de otros imperios?

-No podemos saber el futuro. Podemos solamente conocer algo del presente, aunque en forma siempre parcial y localizada. De él pueden salir varias posibilidades. En este momento la globalización está en declive. La crisis en los Estados Unidos ha destruido la fe en el mercado como solución universal de la economía.
El mismo gobierno norteamericano he tenido que tomar medidas francamente socialistas como la nacionalización de grandes empresas privadas. El Estado resucita en los Estados Unidos para salvar el país. Siguiendo el mismo camino, los Estados nacionales resucitan también en las naciones que son parte del Imperio. La ideología neoliberal está desacreditada y en cada país surgen políticos y economistas que buscan otros caminos. Siempre el Estado ocupa un lugar central. El Estado interviene en el mercado. En América Latina las élites son colonialistas, como siempre. Quieren el Imperio porque el Imperio les garantiza sus privilegios. Ya no pueden contar con las Fuerzas Armadas desacreditadas después de la caída de los regímenes militares. Su apoyo está en el Imperio de los Estados Unidos. Van a tratar de salvarlo por lo menos en su país. Pero ya no logran impedir el surgimiento de movimientos populares, conducidos por líderes populares que, en cierta manera, pero con diferencias sensibles, retoman la tradición de los líderes populistas tan característicos de la historia latinoamericana. El Estado nació en Venezuela, Bolivia, Ecuador. Tiene algunas manifestaciones, aunque limitadas por el poder de las élites, en Argentina y Brasil. Hay movimientos que están creciendo en Paraguay, Perú, México, El Salvador, Guatemala, Nicaragua (?).
En América Latina los partidos políticos siempre han sido débiles porque todos se dejan atrapar por las élites. Mantienen un espectáculo: una democracia formal, pero la democracia se detiene en la puerta de las élites. La única excepción podría ser Chile, aunque la historia reciente permita dudas: las élites dominan todos los partidos representados en el Congreso chileno. El populismo es la forma de democracia de América Latina porque es el único sistema en el que las masas populares pueden hacer oír su voz. No sabemos el destino de los nuevos gobiernos latinoamericanos. No sabemos si lograrán formar una unión verdadera para compensar la fuerza del Imperio. No sabemos si los Estados Unidos van a recuperarse rápidamente de tal modo que reconquisten el control de todo su imperio. El porvenir económico parece más determinado. Está sucediendo que la evolución económica del mundo sigue el modelo propuesto por las agencias norteamericanas: la industria para China, la comunicación para India, la agricultura para América Latina. Se trata de la monocultura para producir caña de azúcar, soja o eucalipto para el papel. Son todos productos para la exportación. Es lo que se está instalando en América Latina. Las élites son felices porque esa evolución no pone en peligro su dominio sobre los países y mantiene el estado colonial que siempre les favoreció.
No es probable que se pueda cambiar esa evolución. Hasta gobiernos populistas tendrán que doblegarse.

-¿Y el futuro de la Iglesia en Latinoamérica?

-El futuro de la Iglesia Católica tampoco está determinado. La jerarquía ha descubierto el avance de los movimientos pentecostales o neopentecostales protestantes. No sabemos hasta cuándo o hasta dónde esos movimientos podrán crecer más. Su crecimiento ha sido favorecido porque la Iglesia católica ha abandonado las masas populares urbanas hechas de inmigrantes expulsados del campo. La llamada a la misión hecha en la Conferencia episcopal de Aparecida en 2007, puede recuperar una parte de las masas populares si el clero está decidido a cambiar de rumbo. Puede ser que movimientos carismáticos católicos sean capaces de proporcionar a las masas populares un mensaje semejante al mensaje de los pentecostales protestantes.
No lo sabemos todavía. De todos modos la Iglesia católica será siempre un monumento nacional defendido por las élites nacionales que la miran cono un aliado poderoso. La Iglesia siempre será monumento nacional como en Inglaterra o en Suecia. No habrá anticlericalismo como en Europa. Las élites que controlan todos los medios de comunicación, la TV, la radio o los periódicos no lo permitirán. La Iglesia católica siempre tendrá fuertes instituciones de enseñanza y de salud. Siempre tendrá una fuerte presencia del Opus Dei en la política y en el gobierno. Siempre habrá una minoría de católicos sobre todo laicos fieles al espíritu de Medellín. Sólo saldrán de su condición de minoría si hubiera una revolución en Roma, lo que es sumamente improbable.

