El vaticanólogo italiano Sandro Magister aporta una nueva vision sobre el tema del levantamiento de la excomunión a los obispos lefebvrianos. Mientras las culpas parecen caer sobre el Papa, Magister marca el desorden de la Curia Romana.

ROMA, 4 de febrero del 2009 – Algunos días después de los hechos, en el Vaticano la revocatoria de la excomunión a los obispos lefebvrianos se manifiesta más como una grave error por partida doble: de gobierno y de comunicación.

En el medio del grave error el Papa Benedicto XVI se ha encontrado como el más expuesto, prácticamente solo.

Dentro y fuera de la curia son numerosos los que le cargan la culpa de todo al Papa. En efecto fue suya, del Papa Joseph Ratzinger, la decisión de ofrecer a los obispos lefebvrianos un gesto de benevolencia. La revocatoria de la excomunión era la continuación de otros anteriores gestos de apertura, también estos queridos personalmente por el Papa, el último de los cuales fue el motu proprio "Summorum Pontificum" del 17 de julio del 2007, que libera el rito antiguo de la misa.

Como antes, esta vez Benedicto XVI tampoco ha pretendido de los lefebvrianos nada a cambio previamente. Las suyas han sido hasta ahora aperturas unilaterales. Los críticos del Papa han incidido sobre ese punto para acusarlo de ingenuidad, o de haber cedido, o inclusive de querer llevar a la Iglesia de vuelta al tiempo anterior al Concilio Vaticano II.

En realidad, la intención de Benedicto XVI ha sido explicada por él mismo con absoluta claridad en uno de los discursos principales de su pontificado, el leído a la curia romana el 22 de diciembre del 2005. En aquel discurso el Papa Ratzinger sostiene que el Vaticano II no marcaba rotura alguna con la tradición de la Iglesia, antes bien, estaba en continuidad con la tradición también allí donde parecía marcar un vuelco neto respecto al pasado, como por ejemplo, cuando reconocía la libertad religiosa como derecho inalienable de cada persona.

Con ese discurso Benedicto XVI hablaba a todo el pueblo católico. Pero al mismo tiempo también a los lefebvrianos, a los cuales les indicaba la vía maestra para sanar el cisma y regresar a la unidad con la Iglesia en los puntos por ellos contestados: no sólo libertad religiosa, sino también la liturgia, el ecumenismo, la relación con el judaísmo y las otras religiones.

En todos estos puntos, después del Concilio Vaticano II los lefebvrianos se habían separado de la Iglesia católica progresivamente. En 1975 la Fraternidad Sacerdotal San Pío X - la estructura en la cual se habían organizado - no obedeció a la orden de disolverse y se constituyó en Iglesia paralela, con sus propios obispos, sacerdotes, seminarios. En 1976 el fundador, el arzobispo Marcel Lefebvre, fue suspendido "a divinis". En 1988 la excomunión a Lefebvre y a cuatro nuevos obispos ordenados por él sin la autorización del Papa - a su vez suspendidos "a divinis" - fue el acto culminante de un cisma ya en curso hace años.

La revocatoria de esta excomunión de hecho no ha sanado el cisma entre Roma y los lefebvrianos, así como la revocatoria de las excomuniones entre Roma y el patriarcado de Constantinopla - decidida el 7 de diciembre por Pablo VI y Atenágoras - de hecho no marcó el retorno a la unidad entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas de Oriente. En uno y otro caso, la excomunión revocada pretendía solamente servir como un primer paso para recomponer el cisma, que aún continúa.

Como confirmación de esto existe una nota del pontificio consejo para los textos legislativos, emitida el 24 de agosto de 1996. En ella se lee que la excomunión de 1988 contra los obispos lefebvrianos "ha constituido la consumación de una progresiva situación global de índole cismática" y que "hasta que no haya cambios que conduzcan al restablecimiento de la necesaria 'communio hierarchica', todo el movimiento lefebvriano debe considerarse cismático".

Este era el estado de los hechos, sobre los cuales intervino la decisión de Benedicto XVI de revocar la excomunión a los cuatro obispos lefebvrianos.

Pero de todo esto poco o nada se lee o se entiende en el decreto emanado por la Santa Sede el 24 de enero.

En la "vulgata" difundida por los medios, con este decreto la Iglesia de Roma simplemente acogía en el propio seno a los lefebvrianos.

