Ha seguido suscitando comentarios el anuncio de ordinariatos personales para los anglicanos que deseen entrar en la Iglesia católica. Un ex obispo episcopaliano dice que quienes como él mismo dan el paso no lo hacen simplemente por disconformidad con el camino que está tomando el anglicanismo.

Fecha: 28 Octubre 2009


Jeffrey Steenson fue obispo de la diócesis episcopaliana (como se llama la Iglesia anglicana en Estados Unidos) de Río Grande. Está casado y tiene tres hijos. A finales de 2007 fue recibido en la Iglesia católica. En la actualidad es profesor de Patrística en la Universidad de Sto. Tomás y en el Seminario de Sta. María, en Houston (Texas).

En un artículo publicado en MercatorNet (23-10-2009), Steenson escribe: “La asombrosa generosidad de Benedicto XVI al ofrecer un hogar canónico a los anglicanos que desean estar en comunión con él es motivo de gran júbilo, pues supone que no hacemos el viaje solos”.

Steenson subraya que la decisión del Papa no es un revés para el ecumenismo, sino una apertura a anhelos de unidad suscitados en muchos a raíz del empeño ecuménico. Para comprenderlo bien hace falta en primer lugar tener en cuenta que “los anglicanos no vienen a Roma principalmente porque estén descontentos con sus Iglesias”. Si no hubiera otros motivos, no tendrían necesidad de dar el paso: “Dentro del ámbito anglicano hay opciones mucho más accesibles a los descontentos con recientes decisiones y acontecimientos en el seno de sus Iglesias”.

El mismo caso de Steenson ilustra lo que dice. Para él, “la hora de la verdad” llegó a principios de 2007, en una reunión de la Cámara de los Obispos de la Iglesia Episcopaliana (tres años después de la consagración episcopal del homosexual activo Gene Robinson, hecho que provocó la separación de no pocas comunidades episcopalianas). En aquella ocasión, la mayoría decidió declarar que “el régimen de la Iglesia episcopaliana era esencialmente local y democrático, y que sus vínculos con el resto de la Comunión Anglicana y el mundo cristiano eran voluntarios y cooperativos”. Aquello fue, dice Steenson, “la gota que desbordó el vaso”: “Yo no podía conciliar esa tesis con la noción católica de Iglesia. Y como pertenecía a una rama de la Iglesia cuyos orígenes eran romanos, me parecía evidente qué debía hacer”.

Por eso señala Steenson a propósito de los nuevos ordinariatos personales anunciados por la Santa Sede: “Naturalmente, hay que prestar atención a las advertencias que se oyen, especialmente en círculos católicos liberales, sobre los riesgos de admitir a anglicanos descontentos; pero el disgusto que he percibido viene sobre todo de católicos descontentos que no aceptan algunas enseñanzas de su propia Iglesia”.

En el lado anglicano, recuerda Steenson, hay en mayor o menor medida una aspiración a la unidad al menos desde Newman, como se ve en las declaraciones de la Comisión Internacional Anglicano-católica. El objetivo pareció al alcance durante los años siguientes al Concilio Vaticano II; pero después “poderosos e insospechados movimientos en el seno del anglicanismo alejaron la meta de la comunión plena tan más allá del horizonte, que dejó de ser realista esperar que los instrumentos ecuménicos oficiales pudieran sanar el cisma. Por eso, distintos grupos e individuos se acercaron a la Santa Sede, no con la intención de repudiar el anglicanismo, sino más bien para descubrir una nueva vía hacia la unidad”.

Steenson participó en ese empeño, y ahora encuentra, en la nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre los ordinariatos personales, ecos de propuestas que él y sus colegas anglicanos presentaron a la Santa Sede hace quince años. Además, de la nota le parece muy acertado que insista en equilibrar la preservación del patrimonio anglicano con el cuidado para que los provenientes del anglicanismo “se integren –dice Steenson– en la Iglesia católica, y no se limiten a formar una sub-cultura”. Esto, señala, es importante porque, entre otras cosas, “los anglicanos tenemos que desaprender algunos malos hábitos, pues hoy la vida anglicana adolece de un desorden manifiesto”. “No se debe subestimar nuestra necesidad de formación; Roma no se levantó en un día, y tampoco puede uno ponerse el sacerdocio católico como si fuera un abrigo”.

El próximo fin del confesionalismo británico

El escritor inglés A.N. Wilson cree que la reciente decisión del Papa contribuirá, de rebote, a acercar el fin del confesionalismo británico, si facilita el paso a la Iglesia católica de un número significativo de anglicanos (International Herald Tribune, 26-10-2009). “En Inglaterra hay más católicos practicantes que anglicanos practicantes. En el curso de una generación, probablemente habrá más musulmanes que anglicanos practicantes en las Islas Británicas. Gran Bretaña ya no podrá soportar el absurdo de las leyes relativas a la religión del monarca: la Ley de Instauración [Act of Settlement] y la Ley de Matrimonios Reales, que entre otras cosas prohíben que el soberano se case con una persona católica; o el Juramento de Coronación, que obliga a preservar la religión protestante”.

En suma, dice Wilson, la decisión del Papa, aunque sea motivo de tristeza para algunos anglicanos, es una buena noticia para Gran Bretaña, “porque pondrá fin de manera formal a la idea de Estado confesional, y a la del monarca como símbolo y cabeza de la Iglesia oficial”.

El Papa de los fundamentos

Para el comentarista norteamericano Ross Douthat, la iniciativa es otra muestra de la línea seguida por Benedicto XVI, que busca reforzar los fundamentos más que alcanzar entendimientos superficiales (The New York Times, 26-10-2009). Pero lo hace, según Douthat, yendo al encuentro de los dos extremos del espectro teológico.

“En sus encíclicas, Benedicto ha tratado asuntos –justicia social, protección del medio ambiente, incluso amor erótico– que resultan cercanos a los liberales no creyentes y los católicos tibios de mentalidad progresista. Pero en vez de detenerse en un punto de amplio acuerdo, sigue más allá, tratando de persuadir a sus lectores más liberales de que muchas de las creencias de ellos dependen de las raíces católicas de Occidente y solo se sostienen sobre el cimiento de una seria fe religiosa.

”A vez, el Papa ha bajado sistemáticamente las barreras a los cristianos conservadores que merodean en los umbrales de la Iglesia sin decidirse a entrar. Esta era la finalidad de su controvertido acercamiento a los católicos tradicionalistas cismáticos, y es lo que explica la actual apertura a los anglicanos”.

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