- Efectivamente, la Iglesia católica parece estar viviendo un proceso de contrarreforma que la aleja del alma de los pueblos. Pero tú sigues siendo un hombre de esperanza, sin dejar de ser realista. ¿En qué signos se apoya tu esperanza?

Los intentos de vuelta a la Contrarreforma están en la lógica de la estrategia romana. Los observadores creen que el Papa es perfectamente lúcido. El Papa sabe muy bien que la secularización invade todos los países de la antigua cristiandad. Sabe que esa evolución es irreversible. Por eso sabe que la Iglesia será reducida a una pequeña minoría. Esta minoría estará en ruptura con la cultura dominante. Para poder resistir à la penetración de la cultura dominante, los católicos tendrán que permanecer en una ortodoxia rigurosa: fidelidad radical al magisterio, observancia perfecta de la moral católica tradicional, sumisión total a la institución en todos los niveles. Son las normas de cualquier minoría que quiere permanecer. Sin embargo la Curia cree que podrá salvar una gran parte del poder político y económico de la Iglesia gracias a instituciones con fuerte presencia en el mundo político y económico. En América Latina la situación no es tan alarmante por diversas razones. En primer lugar, la práctica sacramental siempre ha sido muy débil dadas las condiciones de dispersión de la población en territorios inmensos. El fenómeno de la debilidad de la práctica era bastante general salvo en el departamento de Antioquía, en Colombia, y en los Estados mexicanos de Jalisco, Michoacán y Puebla.
Otra razón es que ya no hay anticlericalismo. En la segunda mitad del siglo XIX y al comienzo del siglo XX hubo un anticlericalismo dirigido por la masonería que reunía a los pocos intelectuales y a la clase política dirigente del tiempo. Ese movimiento no ha sido aceptado por las élites tradicionales y se apagó casi completamente. La masonería funcionaba sobre todo como club de clases privilegiadas, lo que fue substituido por los Rotary Club o Lions Club y otros clubes de los Estados Unidos. Estos no tienen ningún conflicto con la religión, al revés.
Una tercera razón es que en América Latina, la herencia de Medellín no está totalmente perdida. Claro está que la Iglesia de hoy es muy diferente de la Iglesia de entonces. Predominan los nuevos movimientos de los años 40 de Europa, el movimiento carismático y un nuevo clero que tiene nostalgia de los tiempos anteriores a Vaticano II. Sin embargo, la Conferencia episcopal de Aparecida (2007) afirma que quiere estar en continuidad con Medellín y Puebla; renueva el compromiso con los pobres y defiende las comunidades eclesiales de base por lo menos en algunos países. Es verdad que en la práctica el mensaje es muy diferente, pero permanece el prestigio de aquellos tiempos y el recuerdo de los grandes obispos que prepararon e hicieron Medellín. Existe la conciencia de que esa época fue la que fundó de alguna manera un catolicismo autóctono en América Latina y hay una minoría que permanece fiel y mantiene el mensaje. Nuevas circunstancias pueden darle una nueva actualidad. A largo plazo la nostalgia de la Contrarreforma va a disminuir. Un día reaparecerá la preocupación por el mundo y el lugar del cristianismo en el mundo. La esperanza de poder rehacer la cristiandad que fue la orientación de Roma desde la Revolución francesa, va a tener que ceder de nuevo y algo del espíritu de Juan XXIII va a reaparecer. La nueva sociedad que predomina en Occidente y se expande por el mundo entero no va a desaparecer. Un día los cristianos reconocerán que es inútil esperar la muerte de esta sociedad. La Iglesia va a tener que reconocer sus valores y entrar en diálogo.

[Publicado en IGLESIA VIVA - Nª235, julio-sept. 2008 pp. 71-82
© Asociación Iglesia Viva - ISSN. 0210-1114].

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Eugenio Scalfari Del diario El País de España

“Es necesario un concilio sobre el divorcio”.
La cara ha adelgazado, pero los ojos de un azul intenso la iluminan aún más. Me mira fijamente, como para reconocerme. Hace muchos años que no nos hemos visto, aunque hemos hablado a menudo intercambiando a distancia sentimientos y pensamientos.
“Ha habido épocas en las que la participación activa de las comunidades cristianas era mucho más intensa”.