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Agravando la cuestión estuvo la notoria resonancia de una entrevista de uno de los cuatro obispos agraciados, el inglés Richard Williamson (foto), en la cual sostenía tesis negacionistas respecto a la Shoah.

La entrevista había sido registrada por una TV sueca el 1 de noviembre del 2008, pero fue difundida el 21 de enero, el mismo día en el que en el Vaticano fue firmado el decreto de revocatoria de la excomunión a Williamson y a los otros tres obispos lefebvrianos.

En los medios de todo el mundo la noticia se convirtió en la siguiente: el Papa absuelve de la excomunión y acoge en la Iglesia a un obispo negacionista.

La tempestad que se desató fue tremenda. Del mundo judío, pero no sólo, hubo incontables protestas. Del Vaticano se corrió a remediar afanosamente de varias maneras, con declaraciones y artículos en "L'Osservatore Romano". La polémica se atenuó sólo después de que intervino Benedicto XVI en persona, con dos aclaraciones leídas al término de la audiencia general del miércoles 28 de enero: una sobre los lefebvrianos y sobre su deber de "reconocimiento del magisterio y de la autoridad del Papa y del Concilio Vaticano II" y otra sobre la Shoah.

La pregunta surge natural: ¿no se podía evitar todo ello, una vez tomada la decisión del Papa de revocar la excomunión a los obispos lefebvrianos? ¿O el desastre ha sido producto de errores y omisiones de los hombres que deberían poner por obra las decisiones del Papa? Los hechos se inclinan por la segunda hipótesis.

El decreto de revocatoria de la excomunión lleva la firma del cardenal Giovanni Battista Re, prefecto de la congregación para los obispos. Otro cardenal, Darío Castrillón Hoyos, es el presidente de la pontificia comisión "Ecclesia Dei" que se ocupa desde su constitución, en 1988, de los seguidores de Lefebvre. Tanto uno como otro han declarado haber sido tomados por sorpresa, con hechos consumados, por la entrevista del obispo Williamson y de no haber nunca sabido que él fuese un negador de la Shoah.

¿Pero un examen en profundidad del perfil personal de Williamson y de los otros tres obispos no era acaso el primer deber de oficina de los dos cardenales? Que no lo hayan hecho parece inexcusable. Dicho examen no era ni siquiera difícil. Williamson no ha escondido jamás su aversión al judaísmo. Ha defendido públicamente la autenticidad de los "Protocolos de los Sabios de Sión". En 1989, en Canadá, estuvo en riesgo de ser procesado por haber exaltado los libros de un autor negacionista, Ernst Zundel. Después del 11 de setiembre del 2001 se adhirió a las tesis de complot para explicar el derribamiento de las Torres Gemelas. Bastaba un clic en Google para encontrar estos antecedentes.

Otra grave falla compete al pontificio consejo para la promoción de la unidad de los cristianos. La recomposición del cisma con los lefebvrianos hace parte, lógicamente, de sus competencias, que comprenden también las relaciones entre la Iglesia y el judaísmo. Pero el cardenal que lo preside, Walter Kasper, ha dicho haber sido mantenido fuera de las deliberaciones, cosa tanto más sorprendente en cuanto la emisión del decreto de revocatoria de la excomunión ocurrió durante la anual semana de oración por la unidad de los cristianos y a pocos días de la jornada mundial de memoria de la Shoah.

Hay más. Se presenta del todo deficiente también el lanzamiento mediático de la decisión. La sala de prensa del Vaticano se ha limitado, el sábado 24 de enero, a distribuir el texto del decreto, a pesar de que desde hacía algunos días ya existían claros indicios de la misma y de que sobre ella se estaba armando la polémica encendida por las declaraciones negacionistas de Williamson.

Hay una comparación que ilumina. El día anterior, 23 de enero, la misma sala de prensa había organizado con gran pompa el lanzamiento del canal televisivo vaticano en YouTube. Y pocos días después, el 29 de enero, habría lanzado, siempre con gran despliegue de personas y de medios, un congreso internacional sobre Galileo Galilei en programa para fines de mayo. En ambos casos el objetivo era el de trasmitir a los medios el sentido auténtico de una y otra iniciativa.

