Por RD
Sábado, 27 de junio 2009


Pensamos que somos buenos cristianos porque alguna vez vamos a misa, pero el cristianismo no es solamente eso. Los sacramentos son importantes cuando son la culminacóin de una vida cristiana

El periodista, político y escritor italiano Eugenio Scalfari ha entrevistado en La Repubblica al cardenal jesuita Carlo María Martini, quien propone un concilio para abordar “la relación de la Iglesia con los divorciados” y reconoce problemas de la Iglesia en temas como “la elección de los obispos, el celibato de los religiosos, el papel de los laicos y las relaciones entre la jerarquía eclesiástica y la política”. 

En la entrevista, el cardenal emérito de Milán enumera una serie de problemas, que dificultan la relación entre Iglesia católica y sociedad. “El primero –afirma Martini en la conversación-, la actitud de la Iglesia frente a los divorciados, después la elección de los obispos, el celibato de los religiosos, el papel de los laicos y las relaciones entre la jerarquía eclesiástica y la política. ¿Le parecen problemas de fácil solución?”. 

Una voz de esperanza en mitad de una sociedad cada vez menos cristiana y cada vez más indiferente. ¿Indiferente respecto a qué?, pregunta su interlocutor. Contesta Martini: “Ya no hay una visión única del bien. La tendencia dominante consiste en defender el interés particular y el del propio grupo. Quizá pensamos que somos buenos cristianos porque alguna vez vamos a misa o dejamos que nuestros hijos se acerquen a los sacramentos. Pero el cristianismo no es eso, no es solamente eso. Los sacramentos son importantes cuando son la culminación de una vida cristiana. La fe es importante si avanza junto a la caridad. Sin la caridad la fe se vuelve ciega. Sin la caridad no hay esperanza y no hay justicia”. 

A pocos días de que el Papa publique su nueva encíclica, dedicada a la caridad y a la globalización, el cardenal Martini define su significado. “Hacer el bien, ayudar al prójimo es desde luego un aspecto importante, pero no es la esencia de la caridad. Hace falta escuchar a los otros, comprenderlos, incorporarlos a nuestro afecto, reconocerlos, quebrar su soledad y ser su compañero. Amarlos, en definitiva. La caridad no es limosna. La caridad que predicó Jesús consiste en ser plenamente partícipes de la suerte de los otros. Comunión de espíritus y lucha contra la injusticia”. 

En su libro Conversaciones nocturnas en Jerusalén, Martini afirma que los pecados son numerosos y la Iglesia ha hecho una lista bien larga de ellos, pero, en su opinión, el verdadero pecado del mundo es la injusticia y la desigualdad. “Jesús dice que el reino de Dios será de los pobres, de los débiles, de los excluidos. Y dice que la Iglesia debería haber tenido por misión estar cerca de ellos. Esta es la caridad del pueblo de Dios que predicaba su Hijo, que se hizo hombre para nuestra salvación”, constata el purpurado. 

¿Y qué es el Pueblo de Dios? “Toda la Iglesia es pueblo de Dios: la jerarquía, el clero, los fieles…” ¿Y los fieles? “Desempeñan ciertamente una función, pero deberían ejercitarla con mucha mayor plenitud. Con demasiada frecuencia se trata sólo de un papel pasivo. Ha habido épocas en la historia de la Iglesia en las que la participación activa de las comunidades cristianas fue mucho más intensa. Cuando antes me he referido a esa creciente indiferencia, pensaba precisamente en este aspecto de la vida cristiana. Aquí tenemos una laguna, una deserción silenciosa, especialmente en la sociedad europea y en la italiana”. 

Sobre un futuro Concilio: “No pienso en un Vaticano III. Es cierto que el Vaticano II ha perdido una parte de su empuje. Pretendía que la Iglesia afrontase la sociedad moderna y la ciencia, pero este afrontamiento ha sido sólo marginal. Estamos todavía lejos de haber abordado este problema y hasta parece que hemos vuelto la mirada hacia atrás más que hacia delante. Hay que retomar el impulso y para hacer esto ni siquiera haría falta un Vaticano III. Aclarado esto, sí soy partidario de otro concilio, e incluso lo estimo necesario, pero sólo sobre temas específicos y muy concretos. Me parece también que sería necesario poner en práctica lo que se sugirió e incluso lo que fue decretado ya en el Concilio de Constanza: convocar un concilio cada veinte o treinta años sobre un solo tema, o dos a lo sumo”. 

Pero esto sería una revolución en el modo de gobernar la Iglesia, apunta el entrevistador. “A mí no me lo parece. La Iglesia de Roma se llama apostólica y no por casualidad. Su estructura es vertical, pero, al mismo tiempo, también horizontal. La comunión de los obispos con el Papa es un órgano fundamental de la Iglesia”. ¿Y cuál sería el tema del concilio que propone? “La relación de la Iglesia con los divorciados. Afecta a muchísimas personas y familias y, desgraciadamente, el número de familias implicadas será cada vez mayor. Habrá que afrontarlo con inteligencia y con previsión. Y hay también otro tema que un próximo concilio debería abordar: el de la trayectoria penitencial que es la propia vida. Mire, la confesión es un sacramento extraordinariamente importante, aunque hoy esté exangüe. Cada vez son menos las personas que lo practican, pero, sobre todo, se ha convertido en algo casi mecánico: se confiesa un pecado, se recibe el perdón, se recita alguna plegaria y ahí termina todo, en la nada o poco más. Hay que devolver a la confesión una esencia que sea verdaderamente sacramental, un recorrido por el arrepentimiento y un nuevo programa de vida, una relación constante con el confesor, en definitiva, una dirección espiritual”.

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