“No pienso en un Vaticano III, pero sí en un concilio sobre la relación de la Iglesia con los divorciados”.

“La confesión es un sacramento exangüe. Se confiesa algún pecado, se obtiene el perdón, se dice una oración y se acabó”.

“A veces los no creyentes están más cerca de nosotros que muchos falsos devotos. El Señor lo sabe”. Han pasado 13 años desde ese debate a dos voces organizado por Vincenzo Paglia, entonces asistente eclesiástico de la comunidad de San Egidio, en el gran salón del palacio de la Cancillería en Roma. El tema de ese debate era La paz es el nombre de Dios, con un subtítulo: Qué puede unir hoy a católicos y laicos.

Desde entonces, la figura del arzobispo de Milán ha sido para mí un punto de referencia, he seguido su obra pastoral dirigida a los creyentes y su diálogo constante con los no creyentes, su relación con el cardenal Silvestrini, con Pietro Scoppola, con la comunidad de San Egidio, con las varias almas de la Compañía de Jesús. He leído sus libros, y en concreto, las Conversaciones nocturnas en Jerusalén. Y ahora, el que acaba de salir, Estamos todos en la misma barca, un largo diálogo con don Luigi Verzè, fundador del hospital de San Rafael en Milán y de la universidad del mismo nombre.

El binomio Martini-Verzè ha asombrado a muchos amigos del cardenal. El fundador del San Rafael es un personaje de notable audacia que tiene muy poco en común con Martini. ¿Por qué le ha elegido precisamente a él como interlocutor? La explicación es clara: las diferencias entre los dos surgen del libro, pero el objetivo común es el de llamar la atención de los cristianos católicos hacia problemas que ya no se pueden aplazar.

Le pregunto a Martini cuáles son esos problemas en orden de importancia: “Ante todo, la actitud de la Iglesia hacia los divorciados, y luego, el nombramiento y la elección de los obispos, el celibato de los sacerdotes, el papel de los laicos católicos y la relación entre la jerarquía eclesiástica y la política. ¿Le parecen problemas de fácil solución? ¿Pueden interesar también a un laico no creyente como usted?”.

Me mira sonriente y se acomoda en la silla, que cruje, y me asalta el temor de que sea inestable, pero él me tranquiliza: “Es sólida, no se preocupe, es que yo me muevo demasiado”.

Nos encontramos en una habitación muy sobria, con una mesa larga y algunas sillas, en la residencia de los jesuitas en Gallarate. El cardenal, antes de recibirme, se ha reunido con unos 50 sacerdotes procedentes de los alrededores de Milán. Querían escuchar sus palabras de fe y esperanza en una sociedad cada vez menos cristiana y cada vez más indiferente.

Pregunta. ¿Indiferente hacia qué?

Respuesta. Ya no hay una visión del bien común. El sentimiento dominante es defender los intereses particulares y no los del grupo. Quizá piensan que son buenos cristianos porque de vez en cuando van a misa y acercan a sus hijos a los sacramentos. Pero el cristianismo no es eso, no es sólo eso. Los sacramentos son importantes si coronan una vida cristiana. La fe es importante si avanza junto a la caridad. Sin la caridad, la fe está ciega. Sin caridad no hay esperanza y no hay justicia.

P. Usted, cardenal Martini, ha afirmado en muchas ocasiones que la caridad es importante, pero quizá sea necesario definir con exactitud qué quiere decir usted con esta palabra. No creo que se limite a hacer el bien al prójimo.

R. Hacer el bien, ayudar al prójimo, son desde luego aspectos importantes, pero no son la esencia de la caridad. Hay que escuchar a los demás, comprenderlos, incluirlos en nuestro afecto, reconocerlos, romper su soledad y ser sus compañeros. En resumen: amarlos. La caridad predicada por Jesús es la participación plena en la suerte de los demás. Comunión de los espíritus, lucha contra la injusticia.

P. En su libro Conversaciones nocturnas, usted dice que los pecados son numerosos y la Iglesia enumera muchos, pero en su opinión el auténtico pecado del mundo -lo dice exactamente así, si mal no recuerdo- es la injusticia y la desigualdad. Si he entendido bien sus palabras, ¿la caridad consiste en luchar contra la injusticia?