Nada parecido, en cambio, fue hecho para el decreto referente a los obispos lefebvrianos. Que sin embargo contaba con todos los elementos para merecer un lanzamiento adecuado. Y también los tiempos eran los justos. Estaba en marcha la semana de la oración por la unidad de los cristianos; era inminente la jornada de la memoria de la Shoah; en Italia había sido pocos días antes, el 17 de enero, la jornada por el diálogo entre católicos y judíos. El cardenal Kasper, el mayor responsable de la curia en ambos rubros, hubiese sido la persona ideal para presentar el decreto, encuadrarlo en la persistente situación de cisma, indicar la finalidad de la revocatoria de la excomunión, recapitular los puntos sobre los que los lefebvrianos estaban llamados a reconsiderar sus posiciones, partiendo de la aceptación plena del Concilio Vaticano II hasta la superación del anti judaísmo que asumen. En cuanto a Williamson, no habría sido difícil circunscribir su caso: manteniéndose firme en sus aberrantes tesis negacionistas, él mismo se sustraía al gesto de "misericordia" del Papa.

Y bien, si nada de esto ha ocurrido, no es por culpa de la sala de prensa vaticana y de su director, el jesuita Federico Lombardi, sino de las oficinas de curia de las cuales reciben las indicaciones.

Oficinas de curia que se remiten a la secretaría de estado.

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De Pablo VI en adelante, la secretaría de estado es la cima y el motor de la máquina curial. Tiene el acceso directo al Papa y gobierna la puesta en marcha de cada una de sus decisiones. Las confía a las oficinas competentes y coordina el trabajo de las mismas.

Pues en toda la situación de la revocatoria de la excomunión a los obispos lefebvrianos el secretario de estado, cardenal Tarcisio Bertone, aunque usualmente muy activo y locuaz, se ha distinguido por su ausencia.

Su primer comentario público sobre la cuestión llegó el 28 de enero, al margen de un congreso romano en el cual era conferencista.

Pero más que las palabras, han faltado de su parte los actos adecuados a la importancia de la cuestión. Antes, durante y después de la emisión del decreto.

Benedicto XVI ha sido dejado prácticamente solo y la curia ha sido abandonada al desorden.

Está ya a vista de todos que el Papa Ratzinger ha renunciado a reformar la curia. Pero se planteaba la hipótesis de que él hubiese suplido esta decisión suya confiando la guía de las oficinas a un secretario de estado dinámico y de pulso, Bertone.

Hoy también esta hipótesis se revela defectuosa. Con Bertone la curia parece más desordenada que antes, quizá también porque él nunca se ha dedicado completamente a sanar sus malfuncionamientos. Bertone desenvuelve gran parte de su actividad no dentro de los muros vaticanos sino fuera, en un incesante giro de conferencias, de celebraciones, de inauguraciones. Sus viajes al exterior son frecuentes y densos de encuentros y de discursos como los de Juan Pablo II en plena salud: del 15 al 19 de enero ha estado en México y en estos días está de visita en España. Como consecuencia, el trabajo que las oficinas de la secretaría de estado dedican a estas actividades externas suyas es trabajo que se resta al del Papa. O a veces es una inútil duplicado: por ejemplo cuando Bertone tiene un discurso sobre el mismo tema y al mismo auditorio al cual dentro de poco hablará el Papa, con los periodistas puntualmente a la caza de las diferencias entre ambos.

La personal devoción de Bertone a Benedicto XVI está fuera de toda duda. No así la de otros oficiales de la curia, que siguen teniendo campo libre. Puede ser que algunos sean conscientemente contrarios a este pontificado. Ciertamente la mayoría simplemente no lo entiende, no están a su altura.

1 comentarios:

delsur73 dijo...

El Sr Sandro Magister intenta separar la responsabilidad del Papa en este triste asunto, pero es dificil de creer. ¿Que sisma debe evitarse?, si la Fraternidad San Pío X actúa como una congregación más en la Iglesia. Sus actividades, expuestas en la WEB, los muestra celebrando en la Basílica de Luján, realizando procesiones, visitando los grandes centros de peregrinación de europa. O sea, están dentro de la Iglesia. En fin, creo que el mensaje es más para quienes creimos que el Concilio y sus documentos abrían nuestra Iglesia hacia todo los hombres, creyentes de cualquier religión o no creyentes. Hoy siento que estamos haciendo el camino inverso.Que pena..Por último, uno de los beneficiados, Bernar Tissier dijo al diario La Stampa el 1º de feb, que ellos no cambiarán sino que se dedicarán a "convertir a Roma" . Horacio de Mendonça 5 feb 09