Una adelantada eso es lo que fue. Eso es lo que es.

Chiara Lubich ya está en la eternidad viviendo plenamente al Dios Amor que la eligió para Mostrarlo. Su Pascua personal, ese pujo definitivo hacia la plenitud, se anticipó a la que los cristianos seguimos memorando en estos días.
Vivimos hoy en pleno tiempo pascual. Son los días en que nos conmovemos leyendo y releyendo los relatos de los primeros tiempos, de las primeras comunidades que ponían todo en común y partían el pan.
¡¿Qué mejor contexto para esta celebración de la vida de Chiara?! ¿Acaso podríamos celebrar con fidelidad su vida entregada al empeño de la unidad si no lo hiciéramos orando juntos, acallando el dolor y las heridas que aun nos provocan las divisiones?
Una adelantada, eso fue. Eso es. Por eso, en medio del escándalo del odio y el horror de la guerra pudo intuir el amor y conmoverse con aquél desafío de Jesús a la humanidad: “Que todos sean Uno”.
Y sin comprender, como María, Chiara también pronunció el sí. Ese sí hondo, raigal. El Dios Amor la había inspirado para ser cauce, estímulo y artífice para ampliar el sendero de la búsqueda incesante del hombre. ¡Que todos sean Uno! , extensión del mandamiento nuevo, el único en boca de Jesús. Un mandamiento que necesitaba, necesita, exige, odres nuevos.
Una adelantada, eso fue. Eso es Chiara. El fragor de la Segunda Guerra, los gritos de dolor y desesperanza de los pobres y perseguidos, la dispersión de los cristianos, no impidieron que Chiara y sus amigas escucharan la llamada. ¡Y así se lanzaron a construir el Movimiento de los Focolares, odre nuevo, para extender aquél llamado de Jesús, siempre lozano, siempre interpelador. Un llamado al que tantas veces con incomprensible empeño se pretende reducirlo a normas y ritos. Un llamado que con demasiada frecuencia los cristianos vaciamos ,desvirtuamos con vidas que se distancian del Evangelio.
Caminos no atajos es lo que necesitamos. Odres nuevos, plurales, abiertos a la esperanza en ese Dios Amor que inspiró y hoy acoge a Chiara.
Odres dispuestos al encuentro con el otro, a la comprensión y al diálogo que ante todo es escucha.
Una adelantada eso fue. Eso es. La simiente de Trento se expandió. Se hizo renovación, cambio, novedad y contribuyó - ¡y cómo! - a encauzar y multiplicar el fenomenal Soplo que fue el Concilio Vaticano II.
Y aquí, en el continente de la esperanza, en las tierras de la fe en Jesús y la devoción mariana, el llamado a la unidad, fue también argamasa para los creyentes en el Dios Amor.
Así, el odre nuevo se hizo Mariápolis, ecumenismo , diálogo con las otras religiones, empeño por la unidad , por la comunión. El odre nuevo se hizo sonrisa y entrega.
Más que un instrumento valioso, el diálogo es para Chiara un gesto de fidelidad, una expresión actualizada del modo de revelación de Jesús que tendió su mano, su propuesta gratuitamente a la libertad del hombre.


El odre ha de ser hoy bregar para poner fin al escándalo de la división de los cristianos y ahondar el diálogo entre los creyentes, Dos desafíos mayúsculos nos convocan hoy en este cambio de época a los hombres y mujeres de fe:
* el de hacer resonar fuerte y alto el llamado a reconocernos como hermanas y hermanos
*el de abrir juntos los oídos del corazón al grito de dolor que sube a Dios de decenas, centenares de millones de hombres y mujeres. Los creyentes hemos de encontrarse en ese grito al ponernos de manera realista e irrevocable del lado de quien se encuentra agobiado por la injusticia y la pobreza.
También a nosotros, aquí, nos interpelan esos desafíos de una manera particular.
En esta tierra asolada no hace mucho por una honda crisis que nos asomó a la disgregación, vivimos los efectos devastadores de la puja salvaje de intereses y nos estremecimos ante la frialdad voraz de los que creían que sólo el derecho de propiedad se había hecho trizas.
Rescatar aquéllos días difíciles y dolorosos, hacer memoria de ese tiempo en el que pareció asomar la posibilidad de que cada dirigente dejara de cargar la mochila del vecino y comenzara a aportar su propia revisión para participar solidariamente de la construcción de un espacio diferente, es una tarea tan común como imperiosa.
La historia no puede reescribirse , es cierto. Pero hurgar en nosotros y en el conjunto para desandar aquel atajo que nos perdió; pronunciar la palabra que faltó y revisar el prejuicio que nos separó y de ese modo restaurar la confianza que aun nos carcome, es una tarea pendiente. ¿Acaso ajena para los cristianos? ¿Distante para los creyentes?
Para un cristiano y una cristiana, la vida ha de ser el camino que recorremos con otros al estilo de Jesús. Ser cristianos, entonces, supone riesgo y radicalidad. ¿Si así viviéramos, nuestra sociedad no acercaría un poco más sus diferencias y sus desigualdades?
Por eso, ante la crisis que atravesamos, en lo nacional y en lo planetario, desde un sincero espíritu de autocrítica, los cristianos, los creyentes me atrevo a decir, debemos reconocer que somos parte del problema, y preguntarnos: ¿Qué responsabilidad tuvimos y tenemos en la decadencia del país, la sociedad y la cultura? ¿En la desigualdad y en la injusticia? ¿En la escandalosa brecha social?
Participar, estimular la recuperación de un sentido del bien común extraviado no es abogar por la uniformidad sino abonar una tierra compartida en la que pueda crecer la diversidad y escucharse la sinfonía de los matices. Como esta noche aquí al celebrar unidos fraternalmente la vida de quien bregó para que todos sean Uno.
Una adelantada eso fue. Eso es Chiara Lubich.

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