R. Jesús dijo que el reino de Dios será de los pobres, de los débiles, de los excluidos. Dijo que la Iglesia tendría como misión estar a su lado. Ésta es la caridad del pueblo de Dios predicada por su Hijo, que se hizo hombre para salvarnos.

P. Cardenal, ¿a qué se refiere con pueblo de Dios? ¿Son los laicos católicos pueblo de Dios?

R. Toda la Iglesia es pueblo de Dios: la jerarquía, el clero, los fieles.

P. ¿Tienen los fieles un papel activo en el gobierno de la Iglesia, en la administración de los sacramentos, en la elección de sus pastores?

R. Desde luego, tienen un papel, pero deberían desempeñarlo mucho más plenamente. Demasiado a menudo es un papel pasivo. Ha habido épocas en la historia de la Iglesia en las que la participación activa de las comunidades cristianas era mucho más intensa. Cuando hablaba antes de una indiferencia extendida, pensaba precisamente en este aspecto de la vida cristiana. Aquí hay una laguna, una falta silenciosa, especialmente en la sociedad europea y en la italiana.

P. ¿Piensa en la escasa frecuencia de los sacramentos, de la misa, de las vocaciones?

R. Éstos son aspectos externos, no sustanciales. La esencia es la caridad, la visión del bien común y de la felicidad común. Felicidad no sólo para nosotros, sino para los demás, y no sólo en el presente, aquí y ahora, sino para los hijos y los nietos, para las generaciones futuras.

P. ¿La Iglesia institucional hace lo suficiente en esta dirección?

R. Hace mucho, pero debería hacer mucho más.

P. Cardenal Martini, me gustaría plantearle una cuestión bastante delicada. Un conocido escritor católico, Vittorio Messori, ha escrito recientemente que la Iglesia institucional, es decir, el Vaticano, con su Secretaría de Estado, sus nuncios repartidos por todo el mundo, sus estructuras de Curia, no puede sancionar los vicios privados de los poderosos.

Su misión es estipular acuerdos, concordatos, afrontar problemas concretos de poder a poder. Alcanzó acuerdos con Hitler, Mussolini, Pinochet, Franco, Craxi: si les hubiese juzgado públicamente por su comportamiento, por su moralidad, no habría podido actuar políticamente, como es su deber. El problema compete, si acaso -según Messori-, al confesor, admitiendo que alguno de esos poderosos se confiese. De cualquier manera, el tema de la salvación es cosa del clero pastoral, de los párrocos y obispos que cuidan de las almas. ¿Está usted de acuerdo con esta distinción entre instituciones vaticanas y clero con funciones pastorales?

R. En verdad, no estoy muy de acuerdo: la distinción que hace Messori se remonta a una fase en la que aún existía el poder temporal y en la que el Papa era casi un soberano; pero, gracias a Dios, ese poder terminó y no puede ser restaurado. Es una suerte que haya terminado. Desde luego, existe una estructura diplomática en la Santa Sede, pero al fin y al cabo está formada por sacerdotes, cuyo fin último es dar testimonio de la predicación evangélica y de su contenido profético.

A esto tengo que añadir que la estructura diplomática, en mi opinión, es demasiado redundante y requiere demasiada energía de la Iglesia. No siempre ha sido así. En la historia de la Iglesia, durante siglos y siglos, esta estructura ni siquiera existía y en el futuro podría reducirse en gran medida, o incluso llegar a ser desmantelada. El deber de la Iglesia es dar testimonio de la palabra de Dios, el Verbo Encarnado, el mundo de los justos que vendrá. Todo lo demás es secundario.

P. ¿Las iglesias protestantes no tienen estructuras semejantes? ¿No son necesarias para tutelar la libertad religiosa y el espacio público que necesita la Iglesia para difundir sus valores?

R. Las iglesias protestantes no tienen estructuras tan centralizadas y poderosas como la nuestra. Desde este punto de vista, son más débiles que la Iglesia católica, pero en otros aspectos están más cohesionadas con los fieles.

P. El problema que usted plantea existe, indudablemente. ¿Afecta a los obispos? Quizá la figura del Papa, que existe sólo en la Iglesia católica, tiene como consecuencia cierto temporalismo que ha sobrevivido al poder temporal propiamente dicho.

R. El Papa es ante todo el obispo de Roma. Para nosotros, los católicos, es el vicario de Cristo en la tierra y le debemos amor, respeto y obediencia, pero sin olvidar que la Iglesia apostólica se erige sobre dos pilares: el Papa y su comunión con los obispos. Recuerdo que en el consistorio que precedió al último cónclave hubo un debate preliminar para realizar una especie de retrato robot del futuro pontífice. Cuando me tocó hablar a mí, dije que nosotros debíamos elegir al obispo de Roma. Quería decir con ello que siempre prevalece la capacidad y la vocación pastoral por encima de la diplomática o la teológica.

P. ¿Usted dijo eso? ¿Que ustedes, el cónclave, debían elegir al obispo de Roma?

R. ¿Le parece una herejía? Y sin embargo, éste es el mandamiento constante según la doctrina y la tradición evangélica.

El tiempo pasaba y aún había muchos temas que me habría gustado discutir con el cardenal Martini, pero temía cansarle demasiado. Se lo dije, pero me respondió que podíamos continuar.

Había un tema que me interesaba especialmente. Le dije que al leer su último libro, el que había escrito con Verzè, me había parecido entender que se inclinaba hacia otro concilio, una especie de Vaticano III. ¿Se ha debilitado el impulso del Vaticano II? ¿No habría que retomar el discurso y llevarlo más adelante? La respuesta que me dio me pareció muy innovadora y también imprevista.

R. No pienso en un Vaticano III. Es cierto que el Vaticano II ha perdido parte de su impulso. Quería que la Iglesia se enfrentase a la sociedad moderna y a la ciencia, pero este enfrentamiento ha sido marginal. Aún estamos lejos de haber afrontado este problema y casi parece que hemos dirigido nuestra mirada más hacia atrás que hacia delante. Habría que retomar el impulso, pero para hacerlo no es necesario un Vaticano III. Dicho esto, yo soy partidario de otro concilio, es más, lo considero necesario, pero sobre temas específicos y concretos. Considero que habría que poner en marcha lo que se sugirió, o mejor dicho, decretó, en el Concilio de Constanza, es decir, convocar un concilio cada 20 o 30 años, pero con un solo argumento, dos como mucho.

P. Esto supondría una revolución en el gobierno de la Iglesia.

R. A mí no me lo parece. La Iglesia de Roma no se llama apostólica por casualidad. Tiene una estructura vertical, pero al mismo tiempo también horizontal. La comunión de los obispos con el Papa es un órgano fundamental de la Iglesia.

P. ¿Y cuál sería el tema del concilio que usted desea?

R. La relación de la Iglesia con los divorciados. Afecta a muchísimas personas y familias, y desgraciadamente, el número de personas implicadas aumentará, así que hay que afrontarlo con sabiduría y visión de futuro. Pero hay otro argumento que debería afrontar un próximo concilio: el del curso penitencial de la propia vida. Verá usted, la confesión es un sacramento extremadamente importante, pero ya exangüe.

Cada vez son menos las personas que lo practican, pero, sobre todo, su ejercicio se ha convertido en algo casi mecánico: se confiesa algún pecado, se obtiene el perdón, se recita alguna oración y se acabó. En la nada o poco más. Hay que devolver a la confesión una esencia auténticamente sacramental, un recorrido de arrepentimiento y un programa de vida, una confrontación constante con el propio confesor; en resumen, una dirección espiritual.

Nos levantamos. Me dijo que había leído mi último libro, El hombre que no creía en Dios, y que había encontrado algunas concordancias con su visión del bien común. Le di las gracias. Yo me siento muy cercano a usted, le dije, pero no creo en Dios, y lo digo con total tranquilidad de espíritu.

“Lo sé, pero usted no me preocupa. A veces, los no creyentes están más cercanos a nosotros que muchos falsos devotos. Usted no lo sabe, pero el Señor, sí”.

Sentí la tentación de abrazarlo, pero estamos los dos algo temblorosos y habríamos corrido el riesgo de acabar en el suelo. Nos estrechamos la mano prometiendo volver a vernos pronto.

© La Repubblica. Traducción de News Clips.


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